Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Magali Velasco, Cerezas en París, UANL, Monterrey, 2022, 152 pp.


La vida podría ser un cóctel perfecto si contáramos con los ingredientes. Estos nunca están: o no son suficientes, o se desmoronan y maduran con demasiada premura, o se nos pasa el punto de azúcar, o la amargura impera y se diluyen las burbujas.  Nos encontramos de frente con lo que no teníamos planeado. Montserrat Montero, la protagonista de la primera novela de Magali Velasco, y María (personaje de una toxicidad lubrificante), preparan un cóctel llamado Cerezas en París en una húmeda noche xalapeña de 1999. Nada es lo que se esperaba que fuera. Sin embargo, el cava, que sustituye al prohibitivo champán, o el vodka, que se agrega en un afán improvisador, provocan que Montserrat pase una noche que será un parteaguas en su existencia (en esta novela, como en la vida, nunca sabemos cuándo deglutiremos el trago que vendrá a cambiarlo todo).

Desde la elección del título, Velasco nos presenta el espíritu de “resaca onírica” de su protagonista. De una u otra manera, en algún momento todos hemos experimentado ese estado de consciente inconsciencia. La novela nos envuelve en esas resacas que buscan eludir la realidad y que, no obstante, nos obligan a estar más atentos que nunca. Como valor añadido a todo lo anterior, las resacas oníricas de Cerezas en París transcurren en Xalapa, el espacio literario que Magali Velasco reivindica en su obra y que dibuja con suma precisión. La niebla, la humedad, el chipi chipi, el petricor (ese olor a tierra mojada), las buganvilias que alfombran las banquetas desgajadas, el cencerro del camión de la basura, las malas hierbas entre adoquines, las cantinas botaneras, los exuberantes excesos de La Pitaya… El anclaje de la trama a este espacio tan determinado, lejos de convertir Cerezas en París en una novela localista, la vivifica, porque defiende con inteligencia la dimensión cosmopolita de esta ciudad. En este sentido, otro narrador, Rafael Toriz, en La distorsión, también ha cartografiado, a golpe de recuerdos y buena pluma, la capital del estado de Veracruz.

La nouvelle de Magali Velasco está planificada hasta el último detalle, pero (y esta es una gran virtud) la autora no nos obliga a seguir su hoja de ruta, sino que nos alienta a ser libres en el acto de leerla. Se agradece que, en sus páginas, no haya rastro de maniqueísmo, dogmatismo o academicismo. Magali es narradora y sabe desde dónde y cómo contar la historia que se trae entre manos. No creo que sea casualidad que Montserrat (su protagonista) teja y fabrique joyas de filigrana. Este texto no deja hilos sueltos. Nuestra autora intercala capítulos en tercera persona con fragmentos en primera (a veces, gracias a esta herramienta narrativa uno, como lector, se siente más cerca de la protagonista). También mide Magali Velasco los vaivenes temporales de su escrito. Fundamentalmente, las transiciones que van de 1999 a 2004: de la muerte de Celia, la abuela de Montserrat, y la aparición del estigma por el hijo a quien no le dio tiempo a ser; a su regreso a Xalapa para vender junto a Bárbara, su hermana, ese hogar que un día habitó su familia.

Podría dar muchos ejemplos del buen hacer de Velasco para hilvanar su escrito, pero me quedaré con dos para estimular al lector a que se detenga en los detalles, porque todos ellos suman significado al texto. Me referiré a la primera cita que abre la novela: “Deja que pasemos sin miedo”, de Nacha Pop. Pertenece la frase en cuestión al tema “Lucha de gigantes”, uno de esos himnos generacionales que nació en Madrid, al calor canalla de la movida, y recorrió muchas millas. Lo escribió Antonio Vega (al que, por cierto, mataron los excesos en forma de “caballo”; es decir, de opioides intravenosos). El estribillo de la canción clamaba: “En un mundo descomunal, siento mi fragilidad”. Así percibo a todos cuantos circulan por las páginas de Cerezas en París: seres frágiles que batallan a diario por mantener el tipo.  Sin embargo, las circunstancias de los personajes de la novela, como los de la canción, no impiden que se armen de fuerza para “hacer tu risa estallar” o para bailar o para hacer el amor (otro acierto: no hay etiquetas, sino cuerpos. No hay heterosexuales, lesbianas, bisexuales, poliamorosos…, hay cuerpos que se buscan, a veces con ávida carnalidad, a veces con ternura).

El otro ejemplo de hilván que hace que la novela no pierda el hilo es el manejo de los ciclos de la Naturaleza, implacables y ajenos a los avatares de sus criaturas. Magali los va introduciendo como quien no quiere la cosa en algunos de los momentos más desgarradores de su novela. Reproduzco aquí el último párrafo del magnífico arranque de Cerezas en París, titulado “Avispas”. Este párrafo lo dice todo y no nos damos cuenta hasta el final: “En la época en la que el otoño pelea su reino, las avispas insistían en hacer su nido del otro lado del ventanal y yo les había arrancado su guarida. Sobrevino el frío del norte, ellas se quedaron inmóviles y adheridas en el cristal de mi ventana, resistiendo, caían una a una, muertas hasta formar un montículo negro. Su reclamo silencioso por los huevos que no pudieron depositar en la colmena, por el ciclo interrumpido, consistió en mirarme desde afuera para que no olvidara lo hecho. Así crecí”.

Para concluir, ¿de qué trata Cerezas en París? Podría tratarse de la historia de una mujer que deshace su casa familiar y, con ello, se esfuerza por borrar las partes ocultas (enterradas, literalmente) de su vida. Ante lo anterior, no hay más forma de rebeldía que saborear un presente de cerezas y burbujas, o de amores que pueden durar la vida entera o un olvidable y pasajero revolcón. A bote pronto, recordamos dos referencias literarias (curiosamente, ambas dramaturgias) que reflejan el sentir de dos hermanas ante la casa familiar desmoronada y vacía. Por un lado, el de Blanche y Stella DuBois tras la pérdida de su plantación, Belle Reve, en Un tranvía llamado Deseo, de Tennessee Williams. Por otro, el de las protagonistas de Hay que deshacer la casa, magnífica obra del español Sebastián Junyet. En todos los casos se resulta inevitable el cruce de reproches. Pero Cerezas en París también podría ser una novela de iniciación y aprendizaje en la que la madurez le cae de golpe a Montserrat a los treinta años (somos muchos peterpanes sobrevolando la realidad). Quizá esta sea la historia de una mujer que durante toda su vida se ha sentido “un hogar sin hogar”. O podría tratarse de una exploración por la institución de la familia. León Tólstoi iniciaba Anna Karenina con una frase inolvidable: “Todas las familias felices se parecen entre sí, pero cada familia desgraciada tiene un motivo especial para sentirse así”. Magali Velasco, casi al final de su novela, nos recuerda que “la suya no era más que otra historia de familias extintas, tan parecidas a otras en las que sus árboles genealógicos se encogen como bonsáis”.

  • Magali Velasco febrero 17, 2023 at 8:59 am / Responder

    Muchas gracias, Mónica, por tu entrañable reseña y por la complicidad y guiño literario. Amo tu pluma impecable.

  • Martine Chaltiel febrero 20, 2023 at 2:03 am / Responder

    Leer la reseña… muy bien… pero yo quiero leer el LIBRO de Magali: ¿dónde comprarlo que no sea en Amazon? Propongo la librería «Café cariño» en París, si Maga manda ejemplares…

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