Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Fernanda Melchor, Falsa liebre, Almadía, México, 2013.


Fernanda Melchor debutó en el panorama literario mexicano con dos libros publicados el mismo año. El primero, Aquí no es Miami (2013), es un conjunto de crónicas periodísticas y relatos que tienen como eje narrativo el puerto de Veracruz. Es preciso señalar que en este libro se  anuncian ya dos grandes inquietudes a las que Melchor intentará responder en sus obras: el deseo de que la palabra sirva como referente directo de la vida –sin dejarse opacar por ésta–, y la necesidad de abordar historias que muestren los aspectos más viles de la naturaleza humana.

     Estas dos preocupaciones forman a su vez Falsa liebre, la primera incursión de Fernanda Melchor en la novela. Aquí presenciamos la vida de cuatro individuos (Andrik, Vinicio, Pachi y Zahir), todos ellos marcados por el insufrible calor del trópico, la mala vida, los vicios y el tedio. El mundo en el que se desenvuelven las historias es tan insoportable que los personajes están casi obligados a buscar y encontrar placer en lo inmediato, el sexo, las drogas, el alcohol y la violencia. En apariencia, podría parecernos una historia comúnmente tratada, un relato de iniciación sin mayor posibilidad de innovación. Con respecto a la temática, esto es cierto, ya que la autora aborda un argumento explotado hasta el hartazgo por la literatura hispanoamericana: la miseria, las relaciones de dominio y la violencia dentro de la vida cotidiana de un grupo de marginados en los términos de un realismo crudo. Pero no es aquí en donde radica realmente la particularidad de la obra, sino en su manera de adentrarnos en un espacio narrativo pocas veces abordado y en el papel del lenguaje como el aspecto más importante para lograr que tanto los personajes como el ambiente alcancen dimensiones reales. Melchor reinventa el mundo y el lenguaje,  primeramente, al situarse en un espacio poco frecuentado en la literatura mexicana, y en segunda, al conferirle al lenguaje un poder mimético, podríamos decir hiperrealista, que logra capturar desde las nimiedades de la vida cotidiana hasta los sinuosos caminos del pensamiento, siempre procurando la mayor minuciosidad en describir los aspectos más ordinarios.

     Una de las historias que conmocionan más al lector es la de Andrik, un joven de catorce años que cae en las garras de un pedófilo trastornado y violento. En Andrik, encontramos la figura de un ser escuálido, con una belleza que cae en lo enfermizo; su constante obsesión por ser querido –que generalmente termina traduciéndose en ser deseado– lo lleva adentrarse en el mundo de la prostitución y a convertirse en cautivo de un amante perverso, sin importar lo que esto llegue a implicar: “la verdad era que le gustaba su rostro magullado: la hinchazón le daba a sus labios un aspecto voluptuoso y las sombras bajo los ojos hacían que estos se lucieran más grandes. Más dramáticos, diría su madre”. La violencia ejercida en la relación de dominio y explotación a la que se somete Andrik es justificada, soportada e incluso deseada por él. Este tipo de relaciones aparecerá a lo largo de toda la novela y será característico tanto del pasado como del presente de los protagonistas, ya que todos buscan huir –algunos por un día  y otros para siempre– del agobiante ritmo de sus vidas, de las relaciones coercitivas y lacerantes en las que están envueltos.

     Fernanda Melchor reinventa el puerto jarocho y focaliza sus especímenes marginados logrando otorgarle a este espacio una imagen más contemporánea y cruda. El puerto urbano se erige como un personaje, aparentemente de fondo, que termina siendo testigo y parte del devenir de la vida de todos los individuos. Este mundo se construye  no a base de descripciones idílicas y paradisíacas del puerto, sino conforme a la descripción de lugares inhabitables, llenos de miseria, muerte, sudor, melancolía y un calor endemoniado. As one of the most recognized payment brands globally, VISA ensures that your casino transactions are both seamless and safe. Melchor transita el trópico y los espacios en el que se desenvuelven sus personajes con familiaridad y destreza, estableciendo una atmósfera que no nada más sirve para situarnos en el espacio narrativo, sino que funciona también como un caracterizador de los personajes.

     La importancia que se otorga al lenguaje como el único medio por el cual las historias pueden alcanzar su máxima expresión es algo que tanto en Aquí no es Miami como en Falsa liebre se vuelve fundamental para la construcción del texto. Esto queda claro, inclusive, al inicio de la obra, en donde como epígrafe se cita la Epístola de Santiago, 3:5, la cual hace alusión a los peligros y al poder de la lengua: “Mirad, ¡qué gran bosque se incendia con tan pequeño fuego!”. Este pequeño epígrafe pudiera servir como una observación o aviso de lo que el lenguaje es capaz de provocar y también reitera la idea del lenguaje como el mejor articulador de una historia. Melchor no teme emplear un estilo crudo, severo y grotesco para darle vida al espacio y a los individuos que se desenvuelven dentro de él; esto se agradece debido a que logra imprimir en el espacio y personajes la atmósfera  repulsiva a la que obedece la historia. Melchor retrata minuciosamente cada aspecto de la vida cotidiana de sus personajes. Esta descripción se elabora con una impresionante pericia y manejo del lenguaje. A pesar de esto, en ocasiones,  su mayor virtud se convierte en un obstáculo para el desarrollo y la progresión de la historia. El afán realista que la autora persigue a veces se antoja gratuito, sin aportar nada a la tensión dramática, ni al desenvolvimiento de la historia. La obra de Melchor trata, casi compulsivamente, de describir lo más puntual y precisamente posible, los aspectos más cotidianos de la vida de sus personajes, a ratos a expensas de la propia historia, lo cual provoca que en determinados momentos la lectura se vuelva tediosa  y la historia pase a segundo plano.

     Fernanda Melchor apuesta por las emociones fuertes y las historias que hacen ruido. Sus libros Aquí no es Miami y Falsa liebre constatan su destreza en la elaboración de personajes, espacios y un estilo propio que da dimensiones reales a todo lo que se narra. En Falsa liebre lo que está en juego no es la creación de una historia inusitada o compleja, sino la manera de abordar un espacio y caracterizar a los personajes por medio de un lenguaje que logra imitar los pensamientos más escabrosos, los movimientos más sutiles y los aspectos más tediosos de la existencia de cuatro marginados en un lugar en donde el calor parece derretir hasta el entendimiento. Melchor tiene un ojo agudo, su conocimiento del medio que la rodea y de los tipos sociales que se desenvuelven dentro de él logra captar de una manera auténtica y escrupulosa la vida de sus personajes y la atmósfera del puerto jarocho. Al terminar Falsa liebre, es difícil no sentirse conmovido y afectado –incluso físicamente– por la narración descarnada y cruda de la vida de unos jóvenes, como hay tantos en el país, que parecen condenados por la marginación y la desigualdad. Falsa liebre pesa y duele.

Publicar un comentario