Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Nuria Barrios, La impostora. Cuaderno de traducción de una escritora, Páginas de Espuma, Madrid, 2022, 148 pp.


“¿Quién escribe este ensayo? ¿La escritora o la traductora?”, se pregunta Nuria Barrios en La impostora. El tema del libro es el trabajo de la segunda, pero quien le da voz a la reflexión que lo expone, concluye, es la primera. Como la gran mayoría de autores reconocidos que han ejercido la traducción literaria, Barrios llegó a este ámbito de manera fortuita, sin formación previa alguna y la considera una actividad secundaria respecto a su otra profesión. Sin embargo, La impostora revela una dualidad entre ambas facetas de la autora que supera el arquetipo del escritor-traductor al que estamos acostumbrados, una figura más bien excepcional y poco representativa del gremio traductor, puesto que goza de un reconocimiento y una visibilidad de la que carece el resto.

No siempre se justifica el entusiasmo y el éxito editorial que a menudo provoca ver el nombre de un autor conocido en el crédito de traducción de un libro. Sobran ejemplos de grandes plumas cuyas incursiones en este ámbito dejan que desear. La genialidad de Cortázar ya no basta para justificar sus omisiones de pasajes y páginas enteras (incluyendo las primeras) en su versión de Robinson Crusoe. A pesar de lo mucho que la recepción de la obra Poe le debe a su traducción al francés por Baudelaire, tanto el autor de La flores del mal como Mallarmé hicieron muy poco en sus respectivas versiones de The Raven por cuidar las características fundamentales del poema, que el mismo Poe desentraña en “The Philosophy of Composition”, tal como salta a la vista en las páginas de Dire quasi la stessa cosa que Umberto Eco (otro notable escritor-traductor) dedica al tema. Juzgar el trabajo de Barrios como traductora requeriría una crítica de traducción de sus obras derivadas (notablemente ha traído al español novelas de John Banville), una práctica que, dicho sea de paso, brilla por su ausencia en la prensa cultural actualmente. No obstante, La impostora constituye un testimonio a su favor por la profundidad con que aborda los entresijos del proceso de traducción y los desafíos que entran en juego para conciliar las diferentes capacidades expresivas de ambas lenguas involucradas, por un lado, y para recrear el valor literario del texto, por el otro.

La impostora pertenece a los libros que son fruto de la pandemia no solo porque se escribió durante el estricto confinamiento español, sino porque fueron la incertidumbre y la angustia las que llevaron a la autora a recurrir al ensayo en un momento en que la sensación de irrealidad que ya saturaba la vida cotidiana le impedía escribir ficción. Es la primera vez que Barrios, quien declara nunca antes haber probado interés por ningún tipo de escritura autorreferencial, habla de sí misma en un libro. Fueron los cuestionamientos que despierta en ella el acto de traducir los que la empujaron a escribir unas páginas que “quieren ser también un espejo”. Lejos del cliché que imagina que su dominio literario le otorgaría al escritor una facilidad connatural para traducir la obra de otro autor, como si de un intercambio entre dos iniciados de una misma secta se tratara, Barrios reconoce que la traducción la enfrenta con sus limitaciones como escritora, obligándola a explorar zonas en las que no se hubiera adentrado de otro modo. De ahí que el tema desate en ella una reflexión sobre la identidad y su conformación a través del lenguaje. “Este ensayo es una exploración existencial de la lengua, que es nuestra casa. Un andar a tientas. Un viaje de descubrimiento”, resume.

Aunque La impostora se presenta como un ensayo, su estructura dividida en capítulos con temáticas bien delimitadas lo asemeja más a una colección de ensayos. Incluso se antoja verla como el equivalente hispánico de Reflections on Translation, libro donde la teórica británica Susan Bassnett reúne sus textos publicados originalmente en distintos medios especializados. Si bien la perspectiva de Barrios es más literaria, mientras que la de Bassnett está permeada por su fuerte bagaje teórico y académico, esa distinción, lejos de oponerlas, subraya la profunda afinidad entre ambas autoras, tanto por los temas que tratan (que van desde el comentario de traducciones específicas, los gajes del oficio o la cuestión de género, hasta reflexiones de orden más filosófico sobre las repercusiones culturales de esta práctica) como por su manera de abordarlos combinando el relato de sus propias experiencias con una argumentación lúcida nutrida de ejemplos de casos históricos y contemporáneos.

Entre estos últimos, cabe destacar la controversia en torno a la elección de los traductores de“La colina que ascendemos”, el poema que Amanda Gorman leyó en la investidura presidencial de Joe Biden y que la misma Barrios se encargó de traducir al español. La queja de una periodista neerlandesa porque una mujer blanca fuera designada para llevar el poema a su idioma ocasionó la renuncia de esta al encargo, la sustitución de quien lo haría al catalán e influyó en la selección de traductoras en otras partes del mundo por motivos de raza y género. Barrios dedica un capítulo del ensayo a denunciar el peligro cultural que implica este tipo de censura. A lo largo del libro también aborda los atentados a los traductores de Rushdie que comparten su fetua (el traductor de Los versos satánicos al japonés fue asesinado, mientras los del italiano y el turco han sobrevivido a sendos ataques), la autoría errónea y reiteradamente atribuida a Borges de la primera traducción al español de La metamorfosis de Kafka, la persecución y tortura que sufrieron los primeros traductores de la Biblia a lenguas vulgares, entre otras polémicas.

En su recuento de los gajes del oficio, Barrios pinta un panorama crítico caracterizado por la falta de visibilidad, honorarios bajos calculados por una medición numérica que no refleja ni la calidad ni la naturaleza del trabajo, plazos demasiados reducidos para una tarea prolija que requiere de una meticulosidad exhaustiva y una escasa valoración. Habla de las condiciones dentro de la industria editorial en España, pero casi sobra decir que las cosas no están mejor en México y Latinoamérica. No se trata únicamente, como lo hace ver, de un problema para el gremio traductor, sino del reflejo de una política editorial equivocada y perniciosa para la cultura, pues repercute sobre la calidad de las versiones de la literatura universal que llegan a nuestras manos de lectores.

La traducción es “el vehículo más potente de transmisión del conocimiento, pero el medio puede deteriorar el mensaje” en caso de ser deficiente, advierte Barrios. El papel crucial que juegan traductores y traductoras en la conformación del panorama literario al que tenemos acceso suele pasarse por alto con una ingenuidad muy extendida no solo en el lector promedio, sino incluso en ámbitos como la crítica, la prensa cultural o la academia. En comparación con otros libros que tratan el tema, como los ya mencionados de Bassnett y de Eco, los cuales llegan mayormente a lectores más especializados o, por lo menos, con un interés previo, una de las cualidades de La impostora es la de atraer a un público más amplio, además de abordar la discusión desde el ámbito hispánico actual. No debe considerarse, pues, como una lectura de nicho, ya que aborda un tema cuya relevancia cultural la vuelve del interés más general.

Publicar un comentario