Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Cine


Ulrich Seidl, Rimini, Austria, 2022.

Ulrich Seidl, Sparta, Austria, 2022.


Un anciano (Hans-Michael Rehberg) en pantalones de pijama y con camiseta de tirantes recorre con su andador el dormitorio de la residencia donde vive. De pronto, se pone en mitad de la habitación, a contraluz, y realiza el saludo nazi. Este personaje es el verdadero protagonista en la sombra de la sesión doble que ofrece el director austriaco Ulrich Seidl con Rimini y Sparta. De nuevo, como tantas veces en su filmografía, refleja de que manera en Austria el nazismo sigue muy presente. Y ahora analizando cómo se va dibujando el mapa político europeo, estremece la mirada afilada y ese mundo desgarrado que ofrece Seidl en su obra.

Ese abuelo, que pasea su demencia por los pasillos del centro, llora cuando escucha canciones nazis y solo farfulla proclamas nacionalsocialistas a los otros ancianos que conviven con él. Ya no oculta su pasado. En lo más hondo de su alma anidan esas canciones y saludos que ahora ya no siente la necesidad de reprimir.

Ya lo había demostrado Seidl en su magnífico documental En el sótano (2014), donde sorprendía a ciudadanos que tenían en lo más profundo de sus hogares verdaderos búnkeres en los que escondían todo aquello que tenían que reprimir de cara a los demás: exaltación al nazismo, miserias humanas, placeres reprimidos… La mirada de Seidl es incómoda. Sí, nadie sale indiferente de sus películas, porque se centra en lo oscuro del ser humano. Sus composiciones y encuadres perfectos rebosan decadencia. Nunca la luz mostró tanta oscuridad. Desde el nazismo y la Segunda Guerra Mundial, hay otra Europa que hasta ahora se había mantenido bajo llave, pero que Seidl nunca dejó de mirar. Esa Europa ya arrastraba una herencia demencial, pero los fantasmas se propagan y continúan demasiado vivos. Ulrich Seidl es de esos cineastas con mirada cortante, que con sus películas remueven e incluso pegan bofetadas. Y lo terrible es que sus personajes no dejan de ser tremendamente humanos. Lo cual aterroriza mucho más, pues uno se pregunta cuál es el reflejo de ese espejo y en qué nos reconocemos. Tampoco reprime un humor negro que provoca esa risa nerviosa ante un mundo que sabemos no es una grotesca caricatura.

En Rimini y Sparta secuenta la vida de los descendientes de ese anciano de pasado nazi. De sus dos hijos, ya hombres maduros. Los tres se reúnen para enterrar a la esposa y madre. Así empieza Rimini. Los dos hermanos vuelven a la casa de su infancia y,  antes de recoger a su padre en la residencia, pasarán una noche etílica rememorando viejos tiempos, volviéndose a convertir, tal vez, en los niños que fueron… con todos sus traumas.

En Rimini, la cámara a quien sigue es a uno de ellos, que se hace llamar Richie Bravo (Michael Thomas), su nombre artístico como cantante del género schlager. En este género las canciones son románticas, simplonas y pegadizas. Él tiene su repertorio y se pasea por los distintos hoteles de Rimini donde sobrevive. Una ciudad italiana volcada en el turismo que parece un lugar fantasma en los largos inviernos donde solo van algunos jubilados, entre los que se encuentran las fans de Bravo, que se da a entender debió vivir su periodo de gloria en un pasado no muy lejano. Ahora recorre las calles heladas paseando su alcoholismo y ludopatía e intentando seguir adelante. En unos conciertos de lo más decadentes, Richie no solo canta, sino que después también vende su cuerpo a unas fans solitarias en busca de sexo y de palabras amables.

En las calles de esa ciudad invernal, como parte del decorado, hay unas figuras que habitan cada esquina. En silencio. Ni Richie ni los viejos turistas miran ni les dirigen la palabra. Como si no existieran. Son como estatuas vivientes. Inmigrantes. Presencias que se van volviendo más inquietantes cuando aparece en la vida de Bravo la joven Tessa (Tess Göttlicher), su hija. Una chica llena de ira y odio que reclama a su padre arruinado todo el dinero que nunca recibió de su manutención. Ella a su vez va acompañada de su novio, precisamente inmigrante, y de varios amigos o familiares de este. La relación con su padre bascula entre la humillación y el perdón, para terminar en una extraña convivencia donde Tessa y los inmigrantes que van con ella ocupan la vivienda de Richie.

