Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


bruno darío, celebración, espanto / mal de aire, Ediciones Sin Nombre / Vaso Roto, Ciudad de México / Madrid, 2019 / 2021, pp. 68 / pp. 93.


Cuando cayó en mis manos celebración, espanto –bueno, no “cayó”, me lo obsequió Miguel Pineda, el editor de Aquelarre–, lo primero que llamó mi atención fue la visible huella de Gérard de Nerval. Desde el título del primer poema, “El destino o desde la torre abolida”; desde los primeros versos: “Despacio, sobre la cama de luz, se reveló un beso al Inconsolable”. No es fácil acogerse a la sombra, o al fuego, del autor de Las quimeras y Aurelia, el más hondo y enigmático de los románticos franceses, que el 26 de enero de 1855 amaneciera colgado en la desaparecida rue de la Vieille-Lanterne, en París, luego de dejar un esotérico recado a la tía con quien vivía: “no me esperes hoy, pues la noche será negra y blanca”.

Conforme avanzaba en la lectura, iba comprobando la peculiar factura nervaliana del poemario, que cuenta el idilio entre el Inconsolable y la Anfitriona, enmarcado en la misteriosa Mansión Mística. bruno darío –de quien Google arroja imágenes que lo mismo presentan a un rock-star, que a un dandi de corbata baudelairiana, que a un aburrido estudiante de filosofía– es lo que todos, en mayor o menor medida, seguimos siendo, o sea, un romántico: alguien que busca la trascendencia a través del amor (“en alguna página de este poema / estaremos descalzos averiguando la ternura en vez de imitarla”, concluye el poemario), un amor que, por descontado, va de la mano de la muerte; alguien que añora una plenitud que no se encuentra (“sentir que no atravieso lo profundo de las cosas”); alguien que es siempre, por lo menos, dos (“sepultando así el territorio / lo aburrido de ser solamente uno”). Pero el romanticismo de bruno darío es, por supuesto, el único romanticismo posible aún: el desengañado, irónico, crítico de sus propias mitologías. Ya era ese, de hecho, el romanticismo nervaliano, recuérdese el final del Sylvie, obra romántica que se desencanta a sí misma. “Tales son las quimeras que hechizan y extravían en la mañana de la vida. He tratado de fijarlas sin mucho orden, pero muchos corazones me comprenderán. Las ilusiones caen una tras otra, como las cáscaras de un fruto, y el fruto es la experiencia”, reflexiona el narrador al final.

La idea clave de celebración, espanto es, desde luego, la de fiesta, la celebración del título. No se trata de un mero divertimento o jolgorio, sino de casi un rito, una ceremonia festiva cuya intensidad desemboca en el horror (“thou Wonder, and thou Beauty, and thou Terror”). Se advierte en la “Invitación a la fiesta” (“noche convertida en trueno”) y más claramente en “Obituario”: “Celebración fatal. La tragedia de los días felices. El miedo que atrae estar alegre. Se dice que la Mansión Mística, los pasadizos y las catacumbas están bajo su hechizo. Que murió elevándose”. Leyéndolos, dicho sea de paso, no pude evitar recordar aquellos versos de Roberto Juarroz sobre la fiesta: “A veces parece / que estamos en el centro de la fiesta / Sin embargo / en el centro de la fiesta no hay nadie / En el centro de la fiesta está el vacío / Pero en el centro del vacío hay otra fiesta”.

La fiesta a la que nos convida bruno darío no es fácil y ligera, sino una experiencia que acaba en el terror. Enigmáticamente, el librito concluía: “Es ‘celebración, espanto’ un primer episodio”. Y es que la historia del Inconsolable y la Anfitriona conforma una trilogía. La segunda entrega, publicada por Vaso Roto, es precisamente mal de aire.

Lo primero que llama la atención es este segundo episodio es el cambio de la forma. A diferencia de celebración, espanto, compuesto fundamentalmente en verso, mal de aire consta de poemas en prosa y, más concretamente, de epístolas poéticas escritas por el Inconsolable a distintos destinatarios: el Padre, la Hermana, la Arquitecta, el Profesor, el Cinematographer, la Amistad, lo Atroz, etc. No posee la fuerza lírica de celebración, espanto, pero entiendo que se trata de una suerte de intermezzo, fundamentalmente reflexivo, entre la primera parte y la conclusión de la trilogía.

Internado en La Estancia, el Inconsolable rememora su relación con la Anfitriona en un pueblo de culebras, cigarras y cantinas llamadas La Estrella de Oro que, por cierto, me resultó vagamente familiar: “Sí, este amor es contagioso / y nos gusta cualquier cosa, / pedazos de ellas. / Como cuando trepamos al cerro de la culebra y la despertamos / para que según recorriese el pueblo el ofidio sabio”.

A diferencia de celebración, espanto, que transcurre en una cierta ahistoricidad, mal de aire está situado históricamente y es absolutamente contemporáneo: “Quizá alguien diga: ‘Me hubiera gustado vivir en el principio del siglo XXI, cuando costaba despedir costumbres, ¡y la confusión permeaba y fatigaba el espíritu –la confusión es indispensable mas si se torna excesiva deviene apatía–…” (imposible no recordar las primeras páginas de Sylvie: “vivíamos entonces en una época extraña… era una mezcla de actividad, de vacilación y de pereza, de utopías, de aspiraciones filosóficas o religiosas, de entusiasmos vagos, mezclados con ciertos instintos de renacimiento”). En parte por la forma del poema en prosa, aquí se permiten amplificaciones, divagaciones y comentarios que la más destilada del verso no admite tan fácilmente (al menos no en celebración, espanto). Sospecho que esta última es la que más conviene a la voz poética de bruno darío, o bien depurar mucho más los poemas en prosa. Por lo pronto, y aceptando que mal de aire tiene esa propiedad de intermezzo, habrá que esperar a la conclusión, que debe ser contundente y categóricamente lírica, de esta trilogía compuesta bajo el signo de Nerval.

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