Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Christopher Domínguez Michael, Ensayos reunidos 1984-1998, El Colegio Nacional, Ciudad de México, 2020, 792 pp.

Christopher Domínguez Michael, Ensayos reunidos 1983-2012, El Colegio Nacional, Ciudad de México, 2022, 708 pp.


El Colegio Nacional ha tenido a bien publicar, en dos gruesos volúmenes, varios de los textos que, entre 1983 y 2012, Christopher Domínguez Michael (1962) hizo aparecer en libros, revistas y suplementos. El contenido de los volúmenes es desde cierto punto de vista misceláneo, pues incluye tanto prólogos como crónicas y comentarios sobre literatura escritos en un período tan largo de tiempo que a veces los escritos parecen únicamente unidos por el nombre del autor. Al interior de los dos volúmenes, los juicios y los tonos varían, también el estilo, por lo que al final el conjunto nos deja con la sensación de estar frente a una serie de propuestas y reflexiones más o menos ecléctica y a veces hasta contradictoria; algo que, lejos de ser un defecto, por la naturaleza de su evolución al interior del conjunto, es apropiado considerar virtud. Los dos volúmenes de ensayos son testimonio de una mente que a lo largo de los años no ha cesado de explorar espacios y horizontes, pues sabe que es solo en la exploración y en el tanteo donde es posible el pensamiento vivo. En esa dirección, los Ensayos reunidos de Domínguez Michael pueden leerse como el espectrograma intelectual de quien incontrovertiblemente es, no solo uno de los críticos literarios más dedicados y eruditos de México y el mundo hispanohablante sino también uno de los más curiosos y agudos del Occidente actual.        

Pero vayamos con tiento, que hemos dicho que Domínguez Michael es crítico literario, y esa declaración requiere al menos una mínima contextualización. Porque, ¿qué es un crítico literario? La pregunta parece obvia, pero no lo es tanto. Al menos no en nuestra actualidad en la que la tarea del crítico parece haber sido arrojada a la desorientación más radical, al punto de haberse ya confundido con algunas gracias que nada tienen que ver con las gracias del crítico. Y es que hay que dejar algo claro, y eso es que un crítico literario no es, aunque con frecuencia se le confunda con ellos, un promotor o comentador de libros. En tanto que, a diferencia de los anteriores, su trabajo no consiste en sintetizar y resumir documentos para su circulación y venta, sino en cambio ponderar los méritos literarios de un texto dado a través de un análisis concienzudo, informado y bien argumentado. En otras palabras, el ejercicio del crítico es, vaya la redundancia, el de la crítica. Crítica entendida en todo su grosor y espesura; es decir, crítica en el sentido de valoración apartidista (que no apolítica) que pretende poner sus opiniones sobre la mesa con la mayor pasión e integridad —de allá que el crítico literario sea siempre un invitado potencialmente incómodo a las tertulias literarias; uno nunca sabe cuándo el crítico le puede disparar a uno.

Vale entonces decir que un crítico literario es un lector independiente que, agudo, discute y evalúa textos literarios, los interpreta y, a veces también, los compara con otros textos. Para al final, directa o elusivamente, dejarle saber al lector el sabor de sus pareceres. O bien, como escribió Charles Baudelaire en una hasta hoy insuperable definición del oficio: “la mejor crítica es aquella que es poética y cautivadora: no aquella que, fría y algebraica, y con el pretexto de explicarlo todo, carece de amor y odio, y se despoja de todo temperamento… Para ser justa, es decir, para tener su razón de ser, la crítica debe ser parcial, apasionada, política; esto es: debe adoptar un punto de vista exclusivo, pero un punto de vista exclusivo que abra al máximo los horizontes”. Puesto de otro modo: el crítico literario es —o se supone debe ser— un individuo vehemente cuya opinión —proferida con carácter, honestidad y buena fe— no hace alianzas con nadie. Su lealtad es hacia la literatura; no hacia los autores, editoriales y tendencias.

