Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Cine


Lukas Dhont, Close, Bélgica / Países Bajos / Francia, 2022.


Aunque en boga en la etapa contemporánea, el género del coming-of-age en el cine arrastra una añeja tradición que proviene de la literatura con autores como Mark Twain, Charles Dickens, Hermann Hesse, Harper Lee, J. D. Salinger hasta S. E. Hinton, Jeffrey Eugenides y el propio Stephen King, mientras que en el cine simplemente habría que mencionar el clásico de Jean Vigo, Cero en conducta (1933) y Los 400 golpes (1959) de Francois Truffaut para ilustrar la rica cauda de historias relacionadas con el crecimiento de la adolescencia a la edad adulta. Hoy día, podríamos asegurar que el coming-of-age es un género que se ha desarrollado a la par de la ciencia ficción siempre latente por sus novedades y señalamientos distópicos, del thriller de capa caída por su monotonía y de un western que propiamente es el renacido de todos ellos con variantes interesantes como las de Jane Campion, Clint Eastwood y Quentin Tarantino, entre otros.

El género se ha visto beneficiado en la última década con filmes destacados, como el experimento de producción de Richard Linklater (Boyhood, 2014) quien rodó la historia durante doce años, las películas del director canadiense Xavier Dolan que circundan la figura materna y la liberación queer, y el año pasado aparecieron Aftersun (2022) de Charlotte Wells con una entrañable viñeta de la nostalgia por el padre y, sobre todo, Close (2022) de Lukas Dhont, el director belga quien propone en el contexto de las nuevas masculinidades contarnos la amistad de Leo y Remi, niños de trece años, retrato pletórico de fragilidad y ternura, alejado de la dictadura sexista que anula la profundidad de los sentimientos y, en su reverso, convierte en objetos de deseo cualquier insinuación de empatía y ni se diga de los contactos corporales cada vez más reos de esta óptica sexista.

Por lo regular, el coming-of-age ubica las historias en el tránsito entre adolescencia y madurez, sea lo que se entienda por ese término. El puente por demás es aleccionador, en muchas ocasiones es de tintes dolorosos, hay una experiencia que marca el rumbo del protagonista. Es verdad que se recurre al flashback, pero no es una obligación del género. Y lo que sí también es una constante es que se trata de problemáticas derivadas de la definición de identidades transversalizadas por el sexo, creencias o dilemas existenciales.

La adolescencia temprana suele ser un periodo liminal favorito para desarrollar historias del coming-of-age. Es curiosa la coincidencia: Cecilia Lisbon, la menor de las hermanas que se quita la vida de la novela (Eugenides) y película (Sofia Coppola) Las vírgenes suicidas, tiene la misma edad que Leo y Remi, los niños de Close. Mientras que los niños de Cuenta conmigo, recordados por Gordie en su episodio de dos días que marca la vida de cuatro amigos, tienen doce años. En la ópera prima del legendario Truffaut, Los 400 golpes, Antoine Doinel es un adolescente de catorce años que se mete en líos, venido de una familia disfuncional, y logra conocer el mar, en uno de los momentos epifánicos más bellos del cine. Cero en conducta de Vigo, fuente de inspiración de Truffaut, muestra esa disonancia entre el sistema educativo y la infancia. Leo y Remi, ambos de trece años, en Close, están inmersos en ese supuesto de contrastar una etapa libertaria y las reglas de socialización de la escuela.

Veamos la trama de Dhont. Nos parece ostensiblemente cierta la premisa de la que parte Lukas en Close para así ofrecernos un relato diferenciado dentro del género: vivimos en un mundo donde prevalecen las imágenes violentas entre los hombres, sedimentadas desde los relatos audiovisuales que suelen convertirse en el magma reforzador de los roles sociales. Y lo que resuena de esta cauda naturalizada en el género patriarcal, tiene consecuencia doble: ostentación, claro está, del enfoque machista como destino trágico y siempre inexcusable en el cine de aventuras, acción, crimen, gangsters o western; y, en segundo término, la negación sistémica de otras posibilidades emocionales al margen de los estereotipos (son rápidos y furiosos) y que, insistimos en ello, Dhont desliza fragilidad y ternura entre Leo y Remi con inspiración sibarita –todo lo que se inclina por olvidar los clichés cinematográficos, siempre nos remitirá a la sencillez aguda del discurso de Eric Rohmer, representante de la nueva ola francesa.

