Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Jaime Bayly, Los genios, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2023, 238 pp.


La más reciente novela de Jaime Bayly (1965) es, por principio de cuentas, la morbosa crónica de un instante extraordinario, singular e inolvidable para la vida literaria latinoamericana, uno de esos capítulos de la petite histoire que son compartidos por diversas generaciones, entre otros motivos, por la irresistible fascinación ante lo inacabado o lo entendido tan solo en una parcialidad misteriosa: un rompecabezas inaccesible para el gran público. Y Los genios es, por supuesto, algo más: la historia de una amistad irrepetible que fracasó estrepitosamente.

Si creemos en lo que Aristóteles planteó “solo la amistad de los buenos es inaccesible a la calumnia porque no pueden creerse fácilmente las aserciones de nadie contra un hombre que durante largo tiempo se ha conocido y experimentado”–, aquellos dos hombres nunca fueron los amigos ideales que son requeridos en la amistad óptima según el credo clásico, pues se dejaron vencer por la calumnia; pero esto es algo que el lector tan solo entiende casi al arribar a las últimas páginas de la novela como si se trata de un thriller. La curiosidad garantiza que el libro de Bayly se devore con la gula que solo puede incitar un placer espléndidamente culposo y, asimismo, obsceno; es una novela que bien se puede recorrer en el aeropuerto o en la sala de espera del médico, pero sin un pudor demasiado grande, sin tener que esconderla o justificarla porque habla de dos máximos autores de la lengua española. Por ello, nos decidimos ser los cómplices y los espectadores del lento desastre de esta legendaria amistad; y creemos, porque esta es una de las potestades del texto novelístico, entenderlo todo al final, cada uno de los ángulos y cada una de las biografías reconstruidas o imaginadas de los personajes principales y sus séquitos: familiares, admiradores, agentes, amantes, políticos, escritores, prostitutas.

¿La existencia puede ser luego resumida, entendida, recreada? Solo la literatura provee tal sensación, tal engaño, aquel espejismo. En términos generales, se puede plantear que este libro se mueve entre dos planos esenciales: los sucesos que se corresponden con las vidas de los dos personajes, no en un desarrollo lineal, sino con capítulos en que se recorren momentos fundamentales de sus existencias sin los cuales imposiblemente se podría entender a cabalidad la razón de tal puñetazo ni tampoco cierta rivalidad artística. Ambas biografías se entremezclan y se cruzan, como ocurre con los amigos reales; y se acercan una y otra vez, en distintos países, con diversas circunstancias en sus devenires. Los vemos viajar, dialogar, cartearse, admirarse, empezar y cerrar violentamente su vínculo fraterno con violencia.

