Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Ana Clavel, Por desobedecer a sus padres, Alfaguara, Ciudad de México, 2022, 244 pp.


Por desobedecer a sus padres es la octava novela de Ana Clavel. Como viene sucediendo desde Los deseos y su sombra (2000) hasta el Breve tratado del corazón (2019), el diseño de la portada junto con el título arrojan una primera provocación al lector. Un indicio claro de un gran escritor es la creación de un mundo propio, si leemos una página suya y de inmediato nos sumergimos en él. Clavel ha construido su universo literario en contraposición a ciertas convenciones –la normalidad y la coherencia racionales, por mencionar algunas–, no obstante, sus argumentos y maniobras de trasnochada vanguardia suelen ser demasiado reconocibles, casi de manual: el deseo, el cuerpo, la sexualidad, la mirada, la identidad, el tabú, la violencia, lo extravagante, la liminalidad y la transtextualidad, entre otros. Collage desde la portada misma y hasta final, Por desobedecer a sus padres parasita no solo del excéntrico mito alrededor del poeta Darío Galicia, su cercanía con los infrarrealistas y la supuesta lobotomía a la que su familia lo habría sometido para curar su homosexualidad, sino también de otras figuras como Roberto Bolaño, Lewis Carroll, Oscar Wilde, Edgar Allan Poe, Luis Buñuel, Mario Levrero, César Aira, Julio Cortázar, Ricardo Piglia y Enrique Vila-Matas; e inclusive de un último coletazo surrealista cuando, por ejemplo, irrumpe una suerte de escritura automática o el cuerpo del otro es aprehendido a través de la mirada, la fotografía, el fragmento y la violencia a lo Hans Bellmer. En las 244 páginas que lo conforman, sobran los epígrafes –siete en total– así como las aclaraciones soterradas a su propuesta transgresora. Seis apartados simulan el marco de un espejo, donde la autora experimenta con el personaje de Darío G.Alicia y al mismo tiempo que juguetea con la obvia referencia a Alicia en el País de las Maravillas. Su estructura fragmentaria y lúdica –paradójicamente, sin humor– produce un efecto de azar surrealista muy al estilo de André Breton. Laberinto, baraja de naipes esparcida sobre una mesa, espejos enfrentados, pesquisa detectivesca, el libro resulta un modelo para armar pre-armado, cuya solución se ofrece de cuatro maneras: o se leen los seis espejos, o los seis capítulos, o los doce en el orden ofrecido, o se salta directamente a las páginas 108-109. En pocas palabras, las posibilidades de lectura e interpretación, así como las textualidades (para, meta, archi e hiper) nos están dadas en bandeja de plata.

Fondo rosa. De una puerta azul entreabierta se asoman dos nubes, una liebre y un ramo de rosas. En el suelo, una llave. El objetivo de este collage-portada es claro: desautomatizar, como intentó el surrealismo, la percepción del lector y preparar el terreno para la necesaria suspensión de la incredulidad. Una vez terminada la lectura, se nos revela su “críptica” simbología: rosa y rosas = aquella escena de Alicia en el País de las Maravillas donde las cartas pintan de rojo las rosas blancas para simular lo que no son, es decir, “tapar” la homosexualidad de Darío mediante la lobotomía; puerta entreabierta y llave = “salir del clóset”; liebre = otra vez referencia a la novela de Carroll, a Darío y su homoerotismo; nubes = libertad y poesía. En cuanto al título: el absurdo vaso comunicante entre la ciencia y el circo en su incomprensión de lo anormal. A lo largo de los siglos XIX y XX, los pacientes y sus cirugías fueron presentados ante el público como si de un freak show se tratase; ciencia y espectáculo: la homosexualidad vista como fenómeno cuya exhibición debe servir de escarmiento.

