Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


José Javier Villarreal, Poeta de provincia. Antología poética (1981-2021), Tilde Editores, Monterrey, 2022, 162 pp.


Antonio Porchia escribió alguna vez: “Quien no llena su mundo de fantasmas, se queda solo.” Voces desdibujadas por la niebla de la realidad a la que vuelven, reclaman así un espacio único, este probablemente el del significado. El poema señala, refiere, alude, pero son sombras encauzadas bajo el verso hacia otra verdad, la de la poesía; un mundo se descubre por otro tan real y sensible. Ahí parece instalarse el pensamiento poético, en esa delgada línea de la referencia, más delgada, dice José Javier Villarreal (Tijuana, 1959), que la delgada línea del horizonte:

Sé que no vale la pena inventar un poema cuando hay tan poco

por descubrir;

sin embargo, sé que, en alguna parte,

en un punto que hasta ahora no me dice nada,

habrás de aparecer, yo sabré de ti, y el mundo,

ese gran mundo que no conozco, se me ha de revelar

con tu presencia.

Sobre esta relatividad, la del poema y el mundo, el escritor funda su obra; en este caso, Poeta de provincia. Antología poética (1981-2021), sirva de ejemplo.

Existe siempre un juego de desdoblamiento en ese autor-lector de toda antología autorizada. El murmullo de un río. Antología personal (1980-2017) (2018) lo atestigua con una aquiescencia de la labor poética de José Javier Villarreal. Ante la presente surge una inquietud: ¿es personal esta selección? Reunidos en 162 páginas, los poemas de Poeta de provincia son una muestra más del universo del poeta bajacaliforniano, donde el lenguaje, rebosante en plasticidad y ritmo, responde a una voluntad narrativa y, sobre todo, evocadora. Se lee entre sus páginas: “Esto quisiera ser un poema, un relato o el comienzo de una novela.” Está claro que la palabra atiende a su necesidad primigenia de contar, impulso humano de constatar la vida; un aliento que se mantiene a lo largo de los apartados. Hay entonces una versificación diegética, conciliándose en la épica de una voz, de una epopeya sentimental.

En uno de los poemas menciona: “el amor atina en el centro, en el dorado nervio de los solos”. Lo recupero para enlazarlo con una declaración reciente del escritor: “Para mí la literatura no ha sido un extra, es mi centro”. Recordando a Juarroz, si ambos centros, como animales atribulados que se buscan, el del amor y el de la soledad, coinciden, entonces, fundamentan una obra trascendental en materia humana. Lo percibo desde el propio título: la provincia como una sensibilidad desarrollada por el movimiento del espíritu, que convida a la imaginación, a la exploración de la historia (personal y cultural) para descubrir sus eslabones misteriosos, su universalidad, esto es, ofrecer una mitificación del tiempo.

Cuarenta años de literatura son manifestados en nueve libros que se recuperan, con desigual número de poemas de acuerdo al índice, pero que no dejan de constatar la formidable tarea de un poeta que se sabe, sin lugar a dudas, comprometido con su quehacer: “y comencé a escribir hasta cansarme / hasta que las pupilas de mi gato enrojecieron / y no pude atinar a sostener el mundo en que habitaba”. La antología abre con Estatua sumergida (1981), le sigue Mar del Norte (1988), su Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, después Portuaria (1997), Bíblica (1998), La Santa (2007), Campo Alaska (2012), Una señal del cielo (2017), Un cielo muy azul con pocas nubes (2019), hasta acabar con Los secretos engarces (2021). Dentro del trabajo de José Javier Villarreal, Poeta de provincia es la acentuación de una huella, de una autenticidad manifiesta desde su albor hasta sus más recientes pasos, bien puede así resumirlo:

Del paraíso sólo se conservan sus consecuencias,

y con el paso del tiempo se acentúan sus huellas

aquí entre las cosas de este mundo.

