Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Fernanda Melchor, Páradais, Literatura Random House, Ciudad de México, 2021, 133 pp.


Después de Temporada de huracanes, una obra que se convirtió en un éxito de ventas en un país en donde se lee muy poco, Páradais –la tercera novela de Fernanda Melchor– generó muchas expectativas. La escritora veracruzana se había consagrado y se esperaba que su nueva publicación tuviera el mismo nivel al que nos había acostumbrado en sus crónicas periodísticas y sus ficciones que retratan con maestría la violencia en la que estamos sumergidos.

Las novelas de la escritora se inscriben parcialmente en la tradición del Bildungsroman, un género literario que retrata la transición de la adolescencia a la vida adulta. Los personajes de Melchor siempre terminan envueltos en situaciones trágicas, su aprendizaje es brutalmente cruel. La escritora apela al crimen como la culminación del viaje de un antihéroe sin salidas, sin sueños, sin ideales, sin futuro. Una fotografía de la pesadilla asfixiante de nuestra realidad.

La virtud de la autora es retratar la violencia cotidiana con la poesía del lenguaje popular, la jerga de la masa, la algarabía léxica de los que viven en el sótano de la pirámide social. En sus novelas forma y fondo se amoldan porque el lenguaje nos define, nos construye. En su última obra también encontramos esta propuesta estética, una prosa perversa, irrespirable, llena de repeticiones, palabras potentes, vulgares, un lenguaje casi pornográfico: “la rubia madurita de ojos celestes que chillaba y reía, sus grandes tetas sonrosadas columpiándose en el aire, mientras una panda de malandros la embestía simultáneamente. ¡Cuántos chaquetones maniacos no le habría dedicado Franco a la suripanta esa, la misma que ahora, al volver a esos mismos videos, los más antiguos del historial de su compu, le parecía una bruja demacrada, espantosa y repelente, con los dientes despostillados y la piel descolorida, surcada de venas verdes como salamanquesa! Nada que ver con la tez dorada de la señora Marián asoleándose bocabajo junto a la alberca, los listones de su corpiño desatados para no dejar marcas sobre su espalda divina, y aquella cola suculenta”.

Una de las diferencias más importantes respecto a sus anteriores novelas –Falsa liebre y Temporada de huracanes– es que la autora localiza la narración en un ambiente de clase alta. Páradais es un exclusivo fraccionamiento construido a las orillas de la ciudad de Boca del Río en donde coinciden dos jóvenes de clases económicas diferentes. Los dos se detestan. La forma en la que viven hace sus universos incompatibles. En ningún momento logran tener cierta complicidad a pesar de que son víctimas del rechazo social. No hay nada que los hermane. El único vínculo que los conecta es el gusto por el alcohol y la necesidad de evadir la situación en la que se encuentran.

 La mayor parte de la historia la vemos a través de ojos de Polo, un muchacho de Progreso, un pueblo cercano al complejo residencial, una comunidad invadida por el narcotráfico que supone la única forma de ascender en la escala social. Aunque el narrador es una tercera persona que serpentea en las conciencias de los personajes, escuchamos la frustración de Polo casi todo el tiempo: “Ahí fue cuando empezó a odiarlo. Pero a odiarlo en serio, así con ganas de partirle el hocico y sorrajarle aquel botellón cuadrado en la jeta y patearlo hasta reventarle las tripas y luego tirarlo de cabeza al fondo del río, donde las traicioneras corrientes se encargarían de arrastrar su cadáver comido por los peces hasta Alvarado, o tal vez más lejos. Pinche chamaco cagón, pinche putillo de mierda que no tenía los huevos para robarse algo que valiera la pena, habiendo tantas cosas en aquella casa, consolas de videojuegos y televisores y joyas y relojes y hasta dinero en efectivo, chingada madre, cualquier cosa hubiera sido mejor que robarse los calzones cagados de la suripanta esa”.