Por desobedecer a sus padres es todo y nada: investigación, ensayo, crítica literaria, crónica, falso documental, bitácora, reportaje, poesía, memoria, archivo clínico, biografía, autoficción, novela experimental. El lector, junto con la narradora, salta “de un tema a otro como conejo lampareado”. Quimera inventada de otra quimera –Darío G.Alicia nace del personaje Ernesto San Epifanio creado por Bolaño en Los detectives salvajes–, se nutre de chismes, rumores, citas, testimonios, expedientes, notas bibliográficas, versos, fotografías, opiniones de médicos, amigos, detractores y admiradores del poeta. No es un retrato verídico de Rubén Darío Galicia Piñón, no es un tributo ni rinde homenaje a la joven promesa cuya vena artística se esfumó en una intervención quirúrgica (lobotomía o trepanación), fuese a causa de uno o dos aneurismas en el cerebro, fuese para quitarle lo gay. Se trata de un personaje, un poeta mitad freak de circo mitad caso clínico, que no se ajustó a los moldes ni a las etiquetas de su tiempo, que desobedeció a sus padres y a la sociedad. Locura, lenguaje, poesía, poeta loco. Es, en palabras de la propia Clavel, un “artefacto literario confeccionado con palabras y con imágenes”, una figura literaria a la hora de armar la novela, “donde Darío tiene una autonomía como personaje lo mismo que los diferentes actores de ese tinglado, de ese teatro, de ese acto de feria que se llama Por desobedecer a sus padres”. El verdadero Darío Galicia murió antes de que pudiera leer la novela. En parte eso es lo que le ha conferido un halo de intriga y subversión al libro de Clavel.

¿De qué va entonces Por desobedecer a sus padres? Del conflicto entre la escritura y la vida. Mejor dicho, de la porosa barrera entre la ficción y la realidad. Metaliteratura, la novela termina siendo una reflexión sobre el proceso creativo. “¿Me atrevo, no me atrevo? ¿Puede la realidad ser más infra y extrema que la ficción más alucinada?”. Clavel intenta llevar a sus últimas consecuencias una de las premisas más repetidas sobre la novela como el género de géneros literarios, casi infinitamente maleable donde, merced a su libérrimo e híbrido carácter, todo cabe y de todo se puede alimentar. Por desobedecer a sus padres, como la mayoría de las otras novelas de la escritora, tiene demasiada conciencia de sí misma y, por extensión, del resto de las instancias narrativas que la conforman. Ana Clavel es Ana Laurel; Darío Galicia es tanto Darío G.Alicia y Darío San gAlicia (por Alicia y el gato Cheshire de Lewis Carroll) como Ernesto San Epifanio (por Roberto Bolaño) y Da Río (por Rubén Darío), incluso Ernesto Da Río G.Alicia, Ernesto Epifanio, Ernesto Epifanio Flores, Ernesto San G.alicia o Da Río San G.Alicia; Bolaño es Beleño y Los detectives salvajes es Los detectives sanguinarios o Los poetas salvajes; Octavio Paz es “el poeta Guerra”; Carlos Monsiváis es “Carlos La Neta Monsiváis”, “Carlota Monsiváis” y “Monseñorsiváis”. La lista continúa con muchas figuras más, unas con sus nombres modificados, otras no, que fueron o aún son reconocidas en el mundillo cultural mexicano a partir del siglo XX, por la UNAM y desde el centralismo del aquel entonces Distrito Federal.

Aunque orientado por devaneos ficcionales, el material verídico del cual echa mano no logra templarse literariamente, o algo falta o algo sobra. Los seis “espejos” podrían omitirse y la historia no se vería afectada. De hecho, si hubiesen sido publicados aparte, habrían formado una interesante propuesta. “Parecerá que yo misma salto de un tema a otro”, anuncia desde el principio la narradora. No solo saltamos con ella de tema a otro, también de un libro a otro, de un género a otro, de un arte a otro. Más acorde con su impulso vanguardista, el libro pudo haber parodiado los propios mecanismos teóricos a los que recurre o desmontado la gravedad, la tragedia y el patetismo que en México suelen atribuírsele a los escritores o artistas en general.

Collage que simula búsquedas y travesuras, aparenta desarticular las normas como lo hizo Darío con su figura y su poesía; como lo intentaron las vanguardias. A lo largo de la novela la ruptura del código lingüístico se establece entre los juegos surreales con el lenguaje y los trastornos de este a causa de enfermedades mentales.

