Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Marie-Claire Blais, Sed, Penguin Random House, Barcelona, 2021, 320 pp.


La novela Sed de Marie-Claire Blais ha de embeberse con todos los sentidos: se mira, huele y abruma por igual. El ritmo de su narración, sus temas y símbolos, así como la multiplicidad de personajes, forman olas sucesivas de historias que agitan al lector y le dejan deseos de volver a zambullirse, desesperados por recobrar el aliento. El libro aparece en castellano (traducción de Lydia Vázquez Jiménez) veintiséis años después de hacerlo en francés en 1995. La novela inaugura una avenida hacia la extensa obra de la autora para nuestro idioma.

Marie-Claire Blais nació en Quebec, Canadá, en 1939. Publicó su primera novela, La Belle Bête, a los veinte años, con la que recibió el Premio de la lengua francesa de 1961 (Prix de la langue-française) de la Academia Francesa. Ganó el Premio Médicis en 1966 por su cuarta novela intitulada Une saison dans la vie d’Emmanuel (1965). Su obra comprende alrededor de treinta novelas, cinco piezas de teatro, dos libros de ensayos, poesía, así como guiones para cine, radio y televisión. En cuatro ocasiones ha recibido del Consejo de las Artes de Canadá el Premio Literario del Gobernador General. Algunas semblanzas de su vida mencionan sus posibles nominaciones al Nobel de Literatura.

A pesar de los múltiples galardones y el reconocimiento de la crítica, los trabajos de Blais no han recibido la atención del público global, más allá del francófono. Los críticos la señalan como una writer´s writer, una escritora para escritores. Por ejemplo, una reseña literaria que apareció en 2009 en el periódico canadiense The Globe and Mail mencionaba que la autora “es más un rumor que una leyenda. La leen principalmente escritores”. La irrupción de su obra en los sesenta parecía apuntar en dirección contraria: Ediciones Cedro publicó La Belle Bête como La hermosa bestia en castellano en 1961, con una traducción de Mariano Orta Manzano, y Editorial Diana presentó Une saison dans la vie d’Emmanuel como Una temporada en la vida de Emmanuel en 1967, traducida del inglés por Adolfo de Alba. Por décadas, entre esos libros y Sed no habían llegado al castellano otros de Blais. El resto de sus obras sí tienen versiones en lengua inglesa, pero eso tampoco le ha ganado mayor difusión. Anoto que la misión del Premio Médicis, mencionado antes, es laurear la novela de un autor debutante o sin la notoriedad que correspondería a su talento; el segundo argumento es una apta descripción para Blais en 1966 como lo es en 2021.

Sed es una novela coral, impresionista y sin centro, que discurre en una isla del Golfo de México cuyo nombre no es mencionado. El libro tiene una estructura compuesta de solo dos párrafos. El primero corresponde a un extracto de Las olas de Virginia Woolf, a modo de epígrafe, mientras el segundo es la novela completa de Blais. La unidad del texto, sin embargo, no es estática. La autora logra el movimiento a través de frecuentes y ambiguos cambios de narrador, el fluir de la conciencia, brincos temporales y reflexiones históricas. Una misma oración puede tener la longitud de varias páginas y la amplitud de dos o más personajes cuyas voces y diálogos internos son separados de los de otros únicamente por una coma. La falta de estabilidad de la prosa es notable desde el comienzo de la novela para continuar así en este y los otros nueve libros que componen el ciclo que Sed inaugura y cuya extensión ronda las dos mil páginas. El efecto de la desorientación narrativa es un recurso útil para una historia que retrata enfermedades, dolores, muerte, amor, nostalgia, esperanza, sexo, arte, gestos pequeños, música, violencia, silencios y euforia.

El relato cubre tres días de la existencia de varias decenas de personajes al final del año 1999 en un lugar inspirado por Cayo Hueso, Florida, donde Marie-Claire Blais reside por temporadas. La estancia en un pueblo al borde del mar es lo que une a estas figuras, sin que en la historia existan lazos o convivencia entre ellas. El sitio concentra una muestra de la humanidad acompañada de su clasismo, destrucción, deseo y caos. Blais pinta un lienzo con trazos que parecieran hechos con brocha gorda solo porque, desorientados al sumergirnos al inicio de la novela, debemos aprender a calibrar nuestra mirada para su lectura. Los detalles y motivos exquisitos emergen cuando damos un paso atrás y recuperamos la vista.

