Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Ave Barrera, Restauración, Editorial Contraseña, Zaragoza, 2021, 260 pp.


El encanto de una casa señorial, grande, vieja y que necesita ser restaurada es el terreno sobre el que se edificó esta novela. Ave Barrera publicó, en 2013, Puertas demasiado pequeñas (Premio Latinoamericano de Primera Novela Sergio Galindo), y en 2019 Restauración (Premio Lipp La Brasserie). En su primera versión, según la sinopsis de la editorial Paraíso Perdido, Restauración era una escalofriante historia de terror sobre una joven restauradora atrapada entre los recuerdos de una vieja casona de la Ciudad de México y los siniestros planes de su novio. Contraseña Editorial, sin embargo, presenta la novela como una historia menos terrorífica.

Min, la protagonista, es una joven restauradora que mantiene una extraña relación de dependencia con su novio Zuri. Él es fotógrafo, trabaja en una agencia de publicidad y es el heredero de la profesión de su tío don Eligio y de la casona neocolonial que Min acepta restaurar. También es la historia de don Eligio y Gertrudis, un matrimonio que en otro tiempo arrastró su infelicidad por aquellos espacios. La relación entre los protagonistas, y de estos con la casa, está marcada por un secreto de familia y amenazada por una petición en tono de exigencia hecha por Zuri a Min: “No vayas a abrir la puerta del cuartucho que hay en la parte de atrás de la casa… Son cosas de mi tío, algo podría arruinarse”.

El interés de la autora por “obligar” al lector a pasearse por escenarios de silencio y soledad, donde el paisaje adopta un papel significativo para la historia, es un rasgo que se repite en sus novelas. En Puertas demasiado pequeñas, Barrera saborea las texturas de la ciudad, del paisaje urbano. En Restauración, los personajes permanecen dentro de la casa y miran hacia las paredes, al techo, a los rincones. Miradas en direcciones diferentes de una autora que, tanto en habitaciones cerradas como en escenarios urbanos, juega con la arquitectura hasta dotar de alma a los objetos.

Ave Barrera propone que “restaurar es fabricar un bello fantasma”. De ahí que Restauración requiera “una labor de escucha… de pararse en el espacio…, acercar el oído y aguardar”. Invita con estas palabras a irrumpir en sus espacios, a visitar la casona neocolonial en que se desarrolla la historia.Al llegar, el lector solo conseguirá avanzar a duras penas, esforzándose por apartar las telarañas y abrirse paso entre paredes descascaradas, muebles polvorientos, restos de comida descompuesta y unos personajes que van y vienen del pasado al presente y de la ficción a la realidad.

Llegamos a conocer mejor la casa que a las personas que la habitan gracias al afán descriptivo de la autora que allana el paso de una habitación a otra, proponiendo escenarios que ella misma desmenuza para luego recomponerlos. Al describir, Ave Barrera juega con la personificación de los objetos y son ellos quienes nos explican el estado en que se encuentra la casona. En el comedor “plantaba sus patas la mesa”, en los dormitorios “estaría dormida la madera” sin su cubierta de polvo, en la cocina es difícil soportar “el ajetreo de las ollas y la solemnidad de los platos de porcelana”. Asimismo, a través de los objetos, nos describe el estado de ánimo de los personajes. El huevo es “queja leve, blancura insospechada, clara cristalina, yema firme”, y la leche es “un líquido terso, dulce, frío untuoso” para calmar una “sed urgente, sed distinta, más honda, materna”.

Las descripciones, que al principio encandilan, acaban espesando un discurso narrativo que le da la espalda a la naturalidad. Un discurso sobrecargado de adjetivos y contaminado por el abuso de extensas enumeraciones de cosas, de sentimientos, o de fenómenos extraños. Tenemos por ejemplo alcobas de mujeres en las que no faltaba “el rosario” junto a “la cajetilla abierta de cigarros” o “recámaras de matrimonio en las que prima un gusto femenino: el tocador junto a la entrada, […] sendas lámparas de pantalla de seda, un espejo de cuerpo entero […], dos sillones junto al ventanal que daba al balcón. La alfombra color palo de rosa […], papel tapiz floreado, […] cepillos, tubos, horquillas, prendedores, peinetas, brochitas de maquillaje, estuches de sombras, labiales de carmín, jaboncitos, talquería nácar”, etc., etc.

