Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Dai Weina, Dai Weina (戴潍娜), Editorial de la Universidad de Lleida, Lleida, 2021, 71 pp.


Cuando la literatura descubre nuevas imágenes, ritmos y matices que la traducción vierte en ella, entonces, florece y vive un estado de extraterritorialidad (George Steiner). El lenguaje y las ideas circulan, se avivan, crean y se recrean en esa incandescenciade la obra traducida. Dice Dai Weina: “Todavía creo en el papel y el lápiz para cambiar el mundo.” ¿Qué puede compartir al lector hispanohablante esta poeta originaria de Nantong, provincia de Jiangsu, de la República Popular China?

La herencia de una poética milenaria como lo es la de Extremo Oriente, así como de la Poesía Brumosa de la década de los ochenta y la literatura occidental moderna, aunado a las exploraciones existenciales del sujeto femenino, son los componentes a resaltar de esta poesía ecléctica, a ratos onírica y meditativa, ofrecida por el pensamiento y la sensibilidad de Dai Weina (1985). La edición auxiliada por la Universidad de Lleida y publicada en 2021 es un botón de muestra de una de las voces actuales de la poesía china. Sus traductores, Juan Ángel Torres Rechy (1983) y Zhuo Chunxia (1982), apuntan a su sentido innovador, que hoy, gracias a la labor de los estudiosos, ve la luz en nuestro idioma.

En uno de mis poemas favoritos, “Mar de plástico”, con el que abre la antología, puede leerse: “Finalmente camino descalza por el mundo erigido por mis ideas, / donde el amor eterno, ley de supervivencia, nace día a día.” Después de cerrar los ojos, respirar hondo y contener el aire, practica el arte de la desaparición. No como un acto escapista, sino más bien utópico. La voz femenina atiende a las apariencias de su propia razón, que recuerda un poco al mito platónico de la caverna: “Es azul, demasiado azul para ser verdadero.” Una poética que abreva de la ensoñación, de la subjetividad y de diversas operaciones intelectuales, para construir mediante valores reconocidos −como las leyendas, los tópicos orientales y demás perfiles de la realidad− esa otra variante crítica, la poesía: “¿Por qué padezco esta enfermedad romántica? / La actualidad maltrata a los seres simples”.

Poesía introspectiva, pero no metafísica a la manera occidental. La ironía, las paradojas, el deseo, asisten a la obra de Dai Weina para la instauración de ese espacio, el del poema, que explora las posibilidades de interpretación de la cultura. Si la tradición poética china tiene como eje central la relación estrecha entre el ser humano y la naturaleza, es decir, del individuo con el exterior −el entorno y el paisaje−, la poeta de Nantong recurre, en más de un poema, tierra adentro para enunciar(se): “Un puente insomne aguanta indiferente las pisadas calurosas y húmedas, / humillaciones minuciosas, sufrimientos vivos y despiertos. / En este momento, la ciudad entera circula por encima de tu cuerpo, / antes de que se vuelva líquido e ingrávido.”

La carne es bóveda de “sueños placenteros”, de gozo, y lo sostiene en más de una línea:

Los labios,

los animalitos más deliciosos de su cuerpo.

Nacieron con esposas.

Los dueños tienen una vida apresurada.

[…]

Un trozo de beso los ata.

Los cisnes entrelazan sus cuellos.

La tortuga marina cierra sus ojos al devorar la merluza violeta.

Su pluma nunca abandona los temas tradicionales, de hecho, los retoma para ir más allá y así edificar emociones diversas. Por ejemplo, Li Po (701-762 d. C.), poeta de la dinastía Tang (618-907 d. C.), escribe, en su célebre poema “A beber”, “Solo deseo una ebriedad perpetua”; Dai Weina recupera el tópico en su visión de mundo para trastocarlo:

Al lado de la tarta, estás perdiendo el color.

[…]

Te vertemos en un cubo de años negros para medirte.

El nivel del agua no baja con el tiempo.

[…]

¿Por qué bebes licor?

Cada día bebes el resto de tu vida.

El carpe diem y el tempus fugit son exaltados contra la realidad apremiante. Una modernidad voraz que cierne cada vez más al lector contemporáneo: “Que se pudran la bondad calculada minuciosamente, / y el vacío magnífico y lujoso. / Quieres agotar tu soledad.”

