Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Cine


Jane Campion, El poder del perro, Australia, 2021.


Al principio de El poder del perro, una voz masculina en off nos avisa de que estaría dispuesto a cualquier cosa por proteger a su madre. Poco a poco, nos damos cuenta de la importancia de estas palabras a lo largo del metraje. Es un aviso temprano de una venganza perpetrada a fuego lento. La directora australiana Jane Campion logra con esta película un eco similar al que tuvo con su mayor éxito hasta el momento: El piano (1993). Y no son pocos los puntos de unión entre las dos historias. El poder del perro muestra la coherencia narrativa y cinematográfica de Campion.

La directora neozelandesa rodea a sus personajes de una Naturaleza que actúa como un personaje más. Una Naturaleza que es cómplice a la vez que encarcela a los seres humanos que viven en ella. Una Naturaleza que deja escapar la sensualidad y la violencia de los hombres y las mujeres. Tanto en El piano como en El poder del perro, los personajes vulnerables son los más fuertes y los más fuertes dejan escapar su debilidad. En las dos historias sale también el lado oscuro de los frágiles, que al fin y al cabo son supervivientes en un mundo hostil.

Mientras que El piano era una historia original de Jane Campion, El poder del perro parte de una novela de Thomas Savage que la conmovió profundamente tras su lectura. Savage la escribió en el año 1967 y en ella enterró muchas de sus heridas y de sus fantasmas infantiles. El autor dejó ecos de su propia historia y sobre todo realizó un retrato sobrecogedor sobre una atormentada represión homosexual. Algo que él mismo sufrió durante su vida.

La película desde el minuto uno y con la presentación de cada uno de sus personajes protagonistas deja escapar una tensión e incomodidad psicológica que nunca termina. Se nota en cada fotograma una violencia emocional que no se sabe si va a estallar en una violencia física. El poder del perro es un western con unas gotas del Steinbeck de Al Este del Edén, de un melodrama familiar a lo Gigante y un cuento oscuro con veneno, donde el delicado príncipe azul hace trizas al leñador.

La historia transcurre en un rancho aislado a principios del siglo XX en Montana. El rancho lo llevan dos hermanos de personalidades opuestas. Phil y George Burbank. Phil (Benedict Cumberbatch) es rudo y violento, no duda en rememorar e idealizar los años de formación con Bronco Henry, el vaquero que le enseñó todo lo que sabe. George (Jesse Plemons) es silencioso, sensible y educado. Pese a las diferencias, ambos hermanos se complementan y dirigen el rancho. Pero ese equilibrio queda roto cuando George se enamora de Rose (Kirsten Dunst), una viuda del pueblo, que lleva el restaurante al que a veces van con su cuadrilla. Cuando Rose se casa con George y pisa su nueva casa, se desata una lucha silenciosa entre ella y Phil. Además Rose no está sola, es madre de un joven estudiante de Medicina que no esconde su feminidad, Peter (Kodi Smit-McPhee), que se convierte también en objetivo de las burlas y humillaciones de Phil. En esta batalla de silencios, parece que Rose tiene todas las de perder en un territorio de hombres, y se siente tan atrapada que empieza a beber sin tregua.

Todo se transforma ante un descubrimiento de Peter respecto a Phil durante uno de sus paseos. Este último cambia entonces la forma de relacionarse con el muchacho, actúa como si fuese su tutor. Se convierte en un Bronco Henry. Y Peter sigue al maestro. Phil se da cuenta de que su relación con el muchacho es una herramienta poderosa contra Rose, pero ¿qué es lo que quiere Peter?

Jane Campion decide meterse de lleno en el género western y dibuja una historia sobrecogedora de venganza, pero al final sobre todo queda la triste personalidad del atormentado Phil. Un hombre marcado porque no expresa su yo más profundo, pero la relación con su pupilo dejará al descubierto su fragilidad emocional. Él es el que sucumbe al poder del perro por no atreverse a ser como es en un mundo duro y rudo. Y ese perro es precisamente el joven estudiante que sí se presenta a todos tal y como es.

Phil oculta su intelectualidad, su pulcritud, sus estudios y refinamientos para envolverse con una máscara de masculinidad que le hace totalmente infeliz y que incomoda además a sus seres más queridos. Solo en un lugar secreto, al lado del río, se deja llevar por la sensualidad, por los recuerdos y por la belleza.

Cuando volvió a reeditarse la novela de Savage a principios del siglo XXI, Annie Proulx escribió un interesante prólogo. Y es un detalle importante, porque Proulx es la autora de un relato corto que sería llevado a las pantallas de cine y que daría un vuelco al género western: Brokeback Mountain (2005). Una historia de amor entre dos vaqueros que intentan esquivar el mundo masculino y misógino en el que viven. Ang Lee tejió una relación sentimental entre dos vaqueros solitarios en una lejana montaña. El poder del perro es el lado más oculto y oscuro de Brokeback Mountain.

