Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Nina Lykke, No y mil veces no, Gatopardo Ediciones, Barcelona, 2022, 256 pp.

Marie Aubert, Adultos, Nórdica, Madrid, 2022, 200 pp.


Ferias como la Internacional del Libro de Guadalajara valen la pena no por los libros que llevan las cadenas de librerías que los venden al mismo precio de sus sucursales, sino por los stands internacionales que exhiben a sus autores y obras más sobresalientes del año. Así fue como llegué a un par de novelas nórdicas, traducidas del noruego al español, No y mil veces no de Nina Lykke, publicada por Gatopardo Ediciones; la otra, Adultos de Marie Aubert, publicada por Nórdica Libros, que adquirí por el título y la portada y que, en cuanto comencé a leerlas, no pude dejarlas, al grado de traerlas a todos lados para aprovechar cualquier oportunidad para retomarlas. Este enamoramiento, el placer de no poder dejar de leer un libro, se agradece. Por eso este texto. Las dos son parte de una misma constelación de autoras como Sara Mesa, Brenda Lozano, Pilar Quintana, Vivian Gornick, Leila Slimani, Rachel Cusk e, incluso, junto al Premio Nobel Annie Ernaux, que están escribiendo novelas arrebatadoras, francas, profundas y estilísticamente perfectas por la falta de presunción en el lenguaje, con tramas que, a sus lectoras, y lectores –caramba—, les conciernen porque hablan de qué va la vida privada de las mujeres, esa que no se alcanza a leer en las redes sociales ni está dentro de los convencionalismos, todavía dictados por los hombres, y que tampoco responden a lo que esperan las grandes luchadoras sociales que están tomando las calles en varias partes del mundo ―curiosamente, todas ellas más jóvenes que las autoras que considero.

Lykke, en No y mil veces no, desde una voz omnisciente, una técnica decimonónica que funciona muy bien para observar objetivamente, narra mordazmente el vértigo de mirar desde la cima de la adultez, la desescalada y lo necio que le resulta a Ingrid, su protagonista, voltear. La historia la desata la pregunta que uno de los hijos le hace: “¿Qué gracia tiene matarse a estudiar en el cole para acabar teniendo un trabajo y una casa y unos hijos y después seguir matándote hasta que al final te mueres?… ¿Por qué no vivir en una caravana cobrando un subsidio?”. Esta cuestión existencialista resonará en ella, profesora de Literatura en una escuela secundaria en la que, de algunos años para acá, todo lo que importa en su profesión es ser una “motivadora entusiasta” y cuyo matrimonio con Ian tampoco parece lo esperado: tras veinticinco años y dos hijos adultos que no piensan abandonar la casa familiar, el haber defendido el modelo tradicional no tiene réditos. Parece que, de un momento a otro, su familia, su trabajo, sus amigos, sus colegas, todos fueran extraños que esperan de ella respuestas que no tiene, promesas que no va a cumplir. Ian es el segundo personaje que Lykke nos permite observar. Este ha llegado a su meta en la vida: ascender en la administración pública. Su mayor defecto, la imposibilidad de decidir cualquier cosa y, como al resto de su generación masculina, comprender del todo la emancipación de las mujeres, la posición de ellas en la esfera pública y su lugar en la casa. Para su suerte, Ian tiene a su madre habitando al lado para llorar en su regazo y, a ella, su madre, sin reparos manipulando mediante los cuidados excesivos la vida conyugal de su hijo. El tercer punto de vista es el de Hanne. Una mujer de 35 años que no logra permanecer siempre a flote y que trabaja, también, para el gobierno. Hanne vive como una mujer liberada de toda usanza y prejuicio que parece que todo lo ha decidido bien, pero que, como bien lo identifica el posthumanismo, es resultado de la inercia. Sin embargo, Hanne representa a esa mujer admirable que aparece en distintas banderas de la sociedad occidental, un ideal por su autosufiencia. A partir de esta tríada, la autora construye nuevas verdades volcadas en la vida de la protagonista y, mejor aún, nuevas preguntas ante todo lo que Ingrid se había planteado: “¿Y por qué no, mejor…?”.

Igual de icónica, en Adultos, es su protagonista Ida. Desde la primera voz, Marie Aubert escribe en presente y a sus lectores nos obliga a sentirnos presas del mismo fenómeno de ilusión que Ida está viviendo, ese en el que un tema que nos obsesiona aparece por todos lados, lo llena todo. En su caso, es la diatriba de tener hijos por algún medio, o no. En esas primeras líneas nos deja claro que en una mujer soltera que considera que quizás nunca será madre, la presencia por doquier de niños, las parejas por las calles con sus carriolas, se vuelve un asunto sórdido. El propósito de Ida será no evidenciar el efecto, no dar muestra de mareo, sobre todo ante la familia, ante su hermana, su cuñado y la hija pequeña de este. El asunto de la reproducción va de la mano con el cuestionamiento sobre el amor, sobre lo que se considera ser una mujer exitosa y feliz. En momentos, Aubert, en esta historia, parece darle la razón a Schopenhauer al definir que el amor es solo un artilugio para reproducirse y que, por ende, si no existe esa meta, el amor es solo una idea.

En ambas novelas, la trama sencilla y veraz abordará la idea de la caducidad, o no, del amor en cautiverio, diría Esther Perel, psicoanalista belga, del amor destinado a morir por la cotidianidad que se va fermentando en lo hondo de la dulzura, ocultando la desesperanza de la abnegación y evitando que se hable del odio que, irremediablemente, se mezcla con el amor, tomando una idea de Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar. Aún más, esta literatura encuadra la vida sin adornos de las mujeres en el siglo XXI y es una respuesta antipática al documental del italiano Erik Gandini, La teoría sueca del amor (2016), donde se aludía que las mujeres de esos tres países escandinavos “prósperos y pacíficos”, apunta Ingrid en la novela de Lykke, productos de una política social que funciona, se las tienen todas resueltas sin la presencia de los hombres, incluyendo el asunto de la reproducción sexual. Ambas autoras, en una frontera con la agresividad, refutan la tesis de Gandini: en cuestión de relaciones humanas, no hay nada que se pueda predecir, los afectos no se pueden programar o sistematizar. Las mujeres, sobre todo las que se criaron entre dos paradigmas, no lo tienen todo zanjado. Esa es quizás la sensación doméstica que nos encanta al avance de las páginas de estos libros y que coinciden con las obras de las novelistas antes mencionadas: hoy día, no nos es ajena la aspereza, el desabrimiento con que vamos condimentando los días para decir que los adultos vivimos el amor, nuestro oficio, nuestra profesión, como lo habíamos planeado (a diferencia de nuestros padres). Y, sin embargo, así estamos, todas y todos, bien.

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