Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Emma Smith, Magia portátil: una historia alternativa de los libros y sus lectores, Ariel, Barcelona, 2023, 336 pp.


Stephen King, en Mientras escribo, define al libro como “la magia más portátil que existe”. Emma Smith, profesora de la Universidad de Oxford y autora del superventas This is Shakespeare, retoma esta definición de King para presentarnos una suma de textos acerca de la libricidad; es decir, sobre “el estado o condición de ser un libro”. La tesis de la autora –sostenida a lo largo de dieciséis capítulos que son, en realidad, dieciséis perspectivas diferentes desde las que apuntalar la misma idea– radica en el carácter “pragmático y contingente” de ese objeto llamado libro, al cual se accede no solo a través de la vista, sino también de otros sentidos como el olfato o el tacto. “Nuestra lectura –apunta Emma Smith– siempre se ve condicionada por nuestra conciencia del propio libro y por su inalienable libricidad”. La forma es fondo, como el cuerpo, alma; o la fisicidad, texto. Los elementos paratextuales supeditan nuestra percepción del contenido de igual manera que, en los cortejos amorosos, la atracción se dispara por unos labios pintados de rojo, una barba de tres días, o una camisa de lino ligeramente abierta.

En los últimos tiempos, los bibliófilos han alentado el desarrollo de un subgénero que nos encara al infinito libresco: aquel que profundiza en la historia del libro y de los diferentes tipos de lector en una pléyade de taxonomías y jerarquías.  El listado de títulos de esta naturaleza abruma tanto en ficción como en no ficción. Dentro de esta última categoría, recordamos a bote pronto Sobre la lectura, de Roland Barthes, Lector in Fabula, de Umberto Eco, cualquiera de los títulos de Alberto Manguel, o la monumental Historia de la lectura en el mundo occidental, dirigida por Guglielmo Cavallo y Roger Chartier. Ya del siglo XXI, y limitándonos a los escritos en español, podemos citar Darse a la lectura, de Ángel Gabilondo; Metamorfosis de la lectura, de Román Gubern; Trance: un glosario, de Alan Pauls, o El infinito en un junco de Irene Vallejo. Ante el arrollador y merecido éxito de este último, no sorprende que en la edición española de Magia portátil se haya modificado el subtítulo en inglés (A History of the Books and Their Readers), añadiéndole la palabra “alternativa”, un adjetivo calificativo cuyo único fin es convencer al potencial comprador (¿lector?) de que tiene entre sus manos algo completamente diferente a lo ya publicado (Una historia alternativa de los libros y sus lectores). Lo anterior constata el poder del paratexto (esos elementos que “permiten a un texto convertirse en un libro”) y supone una prueba más de la habilidad de los editores españoles para lanzar al mercado un buen libro, en cuanto a fondo, pero que, con respecto a la forma, requiere de estrategias de mercadotecnia para seducir a primera vista a distribuidores, libreros y lectores (incluidos, cómo no, los críticos y reseñistas). De ahí, la llamativa cubierta de la edición de Ariel, alejada de todo minimalismo y excesivamente conceptual (un libro en llamas, otro que oculta una pistola, uno más hundido en el “Titanic”, otro que pudiera recordar a la chistera de un mago, y un largo etcétera). Por su parte, la edición original de Penguin no escatima en colores, pero se decanta por una única imagen, la del libro en llamas. No cabe duda de que las cubiertas predisponen al lector y reproducen una visión sesgada sobre el cuerpo (textual) que visten. De ahí que, como bien lamenta Jhumpa Lahari, en su El atuendo de los libros, las cubiertas son el enemigo primero y más visible del autor.

