Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Tania Favela, La imagen rueda, Libros de la Resistencia, Madrid, 2022, 70 pp.

Karla Marrufo, Mayo, El Diván Negro, Ciudad de México, 2022, 96 pp.


Dice Benedetto Croce que el lenguaje es un fenómeno estético. Todos tenemos palabras y frases predilectas. Quién no se ha sorprendido a sí mismo diciéndolas o murmurándolas con especial delectación, paladeando los sonidos y las sílabas de las que se componen los vocablos, disfrutando de la resonancia que esos mismos vocablos producen al combinarse con otros y organizarse en diferentes estructuras. Al contrario de lo que podría pensarse, no se trata necesariamente de palabras rebuscadas, de uso especializado o erudito; tampoco de citas sofisticadas o de los versos emblemáticos de algún poeta laureado. Muchas veces son las palabras que empleamos en la vida cotidiana las que de pronto hacen que nos detengamos, afectados por un brillo, un sabor, un aroma, un eco o un hormigueo que no habíamos percibido antes. El comercio familiar que tenemos con el lenguaje nos hace olvidar que es una invención humana, como defiende el lingüista Daniel L. Everett. Valga esta pedante reflexión para concluir (una conclusión, por lo demás, personalísima) que la diferencia entre lenguaje común y literario es solo aparente y que el asombro que nos despiertan las palabras tiene que ver más con nuestra capacidad para sentirlas en su plasticidad, descubrir su tuétano, observarlas con las gafas de lo novedoso, que con su precisión semántica. En fin: con la capacidad que tenemos para hacerlas hablar y, al hacerlo, escuchar la vibración que producen dentro de nosotros. Este y no otro es el trabajo del poeta, del escritor.

Alejadas del barullo del mundo literario, indiferentes a los temas de los indignados de ocasión, ajenas a la escritura manufacturada para el consumo masivo y enajenante, Tania Favela (Ciudad de México, 1970) y Karla Marrufo (Mérida, 1982) se empeñan en crear una obra literaria comprometida con el lenguaje, que es otra manera de decir, quizá la más acertada, que están comprometidas con su tiempo.

Poeta, ensayista, traductora y académica, Tania Favela ha escrito cuatro libros de poemas, Materia del camino (Compañía, 2006), Pequeños resquicios (Textofilia, 2013), La marcha hacia ninguna parte (Komorebi Ediciones, 2018) y La imagen rueda, la colección que ahora me ocupa. En todos ellos se advierte una constante exploración del lenguaje, la voluntad de extraer la sustancia oculta de las palabras sencillas y un interés por la interacción entre el mundo “de afuera”, la realidad “objetiva” y material, y el mundo “de adentro”, la realidad “subjetiva” e inmaterial. El título de sus libros afirma la certidumbre de que el lenguaje tiene un aspecto material; gracias a esta propiedad, el poeta puede darle cuerpo a lo que no tiene cuerpo, cristalizar las impresiones y sensaciones fugitivas, preservar el instante que huye apenas sucede.

En Materia de camino, la poeta se propone capturar lo maravilloso que, según Baudelaire, “nos envuelve y nos empapa como la atmósfera”. Por medio de versos diligentes, de respiración breve, mas no agitada, nos revela la belleza oculta en los paisajes y en los eventos naturales ordinarios, como la lluvia o el soplo del viento; nos enseña a apreciar las cosas modestas y los seres sencillos que habitan nuestro entorno, como piedrecillas, insectos, aves, flores y árboles; nos comparte sus pequeñas alegrías ante la trascendencia de lo nimio y el entendimiento, a veces triste y melancólico, que se obtiene en el curso de la vida. La lectura de estos poemas sugiere una noción de escritura cósmica en la que participan todas las criaturas. Por más ínfima que pueda parecer la existencia de un ser vivo o inerte, esta deja su impronta en el lenguaje y en las páginas del mundo, como el grafema del fósil en el interior de la roca.

