Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Karen Villeda, Anna y Hans, Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México, 2021, 76 pp.


En Naming Adult Autism. Culture, Science, Identity, libro reciente y exhaustivo, si bien un poco esquemático, James McGrath comienza por alertarnos contra el término representación, término que da por hecho al otro, autismo, es decir, un nombre que nos tranquiliza al constreñir en unas pocas letras un enorme rango de posibilidades, un gigante espectro de vivencias que ni siquiera habríamos de categorizar como ‘síndrome’ ni como ‘desorden’: un nombre y su cúmulo de estereotipos. Entre ellos, la habilidad o incluso ‘genialidad’ matemática, las formas ‘anormales’ de convivencia, la incomprensión de lo metafórico o de lo artístico y la asociación de autismo con infancia, como si no hubiera autismo en la adultez o fuera irrelevante. A la vez, McGrath plantea que, desde la primera década de este siglo, y con el antecedente de Rain Man (1988) –la película de Barry Levinson que consolidó ese otro cliché sobre el tipo de personaje que con más facilidad puede ameritar un Óscar–, “el número de relatos de ficción y no ficción que buscan representar el autismo en adultos ha seguido creciendo”, al grado de ya ni siquiera requerir de su identificación, a través del nombre, para producir personajes asimilables por el público y usualmente cómicos. McGrath comenta un buen número de novelas, poemas, películas y series, de Oryx y Crake, de Margaret Atwood, a The Big Bang Theory, pasando por Tommy, el disco de The Who, o El contador, esa entretenida y ridícula película con un Ben Affleck más tieso que de costumbre y un J. K. Simmons para variar sobrevalorado.

Tras asumir que Anna y Hans, siendo un poemario, entraría en un corpus como ese –no solo por manejarse en buena medida como un relato; también por ofrecerse como una cierta forma de representar el conocido como síndrome de Asperger–, quiero preguntarme, primero, si el libro de Villeda reproduce, modifica o se aparta de aquel montón de estereotipos, casi diría prejuicios, sobre el autismo, para después interrogarlo no solo como ‘discurso sobre el síndrome de Asperger’ sino como texto poético.

El libro empieza como muchos poemarios en la actualidad: la mención del premio que ganó (aunque no de los jurados); un índice largo, desglosado y prometedor; la constancia de la beca del Fonca y otras ayudas, y después, por fin, el comienzo. O no tanto, o no lo sé: un breve párrafo que aclara quién fue Hans Asperger, asienta su posible complicidad con los nazis y declara qué es este libro: “Lo que está aquí escrito es la historia rescatada de Anna Knapp, su única paciente del género femenino de la que se tiene registro”. No obstante, en alguna otra fuente encuentro que, a los 6 años, en 1952, Elfriede Jelinek fue paciente suya: “Sí, fui paciente de Asperger. No con síndrome de Asperger, aunque no lejos de ello sin duda”. Más tarde regresaré a esta pista; por lo pronto, comprendo con su elusión que, si bien se ajusta a muchos referentes históricos y escenográficos –las fechas, las instituciones donde estudió o trabajó Asperger, la cita de Grillparzer que abre y cierra el texto, la Secesión vienesa–, el trabajo de Villeda toma de ello lo necesario pero realiza sus propias búsquedas. En principio, la invención de Anna, un fantasma que haría por compendiar a las niñas que Asperger no atendió y, de ese modo, la idea de que, al configurar el ‘síndrome’, el médico austriaco –prolongando el hábito de la misoginia nativa, digo yo, cuyo antecedente directo sería Otto Weininger– reforzó un eje sexual-psicológico de larga trayectoria, mismo que le dio la sensibilidad necesaria para percibir ciertas singularidades al tiempo que lo cegó, estimulando así la fijación de lo observado en un molde tan esclarecedor como restrictivo. Los niños que trataba parecían cerrados al mundo, negados para desenvolverse y convivir, sitiados en sus cabezas, pero a la vez entregados al perfeccionamiento de sus lúcidas obsesiones, de su razón maniática, como una especie de virtud compensadora. Esto es: niños geniales. Niños, no adultos; niños, no niñas.

Esta es una de las líneas que dibuja la búsqueda de Villeda. Otra, menos expuesta, resulta más sorprendente, y de hecho hay un momento cuando convergen: con la referencia a Grunya Sukhareva, psiquiatra rusa de origen judío, quien casi veinte años antes que Asperger y Leo Kanner caracterizó la imagen del autismo infantil. Es posible que Asperger hubiera conocido los trabajos de Sukhareva y decidiera silenciarlos por el judaísmo de la autora; Villeda prefiere resaltar la misoginia, pero a la vez esto entronca bien con la otra línea: la que hace del médico vienés en Anna y Hans un hombre profundamente vanidoso, un tipo que, aun si acaso se compadecía de sus pequeños pacientes por identificarse con ellos, pareciera haber estado dispuesto a someter, manipular, borrar a quien fuera, con tal de justamente legar su apellido a la gloria científica (y a la moda mediática). En todo caso, no son dos líneas convergentes sino una sola, aquella donde un ego grotesco, una ambición desbordada, una fantasía exculpatoria, florecen sin obstáculos y aun como méritos naturales y bienvenidos bajo una cultura patriarcal. De aquí derivan zonas inquietantes en el libro de Villeda, donde el doctor hace a la niña jugar al caballito sobre su pierna o donde, tras muchas prohibiciones, alguien dice: “Pero tocar a Hans no es prohibido”. Alguien: sobresale en Anna y Hans la senda donde una, la voz dubitativa y frágil, expuesta, va infectando a la otra, la voz segura y determinante, cobijada por el saber, hasta reblandecerla y hacerla decir: “Puedes llamarme Hans. O Anna”.

