Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


David Jiménez Torres, El mal dormir, Libros del Asteroide, Barcelona, 2022, 160 pp.


Primero, una confesión: en el momento mismo en que escribo estas líneas soy víctima del mal dormir. No se trata de un evento aislado. Como señala David Jiménez Torres al inicio del libro: “Este es uno de los hechos fundamentales de mi vida”. Quizá por eso, porque se trata de un acontecimiento tan personal, tortuoso y solitario, y a la vez tan colectivo, experimentado cada vez más a menudo por una legión resignada y taciturna, he encontrado una suerte de consuelo parcial en este ensayo. Pero El mal dormir no pretende -no podría pretender- ser una panacea para nuestros males, sino ofrecer un recorrido por la experiencia personal de un maldurmiente, David, que busca explicarse y explicarnos cómo afronta sus noches.

Por su temática, El mal dormir podría emparentarse con El don de la siesta de Miguel Ángel Hernández, Por qué dormimos de Matthew Walker, Un malestar indefinido. Un año sin dormir de Samantha Harvey o 24/7: El capitalismo al asalto del sueño de Jonathan Crary, libros que el autor conoce muy bien, como evidencia la bibliografía consultada (e incluso alguna entrevista suelta), aunque no siempre comulgue con sus ideas. A propósito de esto, llama la atención la escasez de obras en español que aborden este asunto, dada la importancia del sueño en nuestra vida diaria. No los sueños, cuyas páginas abundan, sino el sueño, el acto, en apariencia sencillo, de cerrar los ojos y comenzar a dormir. Acaso porque lo damos por sentado, acaso porque ser insomne produce una angustia que escapa al lenguaje, lo cierto es que este ensayo, con sus virtudes y flaquezas, logra en buena medida aquello que se propone: “Sus páginas quieren mostrar un aspecto desconocido de la existencia a quienes no tengan problemas de sueño; y también buscan ofrecer el tenue alivio del reconocimiento a los maldurmientes”.  

Ya en el poema “Insomnio”, Fernando Pessoa afirmaba: “No duermo ni espero dormir. / Ni en la muerte espero dormir. / Me espera un insomnio de la anchura de los astros / y un bostezo inútil de la amplitud del mundo”. Pessoa, como muchos otros escritores, era víctima de un insomnio extremo, de una radical incapacidad de dormir. A esta imagen del artista atormentado, y también a la representación del maldurmiente en la historia literaria, con ejemplos que van desde Gilgamesh hasta Sherlock Holmes, se acerca este libro, que busca iluminar esa zona nebulosa de los trastornos del sueño que es el mal dormir. No se trata, en términos médicos, de un insomnio agudo, destructivo -aunque también se alude a él-, sino de algo más cotidiano que permea las vidas de muchos de nosotros: “el mal dormir es el cristal empañado a través del cual debemos vislumbrar espacios enteros de la vida. Influye en cómo afrontamos las noches y cómo pasamos los días”.

De ahí que no sea una tarea fácil esta que se ha propuesto David Jiménez Torres. Ganador del I Premio de No Ficción Libros del Asteroide, El mal dormir pretende ahondar en un hecho inescrutable, particular, y, a la vez, ser una guía de lecturas sobre este tema. Aunque es ameno, a ratos divertido, y aunque no le falta erudición, echo de menos la inmersión del yo, el compromiso con la naturaleza del ensayo: la deriva, la búsqueda de uno mismo, la experiencia, que diría Montaigne. No es solo una cuestión de tono, es también una cuestión de temperatura, y creo que esta falta de intensidad, esta especie de distanciamiento, se debe a una dificultad para situarse no solo al interior del ensayo sino como parte fundamental de él, una dificultad para poner en palabras sus inquietudes, o sus males, o sus divagaciones acerca de un malestar que experimenta cada noche en carne propia. Así, el lector se encuentra a ratos con tenues, tímidas tentativas del autor de expresar su padecimiento: “mi particular modalidad del mal dormir, que tiene que ver sobre todo con una dificultad para conciliar el sueño hasta bien entrada la madrugada” o “mis vigilias se han desarrollado sobre buenos colchones, en habitaciones razonablemente higiénicas”. Frente a la duda y el titubeo, frente a la exploración y la incerteza, cualidades de todo buen ensayo, Jiménez Torres se decanta por un camino oblicuo: el de las generalidades. No es que el ritmo circadiano, la actividad cerebral, la distinción entre sueño REM y no-REM, el impacto del sueño en nuestra salud o las estadísticas de la Sociedad Española de Neurología carezcan de interés. Es más bien que terminan sustituyendo a la que debería ser la columna vertebral de este libro: las noches en vela de David Jiménez Torres.

