Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Luisa Carnés, Tea Rooms. Mujeres obreras, Hoja de Lata, Gijón, 2023, 240 pp.


En 1964, Esteban Salazar Chapela escribió en su columna titulada “Cartas de Londres”: “Es indelicado nombrar damas y tampoco es discreto hacer afirmaciones absolutas. Pero por lo que ha caído en mis manos no he leído todavía novelista dama de España que supere ni iguale siquiera a lo que Luisa Carnés con tanta espontaneidad y con tanto ángel escribió”. ¿Por qué debemos leer a esta autora? ¿Qué nos revela esta obrera que escribía al finalizar su jornada laboral y mientras sus hermanos dormían?

Luisa Carnés, nacida en el madrileño barrio de las Musas en 1905 en el seno de una familia obrera, tuvo que abandonar los estudios básicos en la primera infancia para conseguir un salario que le permitiera sostener a su familia. Con apenas once años, en un taller de sombreros, después de dependienta en un salón de té y luego como mecanógrafa, redactora y periodista. Fue justamente en la prensa donde aparecieron sus primeros textos, principalmente por la remuneración económica que proveían. La dedicación de Carnés a las letras fue por completo vocacional. Su primer libro publicado, Peregrinos de calvario (1926), está formado por tres novelas breves, en las que planteó las preocupaciones creativas que persiguió a lo largo de toda su obra: la relación entre arte y sociedad, la situación desigual de la mujer y la necesidad de una transformación política que generara cambios estructurales en España. Su siguiente novela, Natacha (1930), muestra la vida de una joven que opta por convertirse en amante del capataz para salir de la pobreza. Esta inquietud por la mujer trabajadora se concreta en Tea Rooms. Mujeres obreras (1934), novela a la que Carnés le asigna la categoría de reportaje, puesto que surge de la propia experiencia de su autora. Paralelamente, Carnés publicó artículos, reportajes, entrevistas y cuentos en la prensa.

Al comienzo de la guerra civil, la carrera literaria en ascenso de Carnés se concentró en la difusión, tanto en el teatro como en la prensa, siempre de la mano del gobierno republicano. Además de los artículos publicados en la revista Estampa, trabajó en las redacciones de Mundo Obrero y Frente Rojo, impulsadas por el Partido Comunista. También se vinculó con el organismo de propaganda Altavoz del Frente. Así, participó en las actividades del grupo dirigido por Irene y César Falcón con la obra teatral breve, Así empezó…, cuyo texto se ha perdido y que consistía, según las informaciones extraídas de reseñas y artículos periodísticos, en una recreación de distintos comentarios sobre la guerra entre los vecinos de un barrio popular de Madrid.

La crónica de los años en que Carnés se desplaza por España de la mano del gobierno republicano hasta cruzar la frontera francesa, permanece en un campo de refugiados y aborda un barco hacia el exilio, se convirtió en el texto De Barcelona a la Bretaña francesa, que fue publicado por primera vez en 2014.   

El exilio, que llevó a Carnés a la ciudad de México, donde murió en un accidente de tránsito en 1964, provocó que la autora volviera a volcarse en el periodismo. Ámbito en el que usó indistintamente los seudónimos Clara Montes y Natalia Valle. A pesar de que siguió escribiendo —dejó por lo menos seis manuscritos inéditos—, en esos años solo publicó la novela Juan Caballero (1956) sobre la resistencia del maquis en la sierra andaluza durante el primer franquismo. El poeta Juan Rejano, que fue su pareja durante décadas, publicó de manera póstuma la obra dramática Los vendedores de miedo (1966) y la biografía de Rosalía de Castro, raíz apasionada de Galicia (1964), que fue reeditada en 2014. También han sido reeditadas la novela Natacha en 2019, y una compilación de cuentos en 2018.

