Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Octavio Paz, Viento entero, edición facsimilar, CONACULTA, México, 2014, 61 pp.


Octavio Paz se cita más de lo que se lee. Sus poemas, que parecieran estar confinados al muy reducido círculo de lectores de poesía o especialistas, no son la excepción. En cambio, sus brillantes ensayos y opiniones políticas han protagonizado la conversación sobre el autor. El extenso comentario de estos dos aspectos —y, sin duda, el comentario en torno a su persona— ha nublado la que fue su vocación esencial: la de poeta.

     En los discursos de los numerosos homenajes a propósito del centenario de su nacimiento se cita al Paz que contribuyó a la cultura democrática, que enriqueció la identidad nacional y rescató la cultura de nuestros antepasados. Se separa al Paz pensador del Paz poeta sin considerar que las vertientes de su obra literaria, la ensayística y la poética, son indivisibles. Por otro lado, abundan en los estantes de las librerías las biografías y los ensayos —de y sobre Paz—, mientras que escasean las reediciones de su obra poética. No creo equivocarme, además, al decir que los jóvenes de mi generación lo reconocen más fácilmente por El laberinto de la soledad que por Piedra de sol o Blanco. Como sus lectores, es importante no olvidar que, si bien su obra es diversa en sus manifestaciones, su poesía encerró todos los horizontes de su pensamiento.

     Este posición de su obra poética no es incomprensible. La poesía —me refiero a la poesía moderna— implica una ruptura con nuestra relación natural con el lenguaje y las leyes del pensamiento. Es siempre violencia, dice Paz. El poema exige una lectura lenta: tiempo, paciencia, humildad. Reclama un compromiso personal con el texto, participación y diálogo. La poesía abraza la ambigüedad de la palabra: leerla es estar dispuesto a entender sin entender.

     La poesía de Octavio Paz, además, es vasta y compleja. La nutren elementos tan diversos como la filosofía budista e hindú, la cultura de los antiguos mexicanos, las denuncias políticas y reflexiones históricas. Sus poemas versan sobre la eternidad y el instante, el amor y el erotismo, así como sobre la naturaleza de la palabra y la experiencia poética; sus influencias van desde el surrealismo hasta San Juan de la Cruz. Pero quizá la complejidad central de su obra estriba en que Paz es, simultáneamente, un poeta de la emoción y un poeta del pensamiento.

     Es importante decirlo: Paz —aunque exigente— no es un poeta hermético ni inaccesible. Sus poemas son lúcidos, bellos y excitantes para cualquiera que se compromete a leerlo. Quien se adentra en su obra descubre de inmediato la genial coherencia de su pensamiento: su forma de pensar el tiempo es también su forma de pensar el amor, la historia, el arte y el lenguaje. Esta coherencia se convierte en una suerte de brújula invisible que guía al lector entre los poemas. Paz no defrauda: el número de páginas leídas crece y, con él, nuestro entendimiento de su poesía.

     En marzo de este año apareció, publicada por Conaculta, la edición facsimilar de Viento entero, uno de los poemas largos y más importantes de Paz, escrito durante su estancia como diplomático en la India. Es uno de los primeros que publica después de conocer Marie José, su segunda esposa. El poema alude a una serie de viajes realizados en la India, Pakistán y Afganistán. Son nueve estrofas —cada una en un espacio geográfico distinto— que empiezan con el mismo verso: “El presente es perpetuo”. La repetición del verso inicial marca lo que será el contrapunto del poema: un espacio que cambia y un tiempo que permanece.

     Para el momento en que se publica Viento entero, el tiempo ya es uno de los grandes temas y obsesiones del poeta. El tiempo, en Paz, es una misma unidad. No es lineal, sino que tiene un ritmo cíclico. Todo en un mismo instante: muerte y nacimiento confluyen, no existe comienzo ni fin, ayer ni mañana. En ella no cabe la idea del progreso. Es una ruptura con el tiempo tal y como lo concebía el cristianismo —según el cual todo empieza con la Creación y termina con el día del Juicio Final— y es, en cambio, cercana al pensamiento profano: a la concepción de los antiguos mexicanos y a la filosofía hinduista y budista.

