Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Nelly Arcan, Puta, Pepitas de Calabaza, Logroño, 2021, 169 pp.

Nelly Arcan, Loca, Pepitas de Calabaza, Logroño, 2020, 171 pp.


Solo es necesario abrir Puta de Nelly Arcan por cualquier página y leer una frase al azar –por ejemplo: “Y créame, me gustaría ver algo más que culpa y fealdad, locura por ejemplo, un desarreglo que lo explicara todo, mi impotencia por no morir ante la degradación de mi madre que se repite una y otra vez, y ante el deseo de los hombres que no pierde fuerza, y que pronto me buscará en otra parte, pero ya ve usted, estoy encadenada a mi relato”– para intuir al momento que sí, que se trata de un libro de corte autobiográfico escrito por una mujer que se ha dedicado a la prostitución y lo cuenta, pero, a diferencia de lo que el común de los lectores podría haber imaginado al acercarse a la obra, no, no se trata de un compendio de experiencias personales ni de un ejercicio exhibicionista que satisfaga a pícaros o morbosos, tampoco de un testimonio con pretensión analítica al uso ni un reportaje sobre la actividad de intercambiar sexo por dinero. Por no ser, en puridad, no es ni novela, denominación que lo acompaña desde que se publicó en 2001. Por no entrar, tampoco entraría con plenitud en la autoficción, pues, aunque todo el texto funciona como una exploración del yo, apenas hay narración. Como turbulento monólogo interior de la autora que adopta el ritmo y caudal de una sesión con su psicoterapeuta (de ahí el “usted” de la cita anterior), Puta adquiere enseguida la forma y el sentido de un vómito poético, un chorro propulsado por la rabia y el dolor, cuyo registro literario revela que Arcan no solo sentía con su primera obra la necesidad de querer ser escritora, sino que lo consigue.

La historia de Puta y la canadiense francófona Isabelle Fortier (1973-2009), la persona escondida tras el pseudónimo, contiene otras desgraciadamente ya indivisibles de la figura de la literata, algo que queda bien expuesto en la reciente nueva traducción del libro (hubo una hace años en Planeta), firmada por Raquel Vicedo, con un prefacio y un posfacio que nos acercan al contexto de una carrera corta, apenas ocho años, que empezó con un exitoso debut a ambos lados del charco (Quebec y Francia) y terminó abrupta pero no sorpresivamente con el suicidio. Arcan publicó el libro en Francia (Éditions du Seuil) y enseguida se convirtió enpersonaje mediático: siendo joven, guapa y rubia que exponía de manera descarnada su actividad pasada como prostituta… ¿importaba de veras que supiera escribir?, ¿interesaba que hubiera un hondo discurso de pensamiento en la indicaciónde la sordidez? Para el recuerdo quedan las entrevistas televisivas, que pueden encontrarse con facilidad en internet, donde la autora, enfrentándose a la condescendencia y la grosería, mantiene a duras pena la sonrisa al comprobar la constante indagación sobre su vida y no sobre su obra. Era el cuerpo antes que la escritora. Era la idea de lo que debe ser una mujer —y una que se ha prostituido—, antes que alguien que piensa y se expresa privilegiadamente con la palabra.

Deslegitimaday borrada por aquel entonces, hoy cabe imaginar qué habría sucedido si Arcan hubiera nacido veinte años más tarde y publicado su ópera prima en nuestros días. Leyendo Puta la sensación de que fue una de esas personas con la mala suerte de irrumpir en una época y un momento equivocados, en su caso muy pocos años de diferencia antes, se hace evidenteno solo porque sus páginas enlazan con muchos asuntos que conforman determinadas preocupaciones actuales, sino porque (para bien dirán algunos, para mal dirán otros) durante la última década ha aumentado aún más el gusto lector por la literatura del yo. Imposible saber si el reconocimiento en vida habría salvado a la persona; lo único claro es que la labor editorial de rescate y la atención generada en círculos académicos y críticos están subsanando el agravio.