Sí, violencia que signa no solo las relaciones entre ellos donde se compite y combate por el amor, la familia o la nación, como en los ritos de paso –tal apreciamos en La ley de la calle (1983) y The outsiders (1983), ambas de Francis Ford Coppola–, sino que también empaña aspectos sensibles de su cultura, que los hay, por supuesto más allá de lo que se plantea en las fórmulas del deber ser varonil. Esta zona inoculada, más que la visible, es quizás el mayor cuesta arriba para lograr una nueva masculinidad y Dhont con su crítica abona elementos que exploran esos matices recluidos o, mejor dicho, reprimidos por una inercia social.

Es por lo anterior que la eficacia estética de Close es lo que más asombra por su acabado redondo que no rasga vestiduras para levantar la voz. Close es deleite por su concepción formal en cuanto al diseño artístico y la fotografía solar que baña de vida la amistad: el aire que despeina a los amigos niños durante sus paseos en bicicleta, las siestas mansas o en sus correrías denota la libertad y complicidad que los une en compulsa con determinada tensión que se desvela en la escuela, donde ya se entrena a pertenecer a la dinámica adulta (lo que nos obliga a referenciarla con el hábil equilibrio entre política e intimidad de Alcarrás, dirigida por Carla Simón).

Soslaya Dhont la imperiosa necesidad de una retórica verbal que dé lógica al desacato en contra del imaginario masculino. Se agradece, porque los lamentos o probables dramas son ahorrados con inteligencia sin menoscabo del hilo secuencial. No, el guion de Lukas y de Angelo Tijssens (escribieron también Girl, primer largo de Dhont) exenta al diálogo, que lo hay y es perspicaz, de ese peso que en otros casos tienen usos lacrimógenos e indiscriminado didactismo para ubicar a víctimas y villanos en terrenos morales del blanco y negro.

En cambio, da mayor volumen y protagonismo a su desenlace visual y por ello Close se convierte en una pieza exquisita que no agota, porque jamás monta en la joroba del drama, el suicidio del niño Remi, y sus elipsis son elegantes puntos suspensivos que van atando cabos con apenas detalles. Y, más bien, es a través de un lenguaje puramente icónico –subrayamos esa busca de pureza–, donde el movimiento corporal y la misma atmósfera (la campiña, las flores, el brillo estacional), delatan todo ese universo de posibilidades emocionales que engloba Close con una finura de lienzo que pinta un cuadro impresionista donde la naturaleza acapara buena parte de los encuadres. Lo que pretende Dhont en Close es disipar esa montaña de representaciones de violencia y posicionar, en su lugar, imágenes sosegadas tendientes a resaltar momentos sensibles en muchas ocasiones regateados para los hombres en las representaciones audiovisuales. Inclusive, esfuma cualquier evidencia de agresión simbólica, no obstante las peleas entre Leo y Remi. Reinan las imágenes agradables, las situaciones simpáticas que involucran también a las familias de los niños. Quizás el único espacio, insistimos, donde se percibe cierta tirantez, es en la escuela, el laboratorio social donde se ensaya a ser adulto –a lo Vigo.

Recordemos lo que Close reprocha. La naturalización de un discurso duro, varonil, genera por lo tanto estereotipos en muchas ocasiones inamovibles. Incluso, de dicha aspereza se desprenden una suerte de fórmulas que marcan la ruta del comportamiento de los hombres en los relatos fílmicos, a los que está asignada la defensa de la dignidad, la valentía, la entereza y un obligado y terco mantenimiento de la congruencia. Los géneros, en sí, practican la violencia, se vuelven una rutina axiológica atractiva, dicho sea de paso. Para el género, la violencia es como su principal pistón narrativo, es el receptáculo favorito para esos valores de los hombres: qué, si no, son el western y el noir como épicas del conquistador y el solitario cuyas misiones son sembrar la semilla civilizatoria y mostrar resiliencia en contra de las ciudades opresoras.

En fin, que la recriminación de Dhont le permite abrevar entonces en ese lado que se invisibiliza a través de hallazgos estéticos con un estilo terso, muy redondo se nota, que se desenvuelve de una manera casi imperceptible –porque no es manierista, sino se aprecia orgánico. Filmes como Mi primer beso (1991) de Howard Zieff y Cuenta conmigo (1986) de Rob Reiner también enseñaron esa faceta de amistad infantil con emotivos detalles que son lacerante examen de crecimiento personal. Se trata de un relato que logra una conexión entre hombres, en este caso consigue una intimidad etérea sin recurrir al lenguaje tradicional.   

