Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Javier Marías, Tomás Nevinson, Alfaguara, Barcelona, 2020, 688 pp.


“Mis escenas eróticas son raras”, dice Javier Marías en una entrevista a Marisa Blanco, quien asevera que, además, “en principio, salen mal”. Al escribirlas, “o bien se cae en la cursilería o bien se cae en un tratado de obstetricia”, lo que conduce a que estas escenas tengan “un elemento de comicidad”. Esto es lo que pensaba el autor al presentar su novela más erótica, Así empieza lo malo (2014). Alguna verdad hay en esto: a veces, lo erótico, por su cualidad de materia corriente —experiencia aparentemente conocida, rutinaria, y por estar cruzado por lo personal del aquí y ahora del encuentro— puede parecer un elemento, en principio, ajeno a la experiencia cognoscitiva. O dicho de otro modo: el material erótico pude ser un arma de doble filo. Al estar referido a la intimidad de los lectores, un espacio por el que circulan sueños, fantasías, perversiones y, cómo no, inseguridades, nos encontramos, pues, ante un elemento de radical subjetividad: lo que a un lector puede parecerle sublime a otro le parecerá rayano con el mal gusto y la grosería. Con todo, en su última novela, Tomás Nevinson, Marías retoma el encuentro erótico como arma narrativa y de conocimiento.

La novela, argumentalmente, recuerda éxitos anteriores del autor. Su protagonista, Tomás Nevinson, es un agente secreto casado con Berta Isla, protagonista de su anterior novela. Contactado por su antiguo jefe, Bertrand Tupra (el mismo que lo reclutase tras sus estudios en la Universidad de Oxford y con el que trabajase en Tu rostro mañana, 2002-2007, y Berta Isla, 2017) le ofrece realizar una última misión para los servicios de inteligencia ingleses. Ataviado con una licencia de profesor de secundaria y una nueva identidad, se desplaza a una ciudad indeterminada del norte de España para investigar a tres mujeres. Una de ellas, más de veinte años atrás, fue parte de un comando terrorista vinculado a ETA que secuestró y asesinó al concejal Miguel Ángel Blanco. Irresuelto el crimen —y considerando también que, aunque los ciudadanos olvidan los crímenes pasados atraídos por las novedades presentes, los Estados, no siempre, se arrogan el derecho de no olvidar y restablecer un equilibrio—, Nevinson tiene que hacer uso del su poder indagatorio para resolver el enigma. En contraste con los agentes tradicionales ataviados con armas, trajes especiales y Aston Martins, el agente Nevinson se vale más bien de su capacidad de penetrar lo secreto, interrogando las apariencias y llegando a la cama cuando la misión lo reclama. En el centro de este enigma, la trama tomará su curso a través del diálogo entre la posibilidad del arrepentimiento y el uso del asesinato como arma que evite mayores males.

No obstante, más allá de la contigüidad temática, esta novela es única en sí misma. Pese a que el protagonista aparece en la novela anterior, no es necesario conocer los detalles de aquella para comprender esta. El argumento sucede años después del fin de Berta Isla y en la obra ya se indica lo fundamental para no perderse. No obstante, sí que cierto contexto histórico ayuda a comprender la actualidad y pertinencia de esta novela, además de ayudar al lector a reflexionar junto al narrador sobre la naturaleza e implicaciones del castigo, sea este venganza, ejecución o asesinato. El crimen que da origen a la novela sucedió durante el fin de semana del 10 al 12 de julio de 1997. Durante esos dos días, Blanco fue secuestrado por la banda terrorista ETA por ser concejal del Partido Popular en el pueblo vasco de Ermua. La intención era chantajear al gobierno central para que acercase a miembros presos de la formación terrorista a prisiones vascas. Dado que el gobierno conservador del presidente José María Aznar no accedió, transcurrido el tiempo dado, Blanco fue ejecutado. Debido a que el anuncio del chantaje se hizo a través de los medios de comunicación, toda la población pudo seguir minuto a minuto los acontecimientos, la búsqueda y el encuentro final del cuerpo agonizante del concejal Blanco. 

Es pertinente notar que el tratamiento novelístico de las consecuencias de un atentado terrorista puede parecer ya revisionista para algunos lectores, ya elitista para otros, por estar en fricción o franco conflicto con la nueva moralidad del presente. Y es que para un mundo sin humo —Marías todavía se precia de fumar— y sin caballeros —así titulaba el autor uno de sus libros de artículos A veces un caballero (2001)—, Javier Marías es un cadáver del pasado. No hace tanto, a raíz de una polémica en torno a la calidad creativa de la autora Gloria Fuertes, el humorista Joaquín Reyes le pedía a Marías que abdicase de su labor de “cascarrabias” al considerar que lo único que hacía era protestar. Aunque, en realidad, lo que Marías hizo al comentar sobre la calidad de la obra poética de la autora fue expresar sin cortapisas una opinión que los demás mantienen de puertas para adentro. Anteriormente, también de la mano de Joaquín Reyes y Raúl Cimas, el programa de humor Muchachada Nui había dedicado un sketch a ridiculizar al escritor a tenor de su amistad con Arturo Pérez Reverte e insinuando cierto alineamiento con el posicionamiento más tradicional de aquel. Esta posición crítica, venga de donde venga, aunque sorprendente en el tono, no debiera pillar a nadie desprevenido. La propia novela lo comienza declarando: “Yo fui educado a la antigua, y nunca creí que me fueran a ordenar un día que matara a una mujer”. Sin embargo, otro tipo de opiniones algo más sustanciales en lo literario y referidas al estilo novelístico del madrileño se han sucedido en su contra. Entre ellas, la más famosa es la de otro cascarrabias profesional, Francisco Umbral —¿quién no recuerda su famoso “yo he venido a hablar de mi libro” recogido en internet?— quien en su Diccionario de literatura (1995) calificaba a Javier Marías de autor “angloaburrido”; esto es, extranjerizante.

