Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Elisa Victoria, El evangelio, Blackie Books, Barcelona, 2021, 312 pp.


En Vozdevieja (2019) Elisa Victoria ya se reveló como una narradora excepcional, intrépida, cariñosa, socarrona y crítica. Nos robó el corazón la figura de Marina, una niña sevillana redicha y encantadora, que pasa el verano post Expo 92 con su abuela. La novela aborda con total ingenuidad y mucha escatología el paso a la adolescencia, las primeras sensaciones eróticas, los primeros chascos. Victoria logró ponernos en la piel de una niña de nueve años de finales del siglo XX en una novela de iniciación original y muy fresca. Ahora en El evangelio se consolida como una escritora extraordinaria, con sensibilidad, sentido de humor y mucho oficio: otra vez vuelve a meternos en la piel de otra persona.

            Lali tiene 20 años y ya está más que desencantada con el mundo. Razones no le faltan, tiene inquietudes que le comen la moral y unas relaciones sentimentales que la hunden en la más absoluta de las miserias. Su vocación de maestra entra en conflicto con un sistema educativo que censura y castra. Sus buenas intenciones se ven saboteadas por sí misma, ya que es un poco desastre. Da clases en prácticas en un colegio privado católico porque se le olvidó echar su solicitud de destino.

            Lali es un personaje muy bien construido, con sus luces y sus sombras: una veinteañera normal, en un barrio normal, con una madre estupenda y una mejor amiga a la que adora. Se saca unos dinerillos trabajando 20 horas a la semana en un Telepizza y su vida no es precisamente de color de rosa. Lali se siente bastante vacía, desmoralizada, tiene un sentido del humor cínico y unas expectativas de futuro bastante mediocres. Mediocres son también la mayoría de sus relaciones sexuales, las escenas de sexo explícito le bajan la moral a cualquiera, pero en ellas Victoria se luce hasta provocarnos la carcajada.

            El evangelio es un libro claroscuro que alterna episodios sórdidos, de sexo chapucero y trabajo aniquilante, con pasajes llenos de ternura e inocencia. La autora demuestra una capacidad única para colocarte en la situación de Lali, para ver el mundo a través de sus ojos, para sorprendernos como si tuviéramos veinte años y para cuestionarnos todo lo que nos rodea, todo: empezando por el sistema educativo y acabando por las relaciones sexuales. Desesperanzada, pero no desesperada.

            La estructura es la de un diario personal, una especie de monólogo interior de la protagonista en el que alterna experiencias personales con reflexiones afiladas y profundas. Habla sin tapujos de sus situaciones más incómodas, del horror de los turnos en el Telepizza, de las pilas del papel higiénico usado en casa de su amante, de sexo cutre, de su masturbación compulsiva y su afición al porno. Lo combina con observaciones agudas sobre temas complejos como la desigualdad, las relaciones, el amor, el sexo, el trabajo precario, el adoctrinamiento y la educación. Más que una crítica al sistema educativo basado en la religión, Victoria analiza la influencia que tiene en nuestra edad adulta el entorno en el que nos educamos y cómo este moldea nuestros comportamientos futuros: “No quiero tener miedo a ser pobre. No da tanto miedo ser pobre como la forma en que la gente trata a los pobres”.

            Otro de los temas es el del amor perdido. Lali perdió el amor de Diana y de alguna manera su duelo continúa. Sus aventuras eróticas pueden ser su reacción al dolor, pero no logran mitigarlo, tal vez solo exacerbarlo. Sí lo consigue, a través de la amistad: su relación con Gloria es liberadora; siendo como son dos chicas tan distintas, comparten tanto que resulta entrañable. Un sidekick muy del siglo XXI, divertida, respondona, sevillana, universal y a la vez única: “Yo me siento como si llevara viva un millón de años, como si me hubiera fosilizado y gracias a la ciencia me hubieran resucitado una y otra vez cada otoño, una especie de monstruo con los miembros podridos bajo una capa tersa de piel barata. Suspiro y miro a mi amiga fumar a las siete de la mañana sin perder la frescura que la caracteriza, lozana y rebullente como un melocotón en julio”.

            Victoria maneja con absoluta soltura una prosa ágil de un estilo muy personal en la que tanto bebe de García Lorca como picotea de las muchas imágenes con las que nos bombardea la cultura pop. Con un sabor muy andaluz, saleroso: “Yo, a la bandera de España le estoy cogiendo más miedo que al logotipo de Nike” o “Aquellas visitas furtivas no solo sirvieron para confirmar que se trataba de un emplazamiento real y no una pantalla del Silent Hill. Me fijé en la furia con la que los niños salían al recreo cuando sonaba el timbre, la sumisa desesperación con la que volvían a ponerse en fila para volver a entrar, en lo que pasaba en cada rincón mientras duraba la extraña fiesta del descanso”.

            El lenguaje que utiliza Victoria es preciso, muy vivo, claro: “Me fui a casa escondiendo las lágrimas detrás de las gafas de sol, aplastada por el sistema educativo. Lloraba por mí y por los niños, que éramos la misma cosa. Recuerdo a mis buenos profesores, flexibles y humanos, considerados con cariño por la mayoría de quienes pasaron por sus manos y en malas relaciones con sus compañeros de la junta de evaluación, cutres y envidiosos”.

            Los personajes están tan bien creados que casi podemos ponerles cara, los diálogos son vivos, reales, hablan un lenguaje reconocible, su humor ácido resulta casi natural. Es un libro con el que podemos asomarnos y comprender mejor a esa generación que se creía que se iba a comer el mundo y se dio de bruces con la precariedad y la mediocridad. Esa es la generación de la autora, y también la generación de la protagonista, en un relato fechado hace 15 años (de diciembre de 2006 a febrero de 2007); una generación que se estrelló con una realidad socioeconómica que mandó al traste sus sueños, y que en El Evangelio se percibe como inminente.

            Es interesante la relación de Lali con su alumnos, cómo los va conociendo uno a uno, con sus peculiaridades e idiosincrasias, cómo busca para esos niños de cinco años una vida plena que sabe que muchos no tendrán: “Cuántos han empezado ya a marchitarse, cuántos están siendo aplastados desde su primer recuerdo de una ventana iluminada, divisada al alzar la cabeza sobre la cuna, cuántos aguantarán hasta la pubertad, hasta la adolescencia, hasta la juventud, quién resistirá hasta el final, quién se apagará durante una temporada para renacer como un rosal seco al que vuelven a brotar las hojas”.

            Si hay un libro de 2021 que realmente me haya emocionado es este. El evangelio es una novela maravillosa, tierna y muy bruta, desgarradora a ratos, hilarante a otros, certera siempre, reivindicativa, justa y cruda.

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