Revista de Crítica ISSN 2954-4904
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Los Javis, La Mesías, España, 2023.

 


Con el macizo de Montserrat arranca el primer y último capítulo de La Mesías. Es un lugar donde se reúnen los devotos de La Moreneta, una virgen románica, pero también los que creen que hay vida más allá de este planeta. El macizo es punto de encuentro para el avistamiento de ovnis. Y no es tontería que Los Javis decidan que este paraje sea el punto de partida y el punto final por varios motivos. Es un emplazamiento espiritual y sagrado, donde conviven distintas creencias que rodean la montaña mágica. La religión, los ovnis y las comunidades alternativas donde se reúnen personas que tratan de encontrarse a sí mismas a través de la ayahuasca ponen de manifiesto que el ser humano siempre necesita creer o aferrarse a algo para huir del vacío y el dolor. El problema es cuando estas creencias minan y destruyen a los individuos. Ese es uno de los temas principales de la serie.

Montserrat es también el nombre de una madre que atrapa a sus hijos en sus delirios y fanatismos religiosos durante décadas. Su arrolladora presencia les enreda e incluso cuando huyen de sus faldas, su influencia en la distancia les sigue infligiendo dolor. La familia Puig-Baró es dominada por una matriarca que se cree la mesías, una mujer que habla con Dios y que cree que salvará el mundo a través de las canciones y los bailes de sus hijos.

El macizo es el sitio donde todo empieza y donde tiene lugar la catarsis final de uno de los personajes. Allí va a parar Enric (Roger Casamajor), un solitario operador de cámara, que por trabajo acude a Monserrat. Con su equipo está grabando una película sobre La Moreneta. En el bar del hotel donde se hospeda, ve en la televisión un vídeo que se ha hecho viral de un grupo llamado Stella Maris, compuesto por seis hermanas que cantan a Dios. Lo que para todos es objeto de burla se convierte en una puerta a un doloroso pasado para Enric.

A partir de ese momento iniciará una búsqueda, un reencuentro con la madre y con su familia perdida, pero también con sus monstruos interiores (la presencia de un alien que solo siente él perturba su tranquilidad). Pero el macizo también supondrá su refugio final cuando, por fin, reconozca que busca ayuda “porque estoy perdido y siento mucho dolor”. Y un viaje a su interior, gracias a la ayahuasca, le hará enfrentarse a sus traumas. Enric no es más que un adulto que esconde un niño roto. Como rota está también su hermana Irene (Macarena García) que con hermetismo, control y silencio lidia en soledad contra su desolación. Enric e Irene son los hijos mayores de Montserrat, los que huyeron del seno materno, pero que reciben, de pronto, la llamada inesperada de la matriarca que vuelve a asaltar sus vidas. Los dos han buscado refugio en otras pasiones: ella, la costura; él, el cine, pero no ha sido suficiente para cerrar heridas y reconstruir sus identidades quebradas. Ellos son los narradores, los que van contando el relato a trozos, porque el pesar les asedia y los traumas ocultos van surgiendo poco a poco.

Lo modélico de este viaje al pasado que propone La Mesías, no es solo la construcción de los personajes, sino que durante sus siete capítulos, Los Javis (Javier Ambrossi y Javier Calvo) levantan una modélica película de siete horas con decisiones inteligentes de puesta en escena y un uso del lenguaje cinematográfico al servicio de una historia potente y demoledora. La historia de la familia Puig Baró se convierte en un melodrama extremo y excesivo con gotas de suspense y revelaciones que construyen una historia redonda, sin cabos sueltos. Su último capítulo, “Wonderland”, no contradice todo lo que hemos visto, como se ha criticado, no es un abrazo a la fe por parte de Los Javis. Cecilia (Amaia Romero), una de las Stella Maris, da con la clave de esta historia. Le dice a su hermana Irene que “no quiero dejar las cosas que siempre me han gustado”. Y cuando le pregunta que qué son esas cosas, ella dice: “mi fe, la música y mis hermanas”. Cada uno se aferra a lo que le gusta y le hace bien… y la fe hay muchas formas de vivirla. Montserrat y Pep (Albert Pla), el padrasto de Enric e Irene, viven una fe tóxica y oscura para salvarse, pero nada tiene que ver con la que profesa Cecilia, más transparente y sin malicia. Como dice Alicia (Cecilia Roth), una mujer que establece una relación con Enric, “cada uno tiene que hacer su propio camino”.

Una de las decisiones arriesgadas que toman Los Javis y que salen bien parados es la de que Montserrat tenga el rostro de tres actrices (Ana Rujas, Lola Dueñas y Carmen Machi) en las distintas décadas (años 80, 90 y actualidad). Un personaje que podría haber tendido a la caricatura es trabajado cuidadosamente por las tres intérpretes ofreciendo matices que hacen que comprendamos las vulnerabilidades de una mujer tan dañina. En un momento que Montserrat busca consuelo en su hijo adolescente le confiesa desgarrada: “Solo siento culpa y tengo muchísimo dolor”.