Por fortuna, para Marías el insulto se vuelve halago cuando, efectiva e irónicamente, la crítica extranjera lo ha colmado de atenciones y premios. Desde que el crítico alemán Marcel Reich-Ranicki lo ensalzase allá por la década de los noventa, no han parado de sucederse los reconocimientos. Fue su novela Todas las almas, de 1989, la que le abrió la puerta del estrellato a la que siguió su aclamadísima Corazón tan blanco (1994), hoy obligada lectura en los programas de máster norteamericanos. Para un autor con referencias literarias y experiencias vitales en el extranjero (sus primeras memorias transcurren en New Haven, EE.UU., enseñó traducción en Oxford y vivió en Venecia) no resulta extraño que su prosa encuentre afinidades con otras tradiciones literarias mucho más marcadas por una escritura morosa e introspectiva, y en consecuencia, alejadas por lo general de autores que, como Umbral, son incapaces de mantener la tensión narrativa más allá de la extensión de una columna de prensa. Marías, por el contrario, ávido aprendiz de William Faulkner, amigo de Juan Benet, lector de Thomas Bernhard cuando aun no se le leía en el mundo hispánico, colega literario de Claudio Magris, y admirador de W. G. Sebald, por suerte para él y para la tradición literaria hispánica, transita otros dominios.

En principio, como he dicho, la novela plantea una continuidad con su obra anterior. No solo porque varios personajes importantes de Tomás Nevinson ya habían aparecido en novelas anteriores, sino también por la continuidad de género y tema. De hecho, en la novela no se esconde en ningún momento —como la presencia de los personajes insinúa explícitamente— una continuidad con problemas narrados anteriormente. De la misma forma, el estilo narrativo nos lleva por aquella continuidad iniciada hace varias décadas: fiel a las manías del estilo, Tomás Nevinson es también prosa extensa, reflexiva, acaso mimesis de los cuidadosos razonamientos de cualquier agente secreto que se precie de ser bueno en su oficio. Las reflexiones en torno al problema central de la trama —matar a una terrorista— se envuelven dentro de enumeraciones extensas que presentan diferentes ángulos y alternativas. Se trata de una narrativa morosa que se detiene a considerar los problemas e indagar dudando sobre lo que aconteció o pudo haber acontecido, que acaso sucedió, que acaso no, y que probablemente nunca sabremos. Una narración laberíntica a veces, pero que siempre avanza manteniendo ese misterio en su centro. Entretanto, una continuidad también libresca. ¿Libresca en qué sentido? En el sentido de que el universo de lecturas del autor —como ocurre a menudo con los escritores que leen— también está presente repitiéndose a lo largo de obra. Si en otras ocasiones Shakespeare poblaba las páginas de Tu rostro mañana o Corazón tan blanco, en esta tenemos, además, a Marlowe, Cervantes y Espronceda. Convicción de autor: si bien a lo largo de la tradición el refrán ha sido por excelencia la forma de sabiduría predilecta con la que se dialoga con el pueblo, en Marías la referencia literaria cumple esa función de guiño y complicidad universal. Esto es: en Marías la referencia literaria no es snobismo, sino forma de conocimiento condensado, exploración de los universales humanos.

Pero es, con todo, la continuidad temática la que constituye la mayor contribución de la novela a la discusión literaria. Esta continuidad se establece en dos niveles interrelacionados. El primero de ellos es el tema de España y su historia problemática reciente; tema que por demás ya estaba en su obra anterior, Berta Isla. Y de hecho, aunque más velado, ya desde su novela temprana El siglo (1983), la cual indagaba sobre la historia reciente de España. Pauta temática que de hecho reaparece en Tu rostro mañana;especialmente el primer volumen, Fiebre y Lanza,en el que Marías entra más de lleno en el tema de la Guerra Civil, las delaciones y los avatares de la vida marcados por la denuncia. Ahora, en Tomás Nevinson, se vuelve a lo histórico para indagar sobre uno de los temas más importante de los últimos cuarenta años de la historia de España, nada menos que el terrorismo de ETA y el papel que juegan los estados democráticos a la hora de restablecer el orden.

