Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Knut Hamsun, En el país de las maravillas, Aquelarre Ediciones, Xalapa, 2020, 212 pp.


En 2020, 1er. Año de la Pandemia, como habremos siempre de recordar, llegó a mis manos un título de la joven editorial Aquelarre Ediciones, que apuesta desde Xalapa, Veracruz, por un arriesgado proyecto de calidad literaria. De 2019 a la fecha ha publicado cuatro títulos de autores indispensables: Vida y aventuras de Jack Engle, la novela perdida de W. Whitman, Agencia general del suicidio del escritor vanguardista francés Jacques Rigaut, Las ruedas de las aves de Emily Dickinson y En el país de la maravillas del noruego Hamsun.

Este último, aparecido en 1903, bajo el sugestivo título En el país de los cuentos. Vivido y soñado en el Cáucaso, es un atractivo volumen en color bermellón de Knut Hamsun (1859-1952), autor conocido por obras como Hambre (1890), Pan (1894) o Vagabundos (1927) y su influencia en Onetti, Bombal, Rulfo y Uslar Pietri.

Aunque En el país de las maravillas cuenta con ediciones previas en español, esta es la primera traducida directamente del noruego a nuestra lengua por Zarina Martínez Børresen, mexicana radicada en Oslo y especialista en este escritor. Para ser más precisa y dar a la traductora el justo reconocimiento, no sobra añadir que, a diferencia de la mayor parte de los trabajos de Hamsun traídos al español a partir de traducciones anteriores a otros idiomas, la fuente de Zarina Martínez es el texto de Hamsun escrito, no en noruego, sino en riksmål, “variante más cercana al danés que al noruego actual”.

En el país de las maravillas es un libro de viaje, de pasajes “vividos y soñados” por el autor a lo largo de una travesía de veintitantas jornadas por Rusia y parte del Cáucaso, esto es, por los actuales Georgia, Armenia y Azerbaiyán. Este recorrido da inicio un día de septiembre de 1901. Hamsun y su primera esposa Bergliot Göpfert (a quien apenas mencionará un par de veces) llegan a Rusia tras su estancia de un año en Finlandia.

A pesar de que el mismo Hamsun aclara que el viaje ha sido financiado por el Estado, no explica cuál es la finalidad del mismo. Por un momento pareciera ser que es llegar a Bakú, “la ciudad negra”, el más importante centro comercial en el Caspio y el principal punto de refinación de petróleo. En el libro se hace referencia a la familia Nobel, quienes dominaban la producción en la zona y construyeron el primer oleoducto ruso hacia 1875; y la descripción del lugar en que se hospeda pareciera ser Villa Petrolea, la comunidad industrial fundada ahí por los Nobel. Zarina Martínez, por su parte, conjetura que es el viaje mismo. Ya Hamsun había dado muestras de su afán de aventura recorriendo Escandinavia, varios países europeos y Estados Unidos. ¿Consecuencia natural por vivir en el extremo norte de Europa? ¿Simple curiosidad? ¿Herencia de sus antepasados vikingos? No pasemos por alto el tema de su Trilogía del vagabundo (1927) ni olvidemos la audacia de otros noruegos del siglo XX como Fridtjof Nansen y Roald Amudsen con sus expediciones a los Polos Norte y Sur, respectivamente, y menos aún a Thor Heyerdahl y su proyecto Kon-Tiki, quien visitó Azerbaijan a principio de la década de los 60 y que estaba convencido de que podría haber conexiones remotas entre el Cáucaso y Escandinavia. Por último, cabe suponer que el conocimientos y admiración de Hamsun por la literatura rusa, lo inspiraron para esta empresa. No sobra decir que dedica el capítulo XII a escritores como Dostoievski, Tolstoi, Pushkin, Gogol, Turgueniev, cuya obra conoce, admira, compara y comenta.

El largo recorrido que origina esta obra, dio inicio con un trayecto en tren de San Petersburgo a Moscú, ciudad que lo deslumbra por el Kremlin, sus iglesias, “sus cúpulas verdes, rojas y doradas […] ese oro y ese azul sobrepasan todo cuanto he soñado”. Tren, coche de alquiler tirado por cuatro caballos y barco de vapor serán sus medios para cruzar por extensos campos de trigo y centeno, por “la tierra negra de Rusia”, recorriendo estepas, bosques, el valle del río Térek, que nace del monte Kazbek, los ríos Don y Aragva, las ciudades de Vladicáucaso y Tiblis, hasta su arribo a Bakú a orillas del mar Caspio y una última estadía en Batumi, en el Mar Negro.

