Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Música


Luis de Pablo Hammeken, La República de la Música. Ópera, política y sociedad en el México del siglo XIX, Bonilla Artigas Editores, Ciudad de México, 2018, 248 pp.


Entre años convulsos de guerras intestinas, imperios y dictaduras, crece la joven nación mexicana en búsqueda de una identidad que consolide y legitime su proyecto político a los ojos de las naciones europeas decimonónicas. Es en este México que Luis de Pablo Hammeken sitúa La República de la Música, una lectura sobre la ópera, política y sociedad en el México del siglo XIX.

Desde su inicio el autor es claro con su objetivo: no pretende realizar un compendio o historia de la ópera en México, tampoco un análisis de las obras que conforman el corpus de la literatura operística mexicana. Busca ser, más bien, un estudio sobre el entorno social, político y, sobre todo, operístico de la Ciudad de México a mediados del siglo XIX. “La República de la Música”, más allá de un astuto título, es un concepto que representa un espacio social de códigos definidos donde se construye el proceso civilizatorio nacional y cuya herramienta primordial es la ópera. Esta República se valida a sí misma en mímesis con las grandes potencias europeas dejando en el pasado el resabio del atraso colonial.

Hammeken explica con palabras de Pérez Vejo que “el lugar que ocupaban España y lo español en el imaginario político del México decimonónico es un problema complejo. Pero puede decirse que en el discurso liberal (…), el período de dominación española se convirtió ‘en una época de oprobio, esclavitud y explotación económica’ y en ‘algo ajeno al ser nacional de México que debía ser estigmatizado y borrado de la memoria colectiva’ ”. Para las naciones emergentes hay un llamado a la civilización y Hammeken encuentra en la ópera su mejor aliado.

La civilización enfrentada a la barbarie es una dicotomía de recurrente debate en la problemática y quehacer cultural latinoamericano desde sus inicios. Aspiraciones de un “proyecto” y una “utopía” perseguidos por una clase burguesa en ascenso donde lo primitivo era sin duda vergonzoso a los ojos de un mundo europeo e ilustrado. Aquí la ópera, como establece la tesis de Hammeken, funge como una herramienta para consolidar el proceso civilizatorio nacional debido a su valor simbólico para el discurso dominante de la época. La ópera otorgaba un carácter cosmopolita que aseguraba a la élite mexicana una pertenencia al mundo civilizado. El idioma, los cantantes y las obras en su selección eran equiparables a los teatros de las grandes ciudades europeas. Esfuerzo validado por una sensible educación artística y capacidad económica que dichos espectáculos exigían a las élites de la emergente nación mexicana.

Con cada capítulo Hammeken retorna a la tesis del proceso civilizatorio que elabora de acuerdo a los diferentes aspectos o entornos sociales de su estudio, ya sea la función del género, las reglas sociales, la composición del público, los costos y teatros o los perfiles de sus actores (cantantes, empresarios e inclusive influyentes políticos nacionales o internacionales) cuyas controversias o cotidianos procederes son analizados para construir una narración del entorno operístico nacional gracias al variado uso de fuentes hemerográficas, literarias y musicales. Para entender esta necesidad de civilización propia a una fracción social de “élite”, el autor analiza su composición y las reglas construidas en torno a la experiencia musical de la ópera que revelan aspectos interesantes e inesperados de la sociedad mexicana decimonónica.

La composición social de los habitantes de la “República de la Música”, sus reglas sociales y de género encuentran un punto común en la “visibilidad” donde sus códigos y valores estéticos eran identificables y compartidos: “Uno de los elementos que los definían como grupo era la visibilidad, es decir, la voluntad y la posibilidad de exhibirse constantemente ante la mirada pública”.

Uno de los fenómenos más interesantes del análisis de Hammeken se encuentra en el estudio de los comportamientos vinculados a las normas del género que se expone en el capítulo tercero. En este se analiza el rol de la mujer en la esfera pública con amplia permisividad ante conductas como lo serían la coquetería o la relativa independencia lograda en espacios temporales y espaciales estrictamente definidos. Lo mismo sucedería con las estrellas nacionales de la ópera cuya aceptación social sería justificada por su pertenencia a la “República de la Música”. En el espacio de la ópera las transgresiones ocurrían con frecuencia y la evidencia que revela el autor de “la presencia visible y destacada de espectadoras en los palcos de la ópera, el espacio público por antonomasia, invita a desbaratar las trampas del discurso y descomponer los estereotipos tradicionales”.