Pero no debemos equivocarnos: El mal dormir tiene -y no pocos- aciertos. Para empezar, hace saltar las alarmas de aquel que duerme bien, pues le revela un mundo que hasta entonces le resultaba ajeno: una experiencia colindante, cercana, que quizá no le ha tocado vivir, o no todavía, pero que puede presentarse en su puerta en cualquier instante. Aunque agobiar al lector no es el objetivo del libro, sí lo es poner sobre la mesa de discusión los horarios infrahumanos de determinadas profesiones, los trastornos depresivos que se derivan de la falta de sueño, las prolíferas “industrias del mal dormir” o la relación del insomne con su propio cuerpo.

Hamletianamente, y parafraseando a Eluned Summers-Bremner, “el maldurmiente vive una doble negación: la ausencia de la inconsciencia”.  El lenguaje es nuestro lazo con el mundo: las cosas adquieren significado cuando las nombramos y, a su vez, las palabras nos permiten relacionarnos con ellas. Incapaz de conciliar el sueño, el maldurmiente cobra conciencia de su conciencia; a oscuras, obligado a permanecer despierto, calma su ansiedad leyendo, o escuchando música, o pensando, sin más. Y así, en palabras de Jiménez Torres, el mal dormir es “como una gota fina que va erosionando la piedra de nuestra salud”; y, en particular, una gota que va erosionando paulatinamente nuestra memoria. No son pocos los estudios que demuestran la incidencia del sueño sobre esta, con afectaciones que van del olvido ocasional a la propensión al Alzheimer, pero el autor plantea que “gracias al sueño recordamos; sin él, olvidamos. Aunque quizá sea justamente esto lo que nos lleva a examinar recuerdos con tanta intensidad durante la vigilia. Queremos mirarlos una última vez antes de que, por culpa del mal dormir, se desvanezcan para siempre”. ¿No hay, en el fondo (y aunque parezca contraintuitivo), algo de placentero en esta urgencia? Y, más aún, ¿puede el maldurmiente reconciliarse de alguna forma con su mal dormir? Si, como señalaba Pascal, “todas las desgracias de los hombres proceden de una sola cosa, que es no saber estar solos, reposando tranquilamente en una habitación”, ¿es posible que, para mantener la cordura a altas horas de la noche, sea necesario aprender a convivir con uno mismo?