No es una historia de redención, sino de oscuridad y decrepitud, donde Richie para conseguir el dinero que exige su hija será capaz de extorsionar, empleando su poder sexual de capa caída, al marido de una de sus fans amenazándole con difundir un vídeo donde se acuesta con ella y donde la mujer se encuentra totalmente entregada a la causa. Richie Bravo no acoge a los inquilinos, sino que no tiene más remedio que convivir con esos fantasmas a los que ni siquiera miraba. Rimini es puro cine de Ulrich Seidl.

En Sparta se siguen los pasos del otro hermano, Ewald (Georg Friedrich), que vive en Rumanía con su pareja y trabaja en una ciudad industrial como técnico especializado. Ewald muestra siempre su hastío, su infelicidad y vacío que contrasta con el paisaje gris y desolado de Rumanía. Pero poco a poco se nos va revelando su secreto. Ewald lucha como un titán para reprimir sus instintos. Él es un pedófilo. Solo se siente bien mirando e intentando interactuar con niños. La película se vuelve cada vez más incómoda, pues el protagonista decide abandonar su vida y viajar hacia el interior del país hasta llegar a una aldea deprimida y pobre donde compra un colegio abandonado. Allí ofrece a los niños clases de judo.

Niños que viven en la miseria, en familias desestructuradas y que lidian con la violencia diaria. La terrible paradoja de la película es que Ewald consigue crear un pequeño paraíso para ellos, les ofrece un refugio, juegos, diversión, protección y cariño… a la vez que asistimos a sus esfuerzos para no dar rienda suelta a su instinto. Así todas las secuencias de Ewald con los infantes rezuman malestar por la información que tenemos. Molesta cómo les hace fotografías, las proyecciones que realiza en soledad de esas imágenes, el tipo de juegos que les organiza, las duchas colectivas con los niños… Pero también resulta terrible cuando los padres asaltan el fuerte creado por Ewald con toda su violencia. Y cómo no tienen problema alguno en gritar y pegar a los muchachos para que les digan dónde se esconde el profesor. Y es cierto que Ewald ha mostrado cierta sensibilidad hacia la situación personal de los pequeños (sobre todo por el niño que siente más atracción), pero queda totalmente al descubierto cuando no tiene ningún problema en abandonarlos y huir de la horda de padres energúmenos. Pronto le vemos en una nueva aldea, comprando otro colegio abandonado y colgando carteles anunciando sus clases. En Sparta, Ulrich Seidl da un paso más, arriesga en la bofetada que da.

Rimini y Sparta continúan el hilo conductor de sus últimas películas, con las que cuenta siempre en el guion con su esposa Veronika Franz. Desde su trilogía Paraíso (Amor, Fe, Esperanza, 2012 y 2013) donde se centraba en la vida de tres mujeres de una misma familia, siendo cada una protagonista principal de una historia, y en la que exploraba de manera incisiva la sexualidad, la religión y el cuerpo. Siguiendo con la dupla de cine documental En el sótano (2014) y Safari (2016), donde hacía relatos demoledores e inquietantes de lo que se esconde en los sótanos de las casas o ese turismo de lujo en África donde los europeos se creen cazadores y donde continúa la huella del colonialismo. Hasta aterrizar en este doble estreno.

Ulrich Seidl siempre presenta un retrato contradictorio, demoledor y amargo de una Europa decadente. En estos siete largometrajes se reflejan los grandes temas de su cine: la herencia del nazismo; la corrupción moral del ser humano; el sexo, donde la relaciones entre iguales no existen; la familia, donde los matrimonios y las relaciones entre padres e hijos se asemejan a vivir en el infierno, donde los abusos son constantes y donde terminan siendo unos y otros cómplices de sus miserias; y, por último, su difícil relación con la religión, siempre fuente de conflicto, con creyentes que imponen a toda costa sus valores. Es interesante resaltar que Seidl se crio en una familia católica y llegó a flirtear con la idea del sacerdocio. En una entrevista exponía que “tengo mis raíces en el catolicismo, tuve una infancia católica muy estricta y eso ha sido importante en mi vida”.

