Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Darío Sztajnszrajber, Filosofía a martillazos, Ariel, Ciudad de México, 2021, 290 pp.


Filosofía a martillazos de Darío Sztajnszrajber (Buenos Aires, 1968) nos da qué pensar. Pedimos de antemano disculpas al autor, porque la existencia de este libro y su éxito nos distraen de su contenido. Por un lado, Filosofía a martillazos provoca una reflexión sobre las últimas tendencias del mundo editorial; y, por otro, impulsa a navegar por la red con el mazo nietzscheano en ristre para discernir entre tantos y tan dispares contenidos.

Darío Sztajnszrajber tiene una larga trayectoria como docente y como divulgador. Hace filosofía, deconstruye o desenmaraña; también narra la vida y expone las argumentaciones de los grandes pensadores como si fuera un cuentacuentos. Saca a relucir sus dotes histriónicas en cada puesta en escena, ya sea en las aulas, a través de la pantalla, en las ondas (también podcast) o en sus redes sociales —tiene más de 800,000 seguidores en Instagram, y alguna de sus charlas, como la dedicada a El amor, que se reproduce en este libro, cuenta con casi un millón y medio de visitas—. Darío Sztajnszajber logró, con su programa televisivo, “Mentira la verdad” (2011), que las nuevas generaciones descubrieran que la Filosofía es mucho más que el sonsonete que arrulla a los estudiantes a los ocho de la mañana. Bien al contrario, la Filosofía despierta y zarandea hasta generar una “torsión del alma”, en palabras de Platón.

En su país, Sztajnszrajber, secundando al también filósofo José Pablo Feinmann, luchó por salvar la filosofía del ostracismo académico desde las trincheras audiovisuales y tecnológicas. Su aspecto de estrella del rock, su dominio escénico del pathos (esa manera tan suya de apelar a la emoción) y sus vastos conocimientos han reclutado un ejército de seguidores (por alguna extraña razón nos estamos poniendo muy bélicos en estas líneas). Hoy cuenta con una “comunidad” de incondicionales que se han enganchado a su empeño por sacudir los cimientos y generar diálogo a raíz de sus lecciones, no exentas de continuas preguntas, de cierta mayéutica socrática para dar a luz un pensamiento propio.

Desde este punto de vista no hay más que agradecer y aplaudir su militancia a favor de una filosofía vigorosa y en continua (de)construcción. Sin embargo, esos aplausos aminoran, sin llegar a extinguirse, a la hora de reseñar su libro, Filosofía a martillazos (ya ha salido a la luz un segundo volumen). En él, se transcriben seis lecciones impartidas por el maestro Sztajnszrajber en la Facultad Libre de Rosario: El amor, El postamor, Dios, La verdad, La posverdad y La democracia. Es importante señalar que estas seis lecciones, que datan de 2016 y de 2018, están grabadas y subidas desde hace tiempo a YouTube (previamente a la lectura, las seguimos y nos sedujeron e invitaron a continuar amando los clásicos… y a estudiar a Jacques Derrida). Llegados a este punto comenzamos a reconocer una nueva manera, por parte de los editores, de alumbrar los libros que imprimen sus sellos. Que no cunda el pánico, no hay que ser papanatas y poner el grito en el cielo ante esta atracción del editor contemporáneo por los “influencers” (las editoriales cuentan con especialistas que husmean por la red a la busca y captura de creadores de contenido de éxito): no todos los libros que se “fabrican” y publican bajo el estímulo del número de seguidores tienen por qué ser nefastos, ni todos los publicados antes del avance del “imperio digital” eran buenos.

Siegfried Unseld en su obra El autor y su editor —interesante estudio sobre las relaciones de Rilke, Hermann Hesse, Bertolt Brecht y Robert Walser con sus editores— explicaba el concepto de “libro enfermo”: “Es decir, el libro que se ha debilitado y vuelto anacrónico; según Härtling, los editores, orgullosos de su antiguo prestigio como creadores de libros, son actualmente simples esclavos del mecanismo del aumento de ventas”. Lo anterior fue escrito hace más de cuatro décadas, en 1978, cuando las nuevas tecnologías aún estaban en pañales. No decimos que el libro que nos ocupa sea un “libro enfermo”, pero a través de su lectura llegamos a percibir el crujido molesto de un engranaje mal aceitado. El chirrido que recorre sus páginas proviene, a nuestro parecer, de la forma en que se ha volcado la oralidad en escritura.