Franco Andrade es la contraparte de Polo, un obeso depravado al que uno detesta desde las primeras páginas. Este es el primer desencanto con el que uno se encuentra al leer la novela. Si algo nos había enseñado Fernanda Melchor es que la violencia también tenía una parte humana. La escritora siempre se situaba más allá del bien y del mal. Nos había mostrado que nadie puede ser completamente malvado, que nada es blanco o negro. Tanto en Falsa liebre como en Temporada de huracanes el lector podía entender las razones del actuar de los protagonistas. En Páradais estamos ante un feminicidio derivado de la obsesión de un gordo con su vecina. Desde el principio sabemos que estamos ante un crimen absurdo cometido por un personaje odioso. El libro se hace cansado porque ya sabemos el cómo y el por qué. Esta forma de narración –un sello de la autora– que se desliza por la mente de los protagonistas resulta un artificio tedioso e interminable. El lector se convierte en una especie de juez de una historia en donde todo ya está juzgado desde el primer párrafo: “Todo fue culpa del gordo, eso iba a decirles. Todo fue culpa de Franco Andrade y su obsesión con la señora Marián. Polo no hizo nada más que obedecerlo, seguir las órdenes que le dictaba. Estaba completamente loco por aquella mujer, a Polo le constaba que hacía semanas que el bato ya no hablaba de otra cosa que no fuera cogérsela, hacerla suya a como diera lugar; la misma cantaleta de siempre, como disco rayado, con la mirada perdida y los ojos colorados por el alcohol y los dedos pringados de queso en polvo que el muy cerdo no se limpiaba a lametones hasta no haberse terminado entera la bolsa de frituras tamaño familiar. Me la voy a chingar así, balbuceaba, después de pararse a trompicones en la orilla del muelle; me la voy a coger así y luego voy a ponerla en cuatro y me la voy a chingar asá, y se limpiaba las babas con el dorso de la mano y sonreía de oreja a oreja con esos dientes grandotes que tenía, blancos y derechitos como anuncio de pasta dental, apretados con rabia mientras su cuerpo gelatinoso se estremecía en una burda pantomima del coito”.

La novela empieza y termina en el mismo lugar. La estructura es circular, como los pensamientos de los protagonistas que se repiten hasta el hartazgo. El crimen es un pretexto para presentar una conciencia arrepentida. Polo, harto del conformismo de su madre, de la cachondez de su prima, de la superficialidad de la gente de dinero, de la pobreza en la que vive, decide hacerle caso al gordo. Pero su crimen no es una forma de restaurar la justicia que la suerte le ha arrebatado, ni siquiera en ese momento siente un poco de libertad, es un alma atormentada, presa de la voluntad de los seres que lo rodean: “todo había sido culpa de Franco Andrade, Polo no había hecho nada más que obedecerlo; el pobre imbécil estaba loco por aquella mujer, aunque Polo no entendía por qué; sinceramente había pensado que todo era pura guasa del marrano, puro cotorreo, puro parloteo de borracho para llenar el aire de la noche con algo más que el humo de los cigarros que fumaban mientras bebían; él qué iba a pensar que el gordo hablaba en serio, si él lo único que quería era llegar a su casa lo más tarde posible. Estaba harto de todo, harto de aquel pueblo, de su trabajo, de los gritos de su madre, de las burlas de su prima, harto de la vida que llevaba, y quería ser libre, libre, carajo, ésa era su meta en la vida, hacía bien poco que lo había descubierto. Libre, de la manera que fuera, les diría, y él mismo les alzaría la flecha a las patrullas que arribarían más tarde, con las sirenas apagadas pero al sobres, como perros mudos en pos de su presa.”

Páradais es una novela de denuncia. El nombre hace referencia a un paraíso que se encuentra más cerca del infierno. Fernanda Melchor está lejos de emplear la violencia como un mero acto estético, por el contrario, nos transporta al origen de la misma y reflexiona sobre los problemas estructurales que la generan. Nos muestra las entrañas de la realidad que se vive en nuestro país. Sus obras suelen dejarte con la sensación de estar sumergido en una alberca y no poder salir a respirar, pero Páradais, como el fraccionamiento, es demasiado artificial y previsible.

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