Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


José-Ramón López García (ed.), Memoria del olvido. Poetas del exilio republicano español de 1939, Visor, Madrid, 2020, 1046 pp.


Detrás de la confección y de la preparación de toda antología, hay invariablemente una propuesta de lectura que se explicita gracias a las decisiones del antologador. No hay antología que se pueda preciar por tanto de una objetividad plena –ni siquiera las recientes antologías consultadas que se elaboran por medio de encuestas y cuestionarios entre los especialistas. Es mi impresión que, en todo caso, la voluntad de quien selecciona los textos debe manifestarse sin más para que sepamos cuál es el camino que se nos solicita recorrer y que no se nos dé gato por liebre; ese deseo a veces tiene tanta relevancia como los textos que se incorporan y recuperan en el volumen proyectado: es la parte, digamos, más creativa e innovadora de la obra y la que busca orientar el pensamiento en torno a una época, una corriente o un país en su literatura. Es de agradecerse entonces que el volumen antológico nos revele abiertamente las preferencias del ejecutante; y que posea, además, algunas preferencias. Sin su punto polémico, en realidad, no estaremos en presencia de una verdadera antología, sino tan solo de una recopilación miscelánea que intenta quedar bien con unos y con otros sin dar gusto a nadie; y no ha de faltar después el crítico literario que recrimine las omisiones e inclusiones de ese corpus pues es parte infaltable de la rutina literaria o académica el comentario airado e incluso la réplica –y ni qué decir acerca de lo que dirán los que quedaron fuera si es que todavía viven. Difícil es comentar una nueva antología de un mundo poético tan frecuentado sin recaer –y aquí no estaremos exentos de ello– en alguna de estas mañas.

Todo lo anterior –que acaso debería darse por sabido y por reconocido por los lectores de antologías– alcanza otra dimensión cuando el libro contiene además una vertiente política o ideológica, por ejemplo, cuando se explora un arduo periodo de la historia, tal es el caso del exilio y de la posguerra en España. En 2020, apareció Memoria del olvido. Poesía del exilio republicano de 1939 bajo la firma de su recopilador y editor: José-Ramón López García; y con un título que nos remite, claro está, a Emilio Prados durante su estancia en México. Se trata de una muy amplia antología que aparece en un muy buen momento para su lectura: tras la conmemoración de los 80 años de la derrota republicana; y cuando aún no terminamos de comprender ni tampoco de dilucidar por completo los efectos que ese periodo de la historia ha tenido en la sociedad, en la cultura, en el arte y en las ideas en torno a la literatura no solo peninsular, sino también hispanoamericana. Desde hace muchas décadas se ha intentado si no reconciliar la literatura de adentro con la de afuera, por lo menos establecer discursivamente la existencia de esos dos ámbitos en cierta medida opuestos, pero que sin duda se necesitan para explicarse y justificarse en plenitud. La ejecución de esos diálogos no han transcurrido sin la influencia de lo ideológico y, nuevamente, de lo político. Esas conversaciones se detectan en los trabajos académicos, en las interpretaciones del periodo, en la escritura, ordenamiento y selección de las historias literarias que circulan y se acumulan poco a poco en nuestros libreros. Si bien otros importantes esfuerzos se han hecho para leer antológicamente la poesía del destierro, entre ellos recordemos el ejecutado por James Valender y Gabriel Rojo Leyva en la indispensable edición de Poesía del exilio español (2006), todavía es necesario insistir en una nueva mirada panorámica o antológica que permita al lector formarse una idea de lo que para el arte poético representó la guerra en España y lo que significó el éxodo de cientos de miles de hombres y mujeres, entre los cuales se hallaban, claro está, los poetas de entonces y también los futuros poetas hispanomexicanos: los viejos, los jóvenes y los niños.

Varios son los aspectos interesantes y originales de Memoria del olvido. Para continuar con la revisión del volumen, privilegiaremos sobre todo el comentario de dichos aspectos. Empecemos con la inclusión de textos poéticos de poca o nula difusión, es decir, composiciones y nombres de autores que no se encuentran entre los más recordados. Podríamos entonces proponer que uno de los logros de Memoria del olvido –del cual sin embargo no se alardea en ninguna instancia– es la recuperación de voces perdidas por culpa de las ediciones que muy poco circularon, de la desatención de la crítica y de la incapacidad que a veces poseemos los lectores para ir más allá de los nombres en que todos invariablemente pensamos al examinar la poesía del exilio. No son pocos los hallazgos que realiza en este sentido López García: es emocionante leer poemas que pertenecen, digámoslo así, a los poetas desconocidos y que sirven para ejemplificar algunos de los momentos centrales del destierro, por ejemplo: la estancia en los campos de concentración en Francia y Argelia. Debe decirse que esas composiciones de los poetas olvidados para nada desentonan con los textos de los creadores más reconocidos por todos; se logró, pues, que se insertaran armoniosamente en el discurso de la antología sin rebajar la calidad de esta. Loable es el trabajo que ejecutó el editor con el propósito de que pudiéramos nosotros comenzar a familiarizarnos con voces que de otro modo resultaría difícil empezar a conocer. Es entonces uno de los logros de esta Memoria del olvido el que haga verdadero honor a su nombre: hacernos recordar lo que ni siquiera sabíamos que habíamos olvidado.