En Pequeños resquicios, Favela reúne poemas escritos entre 2004 y 2011 en los que ejecuta melodías diversas y versátiles que permiten el despliegue de un cauce discursivo más fluido, aunque aún contenido, que se apoya más en la anáfora sintáctica y menos en la repetición y la paronomasia. Como en su primer libro, los temas provienen del mundo externo y físico y del imaginario cultural occidental y oriental: elogios y homenajes a poetas, jazzistas, pintores y filósofos, y fábulas modernas protagonizadas por animales en las que se intuye cierta influencia de José Watanabe son algunos de los motivos que inspiran los versos de este libro; anécdotas privadas de situaciones universales y epifanías en torno al lenguaje y su frágil, distorsionante, vínculo con el pensamiento y el espacio que existe fuera del individuo: “palabra / parábola / largo desvío // para labrar la tierra / un pico y una pala // para labrar el cuerpo…// para decir / para el desvío / la palabra labra la lengua”, señala uno de los poemas de este apartado.

La marcha hacia ninguna parte supone un cambio de perspectiva, por decirlo de alguna manera, en la poética de Favela, y tiene su continuación en La imagen rueda. La diferencia más llamativa con sus libros anteriores es el uso de versos de aliento más largo e incluso del versículo y la prosa. Esta decisión tiene correlación con el nuevo enfoque, según el cual ya no interesa la reciprocidad y la eficacia entre objetos y palabras; interesan, en cambio, las palabras mismas como objetos y cómo los otros las integran en su discurso, hecho, a su vez, del discurso de otros. Consciente de que el lenguaje es una cosa manoseada, Favela emplea la cita para hacer evidentes los bordados del tejido discursivo y así revelar el carácter dialógico del poema. Usado con gozo, este recurso, junto con la repetición y la anáfora, en La marcha… tiende a desbordar el texto y por momentos romper con sus bordes, y provoca en quien lee esos poemas un agradable vértigo. Es justamente el perfeccionamiento de esta técnica lo que destaca en La imagen rueda, que puede leerse como un segundo ciclo, una nueva entrega, del proyecto iniciado por Favela.

La conexión entre ambos libros se halla en un poema de Hugo Gola dedicado a Béla Tarr, el cineasta húngaro, con motivo de la película Sátántangó, adaptación de la novela homónima de László Krasznahorkai. No me detendré en el argumento del filme, solo quisiera señalar que dos de los recursos que usa Tarr se aprecian en la escena de larga duración hecha con planos que se deslizan de derecha a izquierda y/o de izquierda a derecha y la repetición con algunas variaciones. De esta manera, la imagen que se nos presenta rueda lentamente e impone un ritmo significativo y nos obliga a ver detenidamente. En su último libro, Favela hace algo similar con sus versos al repetir palabras y frases con ligeras alteraciones, creando así una especie de vaivén auditivo y visual. Sirva de ejemplo el brutal poema “Norteamérica”, con el que cierra el libro:

“Tienes que abrirte camino con un hacha de carnicero”

(dijo Moses) Robert Moses

y abrió con hacha en mano la autopista del Bronx

millares de automóviles a toda velocidad cruzando el Bronx

millares de automóviles pisando el acelerador

hacia Long Island       New Jersey

y a todos los puntos del sur

millares de automóviles a toda prisa zigzagueantes

a toda velocidad cruzando la autopista

millares de automóviles veloces

millares de millares de ruedas rodando hacia el sur

millares de motores   baterías   radiadores

            alternadores   distribuidores

millares de amortiguadores   frenos   suspensiones

millares de escapes   bujías

tambores   parrillas   ventanillas   puertas

millares de cajuelas llenas   repletas

millares de techos   parabrisas   parachoques

matrículas rodando a toda velocidad

tienes que abrirte paso   tienes que abrirte paso (dijo)

