Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Octavio Paz, Odi et amo: las cartas a Helena, edición de Guillermo Sheridan, Siglo XXI, Ciudad de México, 2021, 468 pp.


En 1993, con casi ochenta años, Octavio Paz publicó La llama doble,un libro que escribió en dos meses, pero en el que había estado pensando durante toda su vida. En sus páginas, el Premio Nobel de Literatura reflexiona, entre otras cuestiones, en las dos condiciones contradictorias que definen el amor cortés. Por una parte, la atracción involuntaria entre los amantes, nacida de un magnetismo secreto y todopoderoso, y, por otra, la elección consciente que impulsa al caballero a luchar contra viento y marea por ese amor, que aspira a ser imperecedero: “Te amo a pesar de todo. Y quiero que me ames —pidió a Elena Garro, su primera esposa, en una misiva de 1937— y detengas al tiempo y a mi imagen”.

Las ochenta y cuatro cartas de Octavio Paz a su Helena mítica, frente a esa otra Elena de carne y hueso, resumen las batallas interiores emprendidas por un joven —apenas tenía veintiún años cuando redactó las primeras líneas de este epistolario— que, bajo el influjo del Werther de Goethe, defendía más que al amor a la imagen romántica del amor provenzal: “Si piensas morirte avísame para hacerlo juntos. No te importe lo cursi. Si quieres casarte conmigo, no me olvides. Abogado o no, hago dinero y nos vamos a Europa. Si no me amas, dímelo también: tienes ese deber. El único que te exijo. Que contestes a todo lo que te pregunto aquí. Debes contestar todo esto; de otro modo haré una locura” (carta 10, 29 de julio de 1935) o “ámame, porque veo que te produzco indiferencia. Yo no sé si te podré conmover, si te podré ver, si tú me hablarás, si volveré a ser Tavucho y tú Helena. Prefiero morir a que no me ames. Estoy loco” (carta 15, ¿5? de agosto de 1935).

Frente a declaraciones como esta, el lector voyeur se siente incómodo, como si asaltara con nocturnidad y alevosía la intimidad de su héroe literario, y hasta se plantea abandonar la lectura del volumen. Octavio Paz, para redactar sus encendidas epístolas, se despojó de sus pulcras camisas de literato. Aparece entre líneas con un batín de andar por casa, derrengado en una hamaca yucateca, barbón de aliento alcohólico o cual colérico machín azuzado por los celos, lanzando órdenes a su Helena sin ton ni son (“de monja estarás, encerrada y niña de reja, hasta que yo llegue o tú vengas”).

Quien escriba cartas arrebatadas en su juventud, corre el riesgo de que se lean. Octavio Paz, lector ávido de correspondencias y estudioso de las mismas, conocía este riesgo y lo asumió. Para él, la suma de palabras escritas (ya sea en forma de poema, ensayo, cuento, conferencia o carta) teje el patrón estilístico y temático que configura al autor —un intrincado laberinto de vasos comunicantes que enlazan experiencia poética con experiencia vital—. Octavio Paz no buscó ningún Max Brod que arrojara al fuego sus excesos epistolares. Los aceptó como un mal menor o un bien a largo plazo.  

“Amar es despeñarse: / caer interminablemente, / nuestra pareja / es nuestro abismo”. Estos versos de “Carta de creencia” (Árbol adentro, 1987) condensan y subliman las verborreicas misivas escritas cinco décadas antes. Se sustentan en la experiencia de desgarradura y hundimiento que Octavio Paz y Elena Garro vivieron durante su matrimonio y en sus postrimerías. El abismo se perfila no solo en las cartas que Octavio Paz envió a Elena Garro entre 1935 y 1945, sino también, y quizá aún más, en el carácter demediado de esta correspondencia. No se conservan las respuestas de Elena Garro, pero incluso si aparecieran esto no subsanaría el mar de incomunicación que brotó entre ambos. Para Paz, el género epistolar obligaba al diálogo. Ella, sin embargo, prefería habitar en sus soliloquios y negaba las respuestas. Cuando Octavio Paz inquiría, Elena Garro hacía del silencio su sensual armadura: “Eres una maravillosa corresponsal, tus cartas son muy vivas y verdaderas, pero el genio literario, por lo visto, está reñido con la prosaica exactitud” (carta 77, 29 de diciembre de 1944).

