Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Malva Flores, Paz, Universidad de Guanajuato, Guanajuato, 2021, 163 pp.


Un libro pequeño, compacto y de un diseño colorido despierta como objeto, a primera vista, la curiosidad lectora. La Universidad de Guanajuato, consciente de este efecto dado por la forma, inauguró en 2013 la colección “Pequeña Galería del Escritor Hispanoamericano.” José Emilio Pacheco, Virgilio Piñera, Alejo Carpentier, Gabriela Mistral, Vicente Huidobro, entre otros, fueron los primeros dados a conocer mediante el ejercicio crítico y poético de la palabra. Son estudiosos de la literatura quienes ensayan sobre la vida y obra de los escritores en cuestión, pretenden con esto invitar a quien penetra la galería a la lectura de una o varias obras del autor, o bien, a vislumbrar ciertos episodios biográficos que ayuden a comprender más su poética. Esta colección, cuyo miedo principal consiste en publicar textos acartonados, llenos de tecnicismos y falsa erudición, sigue un objetivo enunciado desde la presentación por la catedrática y coordinadora de este proyecto editorial, Asunción Rangel: el de publicar textos académicos que compartan el conocimiento haciendo uso de un “lenguaje afable, llano, sencillo y sobre todo amoroso”.

No es fácil humanizar a quienes, por una u otra cosa del destino, se convirtieron en estatuas. Debería ser pan comido para los estudiosos, pero no cualquiera escribe sobre alguien de quien tanto se puede decir desde el entusiasmo, la lealtad, la comprensión crítica. El sector editorial se vio afectado por la pandemia todavía hoy activa. Uno de los proyectos frenados fue este, la “Pequeña Galería”. Por fortuna la publicación del número veinte, un librito verde pistache dedicado a Octavio Paz, rompe ese silencio inesperado. Elegir a la ensayista Malva Flores es, sin duda, un acierto. Además de la crítica, practica la pasión. Ha dedicado gran parte de su vida académica a la figura del escritor mexicano como ilustran sus libros: Viaje de vuelta. Estampas de una revista (FCE, 2011) y el de reciente publicación que le valió el premio “Xavier Villaurrutia” en su emisión 2021, Estrella de dos puntas. Octavio Paz y Carlos Fuentes. Crónica de una amistad (Ariel, 2021). Fiel a esta afinidad literaria, entrega en las páginas del libro Paz una serie de anécdotas interesantes, fragmentos de poemas que le sirven para ilustrar sus reflexiones, información detallada que solo conoce quien investiga en serio.

En los cuatro ensayos aquí reunidos Malva Flores se detiene a explicar cuál era la posición poética de Paz, a qué intereses respondía su actitud política, cómo arraigaron sus más grandes deseos —entre ellos la creación de una revista literaria latinoamericana como Plural y Vuelta— en la realidad de su época. Se trata de un libro invocación que clama la presencia de Paz. No solo explica, también ilustra cómo encarnan conceptos como memoria, mito e historia en su poesía: paseamos con la ensayista por los caminos mentales/poemas escritos por el autor para reconocerse; vida y obra mantienen un diálogo no simultáneo, pero posible si no perdemos de vista que la ficción no por ser eco deja de ser voz. A veces incluso es presagio al burlar la estructura lineal del tiempo. Malva Flores encuentra placer en hallar esas correspondencias ocultas al ojo distraído. Considera oportuno e inaplazable preguntarse ¿por qué evaluamos la importancia de un escritor como Paz dejándonos llevar por la moda ideológica en turno? Se trate de un feminismo agresivo, cancelatorio, el cual, hay que decirlo, sus razones de sobra tiene para anhelar la caída del patriarcado, pero que, al ya no necesitar pruebas en su afán de hacer pedazos las estatuas ilustres de la nación, no hace sino despertar sospechas sobre sus intenciones despóticas; o bien por una visión nacionalista, sea de izquierda o de derecha, que señala errores imperdonables y se regodea en la contradicción del otro sin detenerse a ver la propia. Si bien la ensayista rememora algunos pasajes de la vida íntima de Paz, de sus amoríos y afectos, no se detiene demasiado en lo que a muchos últimamente parece quitarles el sueño: la relación que mantuvo con Elena Garro. Hay pasadizos oscuros, secretos, entre la vida pública y privada de los autores, así como en la de cada uno de nosotros. El preguntarnos desde dónde emitimos un juicio es válido y necesario. Malva Flores cree pertinente, en este “tiempo de discordia en el que vivimos”, elaborar una defensa de Octavio Paz.

Al contar con un breve espacio la ensayista elige abordar el tema de la experiencia poética, a la que considera una suerte de religión privada de la Modernidad —categoría indisociable de la figura del poeta mexicano debido al ejercicio escritural constante de la crítica y autocrítica que este realizó; léanse los ensayos “Mi paz, nuestro Paz” y “Los otros todos que nosotros somos”. Malva Flores revive interrogantes que asediaron al escritor mexicano en su época: ¿qué tiempo habita el poema?; ¿cuál es la función social de la poesía?; ¿por qué como género literario se asocia a la poesía con un acto meramente solitario y no con una experiencia plural? Al explorar el camino que siguió el escritor en la búsqueda de la democracia y la libertad, como él se las imaginaba, ella descubre un concepto clave a la hora de comprender la poética del autor: la reconciliación. Disiente con Alejandro Rossi, quien halla en el concepto de libertad el eje en torno al cual gira la poética de Octavio Paz. Insiste en la palabra reconciliación porque quiere subrayar que, contrario a lo que se cree, el poeta no se negaba a la confrontación. Sabía que para dialogar hay que discutir: “Propiciar el debate, la argumentación —me dijo varias veces Marie José Paz— era su manera de aclarar las cosas, para sí mismo y para quienes discutían o conversaban con él. No es casualidad que varios de quienes fueron sus colaboradores cercanos aseguren que el poeta siempre creyó que su amedrentado interlocutor era más inteligente de lo que en realidad era y entonces lo sometía a conversaciones, datos, nombres y preguntas que apenas alcanzaban un balbuceo como respuesta. Para Paz, eran sus semejantes y, según recuerda Elena Poniatowska, el poeta les pedía su parecer ‘a las voces más desautorizadas, las más imprevistas’, pues Paz cultivaba ‘el arte perdido de darle al que no lo espera una súbita importancia’ ”.

