Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Cine


Baz Luhrmann, Elvis, Estados Unidos, 2022.


“Debe haber luces más brillantes encendidas en algún lugar. Tiene que haber pájaros volando más alto en un cielo más azul. Si puedo soñar con una tierra mejor donde todos mis hermanos caminan de la mano, dime por qué, oh, por qué, oh, por qué mi sueño no puede hacerse realidad. […] Estamos perdidos en una nube con mucha lluvia. Estamos atrapados en un mundo lleno de dolor, pero mientras un hombre tenga la fuerza para soñar, él puede redimir su alma y volar”. Unas luces de neón rojo con el nombre de Elvis en grande ocupan todo un escenario. El rey del rock canta con un frac blanco “If I can dream” en un programa de televisión en 1968. Esta secuencia deja constancia de una interpretación mítica del artista.

El programa supuso el regreso de Presley a las actuaciones en vivo después de varios años en Hollywood interpretando películas mediocres (lo que pervive de estas producciones es su presencia y algunas de sus canciones) y sin pisar los escenarios. Este es uno de los momentos estelares de Elvis, la película del director australiano Baz Luhrmann, y es clave para entender la naturaleza de este largometraje.

Baz Luhrmann muestra su enamoramiento y respeto hacia la figura del cantante y construye la película alrededor de los números musicales que supusieron un paso más en la vida de Elvis. Para cada número emplea una puesta en escena excepcional que va dando pasos no solo en la trama de la película y en la vida del artista, sino que también refleja el espíritu de una época, unos años convulsos social y políticamente en E. U.

El momento de “If I can dream”, Baz Luhrmann lo sitúa entre la muerte de Martin Luther King y Bobby Kennedy. El director australiano construye el mito de Elvis bajo dos premisas que salen en la película. Una la dice la madre del cantante, con la que estaba muy apegado: “Tu voz es un don divino. Así que no puede tener nada de malo”. Y la otra la cuenta el mismo protagonista, que atesora un recuerdo de infancia: “Un cura me dijo una vez: ‘Cuando decir algo sea muy peligroso, canta’ ”. De tal modo, que Elvis narra la historia del artista como una tragedia contemporánea y emplea su legado musical para conseguirlo. Baz Luhrmann logra un largometraje que va más allá de un biopic y del cine musical.

Si seguimos tirando del hilo de “If I can dream”, su letra define muy bien también el cine de Baz Luhrmann como un hombre que sueña y filma dando rienda suelta a los brillos y al neón. Vuela. No tiene miedo al barroquismo cinematográfico, sino que más bien es su modo de expresión, para construir sus tragedias. El director australiano pone en pie sus películas a través de sus pasiones y contando en imágenes las historias que ama. Si algo no se puede discutir de su peculiar carrera es su especial manera de mirar, Luhrmann es un autor de fuegos artificiales, donde la tragedia y el desgarro son enmarcados en luces de neón.

Y Elvis es también algo más que un homenaje a un artista. Se nota no solo que le apasiona su música, sino que le respeta profundamente y lo conoce en profundidad. La película es un hermoso canto de amor. Desde los títulos de crédito hasta los finales cuida la estética alrededor del mito. Entramos en el universo de Elvis Presley nada más apagarse las luces de la sala de cine y no salimos de él hasta que se encienden. Es más, en los créditos finales incluso es capaz de ofrecer cómo ha influido el cantante en los artistas más contemporáneos, ofreciendo versiones recientes.

No es la primera vez que consigue que el espectador se sumerja desde el primer segundo en el universo que propone. Y también deja patente el buen uso que hace siempre de la banda sonora. Basta con recordar tres momentos de su filmografía.  Romeo y Julieta (1996) cuenta con una de las secuencias más hermosas de la película cuando Baz Luhrmann representa el primer encuentro entre los jóvenes amantes (Leonardo Di Caprio y Claire Danes). A través de una pecera, Romeo y Julieta se observan. Los peces de colores recorren los rostros de los amantes adolescentes. Él, como un joven guerrero; ella, como un ángel con alas. Y de fondo una canción “Kissing you” de Des’ree.