Cuando alcanza el Cáucaso, su entusiasmo es total y se felicita por estar ahí para contarlo: “aquí la vegetación es tan abundante que no he visto nada parecido. Los bosques parecen impenetrables y cuando nos detenemos en las estaciones y podemos mirar con más atención, los bosques forman un solo tejido de enredaderas. Aquí hay castaños, nogales y robles; en la maleza crecen arbustos de avellana. En las parcelas limpias se cultiva maíz, vino y todo tipo de fruta. Todo se zarandea y madura sobre su tallo; huele a manzana. Observamos y este bendito país, sin igual; aquí todo es tan hermoso y rico, ¡y lo hemos visto!”.

Estamos pues ante un libro de viajes que, como tantos otros, no es solo un diario que recoge con objetividad las experiencias de un aventurero, sino una obra literaria que alberga imaginación y lirismo. Este tipo de textos, calificados como “relatos, crónicas o literatura de viajes”, presentan problemas a la hora de nombrarlos por sus movedizas fronteras entre ficción y realidad, objetividad y prejuicios, testimonios o interpretaciones personales. Por lo general este tipo de narraciones son creaciones libres y personales que recurren a diversos géneros como la autobiografía, las cartas, el diario, el testimonio o inclusión de relatos, canciones, poemas, notas periodísticas, tradición oral, diálogos o material gráfico. A esta heterogeneidad se añaden diversos estilos y muy diferentes finalidades, como sería el caso de las opuestas motivaciones que pueden mover a un descubridor, un naturalista, un ligero turista o quienes escriben desde el exilio.

El autor se califica como valiente por adentrarse en Rusia. Ciertamente, este hombre de 52 años habrá de sortear inconvenientes y aprensiones: calor, viento, alimentos extraños, lechos con chinches, una persistente fiebre caucásica, temor a lo desconocido, a los “otros”, a ser engañado, atracado, estafado, encarcelado, asesinado.

En el país de las maravillas se privilegia el punto de vista subjetivo de un narrador en primera persona, que por momentos pareciera un espejo realista a lo largo del camino. Como el gran admirador de Dostoyevski que fue, vio también propicia esta oportunidad para indagar en formas expresivas de la conciencia. Así, aprovechó la naturaleza del diario de viaje para exponer sus introspecciones e, incluso, conceder espacio para la exageración, la imaginación, el humor o el delirio. Hamsun siguió su instinto creativo, echó mano de digresiones y fabulaciones, y no dudamos que por momentos supone o pondera, dando amplio margen a su subjetividad y vivencias interiores. Al punto que no duda en incluir aspectos psicológicos y libres y bizarros relatos provocados quizá por la fiebre del Cáucaso o por la confusión ante lo desconocido. Al respecto Zarina Martínez comenta: “hacia el final de la obra, Bergliot lee el diario de su esposo y lo acusa de mentir y exagerar, lo cual parecería confirmar que Hamsun confunde la realidad con la fantasía, lo vivido con lo soñado, aunque también podría ser un ‘artificio’ para indicar al lector que hay más fantasía que realidad en lo que cuenta”.

Por otra parte, el contacto con un mundo incomprensible y exótico, lleva de manera natural a que este extranjero presente y juzgue las costumbres y a las gentes que le salen al paso. Refrendando así, como lo han señalado los estudios culturales y poscoloniales, la figura dominante del viajero o la viajera, como la persona blanca y con cierto tipo de recursos que observa y se considera con autoridad para aprobar o descalificar. Así, el mundo que está ante sus ojos le es tan ajeno, el Cáucaso y sus pobladores tan singulares y desconocidos que escribe: “hacia Bakú hace apenas una generación había quienes adoraban al fuego; sí, en el Cáucaso del Sur hacia Armenia deben vivir todavía quienes adoran al diablo.”

Hamsun repudió al comunismo y vio con recelo al naciente imperialismo capitalista; pero su propensión hacia líderes y pueblos con carácter firme, lo inclinarían más tarde hacia el Führer, el nacionalsocialismo e, incluso, a defender la ocupación de Noruega por los nazis en 1940. Errores que lo conducirían al desprestigio, la pérdida de sus propiedades y a prisión al triunfo de los Aliados.

En el capítulo III, verbigracia, tenemos un ejemplo de su entusiasmo por quienes poseen don de mando. Describe la escena en que basta la orden firme de un oficial para acallar a un grupo de muzhiks que expresaban sus quejas, y lo que más llama la atención son las observaciones del escritor: “el ser humano obedece a un hombre que sabe ordenar. Napoleón fue obedecido con entusiasmo. Obedecer es un placer, y el pueblo ruso sabe hacerlo todavía”. Y aun aclara más adelante, en relación a Pedro El Grande: “así es que las órdenes logran maravillas, según la palabra del zar. El látigo. ¡Alto!, había dicho el oficial. Y los muzhiks se detuvieron”.