En una entrevista del 2020, la poeta anota, en un juego metafórico, que el padre de la poesía moderna china bien podría ser la literatura extranjera traducida. Entre los autores hispanohablantes mencionados por ella se encuentra Roberto Bolaño, Jorge Luis Borges y Octavio Paz. De este último encuentro una resonancia con la poética de la autora, en su poema “Amante de Rangún”:

Mis amantes son once.

Mi amante es solo uno -la poesía.

[…]

Por ti, incluso ingresaría en un Partido.

[…]

Me escribes cuando yo te escribo.

Que me recuerda un poco a estos versos del Nobel mexicano:

Sin entender comprendo:

también soy escritura

y en este mismo instante

alguien me deletrea.

Resulta interesante que en el texto-pórtico los traductores comenten que el pensamiento literario de Dai Weina, al nivel sentimental, “tiene el eco del amor platónico y la transformación de los amantes”. ¿No son el paralelismo, la simultaneidad y la coexistencia materia no sólo filosófica sino también estética oriental, quiero decir, no rige al pensamiento chino el ying y el yang, “la unidad que se bifurca en dualidad para reunirse de nuevo y de nuevo dividirse” (Paz)? La experiencia de la escritura abarca no solo el plano corporal e intelectual. La poesía es su amante porque el poeta necesita un contrapeso para el mundo.

La belleza es una idea utópica. En ocasiones, imposible. Nace de la edad crítica. Las reformas surgidas de las corrientes poéticas del siglo XX, como la Poesía Brumosa y entre otras, fueron el parteaguas para esta irrenunciable encomienda: la poesía en el siglo XXI. La rebeldía, la experimentación, el desencanto y la ambigüedad impregnan a las voces contemporáneas. Escribe Lin Huiyin (1904-1955), de la escuela Nueva Luna: “El cielo tachonado de estrellas / impide ver que se alce el sueño”. En Dai Weina, por su parte, puede leerse: “El cielo es una olla boca abajo, las estrellas son dardos en picada, / así como tu cuerpo se hunde en el mundo”. El ambiente onírico es cómplice de la poeta, le ofrece esa cualidad impersonal y universal característica de la lírica china:

Oh, cuánta porfía en el viento de la noche.

[…]

La chica fascinada por la tormenta

lame la llama que se apaga. En la felicidad plena,

espolvorea la tristeza, le agrega una cucharada de sal,

la hornea, la saca del fuego,

y así devora la belleza humana.

Acaso la mayor virtud de Dai Weina sea la puesta en escena de claves y símbolos de la cultura con los que busca trascender o, al menos, estudiar el rol femenino desde la poesía, donde la imagen adquiere diferentes tonos humanos. Señalan sus traductores: “Pone de relieve los roles asignados a las personas, pero a través de una estética que no sólo cuenta de ellos, sino que también los acopla a nuevos usos que en última instancia reflejan un pensamiento cosmopolita”. La vivencia humana adquiere, desde la racionalidad de la poeta, nuevos sentidos. Por ejemplo, el caso de Yokohama Mary, sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial y prostituta por más de 50 años después de dicho acontecimiento. Una vida trágica, mítica y misteriosa, a la cual la autora dedica uno de sus poemas:

Mary, Mary, siempre te inclinaste al maquillaje recargado,

tu cara tiene las cenizas de Yokohama.

¡Luces tan triste!

Vuélvete una luna en tu próxima vida.

[…]

En la vida no te queda más que la palabra espera.

No volverá más el oficial joven.

No emergerán los besos lanzados al pozo.

[…]

La tristeza es un juguete agradable.

[…]

El ritmo más puro espera que los dedos más humillados lo toquen.

No puedo sino reiterar que el diálogo entre la poesía y la memoria en esa reivindicación de la mujer es fruto de una labor, en primer lugar, de la sensibilidad y la visión crítica, derroteros de la más alta literatura. “En la sonrisa luminosa hay una delicada rebelión, / contra la vida pobre”, concluye Dai Weina. También la belleza, el arte, la creación, son lo irrenunciable contra la tiranía cotidiana, esta imagen de pérdida y de derrota.

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