 Ahora bien, estamos ante un poemario, no un artículo ni un mero conjunto de predicados. Desde el índice, como señalaba, el libro de Villeda se anticipa atractivo: una estructura, una idea rectora, que permite muchas posibilidades, un cofre lleno de pequeñas cosas encantadoras. Versos, prosa, poemas en prosa, una canción, una foto, un catálogo ecfrástico, un reporte técnico, incluso un poema que simula un índice: formatos heteróclitos para conjurar la monotonía y que, no obstante, no me aseguran su pertinencia. Además de garantizar la novedad al pasar las páginas, ¿qué nos dice esta agradable, dosificada variedad? Que esto es un poemario, y un poemario actual, uno de cuyos tópicos es el de los modos y las formas múltiples, la diversidad de recursos retóricos y pragmáticos, las aproximaciones heterogéneas a un cierto asunto –algo, por otra parte, más conveniente y argumentable cuando hay que elaborar un ‘proyecto artístico’–. En la poesía actual no solo caben: parecieran obligatorias las inclusiones de discursos no literarios –de Wikipedia a jerga científica–, las citas descontextualizadas, la yuxtaposición, los contrastes entre páginas saturadas y versos solitarios, las enumeraciones caóticas, lo alfabético como método compositivo (y un apéndice temático: la fascinación por el “mundo vegetal”). Y ahí donde, como resultado de esta suma de estrategias, uno creería encontrar un laberinto imposible, el libro nos depara sin embargo una continua ayuda para evitar el extravío: esos textos que, siéndolo, coquetean con no ser aún poemas sino apenas información; los títulos de las secciones, que orientan la lectura; sobre todo, el trabajo de enmarcar las zonas más riesgosas para evitar oscuridades o fugas y reconducirlas al establo del sentido. Así, por ejemplo, cuando a un párrafo sobre los hermanos de uno de los niños pacientes de Asperger, notable por lo descoyuntado, por el enrarecimiento sintáctico y referencial que alcanza, lo antecede algo para facilitarnos el acceso: algo que es casi un título, casi una mano que nos guía, casi la antítesis de lo que enmarca.

Pero mi reparo con Anna y Hans no descansa precisamente ahí, sino en una sospecha de las que en todo caso esta pirotecnia formal y esta asistencia semántica podrían ser síntomas. Pensemos en cierta línea de la literatura moderna: no tanto la escritura de locos (Artaud, Panero, los Diarios de Nijinsky, las páginas finales de Cuesta), como aquella que, sin decirlo ni quizá advertirlo, en su exploración o en su desesperación produjo voces colindantes con las voces del autismo, del delirio, incluso familiares de la afasia: Beckett, Pessoa, García Vega, Lispector o ahora, entre nosotros, Diana Garza Islas, además de dos obras ejemplares: Bernhard y Jelinek. ¿No supusieron –o suponen: siguen haciéndolo– conquistas extraordinarias para la enunciación poética, aun si, como con los austriacos o la brasileña, provengan de cosas llamadas ‘novelas’? Pienso que Anna y Hans incide sin duda en el tema del autismo, también en nuestra tétrica destreza y mala conciencia sobre las discapacidades o divergencias, pero poco en la lengua. En relación con el corpus que aquí esbozo, una verdadera tradición insensata y desquiciada, el libro de Villeda da la impresión de ofrecerse como divulgación, de asumir la tarea de enmarcar y titular aquello que no quiso ser enmarcado, lo que no halló o rechazó una titulación. Hay momentos donde atisbamos esa voz al margen, esa relación indecidible, táctil, asocial con el lenguaje, como cuando el caprichoso anacronismo de un “cacahual” se cuela en las palabras de esta niña austriaca: “Nada más la vi y me emocioné, vi la caca. Cacahual. Álamo. Mobiliario color caca. Cacahuate. Teucrio. Río, ri ri. Ristra de corazones. Escaramujo. Joparme. Me limpian los dientes con un traste. Te digo que las piedras no son en femenino sino que son un «estos». […] Rasé su cabeza de piedra. Drácena sanderiana. Anna. «Nada más ve lo que hiciste y lo que hiciste es terribilísimo».” Se trata, sin embargo, de momentos que quedan así, aislados, traídos de vuelta al sentido por el afán clarificador o por el fragmentarismo de diseño del poemario (o bien, por la rápida conciencia de que ciertos tropos, como la anadiplosis, producirán el efecto de anomalía). Como si, frente al autismo o frente al así llamado síndrome de Asperger, se tuviera mucho que decir, ideas claras e importantes que emitir al respecto, y se eligiera un molde, todo lo heterogéneo y atractivo que se quiera, para entonces verterlas, buscando además asegurarse de que esas ideas nos lleguen sin interrupción, sin atrofia. Algo así como una opinión, un posicionamiento poetizado.

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