     La idea de perpetuidad no es para Paz un concepto limitado a la temporalidad. Así lo evidencia la enriquecedora nota de Eliot Weinberger, traductor del autor al inglés, en donde relata que el poeta Paul Blackburn, también traductor de Paz, tradujo el primer verso del poema como “The present is endless”. Paz opinó que la palabra endless no era del todo precisa. Si bien su idea del tiempo contempla la continuidad, la inexistencia de la finitud, endless no expresaba el matiz de fijeza, de naturaleza pétrea del tiempo. En la lectura misma, la repetición constante del verso “El presente perpetuo” no nos abandona en ningún momento: está ahí siempre. Aquello que se refiere a los espacios, en cambio, está en continua rotación. Finalmente Blackburn traduciría perpetuo como motionless.

     En la primera estrofa, por ejemplo, el poeta elige un espacio particularmente movedizo: un bazar en Kabul. Paz contrapone el movimiento caótico, el murmullo confuso y los intensos colores del bazar con la quietud de las montañas, el compás siempre igual del asno, la eterna presencia silente del viento, la luz y el polvo. El bazar “tornasolea”, dice el poeta. Lo demás, se petrifica: siempre estuvo ahí. Ya desde el inicio se definen las imágenes que, contrapuestas, darán forma a la concepción del tiempo en todo el poema.

     Cabe señalar que la Nota general que acompaña esta edición resulta útil en los momentos en que la lectura se complica. El autor dirigió este breve apunte a Blackburn para explicar el significado del poema y facilitarle su traducción. Este apéndice ofrece una primera clave para la interpretación, pues revela los referentes concretos de muchas de sus imágenes. Es aquí que identificamos cada uno de los espacios que aparecen en el poema: Kabul, Bactria, París, la cordillera Hindu Kuch, etcétera. En esta nota, Paz también menciona lo que descubrimos en la segunda estrofa: el poema es, de principio a fin, el transcurso de un día. Es el tiempo interno del texto.

     En un mismo día se condensan todos los tiempos posibles. Confluyen el encuentro azaroso en París con Marie Jo y la infancia del poeta; el 21 de junio de 1965 y el tiempo primigenio de los dioses; el Kabul moderno y la antigua Bactria; la ocupación americana en República Dominicana, el general Anaya y Tipú Sultán. Pudiera pensarse que esto último, el tiempo histórico, es contradictorio a la idea general del poema, pues parece introducir la noción de un pasado, imposible en la idea de un tiempo siempre presente. Así lo dice Conrado Tostado en el enriquecedor ensayo que complementa esta edición. Tostado apunta que “la irrupción de la historia tampoco es definitiva y el poema vuelve en el siguiente verso a su verdad”. Sin embargo, el poema nunca se alejó de ella. No existe en Viento entero un tiempo más verdadero que otro: son todos el mismo.

     La concepción de Paz no pretende negar la historia. Al contrario, el presente perpetuo está siempre en diálogo con el tiempo lineal. Para llegar a ser presente, el tiempo necesita “hacerse presente”. Dicho de otra forma, la concreción de la historia es la forma en que el tiempo se hace realidad. Paz busca, a través de la experiencia poética, ese instante gracias al cual los hechos concretos trascienden su condición.

     Para comprender mejor esto quizá haya que remitirnos al tiempo que estructura internamente el poema: el del día que comienza y termina. El día empieza, aparece el mediodía (“El día salta”, “En el centro de la hora redonda”), llega el atardecer (“El sol se ha dormido entre tus pechos”) y la noche (“La noche entra con todos sus árboles”). Paz no niega la realidad de la linealidad, los momentos concretos del tiempo. Sin embargo, ese día, en toda su concreción, se repite: es siempre el mismo, idéntico a todos los demás. Así, el día, sucesión de momentos, encierra la eternidad de un tiempo siempre igual a sí mismo.

     Esta relación dialéctica es, no solo la visión detrás del poema, sino también su forma. Tomemos la metáfora del día como un ágata, que aparece hacia la segunda estrofa. El ágata tiene bandas concéntricas, con reflejos tornasoles y muchos colores distintos —simbolizando los tiempos concretos—, pero esta diversidad está confinada por su naturaleza pétrea, fija e inmóvil —como el tiempo siempre presente—. A su vez, la disposición de los versos sobre la página nos dirigen a esta idea. Nuestros ojos van y vienen de un extremo a otro, de un instante a otro. Esta alineación hace que veamos cada verso casi de manera independiente, como momentos concretos, pero como parte de un mismo caudal verbal sin pausas. Los versos se expanden por toda la página con todas sus letras. Basta con ver una página entera para darnos cuenta: todo el espacio está colmado de su presencia.

