Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Pablo Sol Mora


Como Dante, Cervantes o Shakespeare, Michel de Montaigne, creador del género que conocemos como ensayo, marcó un antes y un después en la historia de la literatura. No obstante, a pesar de su fama, pocos lectores en realidad leen sus obras completas, ya no digamos las vuelven a leer más de una vez de cabo a rabo (con excepción quizá de sus respectivos especialistas y uno que otro lector sui generis). Sobre el Quijote y los dramas shakespearianos, por ejemplo, se han publicado resúmenes, síntesis y adaptaciones, con ilustraciones o sin ellas, para todo público. Fuera de toda versión audiovisual, apuesto a que para la mayoría de la gente el primer acercamiento –o quizá el único– a estos y otros textos fundamentales ha sido a través de alguno de aquellos medios.

Salvadas las diferencias y tomando en cuenta sus bemoles, la narrativa, el teatro y hasta la poesía pueden prestarse a reducción, condensación y simplificación, no así el género ensayístico. Si se deja de lado el comentario, la antología y la selección, someterlo a aquellas intervenciones resultaría una labor harto complicada, incluso extraña. Tarea más difícil en el caso de los Ensayos de Michel de Montaigne, donde ocurre una verdadera simbiosis. Montaigne nunca cesó de escribir y corregir sus ensayos, cuyos libros I y II dio a la imprenta en 1580 y en 1588 la edición de, otra vez, el I y el II, junto con el III; hasta 1592, poco antes de su muerte, nunca dejó de corregir, matizar, precisar, retocar y añadir algo en cada uno. Estos surgieron a la par de su vida, persona y obra se fundieron en una diversidad y fluctuación extraordinarias.

Por supuesto, mucho se ha escrito sobre la vida de Michel de Montaigne y las citas que desde el siglo XVI hasta la actualidad siguen extrayéndose de sus libros. Una vasta bibliografía existe a lo largo y ancho de los continentes, pero he aquí que Pablo Sol Mora ha tenido a bien ofrecernos la manera más adecuada, si no es que la mejor y más deleitable, para conocer y reencontrarnos con Michel de Montaigne y sus Ensayos: un paseo por la Montaña. Organizado en seis segmentos –Al lector, Preámbulo, Paseo I, Paseo II, Paseo III y Epílogo – y amenizado con una serie de fotografías –capturadas por el autor y el editor en sus visitas al château donde los ensayos fueron concebidos–, Nada hago sin alegría. Un paseo con Montaigne hace de una lectura laboriosa y erudita una caminata sugerente, ilustrativa y placentera al compartir con el lector datos, señas e impresiones. El tono personal e íntimo con que inicia en Al lector y el cual mantiene hasta el Epílogo, provoca en nosotros la agradable sensación de estar paseando con un compañero de viaje en un andar peripatético por los ensayos del señor de la Montaña. Correspondiendo a los tres libros que integran los Ensayos, Nada hago sin alegría consta de tres promenades: “Hacia un arte de vivir”, “Yo somos otros” y “La lección de la alegría”. Como Montaigne, Sol Mora nos glosa obras y autores, nos comparte su experiencia, sus charlas con unos y otros.

Montaigne no escribió para lectores doctos, sino sabios, pues “una cosa es la scientia (la ciencia, el conocimiento, la erudición) y otra la sapientia (la sabiduría)”. Como él, Sol Mora dirige sus notas y apuntes a un lector “inteligente, sensato, honesto”, que piense por sí mismo. Para ambos, la verdadera educación ha de ser aquella que “educa para la vida, no para la escuela, y consiste no en una serie de conocimientos que solo provisionalmente alojamos en nuestro interior, sino en una serie de principios e ideas que se vuelven parte de nuestra sustancia”.

