Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Guillermo Ferreyro, La cloaca, Universidad Veracruzana, Xalapa, 2019, 340 pp.


Hay heridas nacionales que nunca sanan. En México tenemos el caso de la pérdida del territorio que hoy abarca los estados de Texas, Nuevo México, California, y demás, en el tratado de Guadalupe-Hidalgo, firmado por el entonces presidente Santa Anna. En Argentina, al otro extremo del continente, también hay una herida abierta, cuya influencia aún afecta su imaginario cultural: la Guerra de las Malvinas es un acontecimiento al que los artistas suelen acudir para retratar una dictadura que los llevó a la lucha armada. En la novela La cloaca, de Guillermo Ferreyro, esta actitud se manifiesta de una manera insospechada.

Vale la pena recordar para entender. En 1982 el ejército británico desembarcó en las islas Malvinas, un archipiélago del Atlántico sur, con la intención de defender una supuesta colonia de ultramar, propiedad de la corona, que había sido reclamada por la dictadura militar argentina como una forma de ganarse adeptos al régimen y apaciguar la tormenta interna que parecía venírseles encima. La situación escaló rápidamente, el territorio, que abarca alrededor de doscientas islas, era reclamado por ambos países desde tiempo atrás. El 2 de abril del año mencionado, tropas argentinas atacaron el archipiélago en un enfrentamiento abierto contra los soldados británicos. La guerra duró alrededor de dos meses y tuvo como resultado cerca de mil muertes en ambos bandos. Las Malvinas, durante un corto período, pasaron a ser territorio argentino y después volvieron al imperio británico, al que pertenecen, según la comunidad internacional, hasta la actualidad.

Los eventos ocurridos durante la guerra atraviesan la novela como un punto de fuga desde el que se abre la visión particular del autor. La aportación de Guillermo Ferreyro es, en este sentido, esclarecedora, porque retoma un tema ya explotado en la literatura nacional argentina de la mano de escritores como Roberto Fogwill (Los Pichiciegos), Carlos Gamerro (Las islas) o Patricio Pron (Una puta mierda), pero lo hace suyo en la medida en que la guerra es mirada desde la lejanía, desde la perspectiva de un personaje que busca la reivindicación como parte de una venganza personal. La novela abandona el escenario del archipiélago usado por los autores antes mencionados y se traslada, a lo largo de los años, desde un barrio de Buenos Aires, hasta un pueblito en Italia, pasando por un carguero ruso y el mismísimo territorio británico. La Guerra de las Malvinas (y las islas en sí) se vuelven un fantasma que transita a lo largo de las páginas, impregnando de su presencia la cotidianidad. El autor sabe que esta guerra es un estigma que pervive en la consciencia de Argentina y que reclama un lugar donde manifestarse.

Guillermo Ferreyro Lamela (Buenos Aires, 1963) es consultor publicitario y trabajó en la industria química. Publicó el libro de cuentos Pinturitas (Fondo Editorial del Estado de México, 2016), con el cual ganó el Premio Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz en 2014. La cloaca es su primera novela, con la que ganó el Premio Internacional de Novela Sergio Galindo. Recientemente, en junio de este año, se hizo acreedor del tercer premio Internacional de Novela Kipus, por su obra Mal trato.

La cloaca, por otro lado, recurre a un narrador en primera persona que comienza el recuento de los hechos cuando su familia llega a una casa, ubicada en el departamento de Mataderos. La casa fue construida sobre el río Maldonado, intestino de la urbe, que, al estar entubado, transporta los desechos de Buenos Aires hacia el Río de la Plata. Este sitio es el que da título a la novela: un complejo oscuro, residual, cavernoso, que tiene sus propios caminos, sus caídas de agua y meandros secretos, y al que el protagonista llega como atraído por una fuerza eléctrica. En el Fin del Mundo, al sur de todo lo que pueda haber, descubre entre los detritus de la ciudad su propia identidad, que se construye a partir de pérdidas. Ya en las primeras páginas el robo de una “cadenita” es motor que lo empuja a visitar una y otra vez a la alcantarilla. La cloaca es un libro que recurre a los desperdicios para construir un edificio de autoconocimiento, un viaje hacia el intento de estabilización de su protagonista.

Es notable el contenido grotesco que aparece a lo largo de dicho viaje; lo grotesco que deviene en ambigüedad y en una sutil pero efectiva ironía. Es pertinente recordar las ideas de Wolfgang Kayser sobre esta estética, que giran en torno a lo monstruoso y lo sórdido. Su análisis surge a partir del examen de las similitudes que presentan diversas pinturas a lo largo del tiempo, desde Hyeronimus Bosch hasta Velázquez, y de cómo estas similitudes apuntan hacia elementos particulares: la hibridez entre lo mecánico y lo biológico, o entre especies diferentes, como los animales fantásticos; la provocación de extrañeza, repugnancia, terror o carcajada; el desdibujo de los límites entre la locura y la realidad, y la distorsión de esta última.

Al leer La cloaca nos encontramos, en mayor o menor medida, con todos los elementos antes mencionados. Sería ocioso enumerarlos y cotejarlos en este espacio; baste decir que la ironía, el rechazo, y el intento de venganza del protagonista levantan un edificio en el que se inscriben una combinación de rasgos que causa a la vez intriga, sorpresa y repulsión. Estos elementos construyen a un narrador que no solo debe lidiar con una familia cuyo comportamiento errático y misterioso lo aíslan, o con Agustina, su vecina, a la que está ligada sentimentalmente, sino también con una transformación que se manifiesta a nivel corporal, en el umbral entre la niñez y la edad adulta. De esta manera, La cloaca se acerca al género de la Bildungsroman. El protagonista se presenta a sí mismo en el umbral de la pubertad: aún no ha dejado los juegos, pero ya intuye un cambio por venir. Conforme avanza, se transforma; inserto en un mundo ambiguo, descubre lo sexual y entabla relaciones con su ambiente desde esta región indomable. No hay vuelta de hoja, en su camino hacia la madurez, el protagonista construye su propia realidad, que lo lleva a sitios remotos y lo enfrenta a la soledad.

En el prólogo, el escritor Elvio Gandolfo apunta sobre la herencia de Mark Twain en el libro. Me parece que la conexión es acertada por los motivos que ahí expone. Sin embargo, yo agregaría que la relación con su entorno literario es mucho más amplia y es posible encontrar ecos de Retrato del artista adolescente, de James Joyce, o Bajo la rueda, de Herman Hesse, obras en las que un protagonista transita hacia la adultez, hacia el abandono del mundo de los juegos y encuentra su camino ya sea a partir de la muerte o de la pérdida. No obstante, Guillermo Ferreyro consigue revitalizar el género, pues agrega a los tópicos de la novela de iniciación una intriga. Las dudas abiertas, no todas cerradas, empapan la obra con misterios, conspiraciones y pistas falsas.

La cloaca va más allá de su herencia canónica inscrita en la novela de iniciación y hace un planteamiento desde dos frentes, recubiertos ambos por una estética grotesca y por los ecos del psicoanálisis. Primero, la lucha ante la herida abierta de la guerra y el colonialismo europeo, y, segundo, la búsqueda del ser humano por encontrar un lugar en el mundo ante su paso a la adultez. Ambos aspectos se combinan y dan como resultado una novela retadora, burlesca, con un alcantarillado firme que desemboca, en el lector y el protagonista, en una nueva visión de mundo, libre de ataduras y cuentas pendientes.

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