Partiendo de un argumento más que mínimo van fluyendo a borbotones las ideas, los recuerdos, los hechos y la desesperación. Arcan se dirige a su psicoanalista: este sabe que ella, chica de provincias nacida en una familia de clase media, que ha recibido una férrea educación católica y ha ido a Montreal para realizar estudios universitarios, ejerce la prostitución de lujo; ahora falta averiguar por qué lo hace, pues no tiene ninguna necesidad de subsistencia ni ha caído en una trampa tendida por el proxenetismo. La joven trata de explicar que su lucha por la supervivencia nace del trauma familiar y del trauma social de ser mujer. Para ello recurre a la mención incesante de muy pocas personas, pero apenas hace referencia concreta a los episodios que han protagonizado; resultan más bien figuras que apuntalan la lectura que Arcan va haciendo del mundo. Está el padre, “que es creyente, va a la iglesia y mete a Dios en todo, la maldad de los hombres le concierne directamente, de hecho nunca se cansa de ella y siempre le pilla por sorpresa, hace como si le pillara pero yo sé que está atento a ella, que solo tiene oídos para las malas noticias de la tele y los periódicos”, circunstancia que no impide que, como muchos hombres, muchos padres de familia, se vaya de putas. Está la madre, que “larvea legítimamente”, es decir, que, insatisfecha entre otras cuestiones por su relación de pareja, es presa de una depresión crónica que la postra a menudo en la cama, generando así en Arcan un sentimiento ambivalente de identificación y odio. Está (o estaba) la hermana muerta que la autora no conoció, la hija realmente deseada y, por tanto, la versión buena de la propia Arcan. Está su psicoanalista, única figura con rasgos positivos, si bien no guarda plena confianza en él. Y están los clientes, anónimos y sucesivos, que solo contribuyen al extrañamiento y la degradación: el no entender las razones por la que su portador se excita con ella, atraviesa sus agujeros, llega al orgasmo y deja dentro o sobre ella el semen, refuerza la angustia que siente Nelly al mirarse a diario en el espejo y no reconocerse.

Y, por último, entonces, está ella, la “pitufina”, tal y como se denomina a sí misma. En el cuerpo radica gran parte de su conflicto psicológico, en un físico femenino e hiperfeminizado que debe cumplir una función entre lo decorativo y lo excitante, según unas reglas dictadas por los hombres. La autora está atrapada en su imagen, una idea de prisión corporal que se repite en el más que elocuente título de una recopilación póstuma de sus escritos cortos, Burqa de chair (Burka de carne). Fue la niña más guapa y risueña del colegio, que, al pasar a ser una más en el instituto, se abandonó a la anorexia como un modo para diferenciarse. Y es la joven que odia a las mujeres precisamente por la incapacidad de ver en ellas algo que no asocie con ella, algo nuevo que no denote que todas están igualmente atrapadas.

La soledad con su conciencia –la esencia de cualquier discurso introspectivo– está marcada por el signo del sufrimiento, algo que no va reñido con su capacidad para detectar las causas y extrapolarlas con pulso lírico en pensamiento, planteando al mismo tiempo un análisis político sobre cómo la sociedad moldea la idea y el físico de las mujeres, cómo marca sus límites conceptuales. Pese a haber encontrado una llave de expresión que la satisface y que domina, que sabe que domina –en la pieza introductoria que le sugirió escribir Bertrand Visage, el editor, Arcan explica mejor que nadie su propio texto: “Y por eso este libro está hecho entero de asociaciones, de ahí el machaqueo y la ausencia de progresión, de ahí su dimensión escandalosamente íntima”–, el problema estriba en que la escritora no obtiene tampoco en y con su libro las respuestas que no ha encontrado fuera. Esta falta de solución eleva la laceración a cotas muy altas. Y nosotros, los lectores, sobrecogidos y subyugados, nos sentimos testigos de manera similar a como lo hemos sido antes con cualquier poeta doliente en cuya obra nos hayamos podido adentrar. En ese sentido, he aquí la dimensión poética de Arcan, desde el momento en que nos ofrece la posibilidad de reconocer su tragedia profunda mediante el lenguaje y el enigma.