     Hasta aquí pudiéramos pensar que Viento entero es un poema fundamentalmente conceptual que versa sobre esta compleja concepción del tiempo. Sin embargo, no debemos perder de vista que estamos frente a un poema de amor. La relación del poeta con Marie Jo, a quien está dedicado el poema, es el centro que lo unifica. ¿Por qué para hablar de la permanencia del tiempo el poeta se centra en el amor erótico? Paz escribe: “En el centro de la hora redonda / Encandilada / Potranca alazana / Un haz de chispas / Una muchacha real / Entre las casas y las gentes espectrales / Presencia chorro de evidencias / Yo vi a través de mis actos irreales / La tomé de la mano / Juntos atravesamos / Los cuatro espacios los tres tiempos / Y volvimos al día del comienzo”.

     El amor tiene una conexión indisoluble con el tiempo. De nuevo, como al hablar del tiempo, encontramos en estos versos la presencia de lo concreto: la “muchacha real”, la “potranca alazana”, el “chorro de evidencias”. Para Paz, la concreción de la persona —un cuerpo y un alma particulares— es la manera de llegar a ese instante que todo lo funde, a esa “hora redonda”, a ese día del comienzo.

     Paz encontró en la filosofía de la India, particularmente en la concepción tántrica del sexo, la realización de esta idea. Para los adeptos del Tantra, poseer un cuerpo lleva a la negación del tiempo. En el acto ritual del sexo se crea, destruye y recrea el mundo. Sin embargo, en este preoceso, el otro deja de importar. El objetivo es llegar a un estado disoluto del ser: fundirse con el mundo y anular el yo (por lo tanto, también al otro). Es en este punto que se distingue la concepción paciana del amor. Sí, Paz rescata la necesidad de la concreción en un cuerpo, pero el amor no aspira a ser nada más que sí mismo. Es la consagración al instante puro; es principio y fin de sí mismo.

     Solo los amantes, a través de la posesión del cuerpo amado, pueden trascender los espacios y los tiempos: fundir los tiempos en un mismo tiempo. De allí el juramento que la voz hace a la amada: “Por esas sílabas caídas / granos de una granada cenicienta / juro ser tierra y viento / remolino / sobre tus huesos”. Dentro de este tiempo siempre igual a sí mismo, el universo se desgrana como un fruto ya maduro y los hombres se reducen a meras sílabas sin significado. “Estatua pulverizada”, escribe el poeta. Frente a esta fugacidad, que nos lleva directamente a la inminencia de la muerte, solo queda la respuesta del amor. Así, el amante, para trascender tiempo y espacio, promete ser tierra y viento —elementos que desde el inicio del poema se nos enuncian como sin edad, símbolos del presente eterno— sobre el cuerpo, reducido a huesos, del otro.

     Dice Paz en La llama doble que todas las parejas son una recreación de Adán y Eva. O lo que es lo mismo: Shiva y Parvati, arquetipo de una primera pareja que existió antes del tiempo: “En el pico de mundo se acarician / Shiva y Parvati / cada caricia dura un siglo / para el dios y para el hombre / un mismo tiempo / un mismo despeñarse”. El amor, tanto el de los dioses como el de los hombres, dura lo mismo. Al ser Shiva y Parvati, los amantes convierten las caricias, no en eternidad, pero sí en un intento por hacer de ese instante una suerte de paraíso terrenal. Lo que Paz llama vivacidad.

     Otro aspecto importante del erotismo: su relación con la naturaleza. En el poema, los elementos de la naturaleza funcionan como metáforas del tiempo siempre presente: los montes milenarios, la luz del sol, el movimiento eterno del mar. “Están aquí desde el principio”, dice la primera estrofa. Paz concibe a la pareja como una metáfora del nacimiento del mundo, pues en ella se condensa la fuerza creadora; es “semilla de todas las formas”. A su vez, la naturaleza se convierte en la única forma posible de imaginar al amado. Lo indecible se hace realidad gracias a las metáforas del mundo natural. Hay una imagen que condensa bellamente esta relación: el jardín. Conrado Tostado comenta que los antiguos jardines, que incluían un mausoleo en el centro, tenían estanques que reflejaban el cielo y senderos a la altura de las copas de los árboles. Eran “un puente hacia lo sagrado”, un reflejo terrenal del mundo divino. Paz agrega: el jardín es, por ser un puente hacia lo indecible, una metáfora del amor erótico. “Llueve sobre el jardín de la fiebre”, encontramos en la última estrofa. Así, amar es un camino para reconciliarnos con el mundo natural primigenio.