Es interesante la construcción de Jane Campion de un western psicológico e íntimo. A pesar de ser un género relacionado siempre con la masculinidad y actitudes conservadoras, se puede hacer una lectura reveladora de las películas del Oeste, y ver que su mirada siempre ha sido mucho más amplia y diversa de lo que parece. Lo que sí es cierto es que en este siglo XXI el género está teniendo una lectura todavía más rica en matices, sobre todo con las aportaciones de directoras de cine. Las mujeres le están ofreciendo nueva vida y ampliando su mirada. Así la directora estadounidense Kelly Reichardt ya ha firmado dos interesantes películas del Oeste: Meek’s Cutoff (2010) o First Cow (2019).

En El blog de Hildy Johnson indago en cómo Reichardt revisita alguno de los códigos del western: “Meek’s Cutoff te acerca al tempo de esa dura ‘conquista’ de los colonos al salvaje Oeste. Un tempo lento, de parajes desolados, extensos… Paisajes capaces de generar espejismos donde las distancias no están claras. Un tempo de ruidos de la naturaleza. El día y la noche. Y la noche oscura. Con destellos de la luz que se desprende del fuego. Unos colonos profundamente religiosos tratando de llegar a una tierra prometida con agua… donde poder asentarse. Una marcha lenta al ritmo de los carromatos”.

También la reciente ganadora del Oscar Chloé Zhao se ha decantado por la mirada del Oeste. Ella empezó su fama internacional con la historia de un vaquero de rodeos caído en desgracia, The rider (2017), y acaba de filmar a los nuevos forajidos en su premiada Nomadland (2020). No son temas ajenos del género western, pero sí la manera de acercarse a ellos.

Jane Campion toca un aspecto muy tratado en las películas del Oeste: la venganza a fuego lento. Son muchas las que vienen a la cabeza: Cabalgar en solitario de Budd Boetticher o Hasta que llegó su hora de Sergio Leone. Y también su largometraje recuerda a esos westerns psicológicos y enfermizos que cuentan historias de familias en ranchos aislados, como dos maravillosas películas: El rastro de la pantera de William A. Wellman o Perseguido de Raoul Walsh.

La directora neozelandesa no se da prisa a la hora de contar su historia y confía en el poder de las miradas y los gestos de sus personajes, rodeados de un paisaje que todo lo envuelve, y logrando una luz especial, gracias al equipo que forma con su directora de fotografía, Ari Wegner, consiguiendo momentos tan hermosos como la efímera sensación de felicidad que viven George y Rose antes de llegar al rancho.

No obstante, El poder del perro no es un largometraje tan redondo como El piano. A pesar de contar con múltiples virtudes tanto en la forma como en el fondo, Jane Campion falla al plasmar el tiempo en el relato cinematográfico y esto resiente la construcción de algunos personajes y sus motivaciones. Así Rose y su enfrentamiento con Phil no quedan bien dibujados. Demasiado rápido y pronto, sin cocinarlo despacio ni dejar respirar una relación tirante, cae el personaje femenino en el alcoholismo. Tampoco se saca todo el jugo a la compleja relación entre los dos hermanos ni se entiende el comportamiento de George ante Rose y su hijo adoptivo, Peter, después de la boda. Todo se solventa gracias a las interpretaciones carismáticas de cada uno de los actores y por lo bien construida que está la venganza. Por otra parte, la película atrapa porque envuelve la sensación continua de opresión, incomodidad y violencia latente.

Sin duda, otro de los aciertos de El poder del perro es la construcción del personaje ausente: Bronco Henry. En boca de Phil, pasa de ser un mito a objeto secreto y de deseo. Phil amó a Bronco. Uno de los momentos más emotivos es cuando Phil muestra un atisbo de ilusión al convertirse para Peter en lo que para él significó Bronco. No es difícil imaginar que Bronco Henry es uno de esos héroes clásicos de las películas del Oeste con cara de John Wayne.

También la historia juega con ese poder del perro. Es decir, con Peter, el personaje que parece más débil. La ambigüedad moral del joven y su parte oscura enriquece este cuento negro. ¿Es Peter un chico indefenso que aprende a manejarse en un mundo masculino? ¿Es Peter un superviviente que trata de no ser aplastado? ¿Es un muchacho con una parte oscura y sádica que pone su inteligencia al servicio de la obtención de su felicidad y la de su madre eliminando todo aquello que se cruce en su camino? Así con esta última opción podemos enlazar la forma de contar esta historia con una obra de Paul Thomas Anderson, que también se convertía en un cuento sádico: El hilo invisible, donde el personaje vulnerable mostraba su verdadero rostro a lo largo de la película.

No hay duda de que El poder del perro ha permitido que se hable de nuevo de Jane Campion. Desde los ochenta no ha dejado de rodar y podemos decir que su filmografía siempre ha resaltado la fuerza del frágil y también su parte oscura: desde Un ángel en mi mesa, El piano, Retrato de una dama, Holy Smoke o la bella Bright Star. Volviendo a los puntos de unión entre El piano y El poder del perro, de Ada, la madre muda, y su hija pequeña (pisando ambas un lugar inhóspito)a Peter y su madre Rose hay un largo camino que merece la pena recorrerse. Curiosamente tanto Ada como Rose tienen un piano con el que tocan distintas teclas. Sí, Jane Campion continúa tocando un piano, una melodía que construye una compacta filmografía.

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