Irene y Enric huyen de un sitio a otro con su joven madre, llena de vida y ambiciones, pero con una personalidad bipolar que hace que dé tumbos sin encontrar la estabilidad ni dejarse ayudar por su familia. Montserrat adora a sus dos hijos, pero hay momentos en los que pierde totalmente las riendas de su vida, y los dos hermanos tienen que cuidarse solos. Entre otras cosas, entre huida y huida, nunca les escolariza ni les hace estar en un hogar seguro. Los niños la adoran, pero viven episodios traumáticos por la inestabilidad mental de Montserrat. En un momento de vulnerabilidad, se acerca a ellos, Pep, un jardinero, extremadamente religioso, que les ofrece una casa como refugio, pero pronto se convertirá en una cárcel.

Enric e Irene, obligados a cambiar su identidad y llamarse Isaías y Resurrección, son testigos de cómo entre Pep y Montserrat se va creando un vínculo fuerte y enfermizo. Entre los dos forman una extraña y tóxica familia. Tienen seis niñas. Los diez viven al margen de la sociedad y totalmente aislados. El único que tiene contacto con el exterior es Pep. Montserrat poco a poco va canalizando su frustración convirtiéndose en una emisaria de Dios, con la misión de salvar el mundo. Le cuesta encontrar el camino de salvación hasta que una puerta abierta por Enric da con la tecla justa: los vídeos musicales que decide grabar con sus hijas. Enric e Irene abandonarán la casa familiarpor distintas circunstancias que nos serán reveladas. Los dos han reconstruido sus vidas como han podido, pero de pronto son reclamados de nuevo, de distintas maneras, por Monserrat, su madre. Quiere que sus dos hijos mayores regresen a casa, como hijos pródigos. Y esa vuelta traerá consecuencias para todos.

El uso de la banda sonora y de las canciones en La Mesías también contribuyen a dar una fuerza brutal a la historia. No solo son las pegadizas canciones religiosas de Stella Maris, compuestas por el dúo de pop electrónico Hidrogenesse, que acompañan los diferentes vaivenes de la familia Puig Baró, sino que momentos dramáticos o luminosos tienen de fondo su propia canción. “Cuando llegue el fin del mundo” de Rocio Dúrcal, “Es una experiencia religiosa” de Enrique Iglesias o “Nada de nada” de Celia son protagonistas de momentos claves que viven los personajes de la serie.

Pero si hay un capítulo realmente revelador en La Mesías es el tercero, “Cantando bajo la lluvia”, cuando Enric introduce el cine en el infierno añorado que es su hogar. Un Enric adolescente (un magnífico Biel Rossell Pelfort) ve por primera vez en una casa a la que le lleva Pep como ayudante una cinta de vídeo de Cantando bajo la lluvia. Y para él es absolutamente catártico, un descubrimiento que comparte también con sus hermanas. Pronto en su mundo limitado, el cine se convierte en una puerta a un mundo luminoso e ideal, que los hermanos empiezan a imitar. Crean sus propias películas. Jugar a Cantando bajo la lluvia se convierte en algo liberador, que les permite crear un mundo propio. Algo que les llevará por caminos inesperados cuando Montserrat descubra su secreto.

El sexto capítulo, “La cara de mi madre”, es contado como un melodrama familiar extremo y es otra pieza que asume todos los riesgos del género y sale airosa. Toda la familia reunida estalla como un cóctel molotov un día de Navidad, sobre todo por el enfrentamiento de los dos hijos descarriados con la matriarca, Montserrat Baró. La catarsis familiar está asegurada.

La Mesías cuenta también la historia de dos hermanos que se quieren, pero que las circunstancias hacen que vivan distanciados y separados. Enric e Irene aprenden a sobrevivir solos, pero recuerdan su infancia, juntos, de la mano, protegiéndose. Su encuentro no es fácil tampoco, demasiadas heridas. Los dos hermanos tienen tan enterrados sus traumas que solo las drogas, en momentos puntuales, harán que resurjan y puedan enfrentarse a la oscuridad que les duele. Irene tomará keta y saldrá a relucir su sentimiento de culpabilidad. Enric asistirá a un ritual de ayahuasca y se enfrentará tanto al trauma infantil como a su mayor dependencia, su madre, porque sigue siendoese niño que tenía miedo de olvidar su cara.

Los Javis apuestan en cada capítulo por decisiones formales que dejan momentos memorables, como un adolescente Enric castigado por su madre en el sótano y que empieza a bailar por las paredes como si fuese un Fred Astaire en Bodas reales. U otra escena en que con un plano secuencia circular, alrededor de una mesa, Montserrat anuncia que uno de ellos ha traicionado a la familia.

La Mesías es, en realidad, una triste crónica familiar a través de la mirada de dos niños rotos, que se han convertido en adultos heridos, porque como dice Irene en una declaración a la policía: “Yo no tuve una infancia normal”.

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