Todos los fieles lectores de Vargas Llosa y de García Márquez –y aun aquellos que ni siquiera los han leído con la atención o la extensión suficientes– conocíamos de oídas este pedazo de la chismografía más reiterada en los territorios de la literatura hispanoamericana; la trama de la que tan solo podíamos reconstruir la última escena: la furia del tremendo puñetazo del Nobel del Perú en el rostro del Nobel de Colombia en la Ciudad de México de los ya lejanísimos años setenta. Las malas lenguas –nunca la oralidad adquiere una energía mayor que cuando se consagra al chisme puro y duro y sin concesiones pías– se encargaron de que no se pudiera olvidar un pasaje infamante para los dos protagonistas, pues en realidad ninguno de los dos queda del todo bien parado tras leer Los genios de Jaime Bayly (García Márquez acaba, eso sin duda, aun peor parado –en términos puramente físicos– que Vargas Llosa, rendido en el piso tras el fulminante golpe sorpresivo de su hasta entonces hermanazo y compadre, de aquel muchacho que fue cadete y quien aprendió tan bien a pelear y también a defenderse con los puños, las palabras y las ideas). Puede leerse la historia de estos dos genios, como con gran tino los bautiza Bayly, como la confrontación de dos personalidades las cuales son concebidas por su agente literaria, Carmen Balcells, con una imagen elocuente y muy provocadora: si García Márquez era el genio dentro del campo literario –aquel que ha recibido el don y la gracia–, Vargas Llosa habría sido el primero de la clase, el más aplicado entre todos los escribidores, el más empollón, un genio distinto. Otro tanto podría decirse acerca de la personalidad artística del colombiano y la personalidad intelectual del peruano: dos formas de entender la vida, el arte, las mujeres y la política. Como lo irá descubriendo el lector en un sostenido acto voyerista sin pausa, la mayor divergencia tendrá que ver con los asuntos románticos, con las formas en que se ejerce la sensualidad en aquel mundo que se siente casi prehistórico, los años setenta del siglo pasado. Si bien la fidelidad o la infidelidad a Fidel Castro pudo romper su vínculo, fue otro aspecto todavía más pasional (el amor y la política pertenecen siempre a la pasión) el que acabó por deslindarlos para siempre y sin remedio ni disculpas. Por cierto: no es la única obra interesante en los años recientes acerca del final de una gran amistad entre dos luminarias de nuestro selecto cielo literario; allí está el magnífico Estrella de dos puntas (2020) de Malva Flores en que se lee la historia de dos genios que también decidieron ser amigos y que no pudieron serlo para siempre por más que así lo planearon: Octavio Paz y Carlos Fuentes. ¿Puede decirse que la amistad es una decisión? ¿Es una forma de admirar al otro y de admirarse en aquella persona que hemos escogido como nuestro confidente? ¿Es un diálogo que siempre corre el peligro de interrumpirse para luego clausurarse?

Los detalles múltiples del relato, como suele ocurrir con los grandes chismes, fueron en primera instancia el producto de la imaginación de quienes estuvieron ese día como testigos privilegiados, de quienes desearon entender qué había pasado entre los hasta entonces amigos, pero también surgieron los detalles de aquellos otros que jamás convivieron con los escritores y que acaso por la falsa familiaridad que provoca el trato indirecto leer sus libros, escuchar sus entrevistas, referirlos en las conversaciones privadas como si fueran tíos o primos lejanos: Gabo y Mario– piensan que sí los conocen, ya que son parte, sin más, de la vida de uno, por lo menos, de la vida lectora, son habitantes de nuestras bibliotecas y de nuestras imaginaciones, crecimos a su lado.

Jaime Bayly es un agente privilegiado y quizás la única persona que podía en realidad contar esta historia. Es innecesario, por todo ello, repetir aquí la parte nuclear de lo ocurrido en esa noche legendaria; quien no haya escuchado por lo menos en una ocasión la historia del puñetazo tendría que hallarse, por obvias razones, casi fuera de este planeta o bien en otro sistema solar sin Cien años de soledad, La tía Julia y el escribidor, El coronel no tiene quien le escriba, etc. No hace mucho este mismo chisme ha revivido en las redes sociales repitiendo así el ciclo de los rumores infinitos que no pueden morir incluso cuando sus protagonistas se encuentren ya instalados en la vejez cronológica o bien muertos. He reiterado varias veces la palabra que parece fundamentar la posibilidad de escribir y leer un libro como el que aquí reseño: es un interesante chisme que se convierte en una novela acaso imperdible para los curiosos y, en realidad, escrita solo para ellos y nada más que para ellos. ¿Vale la pena leer Los genios si no hemos leído antes las obras de los escritores? No. Aquí el chisme busca convertirse en arte o en algo que se le parezca; en una elevada forma de lo que acaso se encontraría en una revista dedicada al puro cotilleo, pero con un esmerado trabajo literario. Nos interesan siempre los chismes, sin embargo, solamente acerca de aquellas personas que sí conocemos, que podemos imaginar en sus tropelías o en sus desfiguros. Es innegable que quien comparte o escucha un chisme actúa como si se trata de un falso ser superior puesto que a quién se le habría podido ocurrir aquello; o quién pudo pensar y hacer tal y cual cosa.

