Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Cine


Annie Ernaux y David Ernaux-Briot, Los años de Super 8, Francia, 2022.


Se enciende el proyector y en la pared surgen imágenes de una familia rodadas en Super 8. En ellas transcurre un tiempo de silencio; son necesarias las palabras, crear un subtexto, para que tengan un significado concreto. Esas presencias en movimiento permiten la posibilidad de darle un futuro a ese presente filmado. Y eso es lo que hace Annie Ernaux en Los años de Super 8. El alarde de este documental es que la escritora consigue trasladar el lenguaje literario y el universo de sus libros a las imágenes, al lenguaje cinematográfico.

Los años de Super 8 se centra en las películas caseras filmadas por su esposo Philippe Ernaux desde 1972, momento en que se compran la cámara, hasta su divorcio en 1981. En la nueva andadura, Philippe se lleva consigo la cámara y ella se queda con las bobinas. Se convierte así en la “guardiana de las imágenes”. El visionar estas películas años después, además de la posibilidad de ver vivos a los que ya no están, es una sensación entre alegre y melancólica, pero también le permite crear una especial autobiografía familiar.

Annie Ernaux, además de contar a través de las imágenes, con su voz en off como narradora excepcional, el colapso de la unidad familiar con el paso de los años, consigue  insertar la historia íntima en la Historia con mayúscula y, sobre todo, con el desencanto de la izquierda. Las imágenes y su montaje posibilitan reflexiones personales sobre el capitalismo, la vida burguesa, su papel como mujer, la relación de su familia con la naturaleza o el modo de vida occidental. Estas reflexiones van dotando de sentido a las imágenes filmadas en las casas donde iban residiendo y en los distintos viajes familiares o en pareja que realizaron durante aquellos años a distintos destinos: Chile, Tánger, Albania, Londres, España, Portugal y Rusia.

Y, sí, Annie Ernaux, con ese material filmado, logra plasmar la historia de una mujer que de pronto se siente fría, helada. Ante escenas familiares felices, con muchos de los miembros ya ausentes (su propio esposo, los suegros, la cuñada, su madre…), la escritora ve su reflejo como mujer casada y con dos hijos y siente que esa joven de la pantalla “siempre parece preguntarse que qué hace allí”, como si tuviese un deber de gozar que cada vez le hace más daño.

Ante el despliegue de esas secuencias mudas en su conjunto, ahora sabe que narran la desintegración de un matrimonio. Así explica cómo cuando compraron la cámara, lo proyectado en el interior del hogar en las primeras bobinas provoca como “una sensación teatral de happening”. Después, se convierten en algo cotidiano las filmaciones de los cuatro, el matrimonio y los dos hijos, en sus distintas casas. Y siempre con esa cámara que capta “todas las cosas que nos dan la bienvenida a la vida burguesa”. A la vez siempre siente que detrás de la imagen de la joven madre y esposa se oculta una mujer atormentada que, cuando la vida familiar y laboral se lo permite, se sienta a escribir para “reunir todos los acontecimientos de mi vida en una novela violenta y roja”.

Cuando se trasladaron a uno de sus últimos hogares en común, Ernaux es consciente de que cada vez su esposo rueda menos secuencias en el interior de la casa y se dedica más a los exteriores, a la naturaleza que les rodea. De alguna manera, ahí hay “un signo de los lazos que se deshacen”. Y es que ese estilo de vida que han llevado pesa sobre ambos, cansados ya de filmarse.

Al igual que en algunos de sus libros, como Una mujer, la presencia de su madre en los fotogramas cuenta otra historia sobre una relación compleja entre ambas, a pesar de siempre estar unidas, a su manera. Para Annie Ernaux la educación que recibió, y por la que se esforzó su progenitora, la separó del mundo obrero en el que nació. No logra desprenderse de esa sensación de sentirse siempre fuera de lugar.

Ante una decisión de su madre que la desconcierta, Annie no puede evitar dejar unas palabras en su diario: “No debes pensar en estas cosas, la vejez y la muerte, o perderás toda esperanza”. No entiende por qué la mujer, ya anciana, decide dejar de vivir con ellos para regresar a Yvetot, un pueblo de Normandia, el lugar donde tiempo atrás abrió una tienda de comestibles para salir adelante. La autora intuye que es una premonición. Poco a poco se iría delatando el Alzheimer que finalmente padecería su madre, aunque la enfermedad no la nombra, no pertenece todavía a esos años.

