Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Música


Eduardo Huchín Sosa, Calla y escucha. Ensayos sobre música: de Bach a los Beatles, Turner, Madrid, 2022, 240 pp.


Bajo el sugerente título de Calla y escucha. Ensayos sobre música: de Bach a los Beatles, Eduardo Huchín Sosa (Campeche, 1979) se propone la ambiciosa tarea de abarcar un amplio espectro de la experiencia musical a través de siete ensayos cuyos temas y líneas temporales, a primera vista irreconciliables, están vinculados por medio de una prosa ágil que deja entrever una genuina fascinación por la música.

Huchín demuestra poseer una voz ensayística propia salpicada de un peculiar sentido del humor, una ingente cantidad de información y un ameno dinamismo. Del nacimiento del videoclip y las aventuras armónicas del cuarteto de Liverpool a las penurias económicas de los grandes compositores del canon clásico, Calla y escucha transita por casi todos los estadios de la experiencia musical. Y uso el término “experiencia musical” porque, a pesar de la perceptible –y admirable– labor de investigación, la mayor parte de estos ensayos se refugian en el terreno de lo anecdótico, a modo de sofisticadas historias musicales.

En el primer ensayo, “No te avergüences por no saber de música (los que dicen que saben tampoco es que sepan mucho)”, Huchín escribe: “Tardé en darme cuenta de por qué: si estoy frente a una partitura no entiendo un carajo, pero si veo a alguien tocando en una guitarra, por decir algo, las Gavotas I y II (BWV 995), entiendo lo que Bach está haciendo. La expresión ‘entender a Bach’ puede resultar pretenciosa, pero lo que quiero decir es que una mano deslizándose a lo largo del brazo de una guitarra es una imagen que tiene sentido en mi cabeza si lo que necesito es identificar la estructura de una obra o la manera en que las armonías se relacionan unas con otras”. Más que “pretenciosa” esta afirmación es confusa, ya que el autor confiesa desconocer aspectos estructurales y de teoría musical justo al inicio de un libro de ensayos sobre música, aunque bien podría tratarse de un recurso retórico o un viso de ironía, algo que a mi juicio no queda del todo claro.

Esta apología a la comprensión intuitiva continúa a lo largo del ensayo. Pone por ejemplo las palabras del crítico George Steiner sobre la crucial importancia de comentadores musicales “capaces de seguir el argumento partitura en mano e, idealmente, en el instrumento pertinente”, a lo cual replica: “sin embargo, el conocimiento teórico no solo deja fuera un porcentaje importante de intérpretes y comentaristas que algo tendrán que decir sobre la música sino que descarta una variedad nada despreciable de experiencias”. No le sobra ni le falta razón, pero será el lector quien decida qué esperar de un ensayo sobre música. La experiencia musical no se limita al conocimiento teórico y sus posibilidades de apreciación son diversas, sin ser ninguna más significativa que la otra.

Hacia el final del libro, después de entretenidas anécdotas musicales y otras tantas premisas dignas de debate, el autor escribe: “Leí también el Tratado de armonía, del propio Schönberg (Real Musical, 1974), que me resultó en buena medida incomprensible, salvo por sus metafóricas fuentes políticas, que no eran pocas”. Dicho tratado, que en modo alguno es una obra inaccesible, es un texto de enseñanza musical que atiende a necesidades pedagógicas específicas y que exige conocimientos básicos de teoría musical. Aquí, de nuevo, Huchín hace gala de sus lecturas y a la vez se jacta de su ignorancia, con lo cual deja al lector en una situación incómoda, sin saber qué opinar o a qué postura atender. 

Escribir sobre música no es una tarea sencilla, mucho menos hacer literatura con ella. La música es escurridiza y no siempre está sujeta a la palabra. Fascina a muchos, pero pocos se atreven a estudiar sus reglas. Un buen ejemplo de cómo integrar la música en la literatura es la obra Milan Kundera, de cuya novela El libro de la risa y el olvido, extraigo un sucinto y bien conocido ejemplo. De su padre, pianista y musicólogo, Kundera ha aprendido las relaciones armónicas de las notas, apoyado en metáforas políticas (sin duda inspiradas en el ya mencionado Tratado de armonía de Schöneberg), y expresa: “un día un gran hombre comprobó que el idioma de la música se había agotado al cabo de un milenio y que no era capaz más que de reiterar siempre el mismo mensaje. Derogó mediante un decreto revolucionario la jerarquía de los tonos y los hizo a todos iguales […] Las cortes de los reyes se acabaron de una vez para siempre y en lugar de ellas surgió un solo reino basado en la igualdad, cuyo nombre era dodecafonía”. Así, las reglas musicales que precisaban de una metáfora política son la metáfora que describe una realidad política, demostrando que se puede hacer literatura con la música más allá de compilar relatos.

No todo lo que se escribe sobre la música debe ser de carácter anecdótico, ni tampoco, en las antípodas, ser un imposible tractatus académico. La obra de Huchín, que brilla sobre todo en lo concerniente a la música popular, y que en todo momento deja entrever una insaciable voracidad lectora y un esmerado estilo literario, no escapa al cuestionamiento. Es un ensayo que se debate entre las obligaciones de un autor que se confiesa incapaz de entender estructuralmente la música pero pertenece “al grupo de gente a la que le importan demasiado los acordes […], la vertiente enfermiza, quiero decir, no en su expresión sana y socialmente aceptable, que supone meterse a unas clases de música y aceptar que el secreto de qué mierda son ‘las sucesiones de engaño de los acordes perfectos’ te será revelado algún día. […] un acorde es algo que te lleva a hacer cosas muy extrañas y dañinas para la autoestima: cumplir puestos de segundo orden como guitarrista de acompañamiento en la banda de rock o dudar si deberías darle dinero al trovador de la fonda que se equivocó en un acorde”.

Encuentro que el defecto general de estos ensayos radica en el deseo ecléctico de abarcar demasiado sin reparar en los alcances y los límites propios. No niego los valiosos conocimientos de Huchín, en especial aquellos que versan sobre la música pop y rock, ni que sea un escritor dueño de una inteligencia y un ingenio agudos. No obstante, justificarse en la subjetividad y pretender exonerar la falta de formación musical en un ensayo de esta naturaleza es un recurso algo deficiente; no habría hecho falta recurrir a él si desde un principio se hubiera centrado en los aspectos musicales que domina muy bien.

Calla y escucha es un libro que será velozmente devorado y que brindará a los lectores más de una alegría. Más allá de sus flaquezas, cumple con su cometido: hacernos callar y escuchar, pero sobre todo regocijarnos con la música.  

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