Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Eduardo Halfon, Canción, Libros del Asteroide, Barcelona, 2021, 119 pp.


Leer una novela de Halfon es aproximarse a varias a la vez, atravesar su obra por los meandros de los relatos y las reflexiones yuxtapuestos a lo largo de los años de escritura. Como en todas sus historias, la brevedad de la narración contrasta con el propio argumento del Eduardo Halfon ficticio –o, como lo llama el autor, el otro Halfon– y agrega otro peldaño a la historia familiar distendida a lo largo de las décadas, continentes, casas y múltiples pérdidas. Esta vez, en Canción, los lectores se acercan a la historia de otro abuelo, el abuelo libanés –¿o era sirio?–, cuyo secuestro en 1971 sirve como punto de partida para, por un lado, abordar la historia de la guerra civil en Guatemala, y, por otro, arrojar la luz sobre esta otra parte de la identidad –judía/libanesa/guatemalteca– del narrador.

Quizás uno de los aspectos de la obra de Halfon más comentados por la crítica es la cuestión de su escritura como proyecto y la cohesión interna de su cuerpo. Desde las primeras obras, aunque estas no aborden directamente la historia familiar, es posible encontrar elementos que se desarrollarán en una especie de ciclo o saga que el autor nos ofrece en sus últimas publicaciones. Sin embargo, respecto a la cuestión de la denominación de su obra como “proyecto”, el escritor se muestra reacio a aceptar este término. En una reciente entrevista, Halfon señalaba que “para llamarlo proyecto debería existir una planificación que no existe. (…) Por tantear términos, igual podríamos hablar de una única novela en marcha escrita por tomos, por entregas”. Sea como fuere, es cierto que las historias se complementan, la saga familiar se va armando y desarmando constantemente, y el narrador juega con los desdoblamientos identitarios que, sin embargo, no resultan contradictorios. Por proponer otro término, quizás sería posible hablar de una odisea de la familia Halfon: esta serie de viajes, exilios, desventuras, desvíos, secretos y sobre todo búsquedas. De país en país y de congreso en congreso, el Ulises-Halfon-narrador va en busca de las piezas que conforman su mosaico particular. Entre Guatemala, Estados Unidos, Serbia, Japón, Polonia, Francia o Israel, el protagonista, siempre de forma fragmentaria, se va tejiendo con los motivos que reaparecen –como es el caso de Aiko, la mujer japonesa que aparece tanto en el relato “Signor Hoffman” como en Canción– una genealogía de este Halfon ficticio, un alter ego viajero y en construcción. Y aunque en la escritura del guatemalteco ninguno de los elementos es único, por la forma del tejido sabemos que se trata de un producto del mismo taller. Al igual que con el oficio del artesano, los patrones y los motivos son intercambiables, pero únicos y propios.

“Le decían Canción porque había sido carnicero. No por músico. No por cantante (ni siquiera sabía cantar). Sino porque al salir de la cárcel de Puerto Barrios, adonde lo habían enviado tras robar una gasolinera, trabajó un tiempo en la carnicería Doña Susana, en un sector periférico de la capital. Era un buen carnicero, decían”. El personaje que da título al volumen, como muchos otros, no es lo que parece. A lo largo de la novela se van sembrando pequeñas semillas del retrato del secuestrador de personalidad camaleónica desde su participación en la guerrilla hasta su muerte. A través de Canción, de forma muy tangible, el secuestro del abuelo se inserta en la ola de la violencia guerrillera junto al asesinato del embajador alemán Karl von Spreti en 1970. A su vez, además de realizar un bosquejo del trasfondo de este momento histórico, Halfon se sirve de personajes reales como la guerrillera Rogelia Cruz o Marco Antonio Yos Sosa y Luis Turcios Lima para insertar una historia personal y familiar dentro del contexto histórico más amplio. Dentro de las múltiples búsquedas realizadas en este libro, el narrador desea enfrentarse con los exguerrilleros para conocer más detalles sobre el hecho. De forma parecida que Canción, pasan por el libro la pintoresca mujer del gabán rojo o el Sordo, enredando la historia particular con la historia de la guerra civil. En una entrevista Halfon insistía en que su escritura no son memorias, sino ficción. Más allá de la cuestión de la autoficción o de las fronteras entre la memoria y la literatura, la construcción de esta historia desde lo personal, aunque sea imaginario, trasciende hasta lo más amplio y empieza a formar parte de la Historia. Además de la historia del abuelo es necesario hacer hincapié en el propio momento del secuestro, narrado con gran detalle y desde múltiples puntos de vista, como si de un guion de Tarantino se tratara. El lector revive los mismos instantes a través de los distintos fragmentos diseminados por la novela e incluso, como suele ocurrir en la narrativa de Halfon, el pasado vuelve a manifestarse en los momentos menos esperados: “Veo que te ha ido bien, Halfon, me dijo no sin cierta maldad y nada de acento colombiano. Y luego, con una carcajada de hiena, y por fin sacando las uñas de mi antebrazo, añadió: Ya no sos secuestrable”.

Este breve fragmento, en el que se revela uno de los secuestradores del abuelo, forma parte de un paralelismo más amplio entre el Eduardo Halfon libanés y el narrador, quien lleva el mismo nombre que su antepasado: “Mi papá abrió la caja y me dijo que mi abuelo me había dejado algunas cosas: un pesado sello de presión que grababa en papel el relieve de su nombre, que también es el relieve de mi nombre”. Esta y otras cosas que constituyen el legado del abuelo a su nieto se resumen en la siguiente reflexión del narrador: “Mi abuelo, pensé, me había dejado esas cosas porque yo era el único que podía usarlas, porque yo era el único otro Eduardo Halfon. Mi herencia, literalmente, textualmente, era mi nombre”.