El espectáculo operístico, más allá de sus valores musicales, se puede concebir como una intrincada relación social entre actores y espectadores en constante diálogo. Ya establecido el perfil del público, Hammeken destina un capítulo para conocer a los actores tras bastidores en correspondencia con las autoridades políticas nacionales. Entre las historias destacan las del periodista y empresario francés René Masson en tiempos de Santa Anna, el ambicioso moravo Maretzek cuyas memorias describen anécdotas de creativa arbitrariedad y corrupción por parte de las autoridades políticas, o del italiano Roncari encarcelado durante ocho meses en tiempos de la Guerra de Reforma por imcumplimiento de pagos o quizás por una abierta postura política liberal: “Conscientes de la importancia de la relación entre la ópera y el gobierno, los empresarios programaban a la menor provocación conciertos y funciones extraordinarias para celebrar los triunfos del régimen en turno”.

Además de los empresarios se encuentran las grandes estrellas: los cantantes y compositores nacionales e internacionales cuyas obras e influencia formaron parte del imaginario colectivo nacional. Destacan entre ellos nombres como Manuel García, Henriette Sontag o Melesio Morales que son mencionados, no con el afán de ser los principales sujetos de estudio, sino para comprender los mecanismos sociales entre el artista y un claro público espectador.

A mediados del siglo XIX la nación mexicana se ve afectada por diversos cambios políticos provocados por la caída del Segundo Imperio y la República Restaurada de 1867. En esta modernidad se fundan la Sociedad Filarmónica Mexicana y el Conservatorio Nacional, instituciones indispensables para la integración del proyecto musical nacional. El discurso nacionalista gana lentamente territorio en la “República de la Música” (destáquese la controversia en torno a la ópera Ildegonda de Melesio Morales) como triunfo civilizatorio. En la enseñanza musical se plantean objetivos y desafíos nuevos ante el discurso recurrente, tanto de la literatura como de la prensa, sobre las tendencias musicales innatas del pueblo mexicano. La institucionalización y democratización de la enseñanza musical pretendía alcanzar a otros sectores de la población menos privilegiados.

A la par de estos esfuerzos, Hammeken recuerda la transformación estética experimentada en Europa durante la primera mitad del siglo XIX. De acuerdo con William Weber en The Great Transformation of Musical Taste el autor de la “República de la Música” menciona: “podemos decir que dicha transformación consistió básicamente en la división del campo musical en dos regiones separadas de repertorio y de gusto: por un lado, la música considerada ‘ligera’ —que atraía a un público amplio (Weber usa la palabra ‘masivo)—, que incluía desde baladas y canciones populares armonizadas, los bailes de moda, como valses y polonesas, hasta la ópera italiana y francesa y, por el otro, la música considerada ‘seria’ —cuyo valor era imperecedero y no estaba sujeto a modas pasajeras—, la música que desde ese momento se calificó como canónica o más comúnmente ‘clásica’ ”.

Esto es de suma importancia para comprender el impacto social y función de la música. El éxito que gozaba la ópera y su uso como herramienta civilizatoria radica en parte gracias a su capacidad de apreciación subjetiva y sensible. Los nuevos valores musicales se decantarían por una música de naturaleza instrumental y atractiva al intelecto. ¿Fue la ópera un elemento crucial en el proceso civilizatorio de la emergente nación mexicana del siglo XIX? ¿Representó a los habitantes de la Ciudad de México como medio de expresión central para sus aspiraciones o es una visión que debería estar sujeta a un objetivo análisis de sus limitaciones? Esa es la responsabilidad del lector ante la “República de la Música”.

Luis de Pablo Hammeken presenta las evidencias hemerográficas, históricas, musicales y literarias en una delimitación temporal y espacial clara; sin embargo, la invitación a una reflexión crítica queda sujeta a la individual y minuciosa lectura. En La República de la Música, la investigación y la erudición muestran una faceta compleja en la historia mexicana: la relación entre ópera, política y sociedad.

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