En Moulin Rouge (2001) vuelca su pasión por la Francia impresionista, pero con una ecléctica banda sonora contemporánea que dibuja la trágica historia de amor entre la cortesana y el artista bohemio. Así configura el final inevitable y triste de Satine, su protagonista, con la canción de Queen “The show must go on”. El maestro de ceremonias y Satine cantan el destino trágico, pero teniendo claro que el espectáculo sobre todas las cosas debe continuar.

Y por último en su magnífica adaptación de El gran Gatsby, donde recrea esos locos años veinte de Fitzgerald, pero a ritmo de jazz y hip hop, Gatsby lleva a Daisy a su Camelot particular al ritmo de la melancólica “Young and beatiful” de Lana del Rey. La escena culmina con un Gatsby enamorado lanzando sus camisas de alta costura a una Daisy que queda envuelta en una lluvia de colores.

En la película de Elvis, además de “If I can dream”, se pueden analizar otros dos momentos para entender cómo emplea el director el legado musical del cantante para construir la historia. El alarde de Luhrmann es que no realiza imitaciones de momentos musicales, como por ejemplo ocurría en Bohemian Raphsody de Bryan Singer, sino que le sirven para ir hilando una historia compleja, mostrar la psicología de los personajes, reflejar el momento de la vida del artista, atrapar el espíritu de una época, indagar en las influencias musicales del cantante y analizar su legado. No hay que olvidar que esa fue una de las grandes bazas del cine musical, que se fue perfeccionando en los setenta con propuestas dramáticas como Cabaret o Empieza el espectáculo de Bob Fosse: no era un cine con canciones y bailes, sino que las canciones y bailes formaban parte de la historia. En Elvis los momentos musicales no son un adorno o una mera imitación para el disfrute de los amantes del cantante, son mucho más.

La primera actuación que ve el coronel Parker es magistral para entender las influencias musicales de Presley. Se sitúa en 1955 en una de sus primeras apariciones públicas en Louisiana, donde además de enseñar el impacto que supuso su manera de moverse, deja clara la huella de la música negra, y cómo es algo que bebió desde su infancia humilde donde la música que llenaba su vida era el blues y el gospel. El otro instante musical es una de sus más emotivas actuaciones, al final de su vida, donde Elvis ya está muy grueso, cansado y enfermo, y sentado a un piano canta “Unchained melody”, como una oración de amor hacia su público. En ese instante Luhrmann se permite fundir el rostro del actor con el del cantante creando un momento emotivo y absolutamente mágico.

El tema de la puesta en escena también lo emplea el director australiano en los distintos periodos de la vida de Elvis. Así cuando se va construyendo el mito del cantante se empapa de los años cincuenta, pero también de las lecturas de niño de Elvis: los cómics. Cuando se casa con Priscilla y empieza su etapa en Hollywood, la historia se convierte en una de esas películas americanas de los años sesenta a todo color. La estética de Las Vegas envuelve la vida de Elvis cuando se convierte en su propia cárcel de lujo…

Baz Luhrmann sabe muy bien cómo contar esta tragedia y en su bagaje cultural para construir un mito emplea, bajo su mirada más personal, tres referentes cinematográficos que funcionan. Por una parte acierta totalmente en el punto de vista elegido, apuesta por mirar a Elvis a través de su mánager durante décadas: el polémico coronel Parker. Así se va viendo cómo este personaje mefistofélico va encerrando al héroe en una jaula de cristal. La historia se narra desde su compleja relación y la tragedia no solo va calando, sino que angustia comprobar como no hay salida posible para el cantante enredado en una tela de araña perfectamente construida por Parker. Un mánager anciano y enfermo trata de justificar su relación con Elvis y darse toda la autoría del mito. Esta forma de contar la historia de un artista la empleó también con resultado magistral Milos Forman en Amadeus (1984).