Hay, sin duda, que aceptar que existe otro interés central del libro como descarado producto literario: volver a comprobar la existencia de una frontera flexible, porosa y ubicua entre la ficción y la realidad, si es que esta última es una entidad discernible y monolítica. Uno de los epígrafes que seleccionó Bayly, aquel que recoge unas reveladoras palabras de Vargas Llosa, captura de forma magnífica lo que el libro nos plantea: “Algo que se aprende, tratando de reconstruir un suceso a base de testimonios, es, justamente, que todas las historias son cuentos, que están hechas de verdades y mentiras”. La historia que todos pensábamos más o menos conocer, y de la que nos habíamos hecho más de cien ideas, la encontramos –verdadera y mentirosa– ahora en un libro que es un efecto, acaso por partes iguales, de la investigación y de la imaginación literaria de su privilegiado autor. No es la non-fiction de Truman Capote con el propósito de ser retrato objetivo y fiel, pero sí algún tipo de experimento sucedáneo que es irresistible. ¿Dónde inicia y dónde acaba pues la verdad y la mentira? Imposible saberlo a ciencia cierta. Lo que sí sabemos es que Los genios es un libro que acaso no se lee, sino que más bien se consume. Es una novela en la época de las series de televisión y el streaming; solo que aquí los protagónicos son dos de los autores consagrados del Boom, dos actores. Sin que esto signifique una valoración negativa habría que indagar hasta dónde hereda aquí Bayly algunos de los procedimientos actuales de la televisión; la necesidad, sobre todo, de incorporar figuras que nos son reconocibles; crear un libro que se consume capítulo tras capítulo, con un objetivo doble: saber quiénes son en realidad estos personajes que pensábamos antes conocer un poco (se produce una falsa familiaridad con ellos); y llegar al final de la temporada, donde tendría que contestarse la pregunta que tácitamente surge desde el comienzo de la obra en su línea primera: ¿por qué Vargas Llosa atacó así a su amigo y qué significan las únicas palabras enigmáticas que acompañan el golpe: ¡por lo que le hiciste a Patricia!?

Con aguda inteligencia literaria, y con indudable talento comercial para escoger una trama y unos personajes atractivos por famosos, Bayly dosifica la información a lo largo del libro para que se vuelva obligatorio avanzar por las páginas hasta dilucidar las razones probables del puñetazo. El chisme en realidad, como la cabeza de la medusa, viene aquí acompañado por otros cien chismes igualmente jugosos de diversa relevancia (inolvidable resulta, por ejemplo, el reencuentro de Vargas Llosa con su padre en Miami: una novela entera podría salir de este capítulo singular e incluso así resultaría un poco inverosímil por ser increíble lo que se relata).

Por último, debe apuntarse que el interés de las historias alguna vez secretas, y ahora publicadas en esta obra, es la capacidad que el autor tiene para entrar en la intimidad de las figuras públicas y acreditar quiénes son o fueron en la realidad más allá de las imposturas de las existencias debajo de los reflectores y de los micrófonos; no se trata, por supuesto, de un roman a clef: Gabriel es Gabriel García Márquez, y Mario es Mario Vargas Llosa. Difícilmente las vidas de creadores tan especiales podrían simplificarse hasta caber en unos pocos renglones monográficos, por ello se ha requerido de una verdadera novela para imaginarlos: un universo de casi 250 páginas; y así se nos recuerda que no solo el arte de escribir los define, sino también la política, la amistad, el orgullo, el sexo y el amor. Todo eso está, por supuesto, en Los genios: la muy espesa trama que los hizo escritores, que los convirtió en sendos hitos de la literatura latinoamericana y en los habitantes de un chisme que ahora es novela, bestseller y razón para seguir chismeando sin fin.

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