Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Cine


Thomas Vinterberg, Otra ronda, Dinamarca, 2020.


Antes de los créditos finales, en un fondo negro, surge una dedicatoria: “A Ida”. Y esto ofrece una rica lectura de Otra ronda, película compleja y contradictoria. Ida era la hija de 19 años del director Thomas Vinterberg. A cuatro días de comenzar el rodaje en mayo de 2019, murió en un accidente de tráfico. Ida había dado ideas para el guion e incluso iba a implicarse junto a sus compañeros de instituto en el largometraje. Tras su fallecimiento Vinterberg pensó que tenía que seguir adelante con el proyecto, que era todo un homenaje a ella. Así la historia de cuatro profesores de instituto daneses muestra un camino tragicómico, que termina decantándose por el drama con el alcohol de fondo, para culminar con una de las secuencias más vitales de los últimos tiempos en una pantalla de cine.

La explosión final de Martin (Mads Mikkelsen) que baila elegante unos pasos de danza jazz, bajo la letra What a life del grupo danés Scarlet Pleasure, es una auténtica catarsis. Su vida ha dado varios giros dramáticos, pero, de pronto, el baile y el salto final escenifica el resurgir de las cenizas. La letra de la canción habla sobre la algarabía de ser joven y de lo que supone vivir el presente. El profesor baila ante la mirada de sus colegas y rodeado de la alegría de los alumnos por haberse graduado. Se deja arrastrar, como dice la canción, por esa sensación de comerse el mundo, de no tener planes de futuro ni querer preocupaciones, de no pensar más allá de disfrutar el momento. Celebra las ganas de vivir cada día y la libertad de volar sin rumbo, como si experimentara una borrachera perpetua. Solo desde ahí se puede entender la premisa de la que parten estos cuatro profesores daneses.

Martin, Tommy (Thomas Bo Larsen), Nikolaj (Magnus Millang) y Peter (Lars Ranthe)  están en un momento crítico de sus existencias por varios motivos. La crisis de los cuarenta, de los cincuenta, la apatía, el desencanto, la depresión, la soledad, el hastío, el desamor, la pérdida de ilusión por enseñar, el conformismo de una vida gris… Los cuatro son compañeros y amigos y cuando se reúnen para celebrar el cumpleaños de Nikolaj, este último les cuenta la teoría del psiquiatra Finn Skårderud que defiende que el ser humano nace con un déficit de alcohol en sangre del 0’05 por ciento. La celebración termina en borrachera y con un clic en la cabeza de Martin, que decide al día siguiente poner en práctica la teoría de Skårderud. Descubierto por Nikolaj, los cuatro se ponen de acuerdo para seguir los pasos de su amigo y beber durante el día para mantener esa tasa de alcohol constante en sangre. Con un último fin: escribir un informe donde analizarán los efectos que tiene en su vida laboral y personal el peculiar experimento.

Pero lo que ninguno de ellos confiesa es que necesitan un cambio de rumbo, y la teoría del psiquiatra y el informe solo son una excusa para dar un empujón a sus vidas. De alguna manera, el elixir de Dionisio se convierte en el motor para dar un paso más y acabar con unas trayectorias vitales estancadas. De tal manera, que se darán cuenta de muchas cosas: para algunos sumergirse en el experimento supondrá la caída definitiva y, para otros, dar con una salida a su insatisfacción. Thomas Vinterberg expone una premisa respecto a aquellos que consumen alcohol, y que además escenifica el destino de los personajes principales, o uno puede acabar siendo un Hemingway, escritor de prestigio, que terminó suicidándose, o un Churchill, que con sus decisiones cambió el rumbo de la Segunda Guerra Mundial.

No obstante, llega un momento del experimento en el que los amigos son conscientes de que están perdiendo el norte, y deciden parar. No todos pueden. El alcohol ha supuesto un revulsivo en sus vidas, pero después tiene que volver la calma. Para todos no regresa de la misma manera.

Es curioso el efecto que provoca Otra ronda, porque no es un largometraje redondo ni equilibrado, y, sin embargo, engancha desde el primer segundo. Hay baches en la trama, en la representación del paso del tiempo (algo que ha ocurrido en más películas del director, como Lejos del mundanal ruido) y algunos personajes no están bien aprovechados (dan ganas de saber mucho más sobre Nikolaj y Peter) o bien construidos (algo que afecta sobre todo a los personajes femeninos), pero es una obra cinematográfica con alma. Las imperfecciones se olvidan porque es capaz de llegar a lo más hondo del espectador, porque todos sabemos que los seres humanos somos así, imperfectos: llenos de contradicciones, de dudas, de comportamientos que nadie entiende…

Thomas Vinterberg rescata premisas del Dogma 95 en su manera de rodar. Como ya demostró en Celebración, sabe perfectamente rodar reuniones y encuentros. Con el continuo movimiento de la cámara al hombro, que persigue a los personajes, refleja esa borrachera perpetúa que los protagonistas buscan. Por otro lado, se sumerge en las relaciones personales que nunca son fáciles, como planteaba también en La comuna, La caza o Submarino. El director danés suele partir de situaciones incómodas que ponen al descubierto las continúas contradicciones del ser humano.