Aclarado lo anterior, volvamos a Domínguez Michael, crítico literario, autor de una obra que es producto de un pensamiento apasionado, independiente y que, contrario a lo que argumentan sus detractores, no es —o no al menos de la manera en que se le señala— sonsonete ideológico. Y es que por definición una ideología es un sistema coherente y cohesivo de ideas y doctrinas a través del cual se interpreta el mundo, y la verdad es que si algo no se encuentra en la obra de Domínguez Michael —y a Dios gracias— es un sistema coherente y cohesivo de ideas (sus posturas a lo largo del tiempo son, en algunos casos, como dije al principio, incluso contradictorias; “cambiamos para ser fieles a nosotros mismos, si no hubiese cambios no habría continuidad”, una declaración de Octavio Paz sobre su propia obra que ajusta bien a la de Domínguez Michael). Lo que en cambio sí se identifica en el conjunto de Ensayos reunidos es un patrón del gusto, algunas fobias (por ejemplo, a la academia), una predisposición hacia ciertos libros y autores de tocado marxista y, ante todo, un temor por la institucionalización del conformismo y el pensamiento totalitario (algo que, por cierto, como han dejado claro a un grado definitivo los libros de Elías Canetti, Hannah Arendt y Aleksandr Solzhenitsyn se trata de una amenaza siempre vigente y siempre a la vuelta de la esquina). Todo esto hace de Domínguez Michael un apasionado obsesivo, pero de ningún modo un ideólogo que lee la literatura con recetario en mano. Lo que el trabajo de Domínguez Michael exalta es, de hecho, lo contrario: la honestidad de la escritura. Eso es: el lance, la sorpresa, el riesgo, la integridad intelectual.

Pero entonces, ¿es Domínguez Michael un moralista? No, tampoco. Y es que lo que se puede confundir con moralismo en su obra no es otra cosa que la constante repetición de una advertencia (siempre necesaria, siempre urgente); la advertencia de que la certeza conduce al dogma, el dogma al tribalismo, el tribalismo a la censura, y la censura al crimen. Domínguez Michael escribe contra la literatura que ya sabemos cómo va a terminar porque no es escrita por escritores sino por sistemas de pensamiento que precisamente son, por sistemáticos, predecibles. Por ese camino, conviene mencionar que los Ensayos de Domínguez Michael dejan claro que este prefiere un relato imperfecto y mal escrito pero que es autónomo y tiene un final inesperado que una joya de la forma y el estilo que predica un pastiche ideológico. Dicho de otro modo, Domínguez Michael no tiene una moral, tiene una ética, y esa ética es que la literatura debe ser una aventura fundada en la independencia, una aventura movida por cuestionamientos y preguntas que esperan ser genuinamente respondidas en la escritura; no antes (y es que la verdad, de otro modo uno no se explicaría el interés de Domínguez Michael por los relatos de Juan García Ponce, que si bien son imperfectos —y algunos escandalosamente imperfectos— están fundados en una búsqueda en verdad honesta por el absoluto en sus distintas manifestaciones).

Ejemplos modélicos de la ética lectora y de la capacidad crítica de Domínguez Michael de las que hablo son los “Prólogos a la Antología de la narrativa mexicana del siglo XX”; acaso el mejor momento de los dos volúmenes de Ensayos. La prosa de los prólogos es tajante, incisiva, a ratos colérica, siempre apasionada, con mucha vida; y los comentarios: excesivos, arrebatados, impredecibles, y por ello hermosos. Leer los “Prólogos” es recordar que hay todavía vida en la crítica literaria, y que la fuerza de la crítica se encuentra precisamente en las posibilidades de ejercitar el pensamiento autónomo y no, en cambio, en transfigurar la crítica en ociosa sociología o en ejercicio de reverencia a la santa trinidad francesa. Estos prólogos son también uno de los mejores relatos que se han escrito sobre la vida literaria en el México del siglo XX. Entretanto, con todo y que los prólogos abarcan muchos autores, muchísimas obras y un período muy largo de tiempo (prácticamente un siglo), el relato que construyen no se siente incompleto o apresurado, sino en cambio ágil, meditado, perfectamente bien hilvanado. Raudos, eruditos, críticos, bien escritos: varias veces mientras leía los prólogos pensé que alguna editorial, o el mismo Colegio Nacional, tendría que editarlos en papel barato y ponerlos a circular masivamente para que aquellos lectores interesados en la literatura mexicana puedan consultarlos y hacerse de un sólido mapa de lo que se escribió en el siglo XX y en qué contexto.