En la introducción, Sztajnszrajber agradece el trabajo de la transcriptora y de la editora, y explica someramente los criterios seguidos: “Hemos decidido, obviamente, conservar el estilo coloquial y performativo de la clase (…). Del mismo modo, mantuvimos las cuestiones coyunturales, así como la amplitud de un lenguaje que en su faceta verbal a veces se desentiende del registro de un texto escrito. Nos propusimos —y esperamos habernos acercado al objetivo— traspasar al papel el mismo clima que se experimenta en las clases”. No queremos caer en un purismo neurótico, pero si en la oralidad la campechanía acompaña al denso discurso filosófico y lo aligera (contribuye a ello el lenguaje no verbal y la puesta en escena del autor); durante la lectura, esa misma campechanía se transforma en un molesto distractor. Como símil: leer Filosofía a martillazos —por otro lado, un libro para subrayar, repensar, dialogar con otros lectores, desmenuzar— es como ver una buena obra de teatro por zoom. Le falta el convivio, la energía que pone el filósofo en cada una de sus clases, su vitalidad, el torbellino. En ese “conservar el estilo coloquial y performativo de la clase” hay artificio.

La pregunta es si esta manera de concebir el libro surge de una decisión meditada o, en realidad (“¿qué es la realidad?”, nos devolvería Sztainszrajber con gesto de socarrona paciencia), oculta las prisas por sacar a la venta este “producto”. Si aplicamos la cuenta de la vieja, el empresario (prescindimos ahora del término editor) calcula que, al menos, un diez por ciento de los “followers” de su autor comprará el libro. En el caso del filósofo de apellido impronunciable, estamos hablando de un nada desdeñable número de compradores (omitimos en este caso decir lectores). Su Filosofía en 11 frases, de 2018, se convirtió en un fenómeno editorial en Argentina y en solo unas semanas llegó a vender 70,000 ejemplares. La poeta española Luna Miguel escribió un interesante artículo titulado Oro parece con la siguiente reflexión: “un puñado de editores se quedaron tan cegados por los followers de hoy, que se olvidaron de los lectores del futuro”.

Sin embargo, desde otra perspectiva, ¿no estaremos asistiendo a un curioso cambio de paradigma? La oralidad, en cierto sentido, se replegó a lo escrito desde tiempos homéricos. En su Clase 4: La verdad, Dario Sztajnszrajber recuerda el diálogo platónico del Fedro, un lúcido análisis sobre memoria, oralidad y escritura. En la actualidad, los editores buscan creadores de contenido oral y transcriben de la manera más fiel posible lo dicho hasta llegar al libro (sigue siendo incontestable el prestigio del libro y, por eso, los “influencers” aspiran también a ver en papel su trabajo). ¿Será que se cumplen ciclos pendulares que van de lo oral a lo escrito y retornan en un camino de ida y vuelta? Este hecho se produjo claramente con la llamada literatura de cordel (cuyo origen se remonta al siglo XV). ¿La “literatura de red” será el remedo de dicho fenómeno en el siglo XXI?

El autor del libro que nos ocupa ha conseguido su objetivo: pone nuestra mente en ebullición. Filosofía a martillazos cumple una loable misión, como loable es el trabajo infatigable en redes de Sztainszrajber y de otras personas que realizan en YouTube “la misión ancestral de corromper a las personas enseñándolas a pensar”, como dice Enric F. Gel desde su canal “Adictos a la Filosofía”. Otros YouTubers, en español, que ofrecen contenidos filosóficos de gran calidad son:  Darrin McNabb con su “Fonda Filosófica”; Juan Denis y su “Filosofía en minutos”; Alejandro Cavallazzi de “Estamos filosofando”; Luis, de “Marte 19”; o Rafael Hidalgo de “Polizón y náufrago”. Muy recomendables, para quienes se inician en el estudio de la Filosofía, son los esquemas que elabora Lluna Pineda sobre la historia de la filosofía; las lecciones de maestros de toda la vida, con el pizarrón de siempre, como Enrique P. Mesa de la web “La lechuza de Minerva”; o, para más avanzados, las propuestas de la catedrática de la UNED Teresa Oñate. Todos ellos —menos Lluna Pineda a quien solo se le ve la mano y la pluma trazando letras sobre el papel— miran de frente a la cámara y despliegan más o menos recursos audiovisuales para defender ese milenario amor a la sabiduría que nos hace más libres. Si los discípulos de Aristóteles, los peripatéticos, caminaban junto al maestro y anotaban sus reflexiones en los hoy llamados libros esotéricos del estagirita (entre ellos, la Poética), quienes no renunciamos al asombro, surcamos por los mares de estos generosos navegantes del pensamiento, y aspiramos una estimulante brisa de preguntas abiertas y respuestas posibles.

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