Últimamente, tanto espectadores como críticos especializados achacan al director danés cierto conservadurismo a la hora de abordar los temas tratados (en este caso el alcohol),  así como escasa innovación en la narración cinematográfica. Pero más bien Vinterberg ilustra la contradicción del ser humano, a veces más acentuado si uno es de izquierdas, vive en una sociedad como la danesa que tiene un estado de bienestar estable (como se podía ver también en la película La comuna, que además partía de los recuerdos y vivencias de Vinterberg durante su infancia) y refleja cierta decepción ante el mundo que le rodea. Ese es el perfil de algunos de sus personajes, como, por ejemplo, los de Otra ronda.

Respecto las formas de rodar, sí que es cierto que el Dogma 95 le proporcionó las pautas para construir su propio estilo, y que pocas veces se ha salido de esa manera de contar. Con los movimientos de cámara muchas veces expresa la psicología de los personajes y el estado de ánimo. Su manejo de la cámara tiene nervio, vida. Además, da importancia, junto al director de fotografía que trabaje a su lado, al empleo de la luz, y es capaz de crear una atmósfera determinada para sus personajes y las situaciones que viven. Otra ronda es a pesar de los pesares una película luminosa, nada tiene que ver con otras reuniones etílicas entre amigos más oscuras, como el descenso a los infiernos en una noche de farra en A Esmorga (2014), de Ignacio Vilar, o la invitación de compromiso regada de alcohol entre dos parejas en la mítica ¿Quién teme a Virginia Woolf? (1966), de Mike Nichols.

La contradicción de la película de Vinterberg se plantea en cómo afecta la teoría de Skårderud en dos de sus protagonistas: Martin y Tommy. Ofreció estos papeles a dos de sus actores fetiches: Mads Mikkelsen (La caza) y Thomas Bo Larsen (desde los tiempos de Celebración). Al primero, le sirve para darse cuenta del cambio que necesita su vida, y se entiende que sufre una catarsis final que le va a servir para avanzar. Al segundo, le hace ser más consciente de su situación y soledad, y hundirse más en un pozo negro en el cual no encuentra salida alguna. ¿Qué es Otra ronda: una apología al consumo de alcohol o todo lo contrario? ¿Sobre qué trata Otra ronda: un canto a la vida y a la juventud o es sobre los estragos del alcohol en las sociedades modernas? La complejidad de la película es que entran las dos visiones y además se complementan.

Quizá el secreto esté en el filósofo danés Søren Kierkegaard. Con una cita de él se abre la película y también es protagonista de una secuencia clave durante el examen oral de un alumno de Peter. La cita que enmarca todo el largometraje es: “¿Qué es la juventud? Un sueño. ¿Qué es el amor? El contenido del sueño”. Los profesores están buscando de nuevo el contenido del sueño, con la excusa del alcohol, pero algunos ya no lo encuentran. En el examen oral del alumno, este explica los pensamientos de Kierkegaard sobre la desesperación, la angustia y el fracaso. Lo importante que es para las personas la aceptación del propio fracaso para acercarse y entender a los demás. Los cuatro amigos se desnudan emocionalmente entre sí y muestran sus frustraciones unos a otros, se entienden y complementan, pero aun así no es suficiente para que alguno de ellos se mantenga a flote.

Thomas Vinterberg a la vez que realiza un canto de amor a Dinamarca, no solo a la filosofía de  Kierkegaard, a sus cantos populares e himnos o forma de vida, también  es crítico con una sociedad que vive en un estado de bienestar estable, pero que, sin embargo, se hunde en la insatisfacción y la apatía por la vida. Los protagonistas ven cómo se han alejado de sus sueños de juventud y se sienten atrapados en el día a día y las responsabilidades cotidianas. Su futuro se dibuja monótono y gris. Sus vidas no reflejan la belleza exaltada y la épica que describe el himno danés, leitmotiv de Otra ronda, cuya letra se convierte en una triste ironía.

Otro de los puntos fuertes de la película es el guion original de Thomas Vinterberg y Tobias Lindholm, guionista con el que ha trabajado en varias de sus últimas películas y cuya primera colaboración fue en Submarino. Uno de los aspectos que toca Otra ronda es el siguiente: ¿por qué en muchos sitios, no solo en Dinamarca, la vida social gira alrededor del alcohol? La presencia del alcohol es evidente en todos los estamentos sociales y en todas las edades. Lo raro es no beber. El largometraje no plantea preguntas fáciles ni da respuestas, expone las incógnitas eternas alrededor del elixir. Los cuatro profesores buscan un empujón necesario para continuar con sus vidas. Intentan experimentar esa borrachera perpetúa que se siente en algunos momentos durante la juventud y que permite creer que uno va a comerse el mundo… Pero el líquido que lo permite tiene una trampa: puede provocar que se pierda la deriva definitivamente, no encontrar el rumbo.

El deseo final es conseguir dar el salto de Martin. La vida continúa, pero uno debe asumir sus fracasos y seguir soñando, y a ser posible quizá alcanzar diferentes metas,   aunque caigas una y otra vez. Lo difícil es volver a levantarse… y, sobre todo, no dejar nunca de bailar.

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