Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Rafael E. Quezada, El hambre del mundo, Ediciones del Lirio, Ciudad de México, 2023, 93 pp.


El hambre del mundo es un libro de cuentos insólitos. Las diez narraciones alojadas en su interior advierten al lector sobre las fisuras en la idea tradicional de realidad, impugnan el orden de la causalidad racional y, en su lugar, instauran la duda acerca de su validez. A pesar de que, en mi opinión, compila demasiadas narraciones para ser un primer cuentario, al final más de un lector seguramente quedará con ganas de que esta obra no sea flor de un solo día para su joven autor, Rafael E. Quezada.

En 1959, Amparo Dávila sorprendió con su primer libro de cuentos, Tiempo destrozado, y dos años después con Música concreta. De los doce relatos antologados en el primero y los ocho en el segundo, varios ya habían aparecido previamente en importantes revistas y publicaciones periódicas de la época como Estaciones, Cuadernos de Bellas Artes, Summa, Revista Mexicana de Literatura, Revista de la Universidad de México, Revista de Bellas Artes y el Anuario del Centro Mexicano de Escritores. Con Árboles petrificados (1977), tercer volumen con doce narraciones, Dávila se hizo acreedora al Premio Xavier Villaurrutia. Traigo a colación el ejemplo de esta gran narradora porque Rafael E. Quezada ha dado un paso aventajado en ese camino ya recorrido por la zacatecana y otros autores de la Generación del Medio Siglo. El hambre del mundo ganó su publicación en la Convocatoria Ópera Prima 2022, auspiciada por Ediciones del Lirio; los diez relatos que lo conforman eran inéditos y hasta ahora no pueden leerse más que en el cuentario.

Me he tomado la libertad de mencionar todo lo anterior porque también algo en los relatos de Quezada, algo que podríamos denominar a bote pronto fantástico, Unheimlich, absurdo o inquietante, no solo los vincula entre sí, sino además establece un posible puente con las obras de Felisberto Hernández, Guadalupe Dueñas, Francisco Tario, Virgilio Piñera, José Emilio Pacheco, Adela Fernández, Cristina Peri Rossi y, como ya señalaba, con la de Amparo Dávila, por mencionar solo unos cuantos escritores del siglo pasado; e incluso lo zambulle en la nueva ola weird fiction de narradores mexicanos e hispanoamericanos como Bernardo Esquinca o Mariana Enríquez.

Gabinete de curiosidades, aunque el título del libro no ofrece, o al menos a mí no, una idea preliminar de lo que podremos hallar en su interior, al terminar su lectura uno vuelve a la portada y comprende entonces el por qué del pacto de ficción propuesto desde el primer hasta el último cuento. “Porque –confiesa uno de los personajes– tenemos miedo de mirar ese agujero sin fondo devorando a sus hijos y a los hijos de sus hijos en un ciclo perpetuo. La melancolía es el hambre del mundo, la boca que nos quiere tragar. Al menos es el hambre de la cual estoy huyendo”.

En cuanto a los diez relatos de El hambre del mundo, me permito enumerarlos a continuación: “El ascendente”, “Carnívoro”, “El cambio”, “Mal agüero”, “Cisnes en la oscuridad”, “Bonsái”, “El núcleo del malestar”, “Responsabilidad”, “Hoy comenzamos a querernos” y “Melancolía del hogar”. Entre cada uno, el lector podrá advertir más de un vínculo ya sea el estilo, ya sea un tema en común o un elemento u objeto aparentemente inocuo que después se revela pernicioso, como en el quinto relato los versos de Rubén Darío “Su pico es de ámbar, del alba al trasluz”: “Pasó el tiempo y seguí teniendo esas dudas: las paletas de colores indican que el más puro de los blancos es el de las nubes, pero ¿cómo pueden ser las nubes puras si almacenan la tempestad? Imaginé criaturas algodonadas que, al bailar, se ennegrecían poco a poco al ritmo de la música, formando cúmulos agresivos y obstruyendo la luz del sol. En cualquier momento estallarían en lluvia. Muchos meses de esfuerzo me tomó confeccionar a esa criatura suave, tersa, amable y sutil. Parecía de nieve y los otros animales se admiraban al verlo pasar. Aunque la primera vez fue doloroso, por supuesto; hay algo inclemente en los actos de belleza prístina que produce sufrimiento, como si una endeble membrana se rompiera”.