Un segundo aspecto que nos permite hablar de continuidad es la clarividencia o capacidad de ver en lo escondido que caracteriza a algunos personajes de Marías. Aquí nos encontramos con una capacidad de entrever en la oscuridad de los personajes parecida a la que Jacobo Deza ejercía en Tu rostro mañana. Y es que a pesar de que se encuentra un poco “oxidado” debido a los años que lleva retirado en Madrid, Nevinson debe reactualizar su instinto para para indagar el pasado de las tres mujeres y, finalmente, dar con la autora del asesinato. Ya sea a través de la simple conversación, la mirada a través de una ventana o, simplemente, las visitas a los lugares en los que estas mujeres trabajan, Nevinson utiliza de todas las artimañas posibles para poder escudriñar los recovecos más escondidos del pasado de unas mujeres que, por lo demás, son muy diferentes entre sí. Algo que nos lleva de vuelta al comienzo de esta reseña: pese a las reticencias del autor a usar el erotismo en sus novelas —o más bien, pese a sus autocríticas por usarlo—, su uso del tandem vouyerismo y encuentro sexual no es artilugio decorativo de sus novelas sino verdadera arma de la que Marías se sirve para observar y reflexionar.

El recurso erótico como materia de conocimiento ha estado siempre presente en la obra de Marías y es el gran compañero de sus mejores novelas. En la aclamada Todas las almas, el narrador, a través de una mirada algo lasciva, observa a una joven en el andén de la estación inglesa de Didcot al tiempo que reflexiona sobre la incapacidad de llegar a conocer a la mujer deseada ni, tiempo después, siquiera recordar sus rasgos. En Corazón tan blanco, se graban videos sexuales para establecer contacto humano y conocer personas. O, mucho más directo, el uso del sexo furtivo en el segundo volumen de Tu rostro mañana como modo de pactar alianzas. En todas ellas, y más recientemente en Así empieza lo malo, la sexualidad en sus diferentes vertientes no es mero artificio para atraer lectores o regalar un descanso en medio de los avatares de la trama. Visto así, lo erótico es una herramienta de detective que revela lo oculto. Sin este acercamiento a las pasiones, ya sea desde lo puramente visual o lo decididamente carnal, los personajes de Marías, y Marías mismo, no podría develar al lector aquello que Maeterlinck llamaba la verdadera esencia de las cosas. Exploración de lo erótico que lo emparentan —aunque acaso no directamente, ni él tal vez lo comparta— con algunos de los erotistas más celebres del siglo XX: Georges Bataille, Henry Miller y, sobre todo, Philip Roth; en latitudes más próximas, Juan García Ponce.

Finalmente, creo que más allá de la credibilidad que puedan alcanzar dicho tipo de escenas, aquí se instituyen en clave magistral de la novela. No lo digo porque clarifiquen una resolución o descubran quién es la asesina, sino porque son detonante de reflexiones en torno a la interioridad del yo. A través de la metáfora del desnudo y la penetración, la voz narrativa reflexiona sobre la condición del ser humano y las cambiantes circunstancias que condicionan las decisiones que a lo largo de la vida cada uno de los personajes, es decir, cada uno de nosotros, vamos tomando. Es decir, en la novela de Marías, la filiación, la ideología que la guía o el sentimiento que irradia —cosas que en el pasado fueron cruciales para que los personajes tomasen la decisión de realizar un acto brutal, una decisión que inevitablemente marque sus vidas, y que irresolublemente determina a ojos de la sociedad la identidad de ese personaje—, a tenor de las reflexiones que pueblan el relato y vistos desde la distancia temporal del presente, resultan no ser tan determinantes. Incluso, llegado el caso, aquel acto, atroz en otro tiempo, parece no ser siquiera importante para la sociedad de hoy.

Con estas reflexiones y referencias que emergen de lo erótico, la novela de Marías es una novela de pensamiento. Estamos ante un autor alejado de las modas presentes, crítico de lo políticamente correcto y, sobre todo, que exige a sus lectores cierta cultura libresca y cinéfila. Las novelas de Marías —esta también— se construyen en torno a la reflexión de un misterio —ontológico a la par que humano— y, por ello, arrojan al lector a la reflexión. Por eso, Marías no ofrece soluciones, y esto debe de quedar claro. Pese a que sus críticos lo llamen “cascarrabias” y lo quieran vincular a posiciones ideológicas trasnochadas, la verdad es que la novela es muy equilibrada en su punto de vista. Tomás Nevinson reflexiona, presenta indicios, revuelve en los eventos pasados, pero nunca presenta una certeza o se alinea con una postura política que pueda ser identificable por los lectores. Frente al Marías ciudadano que aparece en sus columnas, el novelista desaparece en la obra para dejar espacio abierto a la imaginación del lector. Ciertamente, si no se está dispuesto a pensar, si se es parte del gran público—ese público, digamos, Marvel, que necesita una obra automatizada, rebosante de acción y distracciones—, tal vez esta novela no sea del gusto del lector. Quien ha leído a Marías lo sabe.

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