Y si la trayectoria editorial de Carnés no fue tersa, tampoco lo ha sido su recepción crítica. Durante las últimas décadas, la crítica literaria especializada se ha dedicado a enmendar, paliar y reducir las muchas anomalías que presentaba la arquitectura del canon literario español. Irregularidades que en primer lugar derivaban de los sucesos particulares de la historia reciente, en específico, de la guerra civil y del franquismo. Si, como ha expuesto certeramente Mari Paz Balibrea en varios textos, el final de la República representó la cancelación de un proyecto completo de modernidad que dio lugar a otro de muy diversa naturaleza, no sorprende que la historia de la literatura española también presente múltiples ramas que han sido cercenadas. Una de estas vertientes la encabeza un grupo de escritoras que fueron borradas del mapa literario y que desde hace un par de décadas empezaron a abrirse camino dentro del campo cultural. Las llamadas intelectuales modernaslas Sinsombrero— han pasado por diversos procesos de recuperación para poder encontrar su sitio en el panorama literario español. Una autora como Luisa Carnés, cuyo surgimiento pareciera repentino, comenzó su rescate desde 2002, cuando Antonio Plaza, historiador especializado en los movimientos obreros de los años treinta, se encontró con su figura y publicó la novela El eslabón perdido, antes inédita, en la editorial sevillana Renacimiento, promovida sin pausa por Manuel Aznar Soler, fundador del Grupo de Estudios del Exilio Español de la Universidad Autónoma de Barcelona. Formaban parte de esta colección, nombrada Biblioteca del exilio, otros autores que también tuvieron que abandonar España al término de la Guerra Civil por sus convicciones políticas —Concha Méndez, Esteban Salazar Chapela, María Teresa León, Segundo Serrano Poncela, Ernestina Champourcín, Magda Donato, Max Aub o Mada Carreño. Yo, por mi parte, realicé una investigación exhaustiva acerca de la vida y obra de Carnés que se convirtió en mi tesis doctoral en 2009, dirigida por Neus Samblancat. Así se desató su gradual pero progresiva restitución, proceso en el que intervinieron muchas iniciativas desde distintos frentes (académicos, periodísticos, editoriales) y que propiciaron la reedición de la novela Tea Rooms. Mujeres obreras, originalmente publicada por el enorme consorcio editorial CIAP. Ninguno de los implicados, ni siquiera la familia Puyol Carnés, sospechaba que esta autora madrileña, entonces desconocida, formaría parte de las lecturas obligatorias de bachillerato veinte años después. La novela causó bastante revuelo y expectativa crítica en el momento de su aparición en 1934, ya que se sumó a una oleada narrativa que se proponía denunciar la desigualdad social y mostrar la opresión de la clase obrera —y que practicaban Joaquín Arderíus, César Arconada o Ramón J. Sender, por mencionar algunos—. Sin embargo, el fatal desenlace de la guerra provocó el exilio masivo de varios de estos autores, entre ellos, Luisa Carnés.

Las reediciones y nuevas publicaciones de la obra de Carnés demuestran el interés crítico creciente sobre su obra. Este fenómeno se debe, ante todo, al importante impacto que ha provocado —y sigue provocando— Tea Rooms. Hacia 2016, dos editores jóvenes, Laura Sandoval y Daniel Álvarez, apostaron por esta novela como parte del catálogo de Hoja de lata, editorial independiente con sede en Gijón. De inmediato desencadenó un alud de textos críticos —entre otros, de Raquel Arias, Francisca Montiel, Ángela Martínez, Fernando Larraz, Laura Freixas— que produjo numerosas reediciones. De hecho, la novela lleva por lo menos siete reimpresiones; la última, de 2023, conmemora los diez años de Hoja de lata y cuenta con un impecable prólogo de Marta Sanz, en el que nos invita a leer en serio a esta autora que desde la propia experiencia como obrera y con las herramientas del reportaje narró la situación de opresión de las mujeres en el Madrid republicano. Esta novela también ha sido puesta en escena en la versión teatral de Laia Ripoll durante dos temporadas del 2022 en el teatro Fernán Gómez de Madrid. Además de que una muy libre versión ha detonado la serie, estrenada por la televisión española bajo el título Salón de té: la moderna. Esta producción muestra la capacidad de injerencia que la obra de Carnés ha alcanzado en los años posteriores a su reedición, pese a que la serie desactiva la carga política de la propuesta original y la traslada al terreno del folletín. Ese que tanto despreciaba Carnés porque promovía la idea del amor romántico, que consideraba el principal argumento para justificar la esclavitud femenina en el matrimonio. Así lo expresa en las páginas de Tea Rooms: “¡Uy, lectora de novelas blancas, detenida, colgada hace veinte años del aro rosa del segundo bobo! A través de tus gafas impecables, ¡no ves correr la sangre de Oriente y Occidente!”.

