Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Diego Rodríguez Landeros, Drenajes, Almadía, Ciudad de México, 2021, 158 pp.


Diego Rodríguez Landeros se metió en un caño. En su libro le sigue la pista, como un detective vestido con botas brincacharcos e impermeable, al agua que recorre el Valle de México y la enorme mancha urbana que se extiende sobre él: la lluvia, los grandes proyectos de trasvase acuífero, los ríos apestosos y negros. Como se anuncia desde el título, lo que importa es contar lo que ocurre detrás de las paredes, bajo los cuerpos y los edificios, donde nada puede verse. También están ahí las historias de resistencia, los chinamperos, los defensores del territorio y sus batallas. Late, desde abajo, la posibilidad de un resurgir. De que el agua aparezca de nuevo, rompiendo las tuberías e inundándolo todo. Pero no hay catástrofe, sino una especie extraña de esperanza.

Rodríguez Landeros (Mazatlán, 1988) es un detective del desagüe. Así, Desagüe, se llama su primera obra, una novela en la que ya se dejan ver los temas que el autor ahora recorre desde la no ficción, como si su primer libro fuera una preparación para todo lo que explota o borbotea en estas nuevas páginas.

Así como en Desagüe se necesita de la ficción para entrar en el laberinto de tuberías, la estrategia en el libro que nos ocupa es más bien documental: encontrar quién ha escrito sobre el sistema de aguas de la Ciudad de México y usar su material para escribir. Landeros parece aquí –y él mismo lo dirá en su libro– el que lleva el micrófono en el sonidero y, mientras toca música, manda saludos a los que están bailando.

Pero este no es un libro de ensayos ni un libro de crónicas. No es una colección de relatos de aventuras o reportajes, un collage de citas o de fragmentos, ni una colección de chistes, pero algo tiene de cada uno de estos modos de escritura. No hay nada hecho y derecho en el estilo, más bien al contrario: se parece a un charco revuelto. El estilo, la forma del libro, es laberíntico como su objeto: una red de cañerías. Cada vez que uno cree entender, en la lectura, para dónde va el asunto, qué es, concretamente, lo que uno está leyendo, las aguas cambian, se ponen fangosas. Y es que el autor sabe que estos son tiempos revueltos, y escribe con eso en la cabeza siempre: este no podía ser un libro en donde se nos dicen las cosas bien clarito, y así está bien, qué bueno. La historia del agua en la Ciudad de México será enredada o no será, parece querer decirnos.

Drenajes me hace pensar en el inicio de Seguir con el problema –el libro de Donna Haraway que ya es un clásico de las humanidades medioambientales– precisamente porque nos mete en broncas. Es capaz de meternos hasta el cuello en todo lo que está revuelto debajo de nosotros. Hasta el cuello en nuestra propia suciedad. Seguir con el problema empieza así: “Trouble es una palabra interesante. Deriva de un verbo francés del siglo XIII que significa ‘suscitar’, ‘agitar’, ‘enturbiar’, ‘perturbar’. Vivimos en tiempos perturbadores, tiempos confusos,tiempos turbios y problemáticos”.

Puede ser que en este párrafo de Donna Haraway se oculte la premisa de Drenajes. Se trata de escribir para poder hacerse cargo de un enigma.  De entrar en el agua revuelta para intentar ver algo del problema. Para inventar algo. El detective con botas brincacharcos e impermeable le muestra al lector el laberinto del agua en la ciudad  para que pueda empezar a recorrerlo, o hasta empezar a vivirlo.   

La biblioteca de la UNAM, la matanza de Tlatelolco, Diego Rivera, un cineasta-servidor público, un dictador rumano, y dos de los presidentes más gachos que nos ha dado el PRI. La búsqueda del Plan Maestro del alcantarillado de la Ciudad de México. Una mamá muriendo de cáncer, la crónica de un día sembrando en la chinampa, una playa en Mazatlán que se llama El Cagadazo y la aparición de un pájaro que se creía extinto desde hace cuatrocientos años. Un montón de libros, un trabajo de lectura amplio y profundo.

Drenajes es una lista heteróclita de estrategias y temas, una lista loca, revuelta, como la que podrían conformar los objetos encontrados un día cualquiera si uno se pone a pescar en la orilla del río de los Remedios, que cruza Ecatepec, tóxico, podrido y negro.  Muchos de nosotros haríamos cara de asco nada más por pasar al lado de un basurero municipal con las ventanas del carro abajo. Se puede escribir poniendo esa cara. Landeros –y aquí está toda su ética de escritura– trabaja para poner el gesto opuesto: no el del santo redentor que va a limpiarlo todo, ni el de la Magdalena llorando, ni una cara de terror, y mucho menos una de impasibilidad zen, sino una cara sonriente, una cara a punto de soltar la carcajada. Ante la tragedia –que solo puede terminar en muerte, dolor y lágrimas para todos– la risa salvadora de la comedia. La risa que permite sobrevivir.

Todo buen libro tiene su doppelgänger, y el gemelo malvado de Drenajes se llama El Capitaloceno de Francisco Serratos (UNAM, 2018). Seguramente un libro útil —rastrea los orígenes de la crisis climática desde la expansión europea, de conquista y comercio, en el siglo XV, y se sigue derecho, repasando horror tras horror, crimen tras crimen de la humanidad blanca contra los otros habitantes del mundo, hasta nuestros días. Un libro útil, pero también horrible, quejumbroso, paralizante y depresivo en el peor de los sentidos. Justo el feeling opuesto a lo que necesitamos, que es movernos, destapar el caño de todo esto.

Mejor, la verdad, quedarse de este lado del espectro del discurso ecológico: el de la risa loca, un poquito cínica tal vez, pero esperanzadora. El otro, el tono trágico-catastrofista, aunque trae un mensaje que no podemos nada más deshechar (y que básicamente dice siempre, en varios registros: está cabrón wey, todo es horrible, ya valió, nacer fue un error) es un mensaje peligroso. Lleva a la culpa, a la inmovilidad, a la indolencia, a la desesperanza y a la muerte. A una muerte not with a bang but with a whimper, como dice T. S. Eliot en The Wasteland, que es sin duda uno de los abuelitos literarios de Diego Rodríguez Landeros. Mejor la risa loca-cínica-salvadora, ¿no?

Aunque este libro no plantea soluciones concretas –no hay receta fácil para limpiar este desastre– en esa risa hay mucho de agua limpia, mucho de ecológico, de posibilidades para un resurgir. Si hay una solución esta aparecerá en lo común, en la resistencia común, en el cuidado de todos para todos. Reirse solo es dificil aunque esté buena la broma. En realidad el chiste nunca se cuenta solo. Necesitamos de los otros.

Drenajes, al final, es un boleto extraño, escurridizo, sucio y apestoso, con rumbo a la esperanza. O con rumbo a algo parecido a la esperanza. Una esperanza que también es escurridiza y sucia, revuelta. Pero esperanza a fin de cuentas. El libro da permiso, nos recuerda que podemos vivir con todo esto, que podemos seguir con el problema y ver qué hacer con él, encontrar formas de destapar el caño entre todos.

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