Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Angela Carter, La juguetería mágica, Sexto Piso, Ciudad de México, 2019, 241 pp.


Angela Carter (Eastbourne, 1940) ha sido comúnmente descrita como escritora de fantasía y ciencia ficción, y, a pesar de su desagrado por encasillar la literatura, ella misma aceptó su posición como creadora de “algo así”. Por otra parte, la magia de Carter no es la magia de Disney ni la de los cuentos infantiles. La magia de Carter es la de las narraciones tradicionales –oscura, sensual y sangrienta–, la de las distopías, el caos y la violencia.

La juguetería mágica (1967) comienza con un hallazgo: “el verano en que cumplió quince años, Melanie descubrió que era de carne y hueso”. Con los padres mayormente ausentes, la vida de Melanie gira en torno a ella y su cambiante cuerpo, así que un día decide explorar, explorarse; imagina su boda, a su futuro esposo, su elegante luna de miel y su sofisticada vida de casada. Sueña sobre el futuro y se queja del presente: de Jonathan, su hermano de doce años eternamente interesado en la construcción de maquetas de barcos; de Victoria, su hermanita de cinco, que actúa salvaje, como la niña que se supone que es, y del pudín de pan que su niñera, la señora Rundle, insiste en preparar. También va a misa los domingos y reza a un dios en el cual no cree. Melanie reza como reza la señora Rundle, esa mujer “fea, vieja y gorda que, de hecho, nunca se había casado”. Ora por casarse y por una vida sexual: “Dios mío, haz que me case. O que tenga vida sexual”, así como la señora Rundle pide morir recordando cosas que nunca sucedieron: “por favor, Dios, haz que recuerde que estuve casada como si lo hubiera estado. O por lo menos, haz que recuerde haber conocido varón”. Y la vida de Melanie podría haber continuado inocuamente si no fuera porque un día, mientras sus padres están de viaje, peca: entra en la habitación de su madre, se prueba su vestido de novia y sale al universo del tamaño de un jardín a la mitad de la noche, llena de sí misma, sin necesidad de ser completada por otra persona. Luego, sus padres mueren, y la fantasía de Melanie, de la chica que pecó y que hacía poco había descubierto la culpa, se rompe.

El paso de la adolescencia a la madurez y el matrimonio son los temas medulares de la novela. Inicialmente, Melanie idealiza el matrimonio con una ingenuidad casi infantil, nacida de criarse rodeada de modelos femeninos cuya vida gira alrededor de ese suceso culminante: su madre, quien no recibe descripción más allá de sus características como esposa, su sentido de la moda y el hecho de que siempre estaba tan completamente vestida que Melanie ni siquiera puede imaginar sus brazos desnudos, y la señora Rundle, quien “cuando cumplió los cincuenta años, se regaló a sí misma el tratamiento de casada obtenido con autorización notarial. Pensaba que ese ‘señora’ le daba a una mujer que envejecía una nota de dignidad personal”.

Con la muerte de sus padres, Melanie y sus hermanos se ven obligados a mudarse con el tío Philip, un huraño fabricante de juguetes que vive en los suburbios de Londres con su esposa. Es ahí donde se encuentra con Margaret (Maggie, la esposa de su tío, la tía que nunca supo que existía, la “muda”), una mujer que parece estar compuesta de “huesos de pájaro y papel de seda, vidrio soplado y paja”, silenciosa desde el día de su boda. Y también, es ahí donde Melanie, dejando atrás sus preconcepciones, reconoce el matrimonio como una institución que puede exponer a las personas a relaciones abusivas. La tía Margaret es “frágil como una flor prensada”, y en realidad es y no es, justamente eso. La tía Margaret ciertamente está prensada bajo la presión del yugo del tío Philip; ciertamente está encerrada en una casa sin espejos, con mallas eternamente raídas, un vestido gris informe para los días especiales del teatro de títeres y un collar de plata que el día de su matrimonio la marcó como algo similar a un objeto o un prisionero. Sin embargo, la tía Margaret no es una frágil flor, ni una “Flower” (la autora utiliza el apellido materno de Melanie como un juego de palabras en numerosas ocasiones). Es una mujer que se somete a la violencia económica, sexual y psicológica de su matrimonio por el terror a las repercusiones y por el bienestar de sus hermanos menores, Francie y Finn, que también viven con ellos.

Otro tema tratado en la novela es la identidad. A lo largo de la historia, Melanie cambia y madura: al principio, en la casa de su infancia, Melanie podía definirse de manera consciente; sin embargo, en casa del tío Philip la identidad de Melanie pierde autonomía y pasa de ser capaz de definirse a ser definida por otros. La juguetería mágica sugiere el hecho de que, en las relaciones de poder desproporcionadas, la individualidad del sujeto con menos poder se ve comprometida. Si bien el personaje de Melanie logra empatizar con la tía Margaret, se da cuenta de que ella también está sujeta a la opresión del tío Philip. Es por esta razón que, a pesar de su mutua comprensión, la personalidad de Melanie no se ve determinada por Philip, sino por Finn, con quien desarrolla una relación ambigua. Finn, por sí mismo, es un personaje en constante oposición al tío Philip, y es por esta búsqueda de libertad que él y Melanie se unen. El tío Philip, por otra parte, es comparable, desde el punto de vista de Melanie, con el Barba Azul de los hermanos Grimm (una clara referencia al interés de Angela Carter por los cuentos de hadas, como se puede observar con mayor profundidad en La cámara sangrienta, otro libro de la autora), y funge como tiránico titiritero, mientras que todas las demás personas son los títeres necesarios para representar la obra de la juguetería Flower. Es posible decir que, si Melanie vive en una fantasía, el tío Philip también, pues en ella, los títeres y los juguetes son más valiosos que las personas. Así, mientras que el tío Philip “trata a Finn con la misma descuidada brutalidad que los soldados nazis cuando trasladaban cadáveres en las películas sobre campos de concentración”, lamenta y cuida a Bothwell, un títere que tiene todos los hilos rotos.

Leer a Carter es sumergirse en un estilo e imaginación únicos que se remontan a la fantasía gótica y al simbolismo. La fantasía de Carter es más parecida a Barba Azul que a las gentiles hadas madrinas, y La juguetería mágica logra capturar la esencia de esta magia encerrándola en el sótano donde está el taller de juguetes del tío Philip, la habitación donde Barba Azul asesina a sus esposas. La juguetería arde al final del libro. Mientras las llamas la consumen, en los ojos de Melanie se enciende ya una nueva mirada.

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