Los primeros personajes en aparecer son Renata, una abogada, y su esposo Claude, un juez. Acuden a la isla mientras ella se recupera de una operación quirúrgica de cáncer de pulmón. Sin embargo, no es el malestar físico el que acongoja a Renata al momento de arribar al mar, sino los pensamientos casi intrusivos acerca de la inminente ejecución por inyección letal de un recluso negro en una prisión de Texas. Renata ha pasado la noche entera pensando en el hombre desconocido pues presume su inocencia. Sus inquietudes se extienden hasta visualizar y sentir el frío de la celda del condenado en su cuerpo aún tibio después de la ejecución, así como en el sistema penal y la pena de muerte en Estados Unidos. Sus pensamientos mortifican los instantes que la pareja comparte en la cama y en el resto de su viaje. Claude se preocupa a su vez por Renata, quien sigue fumando y cuya actitud de distracción la convierte en una autómata, distante de él y del mundo.

La autora sacude a los personajes y a los lectores con brincos geográficos y temporales. En el fluir de la conciencia, saltos serpentinos de la memoria. El narrador del libro es omnisciente, encargándose de dirigir un canto de perspectivas. Así deambulan por la isla, como proyectadas en una pared desde la mirada de los personajes, imágenes de campos de exterminio en la Polonia de la Segunda Guerra Mundial, Chernóbil, la destrucción nuclear de Hiroshima, refugiados muriendo de disentería en balsas en el Caribe, linchamientos por los encapuchados Blancos Caballeros del Apocalipsis, la violencia en las calles de Chicago, hombres violando a una joven en un kibutz, entre otras. Blais no escatima en detalles descriptivos, pero no juzga tales episodios ni las reacciones interiores de sus personajes; solo trabaja para revelarlos y que no sean olvidados.

Marie-Claire Blais hace que el lector persiga miradas y memorias en la novela. Renata se escapa de su hotel para fumar y llega a la habitación propia de una antigua escritora desaparecida donde imagina su vida. Claude sabe de ojos de otros hombres sobre su esposa. Una madre ve a su hija adolescente salir de casa para dedicarse a entretener la mirada y dar placer a hombres blancos adinerados que buscan su cuerpo joven y su piel de color negro. Blais ilumina la trama con una luz que se refleja en cientos de fragmentos compuestos por las mentes de los personajes. Los lectores presenciamos a través de su caleidoscopio la visión apocalíptica de la vida humana como hecho colectivo. Lo mismo sucede con otros sentidos que la autora estimula, como las constantes apariciones de música de Puccini, Bach, Mozart, Prince y el jazz, así como los olores de las plantas, el mar o las sábanas sucias de un enfermo moribundo. La autora, como una directora de orquesta, asigna un leitmotiv a cada personaje: una pitillera de oro y un encendedor para Renata o la bicicleta robada por Carlos, el hijo del pastor de una iglesia local.

En la novela, Caroline, una fotógrafa artística con una modesta fortuna, piensa en lo que significa para los reporteros cubrir el dolor ajeno, en ellos a quienes se les “imponía la insoportable peregrinación por esas tragedias”. Es consciente de su cámara y la distancia que le proporciona ante sus sujetos. Su reflexión se da previo a un almuerzo con un poeta llamado Jean-Mathieu. La mujer se compone diciéndose que “cuando las mujeres se callaban, y callarse no era mentir, no, era simplemente reservar ciertas palabras al silencio, nada más, cuando las mujeres no decían nada de sí mismas, los hombres lo ignoraban todo de sus vidas”. Se detecta la intención de la autora por ejercer, con valentía, en voz alta, la memoria. Sin embargo, en ese mismo almuerzo, Caroline y Jean-Mathieu prefieren no tocar temas difíciles (los sintecho pidiendo sopa en un refugio en Moscú o las bolas de nieve cubiertas de sangre que los niños se arrojaban para divertirse en Sarajevo) con tal de no estropear su relación y su futuro, lo que es un contraste con la situación de Renata y Claude.