     Eduardo Vázquez Martín, en otro de los textos que acompañan esta edición, identifica en Viento entero “el entrecruzamiento de diferentes planos reflexivos, críticos y poéticos: el histórico, el erótico y el puramente poético”. Esto, aunque cierto, no debe dirigirnos hacia una lectura fraccionada. Quiero decir: si este poema es fundamentalmente un poema de amor, tendríamos leerlo como tal, a pesar de que en él se conjugen otros planos del pensamiento del poeta. Si, además, todo poema es un círculo cerrado y autosuficiente, tendríamos que leerlo sin buscar respuestas fuera de él. Las menciones del tiempo histórico no se explican por el compromiso político del autor, por ejemplo. Para explicarlas basta detenerse en lo que el poema mismo nos dice sobre el tiempo.

     Esta circularidad que reluce en Viento entero es un rasgo particularmente cierto en toda la poesía de Paz. Escribe Paz en “Fuente”, publicado en La estación violenta: “Y la gran ola vuelve y me derriba, echa a volar la mesa / y los papeles y en lo alto de su cresta me suspende, / música detenida en su más, luz que no pestañea, ni cede, ni avanza.” ¿Es la ola el tiempo, el amor o la poesía? Ya mencioné antes la genial coherencia que caracteriza a Paz como pensador. Sucede que dichos planos son distintas caras de una misma visión. Pero, ¿cuál es exactamente ésta? Es díficil contestar a esta pregunta. El pensamiento de Octavio Paz bebe de fuentes tan diversas que, por ello mismo, es común que el lector se encuentre ante contradicciones, ambigüedades o vacíos. En ocasiones, al leerlo —particularmente al leer sus ensayos— nos encontramos con la tentación de exigirle precisión en sus conceptos. Esto, sin embargo, no le interesaba: Paz explora y profundiza, no define ni fija. Las verdades que encontramos en su obra no deben ser leídas en el sentido que leeríamos a un filósofo. Insisto que debemos leerlo como lo que fundamentalmente fue: un poeta.

     Al leer sus poemas descubrimos la realización absoluta —formal— de su pensamiento porque éste es, sencillamente, de naturaleza poética. La poesía concilia contrarios sin negarlos. De esta unión dispar nace un significado distinto que al mismo tiempo contiene los extremos y es otra cosa. (Tan sólo en Viento entero pienso en la “llama de agua” que es la amante, en la unión de Shiva y Parvati, en los “cantos y quejas enredados entre las barbas de los comerciantes”, en los “príncipes en harapos”). Esto se concreta en la lectura del poema: el instante que todo lo funde. Ese lugar de encuentro entre la poesía y el hombre, dice Paz. Entonces, las verdades son de índole poética: las encierran las imágenes en su lógica interna. No dicen lo que es en la realidad, sino lo que es verdadero en el universo del poema. Paz busca siempre este momento de fusión, de armonía central: en el amor, en el poema mismo, en el “presente perpetuo”. El título de este poema nos lo recuerda: el viento, aunque en constante movimiento, aunque provenga de todos los puntos, es siempre uno solo: entero.

     El diseño y factura de este libro merecen un comentario final. Entre todas las novedades editoriales que celebran el centenario de Paz, esta edición de Viento entero destaca por ser un libro de colección. Es la primera vez, desde su publicación en Delhi, que se edita solo. El original se imprimió en papel hecho a mano por habitantes del pueblo indio Sanganer, tuvo un tiraje de escasos 197 ejemplares y estaba firmado por el autor. Su manufactura en tela, el papel hueso y las enormes letras ocupando la página entera hacen que esta edición conserve la sensación de unicidad que debió tener el original. La experiencia de leer este facsímil, ese instante del tiempo congelado, ese libro pasado hecho libro presente, nos lleva veladamente a la experiencia poética paciana: tenemos en nuestras manos la concreción de la inmovilidad del tiempo.

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