Si Montaigne se preocupaba por la enseñanza y el aprendizaje, también Sol Mora; quizá por eso en algunos pasajes se filtren algunos juicios un tanto pesimistas por parte del crítico mexicano:

Los originales estudios de humanidad, a diferencia de sus desorientados herederos en las universidades actuales, no tenían como objetivo fundamental formar especialistas: aspiraban a una cultura general que permitiera conocer lo necesario para alcanzar la humanitas y ser plenamente hombre. «Humanidades se llaman esas disciplinas: hágannos, pues, humanos», escribía uno de sus máximos exponentes, Juan Luis Vives, lleno de optimismo y confianza. Hoy, el viejo sueño humanista es visto por muchos simplemente como una antigua reliquia, cuando no con desconfianza y resentimiento. Reconozcamos con humildad los fracasos y limitaciones del humanismo, pero solo desde la mezquindad y el cinismo podrían negarse sus méritos.

A pesar de estos parajes nublados, Sol Mora recuerda que el sabio de Montaigne es alegre y nos vuelve a despejar e iluminar el trayecto:

¿Y qué es, a fin de cuentas, el ensayo sino filosofía en movimiento? Quizá ningún género corresponda mejor a la vida, esa agitación constante, imperfecta y desordenada, que este, igualmente imperfecto y desordenado. La vida no suele tener la forma rigurosa y artificial de una novela o un drama ni, salvo raros momentos, la del poema. La vida pertenece al género del ensayo: incierta, titubeante, dispersa, que se va haciendo en el camino, sin metas claras. Y nadie, que se sepa, es un profesional del vivir: todos somos ensayistas. Ensayemos, pues, lo mejor que podamos y de buena fe.

Pablo Sol Mora ya recorrió la vereda hacia la Montaña, entonces, nos comparte indicaciones para no extraviar la ruta de nuestro propio camino hacia ella. Leer es conversar, es pasear, es poner el yo en movimiento hacia sí mismo y los otros: experiencia y reflexión, actividad del espíritu y del cuerpo, es un proceso que se funde con la vida. De este modo, el diálogo y el viaje han de ser formas predilectas de conocimiento tanto en los Ensayos como en Nada hago sin alegría.

La influencia de Michel de Montaigne no solo en sus contemporáneos sino también en autores posteriores está fuera de duda. Shakespeare, Quevedo, Pascal, Voltaire, Rousseau, Nietzche, Stendhal, Swift, Johnson, Boswell, De Quincey, Sainte-Beuve, Wilde, Emerson, Borges y un largo etcétera leyeron a Montaigne y su obra vino a formar parte esencial de sus respectivas escrituras. No obstante, a casi quinientos años de distancia, ¿aún existe un diálogo entre el caballero de Périgord y los autores y lectores del XXI? En la literatura mexicana, su huella es perceptible en Alfonso Reyes, Gabriel Zaid, Alejandro Rossi, Adolfo Castañón, Tedi López Mills o Laura Sofía Rivero.

Seguramente Byung-Chul Han, filósofo surcoreano radicado en Berlín, ha leído en alguna traducción inglesa o alemana los ensayos de Montaigne, algo en sus especulaciones respecto al ocio (otium), el retiro y el silencio, contrarios a la actividad (negotium), la ocupación y el trabajo, permitiría establecer un vínculo entre ambos. Pienso en La sociedad del cansancio, El aroma del tiempo, Loa a la tierra y Vida contemplativa. Permítaseme citar uno de sus planteamientos:

El trabajo roba la libertad. El ocio es un estado desvinculado de cualquier preocupación, necesidad o impulso. Permite que el hombre aparezca como hombre. La comprensión antigua del ocio se basa en una concepción del ser que, para el hombre actual, para un mundo completamente absorbido por el trabajo, la eficiencia y la productividad, resulta inaccesible e incomprensible. La cultura antigua del ocio señala, vista en perspectiva, que es posible un mundo distinto al actual […] El ocio como schola está más allá del trabajo y la inactividad. Es una capacidad especial que debe ser educada. No es una práctica de relajación o de desconexión. El ocio remite al pensar como theorein, como contemplación de la verdad […] La incapacidad de tener ocio es un signo de apatía. El ocio no tiene que ver con no hacer nada, sino que es más bien lo contrario. No está al servicio de la de dispersión sino de la reunión. El demorarse requiere una recolección de sentido.

La filosofía del surcoreano y la del francés coinciden en las intenciones de conocerse a sí mismo y saber vivir.