La inteligencia con la que desmenuza esos sentimientos ligeros tiene relación directa con su posición frente a esa estructura de la violencia misma: una búsqueda neutra del eros –digamos que bate al Tánatos del que habla Sigmund Freud y el Herbert Marcuse en Eros y civilización. O, quizás, incluso, obviando ese principio del placer que tantos pensadores ubican como la discordia en una sociedad represiva moderna. Y es que Dhont procura una relación aséptica entre los niños Leo y Remi con muestras de cariño dispensadas de carga extra. Desexualiza la relación de ellos, tal vez purifica ese sentimiento entre los niños para ofrecernos su hipótesis de la amistad, más allá de las etiquetas sexuales de una sociedad se instala más bien en un platonismo. Por ello la película es sobre la amistad.

Se advierte que Lukas Dhont está consciente de que el sistema patriarcal alimenta su hegemonía con los sedimentos que dejan las imágenes, de ahí que intente subvertir esta línea de estereotipada masculinidad agresiva con una cauda de iconos más tendiente a lo etéreo. Para ello quería mostrar intimidad, una cercanía entre los niños que fuera más allá del lenguaje convencional. Más bien, la fraternidad que consigue Dhont es a través de los gestos. Lukas ha confesado su gusto por la mímica y la danza, cuya base de comunicación es el cuerpo y no necesariamente el lenguaje oral y/o escrito. El director belga eligió a dos chicos jóvenes para crear una intimidad real, donde brotara la ternura. Los conectó en su fragilidad entre un esbozo de universo masculino. La complicidad entre ellos va más allá del prisma de la sexualidad.

Luego hay una destrucción de la inocencia, sí, pero es sin aspavientos. El momento determinante es, coincidimos, cuando en el salón de clases una niña le pregunta a Leo si su relación con Remi es porque están juntos. El simple cuestionamiento provoca una reacción ligeramente homofóbica porque, aunque no es una bravuconada física, sí es una burla que trasgrede la intimidad de ambos. En ese momento la inocencia de los niños es vulnerada por la presión del entorno social.

Dolor y caída en un mundo ideal que lo mismo advertimos en La mala educación (2004) de Pedro Almodóvar entre la bruma de un colegio católico, en la insólita denuncia críptica de un islam misógino en La bicicleta verde (2012) de Haifaa Al-Mansour, la simiente fascista de La infancia de un líder (2015) de Brady Corbet o la fría decadencia capitalista de Paranoid Park (2007) de Gus Van Sant, entre tantos autores que se han sumado a este tendencia de contar la aflicción de hacerse mayor.

Para entender la efervescencia actual del género coming-of-age y, sobre todo, esta refinada pieza que es Close, de Lukas Dhont, cabe lo expresado por George Steiner en el sentido que durante la infancia pueden darse “incontenibles amistades de la más grande efusión”. Existe, a su vez, una fidelidad inquebrantable basada en el intercambio de claves (chistes secretos), se inventan idiomas (lenguajes varios) y hasta, lo más importante, se establecen rituales de confianza. Durante el coming-of-age las intimidades contra mundum se vuelven más vitales. La pubertad es el mayo y el junio de la amistad, dice Steiner, como los travellings bucólicos de Dhont lo plasman. La intimidad de Close obedece a esta línea de Steiner: una lealtad recíproca sella una intimidad simbiótica donde un solo guiño basta para el entendimiento. Y, aclara Steiner, la intensidad de esta intimidad simbiótica es tal que puede orillar al suicidio.

Así ocurre con la simbiosis de Close. Mayo y junio sucumben a este ligero, pero ominoso touch de agresividad que amedrenta en medio de las pijamadas y el goce por los tiempos errantes que carecen de obligación con la economía de los objetos. El mismo Lukas señala que su película aborda cómo pueden desaparecer cosas tan frágiles y tan tiernas en el mundo y en nuestro interior: “Cómo cortamos las flores, cómo desaparecen los colores en el interior”. Sí, duele transitar a la adultez, después de vivir el esplendor de un amor repleto de efusión, como en Close que embellece con su ternura e intimidad al género del coming-of-age.

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