Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Philippe Claudel, Inhumanos, Bunker Books, Córdoba, 2021, 148 pp.


Preguntarse desde dónde se narra la última novela de Philippe Claudel quizás sea uno de los retos más grandes de su lectura. Escribir desde el privilegio y condenar moralmente a la sociedad se han convertido en acciones deplorables en los últimos años: las palabras del hombre blanco, del occidental y del rico ya no nos dicen verdades, sino sesgos y prejuicios que Inhumanos conoce al pie de la letra. Superficialmente, la novela tal vez no parezca más que otro intento por lograr una obra disruptiva, pero como crítica social de nuestro siglo parece ser una propuesta más interesante. Claudel juega con nuestras pretensiones actuales y nos confronta con perspectivas conservadoras de la sociedad que parecíamos ya haber sepultado.

Inhumanos ofrece 25 relatos breves que, ante todo, apuntan a burlarse ácidamente de nuestras sensibilidades y controversias. Las historias retratan acciones, pensamientos y actitudes que nos parecieran inconcebibles en nuestras presuntas sociedades civilizadas, como la esclavitud, el racismo exacerbado, el higienismo social y la transfobia, por mencionar algunas. Más allá de mostrarnos el estado moral de una población generalizada, busca tomar las perspectivas de sujetos en posición de privilegio y llevarlas a extremos grotescos, en ocasiones risibles, donde el valor de la vida, la dignidad humana y los derechos han perdido toda relevancia: “Desde hace relativamente poco tiempo los pobres han sido recluidos. Es mucho mejor. Era una situación insostenible. En una sociedad a dos velocidades donde los ricos pasan su tiempo enriqueciéndose y los pobres pasan el suyo empobreciéndose, no tiene sentido que los segundos ocupen el mismo espacio que los primeros”. De modo que Inhumanos es una obra que pone a prueba nuestros límites y capacidad de respuesta, nos reta a continuar navegando entre las páginas del libro y a cuestionarnos si lo que vemos realmente se trata de una perspectiva hipérbolica de la realidad o de la realidad misma. Después de todo, si nos llega a incomodar tanto es porque nos recuerda a algo de nosotros.

Inhumanos nos ubica en una realidad sin altibajos, casi mecánica, de personajes que controvierten lo políticamente correcto. Los vemos discutiendo sobre la posibilidad de comprar personas y sujetarlas contra su voluntad; de alternativas para extinguir a los adultos mayores y las personas sin hogar; así como de formas de ejercer un control sobre la natalidad y, por ende, sobre el cuerpo de las mujeres. Lo cual no hace más que volvernos a preguntar si nos encontramos frente a una obra que lleva a límites absurdos el estado moral de las sociedades contemporáneas, o si hay un eco inconfundible de voces que nos resultan familiares: “Los viejos son un problema. Dónde los metemos. No se reproducen pero cada vez son más numerosos. El mundo va a reventar bajo el peso de los viejos. Y qué pasa con los pobres. Lo de los pobres es parecido a lo de los viejos. Cada vez hay más”. Las historias, escritas casi sin pretensiones estéticas, revelan a individuos despreciables, que han abandonado su humanidad, y que –para desdicha de varios– nos resultan sorpresivamente verosímiles. 

Claudel nos entrega relatos que han dejado de tener esperanza en los seres humanos, que se han cansado de alimentar una versión más prometedora de nuestras sociedades, y nos las muestra, estas últimas, tal y como pueden ser –o incluso peor–. Inhumanos ve en las personas una brutalidad animal inherente, capaz de ser liberada y trasladada a todas las esferas de lo público: “El Gobierno ha actuado. Y, por una vez, ha actuado bien. Reunieron a todos los pobres que pudieron encontrar… El recinto tiene una dimensión pedagógica y reeducadora… La mujer de Brognard lanzó un puñado de golosinas a unos niños que cargaban unas enormes piedras. La idiota. Está prohibido darles de comer”. Resulta sorprendente, y al mismo tiempo, perturbadora la normalidad con que operan todas las historias. En ninguna hay muestras de asombro, miedo o indignación en los personajes, todos se han entregado a sus impulsos y pensamientos radicales, por más brutales que parezcan. Todos observan, ríen y gozan del espectáculo que su propia animalidad les brinda.