Aún no nos hemos asomado al contenido de Magia portátil, pero ya es hora de pronunciarse sobre el mismo: Emma Smith ha escrito un libro que transita con maestría entre dos aguas, lo académico y lo libérrimo. Esto último nos alienta a escribir esta segunda mitad de la reseña según la sortes Virgilianae, una forma de bibliomancia, expuesta por la autora, y que consiste en abrir un libro al azar (puede ser ayudados por un alfiler) para descubrir si los renglones que aparecen aleatoriamente contienen algún mensaje que nos resuene, invoque, susurre o remueva hasta las entrañas. En las siguientes líneas, enumeramos las cinco aperturas aleatorias que hemos realizado sobre las páginas de Magia portátil:

* PRIMERA APERTURA: “San Agustín escribió que a los que padecían de fiebres se les colocaba en la cabeza el Evangelio según san Juan”. Emma Smith dedica un capítulo a los libros talismán, medicina o antídoto, frente a otra tradición que alerta sobre los libros ponzoñosos, disruptivos y peligrosos si caen en las manos equivocadas. Lo anterior, casualmente (¿o no?), remite a una obsesión personal: la trascendencia del Conde de Lautréamont. Recordemos el principio del Canto primero de Maldoror: “Ruego al cielo que el lector, animado y momentáneamente tan feroz como lo que lee, encuentre, sin desorientarse, su camino abrupto y salvaje, a través de las desoladas ciénagas de estas páginas sombrías y llenas de veneno”.

* SEGUNDA APERTURA: “Madame de Pompadour fue la amante oficial del rey francés Luis XV entre 1745 y 1750. Pompadour mantuvo una larga relación profesional con el pintor Francois Boucher y fue este el artista, famoso por sus retratos idealizados, al que ella recurrió para una serie conocida como cuadros femme savante, concebidos para renovar su imagen de mujer más valorada por su intelecto que por su sexualidad”. Madame de Pompadour, pero también Anne Clifford (1590-1676), heredera inglesa que luchó durante años por sus derechos de sucesión, y modelo de El gran cuadro de Anton Van Dyck; y Marilyn Monroe, en sus fotografías leyendo el Ulises de Joyce, se anticiparon a las “shelfies”, esos retratos en los que más que el rostro lo que se analiza es la biblioteca –la estantería (“shelf”)– que aparece detrás de esos rostros. Todos los libros que aparecen pintados en el monumental tríptico El gran cuadro constituyen una bibliobiografía de Anne Clifford (o, al menos, la biografía que ella deseó transmitir a la posteridad). En los otros dos casos ambas mujeres usaron el libro-objeto para transmitir un mensaje de reconciliación entre “la sexualidad y la erudición”. Madame de Pompadour y Marilyn Monroe reclamaban con sus puestas en escena que su erotismo exacerbado no iba en detrimento de su seriedad literaria.

Marilyn Monroe creó escuela (el libro como objeto que refuerza una imagen determinada) y actrices como Gwyneth Paltrow, según nos cuenta Emma Smith, contrataron el servicio de Thatcher Wine, un decorador que, entre otros rubros, ofrecía a sus clientes “sobrecubiertas de libros en determinados tonos Pantone que hicieran juego con la decoración interior”. Además, Wine “tenía infinidad de sugerencia en relación con las modas actuales en materia de libros (los filósofos estoicos ‘están ahora en un buen momento’) ”.

* TERCERA APERTURA: “Los mayores destructores de libros son, por lo tanto, los propios editores. En el Reino Unido, Penguin Random House es propietaria de un gran ‘Centro de Procesado de Devoluciones’ […]. Se trata de un inmenso eufemismo: procesado, en este contexto, significa trocear, pulverizar y embalar alrededor de 25,000 libros al día para el reciclaje de papel”. Resulta paradójico asumir que son quienes más aman el libro los que construyen máquinas masivas de exterminio de los mismos.