Los viajes con su esposo le hacen reconstruir los acontecimientos históricos de los que van siendo testigos. Su viaje a Chile a principios de los setenta le marcó. Se convirtieron en reporteros del país que quería levantar Salvador Allende y estaba ansiosa por creer en ese lema que escucha y ve en todas partes: “Venceremos”. Es más, le viene a la cabeza una promesa que se hizo con veinte años: “Escribiré para vengar a mi pueblo”, pues nunca pudo abandonar esa sensación de que traicionó sus orígenes obreros. Un año después Allende fue asesinado y la escritora ante las imágenes de ese Chile filmado expresa que “las imágenes que nos llevamos de allí eran ya de un país que no existía”.

Los años de Super 8es una lúcida crónica familiar. Sincera y cruda. En un momento, durante su viaje a España en 1980, un país ya sin Franco, con un ambiente de fiesta, pues visitan Pamplona en los Sanfermines, Annie siente fuerte la disolución familiar. Su marido sigue filmando, pero ella no puede evitar escribir en su diario: “Sobro en su vida”.

Annie Ernaux muestra el inmenso poder que tienen esas imágenes caseras y mudas. Lo que pueden contar los fotogramas que muchas familias filmaron durante décadas pasadas. Y cómo en ellas subyace siempre un subtexto. El documental de la Premio Nobel de Literatura puede dialogar a la perfección con otro reciente de la directora Nuria Giménez Lorang, My Mexican Bretzel, de 2019. En este caso, Giménez Lorang encontró en el sótano de casa de sus abuelos en Suiza, un montón de bobinas con imágenes que rodó su abuelo de los viajes que realizó con su abuela o de su vida cotidiana durante varias décadas, de los cuarenta a los sesenta. Una vez las visionó todas, la directora reconstruye con ellas una historia de ficción, inventada absolutamente, como si de un fuerte y sobrecogedor drama de Douglas Sirk se tratara. Las imágenes de sus abuelos solo son un soporte para un buen e intenso melodrama.

Por otro lado, Los años de Super 8 logra realizar una radiografía perfecta de Annie Ernaux documentando no solo su vida, sino también la esencia de su obra literaria. Y es que durante estos últimos años ha surgido una galería de documentales que de muy diversas maneras recogen la esencia de escritoras significativas. El de Annie Ernaux es una autobiografía familiar muy bien hecha.

No hace mucho Griffin Dunne, el sobrino de Joan Didion, dio forma a un documental sobre su tía: Joan Didion, el centro cederá (Joan Didion: The Center Will Not Hold, 2017) con resultado interesante. Con imágenes de archivo valiosas, una entrevista larga a su tía ya muy anciana y todo aderezado de anécdotas y reflexiones que aportan otras personas cercanas al universo de la autora, Dunne va construyendo un retrato lúcido de Didion, una cronista de la parte oscura de la América de los setenta y una ensayista certera sobre el dolor de la ausencia (El año del pensamiento mágico y Noches azules). “Siempre he pensado que si analizo algo me da menos miedo. La teoría dice que si la serpiente se mantiene en tu campo visual no te morderá. Eso se asemeja bastante a cómo me enfrento yo al dolor”.

También un documental puede tener como labor el reivindicar la figura de una determinada autora. Así ha ocurrido con el que ha dirigido Laura Hojman, A las mujeres de España. María Lejárraga (2022), que se une al inmenso esfuerzo que se está realizando en los últimos tiempos en España para recuperar el legado cultural de Las SinSombrero, las intelectuales de la generación del 27. La realizadora documenta, nunca mejor dicho, la vida y obra de la mujer que se ocultó bajo el pseudónimo de su esposo, Gregorio Martínez Sierra, y complementa la narración con el testimonio de varias expertas en su figura. “Y el apasionamiento, créanlo, es lo único por lo que vale la pena vivir”.

Otra manera de afrontar en forma de documental la obra de una autora es el tomado por la directora Arwen Curry, que estuvo diez años junto a la escritora Ursula K. Le Guin para idear y filmar Los mundos de Ursula K. Le Guin (Worlds of Ursula K. Le Guin, 2018). Este largometraje la presenta como creadora de mundos. Una maga capaz de dar nombre a cada objeto de su universo creado. La riqueza creativa de Ursula se va completando con animaciones al óleo de su obra literaria, con entrevistas y encuentros con la propia autora y glosando, con un buen material documental, aquellos episodios de su vida que influyeron en su escritura. El documental atrapa la forma de ver el mundo de Le Guin. “Quiero que seamos rebeldes”.

La riqueza de Los años de Super 8, así como de cada uno de estos documentales, es que son capaces de bucear con el lenguaje cinematográfico en el universo literario de sus creadoras. En el caso de Annie Ernaux, la autora emplea las imágenes filmadas en Super 8 por el marido ausente para contar un pedazo de su vida, y mucho más. De este modo, transforma el pasado en un presente con un significado concreto. ¿O, más bien, al presente captado por la cámara le ofrece un futuro? Todo es cuestión de atrapar el tiempo, de juguetear con él.

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