El hambre del mundo se compone de angustias existenciales, de diez formas de lidiar con la falta de sentido que en realidad define las relaciones humanas, por no decir filiales y familiares. Mientras sus personajes se asoman al vacío de una existencia mediocre, la voz narrativa, similar a la de los patafísicos y neofantásticos, apunta en clave humorística. Si el lector sonríe, es signo de que la ideología y la lógica tradicionales han sido subvertidas. El relato ha logrado inquietar por un instante su visión de mundo: algo grave –en cuanto a su ethos–, pero irónico –en cuanto a su manifestación–, le ha sido revelado. Por mi parte y para no incurrir en el odiado spoiler, diré que Rafael E. Quezada ha asimilado con éxito la famosa e imperecedera receta que Edgar Allan Poe nos legó en “The philosophy of composition”, sobre todo con los giros en las tramas de todos los cuentos, a los cuales, afortunadamente, no les falta una pizca de humor negro. Por ejemplo, cuando la protagonista de “El ascendente” describe con un tono abiertamente sarcástico su vida sexual: “Me da un poco de pena que me gusten criaturas de mente tan estrecha como los hombres, pero no lo puedo evitar. Tomo la precaución de no contarles que tengo implantado un DIU, porque entonces las bestias se emocionan y se quitan el condón: así es más rico, dicen, no hay peligro de que te embaraces, dicen, y no piensan en los virus que se pueden contraer de esa manera. Y si tan rico se siente, ¿por qué no se hacen ellos la vasectomía? Me divierte mucho hacerles esa pregunta para ver su nerviosismo y sus gestos al imaginárselo, pobrecitos, y el movimiento involuntario de las piernas y las manos para proteger del dolor su triste miembro”.

Y es que si bien cada una de las narraciones aborda temáticas tan actuales como la paternidad/la maternidad; las crisis ecológicas y sanitarias; algunos movimientos como el veganismo, el feminismo, la neurodiversidad y las diversidades sexogenéricas LGBTIQ+, entre otras; y hasta la religión, los discursos “conspiranoicos” y algunas creencias pseudocientíficas como la astrología, se agradece que el aburrido tono serio y solemne tan manido en la literatura mexicana no aplaste ninguno de los mundos posibles que este novel escritor nos presenta. Porque, parafraseando a Julio Cortázar, “nada más cómico que la seriedad entendida como valor previo a toda literatura importante (otra noción infinitamente cómica cuando es presupuesta), esa seriedad del que escribe como quien va a un velorio por obligación o le da una friega a un cura”.

En pocas palabras, esta opera prima de Quezada está bien dispuesta: entre las dos caras de una misma moneda, entre lo verosímil y la inverosímil, logra no solo una interpretación circular sino también, al virar lo cotidiano hacia rumbos distintos, mantener al lector expectante, asombrarlo con astutos giros argumentales y soterradamente plantar en su mente la semilla de la duda. En El hambre del mundo, lo fantástico convoca al absurdo cuando la idea tradicional de realidad no puede sostener más su falta de un sentido y su aparente lógica causal. Lo fantástico y el absurdo comparten una voluntad subversiva que abre, erosiona y problematiza el orden establecido de lo real. “Tematizan –según Torres Rabasa– la falibilidad de la razón y plantean la pregunta sobre la validez de las categorías tradicionales que el sujeto empuñaba para descifrar el mundo. Interrogan, incluso, al mundo mismo sobre su validez, pero sin proponer jamás otra lógica, sin elaborar otro discurso pleno, sin vislumbrar otro orden coherente; abogan por detenerse en el umbral, señalan crisis, dibujan un interrogante, instauran la duda”. Ojalá que El hambre del mundo no sea el debut y la despedida de Rafael E. Quezada y más sabio que el zorro de Monterroso no se dé por satisfecho, deje pasar los años y no publique otra cosa.

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