Que la historia se desarrolle a la orilla del mar, prefigura los límites que recorren los personas entre su diálogo interno y externo, entre la vida y la muerte, entre permanecer y escapar, así como las divisiones de género y clase. Además, debido a la autoconsciencia de la novela, guiña al ánimo de apocalipsis que aflora cada fin de milenio. Unos artistas amigos de Daniel, un escritor, hablan de una reseña de su obra. Adrien, el reseñista, considera que Daniel “pintaba el mundo como el Bosco o Max Ernst…no tiene el dominio fluido de los grandes maestros, pero su libro está lleno de sus visiones, uno penetra con él en la Nave de los Locos, y en el Jardín de las Delicias”, con lo que da ciertas interpretaciones religiosas sobre el libro de Daniel (destaca la alusión bíblica mientras escribo esto) y sobre el de Blais. La ubicación imaginada y confusa de la isla podría descifrarse como la boca del purgatorio o infierno, lo que la autora resalta con otras alusiones a Dante o la Marcha fúnebre de Schubert. El libro funciona como un políptico.

En el francés original, la novela y su ciclo literario se llaman Soifs, el plural de sed que el singular inherente del castellano no acepta. Tales sedes develan cierta esperanza; son las ganas de experimentar la euforia y el placer, así como sus impresiones, en los momentos de silencio de la soledad que nos compone a todos. En el libro, Jacques, un académico especializado en Kafka, a punto de fallecer por complicaciones derivadas del SIDA, rememora con cariño un amorío que sostuvo con un estudiante, pero también ve con desdén ese mismo amor que Tanju le entregó cuando Jacques solo buscaba entretenerse con él. En ningún caso Jacques se arrepiente y logra como Renata mantener la división entre el dolor físico y el pensamiento. La novela me recuerda al libro El agua y los sueños, donde Gaston Bachelard escribe acerca del complejo de Caronte. Según el autor el líquido es una sustancia (materna) de vida y de muerte a la que los difuntos buscan regresar. En Sed, esa añoranza humedece la trama: algodón mojado refrescando los labios de un enfermo, risas escuchadas a través del ruido de las olas. Bachelard cita la Mitología del Rin de Xavier Boniface Saintine: «Sin Caronte no hay infierno posible». Renata piensa en la muerte líquida de las inyecciones letales mientras hace el amor y Blais navega por nosotros.

Por su nacionalidad y género, Marie-Claire Blais es comparada con Margaret Atwood. Otras investigadoras, como Eva Pich Ponce, exploran tal relación (véase el libro Marie-Claire Blais y Margaret Atwood: bellas bestias, oráculos y apocalipsis). Blais publicó por primera vez durante las conmociones culturales del Quebec independentista y francófono de los sesenta, causando una fuerte impresión en Atwood, quien nació en el mismo año que Blais: “La leí con diecinueve años y ante tal ejemplo sentí que ya llegaba tarde”. Sin embargo, sus caminos han sido distintos, debido a las lenguas diferentes en las que escriben y los efectos que tienen sobre el negocio editorial de su país de origen. Ambas han reflexionado sobre su país desde el exterior y han alcanzado influencia cultural a su manera, pero Blais mantiene una mayor admiración de la crítica por su obra más experimental. Considero que Blais hereda, sostiene y expande el legado de Virginia Woolf, no solo por los juegos de perspectivas, sino también por las reflexiones que conlleva ampliar las miradas teñidas de consciencia.

La novela Sed es de suma complejidad por sus formas y temas. Quien la tenga en sus manos debe disfrutar de la desorientación que supone su lectura. Al igual que en otras obras de arte, cada lector se percibirá en ella y quedará inquieto al final. Espero que se derribe el muro que nos ha separado de otros de sus libros, en especial de aquellos que no pertenecen al ciclo de Sed. Su técnica se comprueba valiosa para encontrar luces dentro de la soledad humana. Blais me dejó naufrago en la isla y aún no sé cómo he de salir.

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