Como si se tratase de una vía para alcanzar la virtud, lo más parecido a la areté griega en nuestros tiempos, buena parte del ecosistema empresarial procura premiar al empleado capaz de llevarse al límite -de su mente, de su cuerpo-: rendir más, rendir mejor, hacer horas extras, permanecer en la oficina hasta altas horas de la noche, contestar durante el descanso los correos electrónicos. Lo mismo ocurre con las universidades. En uno de los pasajes mejor logrados del libro, el autor relata, primero, su experiencia como estudiante universitario en Estados Unidos, y después, como profesor en Inglaterra: del Ritalin a las bebidas energéticas, de las fiestas de las fraternidades a las bibliotecas abiertas casi veinticuatro horas, Jiménez Torres ilustra el doble filo del mal dormir: “Me gustaba todo aquello porque me parecía que estaba cultivando algunas virtudes: la disciplina, la tenacidad, la capacidad de sacrificio”. En Escritos para desocupados de Vivian Abenshushan (quien, dicho sea de paso, ha escrito un estupendo libro de cuentos, El clan de los insomnes, que ficcionaliza algunas de las preocupaciones vitales de Jiménez Torres), específicamente en su ensayo “Notas sobre los enfermos de velocidad”, la autora alude al éxtasis que esta le produce. ¿Podría decirse lo mismo del mal dormir? ¿Tiene este algún lado luminoso? El insomne, si tiene el ciclo de sueño “búho” -en contraste con el ciclo de sueño “alondra”-, puede, en teoría, sacar partido del tiempo muerto. Menciona el autor: “Las sociedades industrializadas han ido adoptando una idea del tiempo como algo que se debe aprovechar, una potencialidad que, si no se dedica a un uso productivo, ha sido desperdiciada”. Desperdiciada en términos de productividad, de rendimiento, de tener que hacer algo durante ese tiempo muerto. Aunque para los “búhos” el mal dormir trae consigo “un estado mejor y el mundo aparece de pronto con mayor claridad”, siempre está el problema del día siguiente. Si la sociedad ha establecido que el estado natural del hombre es fundamentalmente diurno, los “búhos” tienen poco que opinar al respecto, pues las más de las veces se hallarán extenuados, con el ciclo de sueño desequilibrado, y, vencidos, esperarán con paciencia el momento del descanso.

Aunque el libro abunda en referencias contemporáneas, muchas de ellas de orden científico, parecieran ser los clásicos, en especial Shakespeare, quienes ofrecen al autor la posibilidad de explorar sus planteamientos: al grito de “¡Macbeth ha asesinado el sueño!” o a los célebres versos de Hamlet (“Dormir… y decir así que con un sueño / damos fin a las llagas del corazón / y a todos los males, herencia de la carne”), el autor va enhebrando algunas de sus observaciones más avezadas: el instante en que, en medio del insomnio, la muerte llega a resultar atractiva, la divagación nocturna, el horror de no poder recuperar el tiempo no dormido, el poderoso efecto del hambre durante la vigilia. Pero es Hamlet quien, a fin de cuentas, captura mi atención: carcomido por su conciencia, víctima de su naturaleza dubitativa, solo anhela poner fin a su exceso de razonamiento. Y es que lo que David Jiménez Torres dice del príncipe podría decirse tanto de sí mismo como de los lectores de este libro: “No tiene afán de trascendencia, sino de descanso”.

Acostada en la cama, en esta unánime noche (Borges no podría ser más exacto), pienso en palabras, palabras, palabras. Me pregunto, como Jiménez Torres, “¿qué estoy haciendo mal?, ¿por qué yo?” Sé que mañana despertaré agotada, exhausta, a pesar de haber cumplido a cabalidad con mi rutina militar: cenar ligero, tomar la pastilla, alejar el portátil, acostarme a la hora habitual. Estoy sola conmigo misma, sola con mi mal dormir, y no puedo evitar preguntarme si no estaré expiando algún pecado, si no seré objeto de alguna maldición ancestral, si no habré hecho algo malo en la otra vida. Los segundos se vuelven minutos, los minutos horas. Horas brumosas, imprecisas. Busco el sueño y no logro encontrarlo. Despierto y estoy cansada. Cuando comience mi horario laboral mis compañeros me preguntarán qué tal me encuentro y yo seré incapaz de verbalizar esta experiencia tan angustiante. No creo que esta realidad le resulte al lector tan ajena (casi todos, en algún periodo de nuestras vidas, hemos padecido alguna variante del mal dormir) y, sin embargo, es poco lo que se dice de ella. Tras la lectura de este libro, al menos, David Jiménez Torres nos ofrece un tímido consuelo: “No es inútil que nos vayamos conociendo”. 

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