Aventuro incluso que un lector alternativo y ecléctico sería capaz de percibir algo del Camino medio o la Vía media budista en la vía media a la que Montaigne apela constantemente a lo largo de sus Ensayos para experimentar una vida plena, ser verdaderamente hombre, “estar felizmente en uno mismo” y disfrutar el presente gracias a la introspección, la serenidad, el equilibro de los humores, a no ser esclavos de nuestros estados de ánimo y estar conscientes de que la existencia es diversa y mutable, pues “nunca estamos en nosotros, siempre estamos más allá. El miedo, el deseo, la esperanza nos lanzan hacia el futuro y nos roban el sentimiento y la consideración de lo que es, para distraernos en lo que será, incluso cuando nosotros ya no seamos”. Si en el continuo flujo del aprender y poner a prueba El Dhammapada y los Ensayos son libros de Sabiduría, Nada hago sin alegría es un acceso a la lectura vital del segundo.

¿Por qué los Ensayos de Michel de Montaigne siguen comunicándose a pesar de los siglos y produciendo no solo textos como el de Pablo Sol Mora, sino también reimpresiones, ediciones y selecciones como Viajero de sí mismo (Universidad Veracruzana, 2019)? A la par que dio a luz el ensayo, Montaigne alumbró el yo, “aunque –aclara Sol Mora– quizá sería más apropiado decir que dio a luz y enterró una noción del yo que podríamos considerar clásica para, acto seguido, fundar la única noción moderna posible del mismo, la que parte del reconocimiento de su pluralidad”. A partir de entonces, la otredad en nosotros mismos, la conciencia de nuestra fragmentariedad y pluralidad, que no somos uno y tampoco somos el centro del universo, la subjetividad, la incertidumbre, la duda y la contradicción forman parte de las así llamadas modernidad y posmodernidad.

En cualquier tiempo y cualquier latitud el hombre transita por sucesos políticos, sociales, culturales e ideológicos. Durante el Renacimiento, época en la que vivió Montaigne, acaecieron grandes sucesos, entre ellos el descubrimiento del Nuevo Mundo, la emergencia del antropocentrismo y la Reforma. Este tercer milenio no ha sido una excepción: guerras, pandemia y crisis. Quinientos años nos separan, pero convulsiones cíclicas aún nos vinculan. Porque al final, si para Montaigne “cada hombre comporta la forma entera de la condición humana” y nada de lo humano le era ajeno, sus Ensayos vendrían siendo un manual de vida para llegar a ser plenamente humano, un arte para vivir felizmente una vida humana.

Si Montaigne es un privilegiado enlace entre los clásicos y los modernos, Sol Mora lo es otro tanto entre Montaigne y nosotros, lectores modernos y posmodernos de los siglos XX y XXI. “Ensayar sobre Montaigne es una redundancia, e incluso esta objeción está comprendida en su obra –admite el autor–. La literatura es un dilatado comentario que se reproduce a sí mismo, y sobra decir que hay ensayos sobre los ensayos sobre los Ensayos”. Sin embargo, pocas guías hay, tan amables y selectas, del “país privilegiado que es Montaigne”, como Nada hago sin alegría.

Este libro no es una glosa más entre miles de páginas que se han escrito sobre los Ensayos y su autor: es realmente un paseo y una invitación a conversar con un autor del siglo XVI, con un clásico, porque los escritores realmente clásicos siempre han de ser nuestros contemporáneos. Con Nada hago sin alegría, Sol Mora no solo logra construir un puente entre nosotros y los Ensayos de Michel de Montaigne, también cumple la función que viene practicando en su labor crítica en Criticismo y Letras Libres, y libros como Miseria y dignidad del hombre en los Siglos de Oro,  el Diccionario Vila-Matas o la Antología Áurea: ser el mensajero de una gran obra.

  • Cristina Álvarez Astorga diciembre 12, 2023 at 6:22 am / Responder

    Estaba yo (¿quién si no?) leyendo la Oda a la alegría de Neruda cuando recordé “nada hago sin alegría”. Para no hacer más largo el cuento, una cosa llevó a la otra y terminé aquí. Buen provecho, con permiso, gracias.

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