El acierto es haber contado con Austin Butler como Elvis y con Tom Hanks para el coronel Parker. Es cierto que Butler no se parece físicamente a él, pero capta totalmente su esencia en su forma de moverse, hablar y cantar. Y está fuera de serie en varias secuencias como en ese primer concierto en el International Hotel Las Vegas. El joven actor construye un mito con alma y hace que el espectador se lo crea y lo siga en su viaje vital. Además Butler parece ser que canta él mismo (y lo hace muy bien), pero que en algunas de las canciones más míticas se mezcla también con la voz original de Elvis con un resultado sobresaliente.

Por otra parte, Tom Hanks consigue que el espectador olvide todas las prótesis que lleva encima y toda la tradición que arrastra de personajes de ciudadano americano bueno y con un correcto sentido moral. Aquí construye a un personaje tóxico, todo un farsante, que sin escrúpulos va atando a Elvis, aprovechando sus debilidades. Sin embargo, el coronel Parker de Hanks no renuncia a cierto encanto y a un sentido cómico de la vida, que hace que los espectadores sigan con interés su historia. Él es un mago de la palabra, sabe enganchar. Incluso aporta al personaje cierto misterio sobre su pasado y raíces. Tom Hanks aprovecha además ciertos detalles de su vestuario, como los bastones y los puros, así como la expresión corporal, la voz y la mirada para poner en pie su compleja personalidad.

Alrededor de ambos pulula una galería de personajes secundarios. Algunos de ellos están perfectamente construidos con unas cuantas pinceladas bien dadas y otros quedan demasiado en la sombra. Parece ser que había bastante material filmado y el montaje y la consabida reducción de metraje ha perjudicado a algunos de ellos. Por ejemplo, está muy bien dibujado el padre del artista, Vernon (Richard Roxburgh), pero no ocurre lo mismo con uno de los personajes del círculo más cercano de Elvis, Jerry Schilling (Luke Bracey). En cuanto a Priscilla (Olivia DeJonge), quizá parece desdibujado en un principio, pero toma mucha fuerza en las dos últimas secuencias en las que aparece junto a Elvis, dando toda la dimensión al personaje. La intensidad dramática crece en el momento enque se va de casa y también la última vez que habla con él antes de que este suba a un avión.

Elvis habla también del éxito, la decadencia y el desencanto que arrastra todo artista de rock cinematográfico. Los héroes caídos del siglo XX. Ese halo trágico que acompaña al personaje es una baza que Luhrmann no desaprovecha. El daño de las dependencias, la esclavitud de los conciertos, las paranoias, el agotamiento… Todo está en Elvis. Ese halo presente en películas míticas como La Rosa (1979) de Mark Rydell, aquella donde Bette Midler daba el do de pecho y se inspiraba en Janis Joplin para reflejar el agotamiento y las dependencias de una cantante.

Otra referencia interesante que toma el director australiano tiene que ver con la carrera cinematográfica de Elvis Presley en Hollywood. Esa carrera que fue abandonando para arrasar de nuevo en los escenarios. Una de las ofertas que recibió y que rechazó, y que podría haber supuesto una vuelta a Hollywood por la puerta grande, fue el remake de Ha nacido una estrella junto a Barbra Streisand. Precisamente ese momento sale en la película. Ese largometraje se llevó a cabo antes de que falleciera, en 1976, pero con Kriss Kristofferson de protagonista.

Lo que es cierto es que al final  Baz Luhrmann, como siempre, logra imprimir su sello, con una propuesta dinámica e innovadora. Y su reverenciado Elvis queda convertido en un héroe trágico del siglo XX. Se conozca o no al personaje principal es complicado no dejarse llevar con el sentido del espectáculo de esta propuesta y con una historia principal muy bien contada. El rococo cinematográfico tiene la contención necesaria para dejar una historia con alma y carisma, como pasa en cada una de sus películas. Para el director, Elvis, como dice la canción, fue un pájaro volando más alto en el cielo azul. Ni el coronel Parker pudo derribarlo.

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