Tal como se ha mencionado antes, Canción sigue indagando en la cuestión identitaria y familiar, esta vez fijando la vista en la familia paterna del narrador. No es ningún descubrimiento decir que el tema de la identidad sirve como eje central de numerosas producciones del autor. Ya en Saturno (2003) leemos: “No me siento latino, padre. ¿Recuerda cuando se lo dije? Tampoco me siento europeo. Ni americano, ni polaco, ni árabe. No me siento nada. Aún menos judío, padre”. La disyuntiva identitaria marca la apertura –“Llegué a Tokio disfrazado de árabe”– y el potente cierre de la novela. Desde las primeras páginas el narrador se refiere jocosamente a su condición caleidoscópica: “Y nunca antes me habían solicitado ser un escritor libanés. Escritor judío, sí. Escritor guatemalteco, claro. Escritor latinoamericano, por supuesto. Escritor centroamericano, cada vez menos. Escritor estadounidense, cada vez más. Escritor español, cuando ha sido preferible viajar con ese pasaporte. Escritor polaco, en una ocasión, en una librería de Barcelona que insistía –insiste– en ubicar mis libros en la estantería de literatura polaca”. Llama la atención la elección de un término marcado por una cierta ligereza –el disfraz– contrastado con la indagación posterior. Porque sí se realiza una investigación sui generis de la travesía del abuelo Halfon desde Beirut, a través de Estados Unidos y París, hasta Guatemala. Investigación mezclada, de nuevo, con la memoria que desembocará en numerosas cavilaciones en torno al pasado del abuelo más allá del evento mencionado durante la guerra civil. Personalmente, creo que estos han sido los aspectos de la novela más logrados. Por un lado, la ternura –que no cursilería– con la que se plasma la cotidianidad de la infancia en la casa de los abuelos: “Me es imposible olvidar el efecto que esa dosis diaria de eucalipto durante décadas había tenido en las paredes y la duela de madera y las alfombras persas que mi abuelo había traído de Beirut. Pero la casa no solo olía a eucalipto. Era un aroma mucho más complejo, mucho más elegante, formado también por todas las fragancias y especias que emanaban como almas de la cocina”. Y, por otro, una migración distinta a la del abuelo polaco y un referente identitario mucho más escurridizo. Igual que sucede con la guerra civil, el pasado del abuelo libanés trasciende una mera anécdota para formar parte –sin pretensión ni pompa– de la historia del Oriente Medio, Europa y América, en definitiva, de la historia mundial. En este sentido, los viajes marcan a la familia en cuestión hace décadas como modo de huida y supervivencia, y actualmente como búsqueda de estos mismos orígenes.

Por último, hacia el final de la obra, Halfon incurre en un tema sumamente arduo: la identidad libanesa. En Líbano, marcado por la diáspora y las numerosas migraciones tanto a Europa como a los distintos países de ambas Américas, con una multitud de credos e identidades locales, la comunidad judía por cuestiones geopolíticas sigue siendo una especie de tabú. El narrador, irrumpiendo en el congreso de escritores libaneses con su disfraz y con su historia heterodoxa, plantea más preguntas que respuestas sobre el lugar de los judíos en la narrativa oficial. No sin sentido de humor aborda las cuestiones espinosas: “El moderador japonés me despertó de mi siesta para preguntarme qué me había parecido Beirut, la ciudad de mi abuelo, la ciudad de mis ancestros, y yo tomé el micrófono y le dije que jamás había estado en Beirut. Pero sí muy cerca, dije, en Israel. Alguien del público tosió”. Desde la distancia y el humor velado, Halfon muestra en pocas palabras las tensiones entre ambos países, agregando otra duda, otra disyuntiva y otra encrucijada. Además, agrega una reflexión relevante: “Sentado a mi derecha, un famoso escritor brasileño, aunque nacido en Beirut, se me acercó y murmuró en mi oído que cada libanés se inventa un Líbano personal porque Líbano como país no existe, y a mí se me ocurrió que lo mismo podría decirse de cada guatemalteco”.

Canción es una novela harto compleja, con una multiplicidad de elementos y pequeñas historias que a simple vista se bifurcan sin llegar a ninguna parte. Sin embargo, ahí también reside su valor. Volviendo a la metáfora del tejido, gracias a la estructura fragmentaria, una cuidada selección de imágenes y personajes, Halfon consigue una obra con una importante unidad estética donde todo se entrelaza y las distancias temporales y geográficas se borran dando pie a una construcción de la propia memoria. De nuevo, son los abuelos los catalizadores y los elementos unificadores de la historia, sea a través de su número de preso de Auschwitz, un kimono grabado en la piel o un par de plumas de oro cedidas a un secuestrador. Canción sigue tendiendo puentes entre lo recordado, lo difuminado, lo olvidado y lo perdido. En definitiva, Ulises sigue en el mar.

  • Laura Martínez Alarcón marzo 5, 2022 at 8:55 am / Responder

    Gracias a reseñas como ésta, las ventanas y puertas de la literatura se abren a cada paso que damos. Salgo corriendo a comprar el libro de Halfon y a conocer a un escritor caleidoscópico (como atinadamente dice Weselina Gacinska). Gracias y enhorabuena por este texto. Saludos desde Barcelona.

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