Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Fina García Marruz, Pequeñas memorias, El Equilibrista / Universidad Veracruzana, Ciudad de México, 2023, 220 pp.


Describir a Josefina García Marruz es una tarea compleja, pero estoy segura de que la mejor forma de hacerlo, contradiciendo a los cientos de artículos que pueden encontrarse sobre ella en páginas y revistas, no sería a través de su amplia lista de galardones, que la posicionan como una de las voces más destacadas de la literatura cubana e hispanoamericana, sino a través de su poesía. ¿Se puede describir a cualquier poeta sin entrar de lleno en la descripción de su poesía? En el caso de Fina, creo que sería imposible. Jorge Yglesias utiliza el prosaico término “irregularidad cualitativa” para hablar acerca de la variedad de temas entre los que oscila su vasta producción poética, como lo religioso, lo político y nacionalista; María Zambrano la describió como alguien “envuelta en su propia alma”, capaz de “escribir sin romper el silencio, la quietud profunda del ser”. Pero entre los muchos adjetivos, juicios y elogios, yo preferiría lo dicho por su esposo, el poeta Cintio Vitier: “evocaciones entrañables, matizadas a ratos de un voluntario impresionismo”, porque creo que es la mejor forma de describir, no solo muchos de sus poemas, sino también este libro.

Pequeñas memorias, escrito en 1955, pero publicado completo apenas en 2023, pertenece a su extensa obra literaria, junto a una variedad de poemarios, ensayos y libros de crítica, entre los cuales suelen destacarse Transfiguración de Jesús en el monte (1947), Las miradas perdidas (1951), Visitaciones (1970), Habana del centro (1997), entre otros. No es una autobiografía ni pretende serlo. Tal como aclara en una nota al inicio, en él escribió recuerdos con el fin de compartirlos con sus participantes, para hablar con ellos de nuevo, para disfrutar la compañía de los ausentes. Pero más que una descripción de momentos es una descripción de aquellas personas que dejaron huella en su vida, capturando su esencia y sus detalles más imperceptibles a través de una aguda observación.

El libro contiene diez capítulos que siguen ese patrón: comienza hablando acerca de su amigo Augusto, “Kipipo”, a quién recuerda más como el medio para conocer a Gastón Baquero, pero no por ello menos importante, pues tanto su primera impresión como su entusiasmo y alegre espíritu permanecerán para siempre en sus recuerdos y en el mes en el cual lo conoció. Continúa describiendo la dualidad entre sus dos ramas familiares, los Marruz y los Badía; los primeros, marcados por la tristeza y la melancolía, los segundos, por la alegría y el optimismo, y no puede evitar ubicarse a ella en los primeros y a su hermana Bella en los segundos. Aparece también aquí la tía Gloria, uno de esos parientes a los que se recuerda más con miedo que con cariño, como un recordatorio constante: pase lo que pase, no debo convertirme en ella.

En el capítulo siguiente, dedicado al padre, se puede notar con mucha más claridad esa forma de pintar un retrato: «He conocido personas quizás más virtuosas o de superior talento, pero nunca a nadie con más capacidad para impregnarlo todo de su atmósfera, De modo que a veces, cuando iba a verlo y él no estaba, bastaba sentir al llegar el olor de los libros, de la colonia, de los cigarros sobre el aparador de su cuarto, la oscuridad de la biblioteca, el butacón enorme y desconchado en el que se sentaba, junto a la lámpara de bronce con pantalla de porcelana, para tener la sensación de haber estado todo el tiempo en su compañía. Él lo convertía todo en una extensión de su persona, y ver el largo pasillo por el que venía Manuel con las tazas de café, ver en el baño el colgador de trípode firme vuelto a pintar de blanco, con su enorme bata y boina colgadas, era creer que se le había visto a él mismo. Semejante impregnación de las personas y cosas que lo rodeaban no la he visto después en nadie».

En “Nuestro Querido Gastón”, “Las Casas” y “Otoño”, García Marruz habla acerca de sus compañeros y amigos de la revista Orígenes (1944-1956): Gastón Baquero, a quien recuerda desde la pérdida, debida, quizá, por su exilio a España, lo que le dio una perspectiva distinta de su amigo, permitiéndole describir al fin todas las sensaciones que le provocó su primer encuentro y la lectura de uno de sus textos. Cintio Vitier y Eliseo Diego, quienes se convertirían en su esposo y su cuñado, una parte especialmente interesante, ya que nos muestra una perspectiva juvenil de estos grandes poetas: sus actividades diarias, sus reuniones para compartir escritos, lecturas en voz alta y versos a modo de juego. Y, finalmente, Juan Ramón Jiménez.

Por otra parte, hay tres capítulos destinados a reflexionar sobre diversos temas, como “Y Lloró Jesús”, donde habla acerca de su lenta, pero inevitable conversión al catolicismo hasta que este versículo logró provocar en ella la emoción religiosa con la que un joven Eliseo se lo presentó; “En Neptuno” cuenta cómo se refugiaba en los libros y el gusto por la literatura europea, especialmente española, que le permitieron sentir y desear a España como una madre, y “La Dicha”, con el cual cierra el libro, lo cual parece fortuito, ya que no era la intención de la autora que fuera el último,y se lee como una especie de justificación para los recuerdos que ha decidido plasmar en sus memorias: “¿Cuál es el misterio, la gracia peculiar que convierte en dichoso y memorable el oscuro instante? ¿Por qué su encanto resulta tan claro para el que lo sintió como incomunicable para los otros? Si oímos la conversación de dos ancianas —como acostumbraba yo oír la de mis tías cuando hablaban entre sí del malecón de Argel, blanquísimo, junto al que corrían de niñas— veremos, en lo que a Horacio llamaba ‘el conocido honor del rostro humano’, resplandecer una luz muy parecida a la dicha”.

Las notas dispuestas en la parte final, a cargo de Josefina de Diego García Marruz, sobrina de la autora, y las fotografías del álbum familiar, acaban por envolver a la obra en ese ambiente íntimo y hogareño. Más que como primer acercamiento a la gran poeta que fue García Marruz, recomendaría Pequeñas memorias como complemento ideal a la lectura de su poesía.

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