A pesar de conservar una escritura plana y sin estructuras complejas o poéticas, la novela carga un cúmulo de imágenes que, por más abrumadoras que nos resulten, se convierten en fotografías que distinguen a un relato de otro. Pese a todo, no es sencillo olvidar la imagen de una familia devorando a Santa Claus como cena de Noche Buena; el momento en que un grupo de personas negras son arrojadas al mar como atracción turística de un crucero; o la manera en que mejor entienden el control de la natalidad: “ella llega hasta el final. Da a luz en casa. Cojo al recién nacido y lo congelo. Directamente. Directamente”. De esta forma, los relatos optan por mostrar a sujetos en acción, libres de su propia consciencia y entregados al placer que trae consigo la dominación y el control de los más vulnerables. No hay ejemplos de decencia, tan solo individuos que desafían nuestras propias convicciones sobre “lo humano”, de aquello que es inherente a nosotros. Quizás habría que preguntarse si la destrucción y la subyugación no nos resultan más naturales que la benevolencia y la misericordia al prójimo.

Aunado al uso exacerbado de imágenes grotescas, existe un contraste imperante entre los títulos novelados de los relatos y su contenido. Resulta una estrategia sofisticada, ya que Claudel no se molesta en alimentar nuestras expectativas como lectores tanto como en destruirlas y enfrentarnos a nuestro propio optimismo, casi ridículo, por esperar finales motivadores y personajes con un dejo de moralidad. Así, constantemente caemos en espirales –a ratos sarcásticas– que nos confrontan con nuestros anhelos de haber prosperado como humanidad, y el incesante recordatorio de que hemos fracasado en ello. Uno de los títulos que mejor se burla de nuestro horizonte de expectativas podría ser “Arte contemporáneo”, relato sobre la venta de piezas de arte avant-garde hechas de personas que han muerto de hambre o frío por vagar en las calles. O, quizás, “Matrimonio para todos”, historia que nos muestra la igualdad que ejercen los personajes para contraer nupcias con animales, en este caso, un hombre y un oso. Asimismo, se puede hacer mención de “Vínculo intergeneracional”, relato que cuenta cómo las personas deben comerse a sus familiares difuntos como una forma más ecológica de deshacerse de los restos de las personas, ya que enterrarlos o cremarlos se ha vuelto altamente contaminante. Una y otra vez, la novela juega con las narrativas que nos habitan y sus ideales universales de igualdad y dignidad humana, para después mostrarnos perspectivas opuestas, grotescas, pero irremediablemente conocidas del ser humano.

Inhumanos parte de la premisa de que las personas vamos perdiendo aquella sensibilidad y consciencia que creíamos inherente a nuestra especie, convirtiéndonos en seres que operan de forma automática, buscando tan solo satisfacer nuestras necesidades fisiológicas. De este modo, el sexo entendido como mera actividad, y desarticulado de todo significado agregado, es un componente que permea todos los relatos. Y es en la presentación que se hace de este donde la narrativa parece volverse cómplice de los pensamientos y actitudes que busca criticar en sus personajes y al exterior de la obra. En la novela de Claudel, el sexo y el placer sexual son esencialmente falocéntricos y, como tal, priorizan el acto de penetrar. Son recurrentes las imágenes de individuos copulando bestialmente, donde sus cuerpos quedan resumidos a partes sin dueño y el objetivo es satisfacer un apetito incontrolable y sin sentido: “Y sexualmente. Legros no se anda con rodeos. Morel esbozó una gran sonrisa. Un volcán en erupción. Una vulva de seda. Suave y al mismo tiempo musculosa. Eternamente lubricada. La follo. Insaciable”. Inhumanos se encuentra al tanto de la configuración falocéntrica que domina al mundo, pero no parece esforzarse tanto en criticarla como en reafirmarla al equiparar la experiencia de la mujer con la del hombre, así como simular que penetrar y ser penetrado son acciones fortuitas, que no cargan algún significado social de dominación o control sobre el otro.

Frente a lo anterior, y poniendo en entredicho el afán experimental y disruptivo de la obra, Inhumanos es una novela que nos deja preguntándonos si todo es una crítica social extendida o si hay concepciones que se escapan de la pluma de Claudel y nos revelan valores generacionales. La cerrazón que impera sobre la igualdad de derechos civiles y la liberación de los cuerpos de las mujeres, así como la burla constante que se hace de las luchas sociales, no podrían hablarnos tanto de un juego mental como de un mal heredado por las generaciones que nos antecedieron. Es una obra que juega con nuestras sensibilidades, pero que no nos invita a fortalecerlas o a criticar con más ahínco a la sociedad. Parece ser una risa incómoda que se nos escapa a ratos, pero no logra ser nada más. Los seres humanos hemos demostrado ser seres bestiales e incontenibles, pero ello sigue siendo una novedad en esta novela, que no se limita a tomar nuestra ya conocida abyección, sino que la encara para demostrar que siempre se puede ser más vil y despreciable.

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