El segundo aspecto que aquí comentaremos es la forma en que se presentan los poemas por medio de amplias secciones o conjuntos temáticos. Es mi opinión que la aportación más destacada de Memoria del olvido acaso consista en esa manera de proceder y de organizar los poemas; y por lo mismo este sea también el punto que podría despertar más señalamientos o reparos críticos: las maneras en que se nos sugiere leerlos, pues el volumen nos condiciona. López García permite al lector –incluso a aquel que no esté familiarizado con las obras de la época– imaginar y proseguir el proceso del exilio por medio de su poesía. Si bien los poemas pueden leerse singularmente, lo que hallamos en su disposición editorial es la novelización del periodo por medio de sus textos poéticos: las etapas que los exiliados vivieron o padecieron, y que se van reproduciendo conforme avanzamos en las páginas de este volumen. Por supuesto, los autores no supusieron que algún día sus poemas serían leídos desde este modo, como parte de una secuencia colectiva y coral en que se van insertando y combinando los textos de unos y de otros. Esta manera de proceder sirve para crear algo que antes no existía: una original articulación histórica y también temática. Y esto nos permite leer algunos conocidísimos poemas como si los leyésemos por primera vez. Los núcleos que determinó López García son los siguientes: Retirada, campos y travesías; La guerra no ha terminado; Otras orillas; Patria y ausencia; Los dioses en el exilio; Las palabras del regreso; El exilio heredado. Como podrá derivarse al leer los títulos de las secciones, el libro invita al lector a recorrer las diversas etapas del exilio desde la salida de España (en primer lugar aparece el conocidísimo alejandrino machadiano) hasta el posible o imposible regreso; por supuesto, cada poeta vive estas experiencias desde su individualidad, pero no por ello dejan de suscitarse imágenes en que coinciden. Además, se incluye una sección en que se congregan poemas acerca de Dios o la divinidad, asunto en torno del cual escribieron muchos poetas conforme se fue incrementando su desazón material y espiritual; aunque, claro está, diferente es la intensidad religiosa de cada uno: conviven allí, por ejemplo, composiciones de la muy creyente Ernestina de Champourcin con poemas del descreído Luis Cernuda. Es de destacarse que el volumen se cierre con las obras poéticas de los llamados escritores del Segundo Exilio. El gesto es importante porque se les restituye –cosa que no se había hecho en otras antologías– dentro del ambiente del destierro español. Ahora bien, aquí aparece uno de los puntos que deben advertirse y que puede resultar muy polémico: si bien se les concede la última sección del volumen a los poetas más jóvenes, en el resto de la obra López Ruiz decidió no hacer patente la pertenencia de los poetas a diversos grupos generacionales, de tal modo que se esfuman los datos biográficos que sirven para explicar las trayectorias de los poetas. En la edición preparada por Valender y Royo Leyva, el método es diferente: como ocurre tradicionalmente en tantas y tantas antologías, el orden se establece gracias a las fechas de nacimiento de los creadores; por tanto, es cronológico. Por cierto, en la introducción de Poetas del exilio español Valender nos ofrece una advertencia que sirve para justificar la novedosa metodología de López García: señala allí que el “criterio generacional” resulta inadecuado al considerar la poesía del exilio. Esto se debería, según aventuramos, a que la experiencia de la guerra y el posterior destierro influyeron en los poetas sin importar la etapa de la vida en que estuviesen afincados; se transforman o se abandonaron así muchas de las peculiaridades estilísticas y temáticas, y confluyen los unos con los otros por lo que viven en común. La experiencia del exilio se antepone a las escuelas, los estilos, las corrientes, las pulsiones vanguardistas, etc. Este rasgo permite a López García la presentación de los poemas tal y como la hemos descrito: como parte de un discurso integral y continuo. Si bien la preminencia de algunos creadores se revela en la medida en que muchos de sus poemas fueron aquí seleccionados (es el caso, por ejemplo, de León Felipe o de Rafael Alberti), el método termina por equiparar o igualar tácitamente los poemas más acabados con aquellos que no se distinguen en esencia por razones estéticas. ¿Pero es aquí la estética un aspecto en realidad central? Frente a las desgarradoras experiencias de pérdida y de sacudimiento, ¿es pertinente fijarnos todavía en la belleza de los versos? Me parece que esta cuestión queda todavía pendiente en los debates en torno a la poesía del exilio. Queda como responsabilidad del lector mediar entre los dos polos. En las páginas del prólogo de esta antología, se nos comparten valoraciones críticas acerca de cómo los poemas se relacionan los unos con los otros, de tal forma que se reafirma la impresión de que son parte de un conjunto en que se expresan ideas, sentimientos y planteamientos que se vinculan estrechamente. Esto es el resultado de la selección de textos y no de una intencionalidad real de los autores.