Como atento observador, se posa en mínimos detalles, describe la forma de labranza, las construcciones, bebidas y alimentos, los samovares, las religiones, la “música fósil” de una balalaika, la naturaleza sagrada del papel y el arte de la escritura, la mansedumbre de la gente o la vestimenta: “En la estación de Kolodyesnaya. Aquí llegan mujeres vestidas en forma abigarrada. Llevan puesto tanto rojo y azul que parecen un campo de amapolas que se mecen”. En ese universo insospechado, este nórdico muestra especial interés por la diversidad étnica: eslavos, circasianos, armenios, iraníes, osetas, kurdos, georgianos, “persas amarillos y tártaros morenos”, gente del Turquestán, del Tíbet y Palestina, caucasianos de belleza morena de tipo árabe o kirguisos de las estepas orientales, de quienes dice: “Nos parecen apuestos según nuestros parámetros; su mirada es infantil y sus manos demasiado pequeñas y parecen indefensos. Los hombres visten pieles de borrego y botas altas verdes y rojas; llevan puñales  lanzas como armas.”

Declara sin reparos su desagrado de solo ver un semblante judío, y llama la atención su entusiasmo al toparse con eslavos, de quienes expresa: “de un pueblo así puedes desarrollarse una literatura como la rusa: sin límites, celestial, de ocho grandes manantiales ocho gigantes de la literatura”.   Así mismo declara su entusiasmo por los cosacos, pueblo originario de la estepa, de vocación guerrera e indomable temple.

Llama la atención, a lo largo de todo el libro, la civilidad con que tantos y tan distintos grupos humanos conviven. No concuerda con la conflictiva historia geopolítica de la zona del Cáucaso del último siglo: disputas por fronteras, diferencias etno-religiosas, fuertes intereses económicos internos y extranjeros, migraciones y la armenofobia que condujo al injustificable genocidio de más de un millón de Armenios perpetrado por Turquía. Hoy día la zona es un polvorín: Armenia y Azerbaiyán se disputan Nagorno-Karabakh, sus pobladores buscan refugio y Moscú se propone como mediador para fijar sus fronteras.

En el libro, hallamos ejemplos de la postura de Hamsun respecto al mundo de Occidente y este otro “salvaje”. Por momentos sus prejuicios de hombre “civilizado” no le permiten acceder a la cultura que tiene frente a él; en otros, es capturado por la vida sencilla, el paisaje y la mansedumbre de sus pobladores. Alcanza advertir que bajo otros ideales, nada les falta pero le parece grave que no tengan derechos humanos, al voto, al sindicalismo, a la información: “¡Pobre Oriente, los prusianos y americanos debemos tenerles lástima…!”. Reconoce ventajas del desarrollo, pero abomina de la contaminación visual, sonora y de los residuos en la arena, el agua y el aire, ocasionados por las petroleras a orillas del Caspio. Sin proponérselo, en sus páginas nos advierte sobre lo que habrá de venir: “huele a petróleo en toda la ciudad. El olor está en todas partes, en las calles en las casas. Se mezcla con el aire que uno respira, y mientras uno se acostumbra a este olor, carraspea sin parar”. “Yo había oído hablar de muchas clases de grasas […] pero nunca acerca de grasa de metal. Ahí estaba. Era a la vista, por decirlo así, una pomada grasosa. Pero esto de aspecto tan deplorable que tanto al ingeniero como a mí se nos llenaron los ojos de lágrimas, era, precisamente, el producto principal. Antes lo arrojaban al mar dijo. Ahora lo usamos como combustible”.

En todo viaje, extraños y extrañas se cruzan, se observan y en ocasiones interactúan con mutuo extrañamiento y desconfianza. Salir de lo que es conocido es indudablemente un medio de conocimiento y transformación, y este caso no rompe la regla. Conforme se interna en el Cáucaso, la mirada y tolerancia del trashumante se afinan; reconoce que lo común no es lo homogéneo sino la diversidad: “en cada mesa en este comedor caucasiano la gente se comporta de formas diferentes”. Paso a paso, el encuentro con pastores, campesinos y la vida sencilla lo llevan a conectar con su sencilla infancia en la diminuta localidad de Hamsun en Nordland donde su familia trabajó las tierras de un tío. La naturaleza, lo simple, contemplar el cielo más estrellado de su vida, lo llevan a reflexionar sobre Dios. “Había llegado ahora a un mundo profundo y hechizado: este lugar de destierro era el más maravilloso de todos los países. Me rindo ante él cada vez más y ya no pienso dormir.”

En este 2021, en este largo periodo de encierro y pandemia, de noticias alarmantes en esa región de Medio Oriente y muchos lugares más, de incertidumbre y reflexiones, la lectura de En el país de las maravillas regala libertad y un mundo ilimitado, sugestivo y diverso; a lo largo de 19 capítulos nos trasladamos con Hamsun hasta una tarde, de los albores del siglo XX, en que como él pensamos: “el sol y la luna resplandecen al mismo tiempo en el paisaje y hace mucho calor. Este mundo no es como ningún otro mundo que conozco y una vez más pienso que me podría quedar aquí de por vida”.

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