Poco importa la verdad en torno a la persona de Darío: su nombre real o si en las pocas fotografías halladas él está retratado; si la intervención quirúrgica fue una lobotomía o una trepanación o si todo fue invención de Roberto Bolaño para su poema; si dicha operación fue porque sus padres o su hermano querían curarlo de su homosexualidad o de un aneurisma o dos; si durante el procedimiento perdió la lucidez o después, al final no libera de seriedad las situaciones ni el prestigio alrededor de la figura del escritor, que es tan solemne en México.

Como afirmó Ricardo Piglia, en un universo saturado de libros, donde todo está escrito, solo puede leerse con “cierta arbitrariedad, cierta inclinación deliberada a leer mal, a leer fuera de lugar, a relacionar series imposibles”. Cuando terminé Por desobedecer a sus padres, recordé una gran investigación de Zenia Yébenez Escardó, Los espíritus y sus mundos. Locura y subjetividad en el México moderno y contemporáneo (2014), donde sostiene que la locura, en cuanto es ligada a los malestares de la civilización, “toma distintas figuras en función del trato social (los insensatos ante la razón del siglo XVIII, los alienados ante la autoridad moral del médico en el siglo XIX, y los esquizofrénicos ante la mirada neurobiológica del siglo XX)”, y esta respuesta de Juan Pablo Villalobos a una entrevista:

la lectura y en particular la lectura de literatura ayuda a formar una conciencia crítica, que es lo que hemos perdido en nuestra época. No hay conciencia crítica, en muchas escuelas y universidades esta no se forja. Las instituciones se han convertido en formadoras de técnicos, de personas que están capacitadas para trabajar pero no saben pensar, que carecen de criterio para elegir y esto es muy cómodo para el poder. Porque para quien quiere manipular a una población, nada mejor que esta no tenga conciencia crítica. En este sentido, la literatura –que parece que no sirve para nada–, por supuesto  que sirve para algo que es importantísimo, ayudar en la formación de esos criterios, ideas u opiniones que un ciudadano, que va a tomar decisiones en una democracia, necesita. Hoy vivimos en sociedades en las que desgraciadamente muchos carecen de conciencia crítica y son carne fácil de estos discursos. La literatura tiene una   enorme aportación, pero está claro que a muchas instancias del poder –económico y político– no les interesa que esta se divulgue o difunda. Y también es por eso que en muchos programas de estudio de escuelas públicas o privadas han desaparecido las asignaturas de filosofía, literatura, sociología y antropología, porque son las que forman esa conciencia.

Ana Clavel no es una escritora ingenua, conoce la tradición y la teoría literarias. Hoy en día no puede escribirse algo interesante sin ese conocimiento. Cuando un autor varía mucho de una obra a otra, parece estar dando palos de ciego; en el caso de Clavel, cada una de sus novelas forma parte de una especie de mosaico, donde lo importante sería el total. En ese sentido, su obra podría leerse como un todo y no solo como textos aislados, pues en cada uno de sus libros, nos señala su genealogía y su estilo (formas, ideas, temas, personajes, símbolos, referencias, obsesiones), es decir, una cierta voluntad de coherencia.

¿A quién dirige entonces esta última entrega? ¿Por desobedecer a sus padres es una novela egocéntrica? ¿Su metaliteratura solo es para un reducido círculo de lectores? Si bien muchas de las referencias tal vez ya no sean tan conocidas para los nacidos a inicios del siglo XXI y para los alejados de la dinámica cultural metropolitana azul y oro, la novela ofrece algunos pasajes memorables, sobre todo los relacionados con la psicocirugía, como aquel donde resuena la idea de una sociedad capaz de preferir cualquier método de control ante cualquier amenaza desestabilizadora, pues se sabe que las personas rebeldes siempre han sido y serán casos de comportamientos indeseables que la sociedad erradica. Prejuicio del cual ni los científicos ni los letrados se salvan. Imposible no pensar en los Contemporáneos, tanto por la temática de la homosexualidad y la poesía como por la sobrecogedora leyenda entorno a la locura, la emasculación y el suicidio de Jorge Cuesta.

Por desobedecer a sus padres cuestiona a su lector, pone a prueba sus capacidades de crítica y asociación, incitándolo a mirar de otra manera para volver y leer de otro modo. Obra experimental, chistera de mago, esta octava novela de Ana Clavel desempolva el ideal vanguardista de la imaginación como el recurso más preciado frente a una realidad opresiva y limitante.

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