Otro asunto que merece la discusión crítica, y que se desprende de lo anteriormente expuesto, es la pertenencia de las composiciones presentadas en esta Memoria del olvido a las dos famosas categorías que casi siempre reaparecen entre las consideraciones de este tipo de poesía; me refiero aquí a la poesía del exilio y a la poesía en el exilio. Las preposiciones han servido para apuntalar una oposición entre la poesía que convierte la experiencia en asunto desde la zozobra; y aquella otra que se escribe en los países de acogida, pero que cuya razón de ser no son en exclusiva los sentimientos, las emociones o las impresiones de un exiliado. ¿Cuál es entonces el ámbito que explora el trabajo antológico organizado por López García? Aquí se favorece la poesía en que abiertamente se habla de la experiencia vivida; las composiciones, como antes lo apuntamos, sirven para reconstruir y revivir las fases, los motivos y las imágenes que sólo pueden construir aquellos que viven lejos de la patria por razones políticas e ideológicas. Dicho lo cual, en Memoria del olvido se da cabida también a poemas que no necesariamente tienen esa particularidad identificada; pienso, por ejemplo, en las composiciones de Juan Ramon Jiménez, poeta que si bien transforma su escritura durante los años fuera de España, no por ello vuelve explícito el destierro como tema; hay en los versos de Juan Ramón, durante esta época, un enaltecimiento y una transformación de los caminos, si se quiere, de su muy personal manera de entender el trabajo del poeta, un discurso que sin ser propiamente simbolista sugiere más de lo que dice con un lenguaje puro y a veces aun hermético. De tal modo que si bien pueden resultar comprensible las estrategias de López García para incluir composiciones suyas en diversas instancias del libro, no por ello deja de parecer un poco extraña la propuesta de lectura e inclusión que se hace del autor de la Lírica de una Atlántida. Algo parecido puede decirse acerca de los poemas seleccionados de Pedro Salinas.

El último aspecto que desearía yo tocar en esta reseña ya lo mencioné previamente: me refiero a las páginas en que se incluyen los poemas de los llamados hispanomexicanos; o bien, los escritores de la Segunda Generación del Exilio. Es necesario comentar aunque sea con brevedad esta parte de la antología pues allí se contiene una de las propuestas más originales dentro del corpus. Desde hace muchas décadas, se ha venido cuestionando la pertenencia de este grupo de escritores a la cultura española o mexicana. No es necesario presentar aquí un resumen de las ideas que se han vertido acerca de esta cuestión, pero sí mencionar que es un tema que rebrota en las distintas antologías que se han preparado de sus poemas y en los estudios que se les dedica. En Memoria del olvido se les incorpora con toda naturalidad como herederos auténticos que son del exilio español más allá de las discusiones que se puedan tener todavía acerca de su pertenencia también a la literatura de México. Es importante observar que los poemas que seleccionó López García pertenecen a aquella vertiente en que los poetas escriben a partir de su circunstancia como exiliados. De tal manera que se presentan exclusivamente textos que tienen esa particularidad; no ha de olvidarse, sin embargo, que las obras de los hispanomexicanos no siempre reflejan dichos temas, y que este es tan solo un filón de su muy vasta producción literaria. Se agradece que aparezca en la selección, entre otros muchos poemas de valía, el largo texto “Patria” de Gerardo Deniz, pues se trata de una composición que ilustra el hecho de que la nostalgia no es el asunto único acerca del cual se escribe en este contexto. Ante las dificultades que puede originar el intentar leer los poemas de los hispanomexicanos, sobre todo por el difícil acceso a las ediciones, pienso que la obra de López García beneficia fuertemente a los lectores pues permitirá conocer mejor este grupo de poetas; o recordar su lugar dentro de la literatura de España. Y quizás en el futuro leerlos junto con los escritores de la Generación del 50.

Finalmente, valdrá la pena recalcar que Memoria del olvido no es tan solo una recopilación sino también una propuesta para la lectura de la poesía del exilio. Es una obra que, como he tratado de apuntar en esta reseña, importantemente modifica la forma en que podremos leer a partir de ahora las obras poéticas del periodo: como las piezas sueltas que aquí se restituyen dentro de un orden y como parte de un conjunto. Si algo se comprueba al leer la antología, es que la literatura sigue siendo uno de los caminos indispensables para la reconstrucción de la historia. Si bien podríamos acudir a los manuales y a los recuentos históricos de la época, una muy distinta perspectiva es la que adquiriremos gracias al conocimiento de los poemas que se escribieron después de la forzosa salida de los artistas durante los últimos años de la década del treinta. Nada puede substituir la mirada y el testimonio del individuo en sus mejores versos.

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