Al leer estas epístolas (divididas en tres periodos: 1935, Ciudad de México; 1937, Mérida; y 1944 y 1945, California), no solo nos adentramos en el proceso creativo de Octavio Paz, o en el efervescente mundo intelectual que los rodeaba —de Efraín Huerta a Rodolfo Usigli; de Luis Cernuda a José Gorostiza—, sino también somos testigos de la materia viva sobre la que ambos moldearon sus obras. “Vivo hundido en lo diario. Esto me aterra a veces, luego cedo. Tú vives en el aire”, reveló el escritor en 1937 al lado de un reproche a su esposa por su “absoluta falta de raíces con lo real y lo duradero”. Siete años después, escribió: “Ni eres París, ni yo soy Enrique IV, y mucho menos ningún héroe mítico, sino un pobre señor, con mucho humo en la cabeza. Y muchas palabras para disculpar su incapacidad de acción”. Si no fuera porque sabemos que se refiere a él, Octavio Paz, y a ella, Elena, pensaríamos que las anteriores frases describen a la perfección el carácter de Fernando de las Siete y Cinco y de Titina, dos de los personajes principales de Andarse por las ramas, una de las obras más célebres de Elena Garro.

Se puede leer Odi et amo: las cartas a Helena como el argumento de un melodrama de los años cuarenta. Octavio Paz nos recuerda al obsesivo Alfred Hitchcock siempre martirizando a sus actrices, rubias frías como Tippi Hedren, Kim Novak, Grace Kelly o Eve Marie Saint. Elena Garro podía actuar con la frialdad del témpano o castigar al varón, sin despeinarse, con el látigo de su indiferencia. El desdén de la heroína lleva al protagonista a la desesperación: “Sentí vergüenza de mí, porque tú puedes decir ‘qué melodramático’ ” (carta 32, 12 de septiembre de 1935).

Él, que ama y odia la mirada implacable de ella, recurre al fetichismo y se solaza en un buen número de obsesiones. En sus cartas de 1935, repite hasta la saciedad “tengo tus guantes”, como si al guardarlos poseyera sus manos y, con estas, su cuerpo entero. También, describe al hijo imaginario de ambos, Felipe: “amado hijo imposible. Este Felipe nos podría salvar de la vulgaridad. Felipe sería nuestro amor eternizado”. Inquietante…

En las cartas remitidas desde Mérida, en 1937, las obsesiones se trasladan al pelo de la amada (“tu pelo que guardo aquí, que me oye respirar, que alimento con mi sudor”) y a una pregunta sin respuesta que formula en más de quince cartas: exige Paz el nombre “de cierto miserable”. El 2 de abril de 1937, Elena Garro le confesó que un hombre, del que no revela la identidad, se había propasado con ella. Enfermo de celos, él quiere arrancarle el nombre del canalla. Entra en escena el “odi et amo” de Catulo, la escisión en modo melodrama latino (“es monstruoso —reflexionó años más tarde Octavio Paz— que los latinoamericanos tengamos una poesía tan mala, de tango y pedrería falsa. Somos cursis por naturaleza”). Adiós a la flema hitchcockiana.

