Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Mario González Suárez, La sombra del sol, Era, Ciudad de México, 2023, 128 pp.


No es usual que una novela utilice las estrategias literarias del drama, aunque al revés, que el teatro narre, es bastante común, por lo menos desde Brecht –con su teatro épico– a nuestros días, donde la “narraturgia” hace tiempo dejó de ser novedad monstruosa para convertirse en una especie de hierba mala que crece donde llegue un poco de luz. En La sombra del sol, Mario González Suárez (Ciudad de México, 1964) intenta otro tipo de monstruo, un libro que en su interior tiene, al principio, aspecto de novela, y luego cambia su forma para leerse como obra de teatro, pero sin el rigor de un texto que va a ser representado, sino con la libertad de lo imposible, como si un ángel bíblico —seis alas, cuatro caras, múltiples ojos— se transformara en producto literario.

La forma predice el contenido. Quizá en este libro extraño existe una historia, pero es más seguro que el lector encuentre más de una y que tenga que decidir cuál es la más lógica, la menos inverosímil, la que propone un discurso o una imagen del mundo con la que se pueda vincular de manera afectiva o intelectual. El texto abre con lo que parece ser la voz de uno de los actores de la compañía del director Eugenio Cortina, que anticipa que las obras que ellos realizan no tienen libreto y que se van escribiendo mientras sucede la acción. Los actores que trabajan para Cortina son más participantes de un experimento escénico que artistas. En la segunda parte del libro –que también es la más extensa– el lector se encontrará con lo que pareciera ser un texto teatral que lleva el título de El meteorito “Pieza en tres actos dirigida por Eugenio Cortina”. Los actores-participantes fluyen dentro de las circunstancias que el director les ha dado, construyen lógicas endebles con demasiados puntos contradictorios o cuestionables. El director irrumpe cuando algo está a punto de tener demasiado sentido o brindar información que pueda anular los misterios de la representación.

La situación inicial reúne a un grupo de compradores dentro de un almacén comercial después de una catástrofe. El espacio se encuentra en ruinas, no hay luz y tampoco parece existir una salida posible. Estos clientes se encuentran atrapados junto con el Gerente, personaje insoportable por su lealtad a la empresa y su falta de empatía con los seres humanos que están con él y dependen de sus decisiones, ya que se asume como líder del grupo. También se encuentra ahí otro empleado de apellido Estrada (con mayor sentido común, pero con demasiadas ilusiones) y un adolescente de nombre César que embolsa los productos para los consumidores y que se descubrirá como algo más de lo que representa.

Para aumentar las posibilidades de conflicto, los personajes que interpretan los actores tienen características polares: una mujer embarazada, un hombre alcohólico y una mujer que está perdiendo la vista comparten el encierro con el gerente, un hombre de ideas cerradas, pedante y hostil y el empleado Estrada, que acciona con la esperanza, primero, de encontrar una salida y, después, con la necesidad de sobrevivir. A lo largo de la representación aparecerá la voz de una mujer que ha perdido a su hija ­­–que al parecer es la mujer embarazada–, y también se podrá percibir a un grupo de ciegos que atraviesa el espacio para perderse entre el escombro y las tinieblas. Estas apariciones funcionan a nivel simbólico y también como metáfora o recuerdo, de modo que no se puede confiar en que todo lo que se presenta ante los ojos tenga una carga de estar sucediendo en ese mundo.

La catástrofe que provocó que los personajes estuvieran reunidos en ese sitio y tiempo específicos nunca es clara, pero esto no constituye un defecto del texto, sino que se vuelve parte de su proceder y quizá uno de sus rasgos más interesantes. La ambigüedad y las resoluciones crípticas son constantes, de modo que no hay forma de saber si lo que sucedió fue un terremoto, un atentado terrorista, un accidente, la caída de un meteorito o el inicio de la guerra entre los ángeles y los seres humanos. Tampoco es posible establecer si lo que sucede, al paso del tiempo, es la realidad de los actores o es la ficción de los personajes. Lo único claro es que la catástrofe está instalada en el espacio de una tienda de autoservicio (con todo lo crítico que esto puede ser) y también en la emocionalidad de los seres que habitan las páginas de La sombra del sol.