                        y abrió la ciudad de lado a lado

cortando   perforando   machacando

desgarrando                como buen carnicero

de lado a lado casas (que se interponen)   (dijo Moses)

gente (que se interpone)   (dijo)

tienes que abrirte paso eso es todo

aplanando   aplastando

abrirte camino como buen carnicero

               miles de autopistas en todas las grandes ciudades

miles de hachas atravesando el mundo

buenos carniceros abriéndose camino

                                               hacia caminos impensables

a través de barrios y barrios (que se interponen)

casas y casas (que se interponen)

gente (que se interpone)         eso es todo

                        todo entra en la estadística del buen carnicero

todo entra en los números del buen carnicero

                        todo entra en los planos del buen carnicero

en la geometría   en los esquemas   índices    volúmenes

                                   costos del buen carnicero

            la tierra es un pedazo de carne

                        la tierra (piensa con ternura) hay que atravesarla.

 Los poemas de La imagen rueda nos permiten tener consciencia de la materialidad del lenguaje y su repercusión en ese afuera separado de nosotros que es el mundo y en el que estamos irremediablemente inmersos. Favela examina las palabras con especial deleite, las examina como quien observa a través de la lente de un potente microscopio las moléculas que constituyen la sustancia pura de las cosas. El entorno objetivo y concreto no tiene realidad hasta que los individuos se relacionan con él por medio del lenguaje, puente entre el adentro y el afuera. En un poema de la primera sección, se pone de manifiesto esta cualidad del lenguaje, que trasciende la mera comunicación:

alguien toma la palabra como quien bebe un vaso de agua

como quien bebe un vaso de vino      sereno uno

embriagado el otro   la palabra dice y no dice      señala

y señala algo distinto   alguien dice   alguien tiene la palabra

aclara   acota   responde         alguien pregunta

otro dice tener las palabras      dice tener la palabra

el oro de la lengua dice   el oro (así lo dice) el oro de la lengua

alguien dice tenerlo    otro lo retiene   lo roba

otro más lo deja ir    como río sin agua lo deja ir

como perro enfurecido    alguien no quiere oír

no quiere escuchar   las palabras (dice) están rabiosas

muerden             alguien tiene las palabras    teme que otro

le dirija la palabra   ahí de frente con su cuchillo

la palabra es un cuchillo afilado (dice el otro)   la palabra mata

como una espada   como río con agua la palabra salva

(dice alguien por ahí)   la palabra (dice ése) es un salvavidas

eso es la palabra (dice)   ahí lo real tiene dientes

   ahí martillean las palabras

       allí (adentro) como quien martillea un sillón desfundado.

Karla Marrufo, por su parte, practica la poesía, la narrativa, el ensayo, la dramaturgia y la crónica, aunque, quizá, sería más adecuado decir que practica la escritura literaria como una forma de la felicidad. En Mayo, su primera novela, acopia sus talentos líricos, dramáticos y narrativos para presentar la disolución de una consciencia en lucha desesperada contra el olvido.

El argumento, en términos generales, es el siguiente: una mujer dirige un monólogo errático a un tú fantasmal (su hijo, el lector o nadie), a quien intenta retener en su casa. No se menciona en ningún momento de manera explícita, pero el lector podrá deducir que la narradora padece algún trastorno o enfermedad de la memoria que produce horadaciones en sus recuerdos como manchas negras e irregulares sobre la superficie clara y brillante del sol. Esto provoca que su discurso parezca no tener coherencia, pues su desenvolvimiento es atrabancado y se escurre hacia direcciones imprevisibles; aunado a esto, se transgreden las convenciones ortográficas del uso de mayúsculas y se quiebra la cohesión visual de la línea y los párrafos, de tal manera que en ocasiones pareciera que estamos leyendo un poema. Como ante una montaña de piezas de rompecabezas, el lector se enfrenta a fragmentos discursivos cuyos trozos, hechos a partir de recuerdos, divagaciones y referencias a eventos presentes, reales o imaginarios, están revueltos y le corresponderá a él hacerlos embonar, pese a que esta empresa está condenada al fracaso, pues sobran y faltan piezas. Además de hacer esas evocaciones y comentarios caprichosos, la narradora intenta recordar sin éxito una palabra en otra lengua, “muy parecida a tu nombre” y que significa “recuerdo o recuerdos”. Ante la imposibilidad de acordarse de la palabra, que sería también el nombre de su mudo interlocutor, medita sobre la naturaleza de los actos de la memoria, el recuerdo, el olvido, la invención y la ficción, pero no pasa mucho tiempo antes de que su flujo de pensamiento se desvíe hacia otros cauces no menos nebulosos.