Ave Barrera se toma su tiempo para describir y expone la historia con una prosa ordenada, iniciando cada capítulo con tanta contundencia que es posible prever y justificar la crueldad con que estos finalizan. Deja entrever muchas más cosas de las que se atreve a decir abiertamente. El lector atento leerá un sinfín de palabras amontonadas alrededor de una ficción que la autora utiliza como si necesitara un escudo para protegerse de la realidad. En ocasiones recurre a una voz pasiva que pone tanta distancia entre el texto y el lector que es casi ininteligible: “Tintineo y redondel. Se decide el juego de las probabilidades. Dos yin y un yang. Sobre la primera línea partida dibujo la segunda línea entera. Yang: arregla lo que fue dañado por la madre”.

Aunque las casas abandonadas, cerradas o malditas son un escenario bastante socorrido en la literatura, la casona de Restauración no es un decorado fantasmagórico o un recurso para acercarnos a lo sobrenatural. No está ahí para dar miedo. Su función es construir los recuerdos desde los espacios. Obligar al lector a participar del encierro y de la soledad, a sentir el erotismo, el placer, la repulsión y el horror que experimentan los personajes, camuflados en diferentes planos temporales. Estas emociones emergen de una trama que subyace: un cuartucho donde se esconde la naturaleza más impura de don Eligio aparentemente heredada por Zuri.

A través de las acciones de Min, que va limpiando, seleccionando objetos, tirando trastos inservibles y recomponiendo espacios, Barrera nos propone una crítica social. Construye un reproche a la visión romántica de los intelectuales latinoamericanos hacia la estética neocolonial. A una arquitectura que sobrevive como “un Frankenstein al que, no obstante, el paso del tiempo ha ido dando legitimidad”. La casona de Restauración se parece al monstruo y este a un libro en el que las voces, realidades y épocas se mantienen unidas por suturas invisibles enganchadas con adjetivos, a veces excesivos.

La obra, además, representa una denuncia a las actitudes machistas de los personajes. Incluye referencias a cuestiones históricas, vigentes y dolorosas como la soledad, el sometimiento y el encierro social de las mujeres, el abuso de poder de las clases dominantes, la inmoralidad y la corrupción que puede alcanzar límites devastadores arrasando consigo la cordura de las personas que la sufren.

Una crítica social que en ocasiones queda enmascarada, que no se expone con precisión, sino que se dibuja a través de una profusión de referencias. Algunas, fácilmente detectables. Por ejemplo, las continuas alusiones a la obra del médico francés Louis Hubert Farabeuf o a la novela de Salvador Elizondo. Es él quien recibe en esta novela un homenaje, siguiendo la tendencia de la autora de exaltar a ciertos autores, tal como hizo con Juan Rulfo en Puertas demasiado pequeñas. Pero el simbolismo de Restauración incluye, además, la mención de otras obras literarias, de referencias científicas, posturas filosóficas u obras musicales. El lector identificará las alusiones al cuento de Barba Azul o Las mil y una noches, a las teorías de Serguéi Eisenstein, a Turandot de Puccini, al Yin y el Yang, al suplicio chino de la muerte por mil cortes, etc.

Ave Barrera, según sus propias palabras, “obsesionada por las incongruencias”, utiliza los silencios para gritar una denuncia social. Se vale de paseos y divagaciones por ambientes en los que, aparentemente, nada ocurre. Ofrece una crónica social desde la perspectiva de dos épocas alejadas en el tiempo, pero similares en la inmoralidad y la imperfección. El resultado es una historia densa, una novela exigente que invita a la relectura, a hurgar en un entramado de símbolos hasta entender que es cierto, “que los ataques de pánico son tan angustiosos y duelen tanto como un infarto”, que cuando ocurren es preciso esquivar el miedo, apuntalar el techo y cambiar el color de las paredes para seguir respirando. Restauración termina con una puerta que se cierra y deja libre a Gertrudis y a Min. Un portazo liberador para dos protagonistas de épocas distintas que han intentado sobrevivir al encierro y la opresión. Un final que representa al mismo tiempo un despertar, una protesta y, por qué no decirlo, una venganza.

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