En otro sentido, la escurridiza adscripción de esta obra en un concepto ya de por sí escurridizo como es la autoficción, nos lleva a pensar si los límites pocos claros de este género híbrido no tienen tanto que ver con el grado de narcisismo e individualismo que se suele colar con excesiva frecuencia en los textos presentados bajo esa etiqueta, sino que corresponden a un mundo en el que se ha desterrado la práctica lírica y todo se ha vuelto tan prosaico como prosístico. Mismamente, resulta cuando menos curioso que ciertos estudiosos sitúen el antecedente clásico de la autoficción nada más y nada menos en “il Sommo Poeta” y su Comedia.

Después de Puta, Arcan publicó cuatro libros más, y el segundo, Loca (2004), también editadoen España por Pepitas de Calabaza (otra notable traducción, en esta ocasión a cargo de Natalia Fernández), cabe ser considerado como una continuación temática y argumental del primero. Ambos funcionan de hecho como perfectos complementarios: cada uno se entiende mejor al lado del otro. Sin llegar de nuevo a poder ser definido como novela, en esta ocasión sí estamos hablando de un texto de mayor naturaleza narrativa, aunque no llegue nunca a un desarrollo pleno. En forma de carta, Nelly Arcan se dirige a su expareja para realizar una autopsia devastadora de su relación, contada en orden cronológico desde la noche que comenzó hasta meses después de su finalización. La exitosa joven autora que sorprendió con su primer libro y ya no se prostituye empieza a salir con un periodista francés que vive en Quebec. Pero enseguida el emparejamiento revela dinámicas que condenan al fracaso la relación, llevándose ella la peor parte.

Las diferentes fases se van sucediendo marcadas casi desde el inicio por un hecho profundamente distorsionador en la conducta del hombre, aparte de su egocentrismo: está enganchado a la pornografía, no puede prescindir de su visionado cotidiano. Por un lado el vínculo entre ambos manifiesta falta de progresión y distanciamiento. Por otro, laten las tensiones que provocan la envidia de él (quiere publicar un libro que no se atreve a escribir) y los celos de ella (la particular misoginia que ya le conocemos se manifiesta contra las amigas y compañeras de piso del novio). La pasión inicial y la difícil gestión del tiempo que comparten juntos dan paso a la degradación.

Claramente, Arcan no consigue encontrar una salida efectiva que la salve del encierro anímico que nos describió en Puta, y la ampliación de las reflexiones expuestas en Loca está servida. Vuelven en primer lugar los problemas relacionados con el cuerpo de mujer y la perversión del deseo, algo con difícil solución cuando estás con alguien que coloca a un mismo nivel emocional acostarse contigo y masturbarse delante de una pantalla. A partir de ahí hacen su entrada temas nuevos como la maternidad y la pérdida de la cordura, siempre a raíz de las experiencias personales: el primero derivado de su embarazo; la segunda, una ruptura que abre las puertas al descontrol. Y se acentúa aún más si cabe el tremendismo, diríase que sin remedio, en el que se precipita el relato de la canadiense con las descripciones de su aborto y la frecuentación que inicia en salas X. Sigue sin importar el grado exacto de veracidad por inclusión u omisión de todos y cada uno de los hechos, la difusa línea entre experiencia y ficción, porque la verdad palpita en cada supuración: “Escribir solo sirve para agotarse encima de una roca; escribir es perder pedazos, es comprender de cerca que uno va a morir. De todos modos las explicaciones no explican nada en absoluto, arrojan tierra a los ojos, no hacen más que precipitarse hacia un punto final”. Antes que la progresión argumental, lo que igualmente prima en Loca son las ya conocidas vueltas obsesivas en círculo, ahora con la muerte en el centro. No destripamos nada al lector, porque Nelly Arcan anuncia en las primeras páginas que el día que cumplió quince años tomó la decisión de matarse el día que cumpliera treinta. Y el libro acaba la víspera de dicha fecha. Isabelle Fortier solo esperó cinco años más paracumplir la promesa.

Por todo esto y mucho más, Puta y Loca ponen a prueba nuestra capacidad como lectores para soportar el desagrado mientras nos asombramos, el rechazo mientras admiramos, la conmiseración mientras admiramos al artista.

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