Si dificultan el esclarecimiento de la trama, los virajes de la narración emulan con destreza las divagaciones del pensamiento enrarecido. Marrufo ha escrito una nouvelle en la que la textura de la voz y el movimiento embrollado de la enunciación del personaje están en primer plano. Entre las varias búsquedas del modernismo anglosajón, la representación del flujo del pensamiento fue una de las invenciones más originales y estimulantes; como recurso narrativo, forma parte del inventario común de cualquier escritor, aunque pocas veces se emplea con destreza. Intentar reproducir los procesos de una consciencia es una tarea difícil; la complejidad incrementa al tratar de representar una consciencia que procede de manera anómala. William Faulkner lo consiguió en The Sound and The Fury, en cuyo primer capítulo, Benjy Compson, un hombre de treintaitrés años con la mentalidad de un niño, ofrece el confuso relato de su historia familiar. De manera similar, la mujer de Mayo trae al escenario a vivos y muertos y superpone lugares distantes y sucesos lejanos entre sí. A ratos lírico, a ratos humorístico, a ratos patético, el monólogo de la protagonista es de un patetismo entrañable y adquiere relieve al ponerse en contraste el emplazamiento del discurso indirecto de otros personajes: mamá Panchita, quien tenía la compulsión de conservar objetos ínfimos de plástico, y una mujer llamada Lola, cuya discreta presencia se hace notar por medio del llanto.

El dilatado monólogo de la mujer quiere responder aquella pregunta lanzada por García Lorca en su poema “Canción otoñal”: “¿Si la muerte es la muerte / qué será de los poetas / y de las cosas dormidas / que ya nadie las recuerda?”. Compárese con este pasaje:

¿sabes cuántas cosas mueren sin ser nunca pensadas por nadie? yo intento hacerlo, pensar en cada cosa, en las personas… pero son muchas, demasiadas, y yo

creo

muy pequeña. tal vez sea que cuando uno piensa en las cosas, las cosas se vuelven en verdad muy tristes.

Sin embargo, pensar en las cosas no basta, hace falta imantarlas con alguna historia, real o ficticia. Los mementos, como las fotografías u otros objetos, no son precisamente urnas de la memoria, son sus catalizadores. Sin un relato asociado al memento, este pierde su función. Quizá el gran drama de nuestra época sea que hemos confiado demasiado en las herramientas que registran nuestra trivial existencia; obsesionados con grabar y fotografiarlo todo para exhibirlo en redes sociales o almacenarlo en una carpeta digital, hemos permitido el atrofiamiento de nuestra facultad para articular la memoria y compartirla por medio de la palabra. Solo en su transmisión, aunque esto implique su deformación, las historias, su mundo y sus actores, trascienden la mortalidad. Qué es, entonces, la literatura, sino la gran tecnología de la memoria. Así, la protagonista de Mayo, consciente de su deterioro mental, comparte con su hijo (o su fantasma) los pedazos de su vida que, a su vez, contienen residuos de otras vidas, con el fin de salvarlos de la muerte:

¿por qué las cosas se hacen cada vez más simples?

                        todo es ya tan express

por eso es necesario hablar, contarnos los sueños, los recuerdos,

                        aunque sean falsos

lo que cada uno piensa cuando no piensa en nada. eso, es necesario dedicarle un pensamiento a las cosas pequeñas para que no desaparezcan.

Con su escritura, Tania Favela y Karla Marrufo nos recuerdan que el lenguaje no es solo un instrumento de comunicación, sino que es una dimensión de lo real que proporciona verdadera existencia al mundo y a nuestras vidas.

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