Si bien la lectura de Malva Flores es puntual, sugerente y lúcida, resulta evidente hacia dónde se inclina la balanza de su interpretación de los hechos. La ensayista está a favor de Octavio Paz. Quiere rescatar al hombre de la leyenda negra y para ello se aferra al ideal. Los acontecimientos históricos y el orden y manejo de la información le dan la razón las más de las veces y como lectores podemos imaginar la dificultad que supuso para el escritor dar al género poético el lugar que se merecía en pleno desarrollo de “la fama del boom y el inicio de la mercantilización de la literatura”. El deseo de promover las formas de la cultura comenzó a dar sus frutos con la aparición de Plural el “15 de octubre de 1971entre las páginas de Excélsior”. La idea de crear una revista literaria fue su obsesión desde 1945 para el autor, como apunta Malva Flores, y cuando lo consiguió ganó el arte y la expresión del pensamiento. Pero la fundación de la revista supuso un esfuerzo colosal: “Aunque parezca paradójico, dada su visibilidad e influencia, los de Plural y Vuelta fueron proyectos concebidos desde el margen. Plural fue una revista cosmopolita pensada desde la periferia; que criticó tanto a la derecha como a la izquierda burocrática, tanto de México como de otras partes del mundo. No obstante, los malquerientes de Paz, e incluso dentro del mismo Excélsior, consideraron elitista a la publicación y, más tarde, en el caso de Vuelta, la vieron como ‘el Rolls Royce de las revistas culturales de América Latina’, según la calificó el comandante sandinista Tomás Borge”.

La grandeza del autor de El arco y la lira (1956) fue producto de su esfuerzo, de su interés por el otro; es decir, de su interés por el diálogo. Esto no niega el privilegio que le otorgó su género. En el siglo XX las puertas se abrían mucho más fácil para un escritor que para una escritora. Encuentro hiperbólico cuando en su defensa Malva Flores afirma que Paz defendió muchas veces “a feministas, homosexuales, disidentes y rebeldes de todo género”. En todo caso fue más bien un defensor del lenguaje, un polemista interesado en mirar los debates fundamentales de su época desde distintas perspectivas; por ello dio espacio a la diversidad de voces y supo escuchar, pero defender a las minorías son palabras mayúsculas. Aunque sus revistas sirvieron para que varias generaciones conversaran y debatieran, no me sorprende que su activismo cultural sea cuestionado en nuestra época. Tal vez sea ocioso querer detener un linchamiento mediático que responde a una cuestión más compleja que la de haber leído o conocer la trayectoria del escritor; tal vez sin quererlo Paz se convirtió en un pretexto simbólico por medio del cual se señalan muchas inconsistencias sistémicas de la cultura letrada (algunas de las cuales todavía hoy prevalecen). Sin embargo, esto no quita que podamos reconocer en Paz al intelectual comprometido con varias causas, al hombre que no perdió el asombro ni el amor por la poesía.

El ensayo final del libro, “El constructor de puentes”, nos adentra en ese tiempo de intensidad creativa donde Octavio Paz, “hijo y nieto de destacados editores”, dirigió dos revistas latinoamericanas que por su valor cultural hoy trascienden: Plural y Vuelta. Existen dos fuerzas contrarias que se dan la mano en ese ejercicio de poder que gozó el escritor: por un lado, el impulso de libertad de expresión vuelto conocimiento compartido y, por otro, el poder de elegir y dar a conocer ciertas expresiones artísticas y ciertas opiniones. Paz también fue un juez, un filtro al que debemos en buena medida la construcción del panorama literario hispanoamericano de la segunda mitad del siglo XX. Aún podemos preguntarnos, sin que esto reste valor a la hazaña de difusión emprendida por Paz, ¿cuáles fueron las ideas y la poesía que defendió y por qué? Para ello, claro, tenemos que estar al tanto y no solo vivir de elucubraciones. Ese ir en busca de respuestas atendiendo lo que quedó por escrito la realiza Malva Flores. No solo recopila y dispersa información sobre la hoja, también le da un orden poético y comparte una copiosa bibliografía invitándonos como lectores a ir más allá de la leyenda negra. Hace de Octavio Paz no una figura inamovible sino un astro-otro. Esto último es la virtud de sus ensayos, los cuales parecen afirmar —como hizo Rosario Castellanos en “Poesía no eres tú”— la pluralidad de la experiencia poética. No hay solo un “yo”, como la vanidad del individualismo insiste en hacernos creer. Cobra sentido el eco de las palabras de la poeta chiapaneca como cierre de esta reseña: “Nada hay más que nosotros (…) El otro. Con el otro / la humanidad, el diálogo, la poesía, comienzan”.

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