Otro aspecto que hace de los Ensayos reunidos una publicación relevante es la relativa precisión con la que sus páginas trazan el espectrograma del palpitar crítico de Domínguez Michael: sucede con frecuencia que, cuando ejecutado con honestidad, un texto es el registro de un impacto, y la suma de estos impactos, el espectrograma de una vida. Y aunque esta afirmación es más o menos extensible a todo arte que se ejecuta con arrojo y entusiasmo irrestricto (así, por ejemplo, la suma de las pinturas de Caravaggio son el itinerario de un desarraigo, la suma de los cuadros de Turner son el testimonio de una inquietud, la suma de poemas de Alejandra Pizarnik son el recuento de una obsesión, la suma de novelas de Thomas Bernhard son el registro de un desgarramiento, etcétera), por su cualidad de inmediatez e inevitable estado de borrador, las reseñas y notas breves (como la mayoría de los textos recopilados en los Ensayos reunidos) resultan depositarios de cierta crudeza y pensamiento a bote pronto infrecuentes en trabajos más reposados y largamente pensados. Esto por supuesto no significa que debamos aproximarnos a los textos para diagnosticar las inclinaciones y patologías de los autores ni que leer literatura con lentes de psicoanalista nos entregará el diáfano registro de tal o cual vida (y aquí conviene recordarle a los adeptos a las hermenéuticas de la sospecha que, como ha sido ya repetidamente demostrado, no todos los espacios de arte y literatura son diarios de adolescente y kioskos de cura, sino que con frecuencia operan en tanto laboratorios de acción en los que los escritores y artistas ejecutan simulacros y corren experimentos ficcionales; esto con el fin de explorar aquellos escenarios inaccesibles al acto y de investigar los presuntos rincones de la voluntad y pasión humanas que se extienden más allá de lo admisible o demostrable al interior de la institución social), pero conviene estar consciente de que el trasvase de ciertas ideas e inquietudes al texto se da de manera inevitable —y muy especialmente cuando el texto guarda los vapores del pliegue y el carboncillo. Y es este precisamente mi punto respecto a la característica espectrográfica y, en alguna medida, biográfica también de los Ensayos reunidos: por tantos y en muchos casos tan inmediatos, son un sitio privilegiado para observar el derrotero de las ideas de Domínguez Michael, que en algunos casos han cambiado para seguir siendo suyas.

Con todos estos méritos, los dos volúmenes de Ensayos reunidos no dejan de ser —como acaso todo libro que recopila los textos escritos por un autor a lo largo de varias décadas— un producto imperfecto. Y es que aunque quizás se trata de un reclamo injusto, es necesario apuntar que ambos volúmenes de ensayos dejan al lector —a este lector por lo menos— con la sensación de estar frente a algo inacabado; subrayo reclamo injusto porque no es que haya muchas maneras de hacer armonioso el conjunto en tanto que las obras reunidas (cualquiera que estas sean) siempre tienen una medida importante de contingencia y azar. Es por eso que paro, me pregunto y examino mi juicio, pues finalmente ¿cuál es la manera apropiada de presentar una colección de ensayos reunidos? ¿la reorganización o la cronología? A veces parece que no es ninguna y que no hay nada para hacer. Y ese es precisamente el efecto que producen los volúmenes de Ensayos: textos misceláneos alguna vez puestos entre dos lomos se reúnen a su vez en conjuntos más o menos cronológicos, y en consecuencia un poco más misceláneos, y se ponen de nueva cuenta entre dos lomos. El resultado de dichas organizaciones en parte azarosas es el del caos rítmico. Leer los volúmenes de Ensayos reunidos produce rara vez una sensación de tono y temperatura. Uno siente que salta de texto en texto sin nunca lograr acomodarse en la silla. Y esto lo menciono más como circunstancia irreparable que como crítica, porque en este caso no hay crítica que hacerle al tiempo. Uno como lector de Domínguez Michael agradece el por fin tener acceso a varios textos más o menos inconseguibles, pero ciertamente es muy difícil celebrar la armonía de los Ensayos, que por si fuera poco llevan los confusos títulos de 1984-1998 y 1983-2012,un aspecto de la edición que alimenta el caos y incomprensión, llevándolo a uno a consultar las páginas del volumen 2 cuando lo que se quiere es revisar las páginas del volumen 1, y viceversa. Así todo el tiempo. Dicho esto, es justo matizar y decir que no todo el tiempo los volúmenes producen desconcierto, y que algunas secciones y sub-secciones están muy bien logradas; tal es el caso de los mentados “Prólogos a la Antología de la narrativa mexicana del siglo XX”, que comenté arriba, y de algunos otros momentos de los dos conjuntos de ensayos, como “La agonía de Europa” y “Elogio y vituperio del arte de la crítica”.

Concluyo esta nota mencionando que los dos volúmenes de Ensayos reunidos no serán los únicos ni los últimos (la gente del Colegio Nacional planea publicar más volúmenes; esperemos por cierto que en algún punto incluyan también los trabajos monográficos), pero son dos de particular importancia en la trayectoria del autor. De particular importancia porque, primero, exhuman algunos textos valiosos y como dije actualmente inaccesibles para los lectores de a pie; segundo, porque pintan el rostro de juventud y mueca de madurez del que es justo considerar uno de los críticos literarios más inteligentes y prolíficos que ha producido el mundo hispánico. Entretanto, a pesar de que como también he mencionado la organización de los volúmenes no es precisamente armoniosa, el repaso del todo ofrece al lector un sólido panorama de las letras mexicanas (y más allá) con el que cualquier interesado puede cotejar sus intereses y ampliar el tejido de sus indagaciones. Domínguez Michael es de esa estirpe casi extinta de lectores que francamente lo han leído todo y que sobre todo tienen una opinión, que sin ser definitiva es brújula. Hay que sacarle jugo a eso.

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