La carta 47 constituye el nudo de esta trama, la misiva más iracunda que, como explica con ingenio Guillermo Sheridan, está “escrita en confeso estado de ebriedad grado mariachi”: “Veo tu retrato, tu retrato, y no sé qué hacer, si amarte o matarte (…) Y tú, pisotéame y haz lo que quieras”. Los ánimos se calman gracias a que él recibe un apapacho epistolar de ella (“tu dulce, buena, hermosa carta”): “Te amo, Helen, por la misma razón por la que te odio: por tu desnudez, por tu heroica, absurda, terrible desnudez: por tu desnudez moral, que te deja indefensa, entregada a ti”.

El desenlace de este melodramallega en 1944, cuando su matrimonio ya hace aguas, aunque no se divorciaron hasta 1959. Las cartas, enviadas por el escritor desde California a su esposa y a su hija, Helena Paz Garro, “La Chata”, pasan de ser un maremagnum de fetichismos y obsesiones a la esquemática exposición de ingresos y gastos, así como a la hipocondriaca descripción de enfermedades familiares. “Poco a poco —nos hace notar Guillermo Sheridan—, Paz ha ido advirtiendo que se cumple en su matrimonio la maldición del culto provenzal al amor: tenerla es perderla”.

Una de las últimas misivas, la 80, cambia el tono y nos arroja a lo inevitable. Pasamos de un tormentoso melodrama a lo Douglas Sirk al nihilismo de Secretos de un matrimonio de Ingmar Bergman: “Me dolería menos que me dijeras que te habías enamorado de alguien, porque lo que me duele es que me digas que te sientes náufraga y sin nada a qué asirte. Yo no sé si es amor lo que te tengo, pero tú y la niña, que ahora se impone diariamente en mis pensamientos, son los únicos seres que me desvelan y me angustian. También, te mentiría si te dijera que no te tengo rencor; tú me acusas de muchas cosas, y yo podría hacerlo también, pero me parece estéril hacerlo. Quizá no tenga remedio nada: quizá vivir separados sea lo mejor”.

Como epílogo, la famosa declaración que Elena Garro disparó treinta años después de haber recibido la carta anterior: “Quiero que sepas de una vez: primero, que yo vivo contra él, nací contra él, tuve una hija contra él, quise a mi familia contra él, estudié contra él, bailé contra él, hablé contra él, tuve amantes contra él, escribí contra él y defendí a los indios contra él. En la vida no tienes más que un enemigo, y con eso basta. Y mi enemigo es Paz”. The End.

Solo restan los créditos. Este libro posee una cualidad que lo enriquece sobremanera: su edición. Guillermo Sheridan es el editor y crítico que todo autor querría tener. Disecciona las cartas de Octavio Paz —no en vano, es su cuarto libro sobre la ingente obra de este autor— como un entomólogo apasionado. Sus notas iluminan al lector clarificando el contexto intelectual y social en el que fueron escritas, y evidenciando el carácter seminal de estos escritos juveniles en la obra posterior de Octavio Paz. La elección de la tinta azul, no solo para la portada, sino también para los textos liminares de cada bloque, es un acierto más allá de lo estético. En La llama doble Octavio Paz traduce un poema de D.H. Lawrence, “Bavarian Gentians:

            Que la antorcha bífida, azul, de esta flor me guíe

            Por las gradas obscuras, a cada paso más obscuras,

            Hacia abajo, donde el azul es negro y la negrura azul

La lírica del azul (casi negro) envuelve este epistolario humano, demasiado humano.

  • Mariarosa febrero 21, 2022 at 7:12 am / Responder

    Te acabo de leer y me asombra cada vez más tu gran capacidad para atraparnos en la lectura y no permitirnos dejarla hasta que leemos todo el texto. De Octavio Paz solo he leído «Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la Fe» y «El laberinto de la soledad». Pero descubrir, gracias a ti, que con casi 80 años escribió en dos meses «La llama doble», que había estado en su pensamiento durante toda su vida, me ha convencido de que debo buscarle y leerlo lo antes posible.También buscaré el de Elena Garro «Andarse por las ramas». Por favor, sigue descubriéndonos historias y libros tan apasionantes.

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