Ulrich Seidl siempre ha sido considerado un cineasta provocador y ha lidiado con más de un escándalo por lo que han enojado sus películas, tanto por la mirada que ha dejado ver del mundo como por los asuntos que han mostrado sus documentales. Es indiscutible que en su cine se ve y se siente una mirada y que además emplea el lenguaje cinematográfico para expresarla. En cada una de sus obras se siente la influencia de dos disciplinas que le apasionan: la fotografía y la pintura. Tiene fotogramas con encuadres y composiciones muy característicos y especiales. Es un maestro en la puesta en escena. En Rimini, esos conciertos de Richie Bravo en escenarios llenos de brillantina, y él totalmente entregado a sus canciones de amor, contrastan con las imágenes de unas mesas asépticas llenas de hombres y mujeres mayores con la mínima expresión en sus rostros o extremadamente exagerados. En Sparta, ese paisaje deprimente y abandonado de Rumanía se asemeja a esos colegios sin un alma, con viejos pupitres y anuarios de profesores y alumnos que pisaron en su día unas instalaciones, y que ahora son la representación de un futuro que no existe.

Pues bien, el estreno de Sparta se vio ensombrecido por un reportaje del semanario alemán Der Spiegel publicadoen septiembre de 2022. Un escándalo en el mundo del cine. Lo que más trascendió internacionalmente, ocasionando incluso la cancelación de la película en festivales de prestigio como el de Toronto, fue que los padres rumanos de los niños que intervenían en la película, que provenían de familias humildes, no habían sido informados sobre el argumento, que tan solo se les explicó que el protagonista era un profesor de judo y que representaría una especie de figura protectora y paterna, pero parece ser que a nadie se le comunicó que el personaje principal era un pedófilo. Pero el semanario ahondaba más todavía en el reportaje y enumeraba irregularidades con los pequeños durante la filmación, como que empleaban traumas de los críos para conseguir la reacción que deseaban delante de las cámaras, que cobraban muy poco dinero por cada día de rodaje e incluso se ponía en duda que se hubiesen cumplido los requisitos necesarios para asegurar el bienestar de los chavales.

El director reaccionó desde el minuto uno y enseguida escribió un comunicado defendiéndose de las acusaciones recibidas por el seminario. “En mi trabajo siempre he intentado ahondar en las contradicciones de nuestros pensamientos y acciones, que, al fin y al cabo, son la esencia del ser humano. Soy consciente de que mi visión del mundo como artista y mi forma de contarlo en mis últimas películas está en clara contradicción con el espíritu de la época en la que vivimos” y añade que “mis películas no son el producto de la manipulación de actores, de tergiversar la película ante ellos, y mucho menos de someterles a abusos. Al contrario: sin la confianza que construimos durante las semanas y meses juntos, los largos periodos que requieren mis películas serían imposibles de realizar”. Lo que es cierto es que a pesar de que la película se estrenó en otros festivales como el de San Sebastián o que se puede acceder a ella a través de las plataformas, ha quedado la sombra de la duda.

¿Es Sparta una buena película? Sí. Dentro de su crudeza, remueve, logra una reacción. No deja indiferente. Provoca reflexiones. Hay una manera de rodarla, un lenguaje cinematográfico que expresa una mirada. En una entrevista Ulrich Seidl explicaba que “sabía que el tema de la película era tabú, pero si el artista se autocensura, si no se enfrenta a estas situaciones, será el principio del fin del arte”. Ok, nada que objetar. Sin embargo, cabe preguntarse si todo lo contado por Der Spiegel era mentira, como dejaba entrever el director, o si había una dosis de verdad y, por tanto, Seidl también cayó en las mismas contradicciones de los personajes de sus películas.

Hay, por tanto, otra lectura del asunto; que él mismo arrastre sobre sus espaldas esa decadencia que denuncia en sus películas, que actúe como un europeo de un país rico y con la mirada condescendiente cuando pisa un país ajeno y con unas condiciones económicas y sociales más inestables, que no pueda evitar esas contradicciones que nos vuelven humanos… No dejaría de ser irónico, pues seguiría demostrando que sus películas son un espejo de realidades que no nos gustan ni queremos mirar y que reflejan las oscuridades del ser humano que siempre se intentan ocultar o reprimir.

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