Estructurada en veintidós capítulos breves, Tea Rooms narra la cotidianidad de un salón de té, siguiendo como eje narrativo a su protagonista, la joven Matilde. El relato comienza cuando esta mujer, que debe proveer el sustento a su madre y hermanos menores, acude a una oficina para solicitar empleo de mecanógrafa. “¿Cuántos anuncios han llevado el mismo camino durante el pasado invierno? ¿Cuántas escaleras, cuántos despachos ha conocido Matilde durante los últimos diez meses? ¿Cuántas veces ha escrito su nombre y señas bajo unas líneas comerciales y un membrete azul, amarillo o negro?” Al descubrir la imposibilidad de desarrollar un trabajo de escritorio —demasiadas candidatas, pocas vacantes, acoso de los superiores—, se ve obligada a optar por el trabajo manual en un concurrido salón de té. “Se dan casos verdaderamente repugnantes; casos en que las auxiliares se han visto obligadas a denunciar al jefe inmediato […] En las oficinas y en las fábricas y en los talleres y en los comercios, y en todas partes donde haya mujeres subordinadas a los hombres”.

Un mosaico de personajes varios construyen, en su polifonía, un personaje colectivo que representa a la clase obrera femenina, desde la encargada que se ensaña con las muchachas y reparte órdenes, Marta, la joven de dieciséis años que se convierte en ladrona por necesidad, hasta la ignorante y fanática Paca. Provenientes de un sustrato autobiográfico, los personajes femeninos de la narrativa de Carnés, obreras, dependientas de almacén, empleadas del salón de té, son casi analfabetas; la protagonista de Tea Rooms, Matilde, aspira a la educación pero su pobreza la obliga a trabajar, cancelándose así cualquier posibilidad de estudio formal. Estos personajes son una suerte de alter ego de Carnés, que confesaba en una entrevista, “ya sabe usted que he salido del taller, no de la Universidad”. Matilde tiene conciencia de la desigualdad, la ha notado desde la infancia, como niña trabajadora: “La primera vez que se lo oyó a un portero de librea dividió mentalmente a la sociedad en dos mitades: los que utilizan el ascensor o la escalera principal y los otros, los de las escaleras de servicio; y se sintió incluida en la segunda mitad”. Esta separación se hace extensiva al resto de la sociedad, donde “la línea divisoria aparece en toda su magnitud. Aunque aún no se la sabe definir con palabras, se la ve, se la siente a cada instante”. De hecho esta división entre pobres y ricos es el leitmotiv de la novela. Matilde reflexiona: “Y cuando una se incorpora a la vida activa, las dos mitades se le presentan de pronto ante los ojos; es decir, una de ellas, la brillante; pero es que la obscura está tan asimilada a una […] Eso ocurre, por ejemplo, cuando se llega al gran taller, donde todos le mandan a una; donde hay que aceptarlo todo; donde, a la menor cosita, surge la amenaza del despido”.