El lector puede percibir durante su lectura intereses, obsesiones, modelos, las arterias de un cuerpo vivo. Una de las cosas que noto dentro de esta selección son algunas etapas que parece haber experimentado la poesía del poeta, con sus respectivas singularidades, por supuesto, las cuales ameritarían una investigación más exhaustiva, sin embargo, me atrevo a esbozar por aquí algunas notas. Al menos, en los dos primeros apartados, Estatua sumergida y Mar del Norte, aparecen espacios (Tecate, Tijuana) y personajes (los abuelos, la madre) de un pasado familiar inmediato, mismos que, en el presente de la enunciación, es decir, el del poema, constituyen la conciencia del sujeto: “Bajo esta soledad he construido mi casa”, menciona. Esto es importante porque dichas apariencias fundamentan el carácter nostálgico de un paraíso que, a la manera de un retorno velardiano, se evoca:

Esta ciudad se levanta sobre el sudor y los sueños

de nuestros padres,

sobre el cuerpo violado de la muchacha y la mano siempre

dispuesta del asesino.

Crece como el odio, como el polvo y la rabia,

como un mar encabronado que se te escapa de las manos.

Después, diversos poemas como “Historia” retoman dicha imagen en un nostos particular:

Ese fue el mar que conociste, el que te acompañó siempre,

el que ahora te presento bajo la sombra de tu miedo.

Forma y fondo construyen así el tono de un Ulises y de una Ítaca en el norte de México, fundamental de esta primera parte, que años después alcanzará nuevos derroteros.

Portuaria, Bíblica y La Santa continúan el característico fraseo largo, la fabulación, las referencias literarias e históricas (Shakespeare, Petrarca, Luis de Góngora, Grecia, Dante) aunado a un sentido religioso ligado a la figura femenina (la bruja, la amada). Hay una superposición de imágenes, afín a poéticas como las de José Carlos Becerra o Gerardo Deniz, que, dentro de su sistema poético, conforma correlatos para restituir las formas del mundo:

Al amanecer, las sombras abren paso a esas naves que

atracan en el puerto, en ese muelle donde el olvido

ha reclinado su pesada frente.

Y en esta claridad que aturde

los ojos de los muertos, tu corazón distante…

Solo me encuentro en mi propia condición de extraño

bajo los reinos perdidos del regreso.

El estilo barroco es un aspecto de esta etapa de finales del siglo. Ofrece un diálogo con la tradición, además de una reflexión de la propia escritura como expresión de una modernidad suscrita: “La búsqueda y el poema se atoraban, / algunas pistas que no soportaban metro: / lámparas y huellas de cetáceos olvidados en las arenas de una playa del cretácico.”

El resto de las partes, Campo Alaska, Una señal del cielo, Un cielo muy azul con pocas nubes y Los secretos engarces, constituyen un período donde la mirada vuelve sobre el presente y en las maneras de nombrar, sin abandonar, por supuesto, el recurso de evocar, de hacer memoria. Desde el estudio de una imagen, la relación entre sujeto y objeto, el uso de la ironía, la forma conversacional, hasta una cuestión del ser y sus digresiones que advierten el poco equilibrio de las certidumbres. Tómese lo siguiente como ejemplo:

Estoy viendo una silla

pero pensando en un perro.

Pareciera que afuera el viento se hubiese calmado

ahora que estoy viendo una silla

pero pensando en un perro.

Las asociaciones se me dan con cierta facilidad,

incluso al escribirlas logro imprimirles

cierto metro melódico

que las hace pasar como versos.

Hay que tener cuidado ―lo dijo Paz,

recordando a Villaurrutia―

de no confundir la inspiración con el facilismo

ahora que estoy viendo una silla

pero pensando en un perro.

El problema que me presentan siempre

las asociaciones

viene después

cuando tengo que interpretarlas;

es entonces cuando dejo de pensar en un perro

y sólo veo una silla ―una silla―

donde tú no estás.

Así como la voz remonta en cada verso al caudal de los signos, los elementos vislumbrados en las escasas páginas de un proyecto de más de cuatro décadas invita al lector a un universo donde, como cité en un principio, la soledad del mundo se resuelve con la invención de los fantasmas, que acompañan el contar y cantar de los días.

En suma, la aparición de Poeta de provincia consigna la sobrevivencia del día a día, “evocaciones, pálidas sombras que ya ocurrieron o que podrían suceder”. Mismas que, gracias a la escritura, convergen para revelar del mundo perversamente engañoso la médula de la verdadera fábula: el asombro, la extrañeza, el itinerario de la poesía.

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