La ambigüedad también está en algunos textos que funcionan como acotaciones, aunque de igual modo tienen características narrativas que se vinculan con la analepsis, una mirada al pasado de los personajes, o de monólogo interior, una mirada a lo que piensan y sienten los personajes o los actores o el inconsciente colectivo que se encuentra encerrado entre anaqueles desordenados, refrigeradores descompuestos, cajas fuertes que nunca serán abiertas y los restos de una sociedad arrojada al consumo desmedido.

Así, la lectura de La sombra del sol exige tomar decisiones: ¿quién habla, el actor o el personaje? ¿Quién acciona? ¿Quién acota, la voz narrativa o el director de escena Eugenio Cortina? ¿Son acotaciones dramáticas o fragmentos de novela que se insertan en el discurso teatral? ¿Existe una salida, hay alguien más que esté vivo en esa tienda, existe la vida más allá de esas ruinas? Toda esta inestabilidad genera un tono de inquietud donde la falta de certezas desemboca en angustia. Las páginas se precipitan hacia la oscuridad de sentido, hacia la oscuridad de los seres humanos y hacia la oscuridad de los tiempos, sin que nadie, al parecer, pueda hacer algo al respecto.

Un pequeño indicio, un parlamento aislado de uno de los técnicos (presencia silenciosa que brinda luz, que mueve utilería, que permite que haya sonido, que arregla desperfectos inesperados sin que nadie lo note), sugiere que el mundo podría seguir existiendo mientras haya alguien que lo cuente, mientras suceda la representación, mientras se siga actuando. Esto podría implicar que la ficción sostiene el mundo, que las historias son las que le dan sentido a la existencia, porque no basta con ser, hay que tener un personaje: representar. Para los habitantes de El meteorito, obra de teatro dentro de La sombra del sol esa es la única alternativa.

Si se pudiera crear una hermandad de obras donde La sombra del sol tuviera un lugar, quizá se encontraría junto con El ángel exterminador de Buñuel, A puerta cerrada de Sartre o la extraña película de Charlie Kaufman Synecdoche, New York. También estaría ahí La invención de Morel de Bioy Casares. Por la experimentación y el uso de recursos del teatro y la novela, también habría lugar para Liquidación, de Imre Kertész. Todavía no sé bien por qué, quizá por el tono, pero algo me recuerda La sombra del sol a Aquí abajo, de Francisco Tario. Extraño grupo este que se ha creado.

En el catálogo de la editorial Era La sombra del sol se encuentra catalogada como teatro, mientras que en la Enciclopedia de la literatura en México está declarada como novela. Fue publicada por primera vez en el año 2006 por la editorial argentina Cuenco de plata, se volvió a editar por Almadía en 2007 y ahora encuentra su sitio en la editorial mexicana Era. Con poco más de 120 páginas, logra abrir mundos contradictorios, a veces inverosímiles, en ocasiones vinculados con el Apocalipsis o el fin de la sociedad de consumo, en otras parece que lo que realmente importa es el mundo del teatro, la representación, el ensayo como medio del hallazgo creativo, y otras parece el texto resultante del capricho de un director teatral que ha confundido la creación artística con el poder de un demiurgo, el trabajo en grupo con la fundación de una secta.

El lector que se adentre a La sombra del sol no tiene una terea sencilla. No es un libro con una historia lineal. No es un libro de interpretaciones fáciles. No es un libro que deje una enseñanza clara. No es un libro que busque exclusivamente el autoconocimiento, la crítica de la sociedad o la economía. Tampoco es un libro religioso, a pesar del fuerte contenido bíblico que se puede localizar en sus páginas. Tampoco es un libro sobre mística y espiritualidad, que no les son ajenas, como tampoco se enfoca solo en el capitalismo y las trayectorias del poder. Al mismo tiempo es todos esos libros, juntos, empalmados, superpuestos en el juego de representaciones, realidades y ficciones que toca de manera tangencial, siempre por el borde de las cosas, en los umbrales donde es posible el conflicto, el drama y la narración.

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