Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Juan Fernando Hincapié, La ley del ex, Literatura Random House, Bogotá, 2019, 272 pp.


Para empezar a hablar de La ley del ex, la palabra mágica es antihéroe. Los personajes de los cinco relatos largos son antihéroes con desmedido descaro. Son más “anti” que Ignacio Escobar, quien en la novela Sin remedio, de Antonio Caballero, preside sobre la “antiheroicidad” de raíz colombiana. Como Ignacio Escobar, el poeta incierto de Caballero, son antihéroes bogotanos. El autor de La ley del ex, Juan Fernando Hincapié, lleva a cabo en este libro un estudio casi etnográfico de los colombianos criados y marinados en la salsa de la clase media bogotana que hace prodigios de equilibrio para no caer de este lado de la pobreza moderada.

El principio de lo cómico reside en el escarnio de las debilidades y las posturas indignas del homo sapiens. Escarnio, exposición, la comedia nos coloca en su cepo ante la vista general, ejecutando acciones deshonrosas, como ya apuntó Aristóteles hace tanto tiempo. La comedia espera que, viendo a Fernández tan concentrado en su gran proyecto de arruinar la felicidad del hombre del momento de su exnovia –pérfido oportunista para Fernández-, aprendamos a perder con elegancia, con estilo. Sería tener carácter, y el antihéroe se haría héroe y emplearía su tiempo en compartir con otros colombianos los temas y métodos adquiridos en sus estudios de doctorado en lenguas romances en Texas. Todo termina bien; por lo menos para quien escribe. La mujer se va con un tercero, compañero de colegio de Fernández, niño rico. ¿Se puede ser más antihéroe?

Los personajes de los cinco relatos de La ley del ex se llaman igual: Fernández. El autor los retrata creciendo como la hierba, cumpliendo el sueño de todo colombiano de clase media incierta: anotar un gol en el colegio bilingüe. Tras esa hazaña, posteriores logros de estas vidas colombianas, como cursar la universidad y hacer un doctorado, palidecen, y se equiparan, tal vez, con el de conseguirse una novia y perder la virginidad. En un relato, el arquetípico Fernández recuerda las bases de su estilo futbolero. El niño Fernández: virtuoso en el juego muy bogotano de no dejar tocar el balón a un rival de menor edad o de menor motricidad. De estas experiencias infantiles surge la entraña del fútbol para el bogotano del estrato social en que militan los Fernández. Por el arribismo sordo de ese estrato navegan los relatos, retratando a los personajes desempeñando, con ahínco, roles cómicamente mecánicos en las fases de colegio bilingüe, gol, novia y universidad. El Fernández, nace, crece, va al colegio, mete un gol, se hace novio, va a la universidad y, finalmente, muere.

¿Habría de sorprender que la misma parábola vital fuera la de los varones en otras repúblicas latinoamericanas? Tal vez no. Todos esos países comparten mucho, culturalmente, y sus procesos históricos responden a los mismos resortes, de modo que el autor de La ley del ex ha descrito, de paso, los contornos cómicos del espíritu de clase media latinoamericano. Eso lo coloca en medio de buenas compañías y también frente al desprecio de la literatura seria, crítica, profunda, que se produce al sur del Río Grande y que se resiste a los avances de la otra, que en una actitud muy clásica, se propone retratar los errores y los disparates que caracterizan la vida humana en el planeta Tierra.

Hincapié, el autor, hace reír y hace sonreír, tan fácilmente, que recuerda a una figura maestra de la broma literaria, de nacionalidad colombiana, Premio Nobel de Literatura. En el relato titulado “Versiones de Don Pedro”, la risa se mezcla con cierta tristeza metafísica. El Fernández de turno, anota gol en el colegio. El papá funda una pequeña empresa. Como si anotara un gol, una intrusa se los quita a Fernández y a su mamá. Muere y Fernández hereda el apartamento del adúltero. Seguir contando es comprobar que las manías mentales de la clase media nos impiden ser héroes completos, con todos los requisitos. El Fernández de turno deja de buscar empleo y se descara como lector, telespectador. También como autor de desayunos con arepa. La arepa que se consigue en la tienda de Don Pedro. El relato divierte y se luce en la descripción de tal grado cero de la existencia bogotana. Divierte ver a Fernández dedicando su vida a depurarla de eventos sorpresivos o incómodos y fracasando, pero sin darse por vencido. Es un relato sobre lo cómico que se ve uno cuando cree, sin hacer caso a la evidencia, que se puede pasar toda la vida en la zona de confort. Burlarse y enunciar la comedia de la vida requiere de un sentido especial de equilibrio y de dosis, y los hay en la justa medida en La ley del ex, un libro colombiano diferente.

Ante lo disparatado y gratuito caben, por lo menos, dos opciones: desgarrarse en angustias o reírse. Claro que esta risa nunca será fácil, inocua. La risa de Juan Fernando Hincapié es una risa tal vez culpable; tal vez el hueco de la risa ante un contexto que escapa, que resbala por tan anodino, y por trágico-cómico. En los cinco relatos de La ley del ex, Bogotá no es más que un espacio cerrado cruzado por las versiones mitómanas de una comunidad mojigata y adicta a las monsergas sin fondo. En sus cinco caras, el libro es un estudio en gris, servido por un narrador exacto pero resignado a su rol de amanuense de la tragicomedia bufa, él mismo un bufón. Narrador que se burla de su enunciar, de la costumbre literaria de enunciar con autoridad y sabotea la institución del autor realista omnímodo y suficiente. Especialmente cuando rompe la “cuarta pared” y comparte bromas sobre sus expresiones y sobre los privilegios de su narración. Romper la pared que separa el mundo narrado del mundo del lector es gruesa herejía en la literatura latinoamericana, donde los autores son los amanuenses cumplidos de la verdad ( incluso proveedores de meta-relatos nacionales). Un bogotano hereje no es habitual, pero con un libro como este rompe la monotonía y formula nuevas preguntas.

Publicar un comentario