La desigualdad social establece la diferencia entre las empleadas: al ver en el salón unos pasteles mordisqueados por los ratones, Laurita  exclama: “¡Qué asco!”, mientras  Marta se los lleva para sus hermanos y Matilde reflexiona: “Eso puedes decirlo tú, niña de la clase media, a quien no habrán faltado nunca el juguete o la golosina tradicional, aunque tus vestidos y tus sombreros hayan sido siempre caseros. Pero hay niños que solo han visto estas golosinas rituales en los grandes escaparates, inasequibles; niños que ganándose ya su pan, no conocen el tacto ni el sabor de estas golosinas exquisitas”. Esta sociedad tan fuertemente estratificada genera resentimientos, porque “de pronto se comprende que se odia a la niña, y a la plata y al cristal del comedor”. Este será el caldo de cultivo que detonará la guerra en 1936.

El telón de fondo de la novela es la huelga de camareros, donde las disputas ideológicas tienen lugar. “La huelga, declarada por veinticuatro horas, terminó anoche”. A lo largo del libro se suceden numerosas conversaciones acerca de la necesidad de protestar y exigir mejores condiciones laborales que quedan en simples connatos. Una situación cuya vigencia no deja de sorprender. Las empleadas del salón de té nunca las concretan: “Sus rebeliones, si alguna vez las sienten, no pasan de momentáneos acaloramientos sin consecuencias”.

Luisa Carnés describe con precisión de cirujano el entorno social en el que empiezan a contrapuntearse distintas visiones del mundo y la política. Es una novela paradigmática de la crisis de los años treinta del siglo XX, periodo que dará lugar a las guerras posteriores y que conformará el perfil global en las décadas siguientes. Tea Rooms dialoga con otras novelas publicadas entonces que revelan los problemas que las urbes tecnificadas generan en las estructuras sociales y políticas, como Señorita 0-3 (1932), de José Antonio Cabezas, Siete domingos rojos (1932), de Ramón J. Sender o La venus mecánica (1929), de José Díaz Fernández. Se trata de un tipo de narrativa que exige asertividad ideológica, que promueve la organización coordinada de los trabajadores y que demanda cambios en las construcciones ideológicas impuestas por las prácticas del capital. El crítico y editor David Becerra afirma que: “Las voces críticas del sistema —y con la narrativa dominante— son invisibilizadas, al no considerarse como legítimo su derecho a disentir”. En este sentido, la obra de Luisa Carnés se presenta como una voz en disidencia que plantea la necesidad de renovar esquemas económicos que nos conducen (y nos han conducido) a la opresión y la desigualdad (social y de género). Ahí reside su vigencia y su interés. Incluso se comunica con la narrativa de autores recientes, como Belén Gopegui o Sara Mesa, y directamente con La trabajadora (2014), de Elvira Navarro, y Las maravillas (2020), de Elena Medel, que presentan la precariedad vital y económica de las trabajadoras.  

Tea Rooms plantea una reflexión acerca de la relación que establecemos con las estructuras sociales que habitamos, y nos recuerda que su cambio solo será posible si nos proponemos su transformación como ciudadanos y trabajadores. Carnés es una escritora cuya trayectoria se encuentra en proceso de elaboración —restan inéditos por publicar y textos que desenterrar en la prensa—, y de la que, por tanto, todavía hay mucho que esperar.  

La narrativa de Carnés constituye una exploración en el universo de los marginados: el pintor, la vagabunda, la obrera, el guerrillero, la poeta, el exiliado. Su amplio sentido humano llevó a Carnés a interesarse por los desamparados, a mostrar la explotación sexual y laboral femenina, a afilarse al Partido Comunista y a morir en el exilio. Su obra nos dice mucho de las sociedades que la originaron, pero también revela su propósito creativo. Su caso se asemeja al de otros escritores que, como bien ha dicho el filósofo Edward Said sobre Jean Paul Sartre o Bertrand Russell, “más que sus razonamientos, me impresionan su voz y su presencia personales y específicas, por la sencilla razón de que ambos hablan de algo en lo que realmente creen”. Así Luisa Carnés, escuchemos lo que nos tiene que decir.

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