El párrafo citado corresponde al final del capítulo 8 de Magia portátil titulado “10 de mayo de 1933: libros en llamas”. En él, Emma Smith analiza la barbarie del “holocausto libresco”, de los salvajes “bibliocidios”, pero también pone las cosas en su sitio: “La quema de libros es un poderoso símbolo y, en términos prácticos, completamente ineficaz. Desde el desarrollo de la imprenta, la característica dominante del libro impreso ha sido la reproductividad”. Es decir, las quemas públicas de libros forman parte de un teatro político: “Es un tema enormemente emotivo y resulta visual y simbólicamente cautivador para quienes llevan a cabo el acto y para quienes lo deploran. Pero, en sí mismo, el hecho de quemar un libro es irrelevante”. Digamos simbólico.

* CUARTA APERTURA: “Un ejemplar de las obras del Marqués de Sade se encuadernó presuntamente con la piel del pecho de una mujer (la literatura erótica es uno de los géneros más vinculados a la bibliopegia antropodérmica)”. Pero no solo existen libros eróticos con esta macabra encuadernación: también hay tratados de anatomía y de medicina ginecológica que se encuadernaron con, por poner un ejemplo, la piel del muslo de una inmigrante irlandesa. Hay obras sobre la virginidad y la pureza del alma que también se cubren con cuero humano. Un caso verdaderamente sangrante, recogido por Emma Smith, es el de un ejemplar de la biografía de Abraham Lincoln escrita por Dale Carnegie. Sin ningún tipo de pudor, ni humanidad, anuncia que una porción del cuero de su lomo “es la piel humana extraída de la espinilla de un negro en el Hospital de Baltimore y curtida por la Jewell Belting Company”. Ante tamaño despropósito, impacta aún más la pacatería con la que hoy en día, por cualquier minucia, cancelan, censuran o califican de aberración moral la forma y fondo de un libro. Cuando los moralistas van, la historia del libro ya ha dado mil vueltas y viene.

* QUINTA APERTURA: “Thomas James sugirió en 1627 que el Index Expurgatorius era una obra de referencia de incalculable valor para conocer los libros que merecían figurar en la colección de la Biblioteca Bodleiana”. A la censura suele salirle el tiro por la culata. El material censurado recibe siempre mucha más atención que aquel que pasa todos los filtros: “Como demuestra el caso de El amante de lady Chatterley, los intentos por vetar libros son beneficiosos para las ventas. Sin duda, al menos algunos de los ciudadanos de Oklahoma que en 1961 se toparon con un grupo de Madres Unidas por la Decencia, que utilizaron un tráiler repleto de libros objetables apodado el ‘obscenimóvil’ para poner el foco en su cruzada moralista, debieron de utilizarlo como una práctica selección de títulos para su futura adquisición, igual que aquellos bibliotecarios protestantes se subieron a lomos del Index católico”. En tiempos o situaciones de censura, las plumas se afilan para decir exactamente lo que uno quiere decir por caminos ignotos lo que, en ocasiones, provoca que el texto gane en profundidad e ingenio. Como explica Emma Smith estamos ante otra mayúscula paradoja: “La censura de libros y su instinto suelen inclinarse por mejorar el libro, en lugar de hacerlo desaparecer”. Quien escribe arrastrando un implacable autocensor sabe que, tras los tachones, las glosas y enmiendas, el texto suele mejorar. No es esto, ni mucho menos, un panegírico a la censura (a todas luces, un atentado contra la libertad de expresión), pero sí la constatación de que, en ocasiones, el enemigo, sin quererlo, nos fortalece.

Conscientes de que el azar no puede ser el faro que ilumine la interpretación (la crítica) de un libro, en esta ocasión, y bajo el influjo de la lectura de Magia portátil, defendemos que lo sesudo no quita lo lúdico. La historia del libro y de sus lectores se escribe también a través de chascarrillos, incongruencias, aventuras y errores. Emma Smith nos acerca con claridad, pluma hábil y documentación desbordante al infinito libresco. Cuando nos relata la historia de aquellos soldados que, en las trincheras, lograban detener las balas gracias a las Biblias de cubierta metálica que protegían sus corazones, corroboramos un hecho que experimentamos a diario los amantes de los libros: ellos nos salvan literalmente la vida.

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