Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Sesi García, Breve antología de la poesía periférica contemporánea, Eirene Editorial, Madrid, 2021, 126 pp.


La poesía, como casi todas las cosas de la vida, es una mentira. La verdad queda o quedaba, los tiempos cambian con la misma rapidez con la que lo hacen las definiciones para los periodistas y los notarios: en un poema cabe todo, pero especialmente lo inventado. Los pájaros de Dickinson no llegaron a vivir nunca en los árboles de Amherst, Lope de Vega no llegó a enamorarse nunca y habría que preguntarle a Pizarnik si no fue feliz al menos durante un rato, en algún parque de Buenos Aires.

Lo que hace Sesi García, por tanto, tiene más de ejercicio literario que de subversión. Probar a imitar estilos, a poetas que nunca existieron, sirve para entender qué caracteriza al canon poético a lo largo de los años. Pero no hay en Breve antología de la poesía periférica contemporánea menos verdad que en una antología “real”. Toda realidad ajena a la nuestra podría, perfectamente, ser irreal.

Como la poesía es mentira, como la verdad cambia a cada página, como lo real no es más que lo que la mayoría de la gente cree, lo más impactante del libro es la verosimilitud con la que la realidad y la ficción juegan entre sí “como un gozne de libro calcinado”. Sesi empieza su deambular poético a finales del XIX y, con la calma que da saberse ajeno al tribunal de lo cotidiano, va tejiendo nombres que nunca existieron, lugares que son y no son, amores que alguna vez pudo haber albergado alguien y muertes a las que la tierra jamás será leve. En su recorrido atribuye a cada poeta la voz de su estilo, de su época, de su geopolítica: Periferia es el verso definitivo que cierra y abre todos los poemas, el hilo conductor de una antología tan surreal como necesaria.

La manera en la que Sesi muta su voz de poeta en poeta es tan espejismo como las fechas y los lugares que menciona. Pasa de “Si en Madrid entran los moros / con algunas esperanzas, / estarán aquí repletas / de fusiles las corralas” a “Ya no puedo cantar ni el verso azul ni la canción profana de mis / primeras lecturas”; de la consonancia de “Desde un aire de sol y de tagalo / suspira Rafael por Periferia, / pues llegará agosto con su feria / y para él será un festejo ralo” al verso libre de “Pequeños peajes son las habitaciones / de los hoteles (también aquellas / que satisfacen mis anhelos burgueses / en las principales capitales europeas)”. Sus versos son los versos de otros dieciséis poetas, no los suyos.

Ni siquiera los versos de Sergio García García, último de los poetas periféricos, nacido en 1992, son ya suyos. A pesar de su corta edad, la carrera de Sergio destaca por prolífica. Doctor en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Madrid, con una tesis dedicada a la poesía de Montalbán, en su esencia poética residen dos sensibilidades separadas por todo un Atlántico: de Madrid a México, donde estuvo de beca posdoctoral en la UNAM. Ya desde su primer poemario, Tabaco de liar, se apreciaba un gusto lindante con lo cotidiano y lo marginal, tendencia que se mantiene en los cinco poemarios anteriores al que nos ocupa. Sesi es un eterno equilibrar dos mundos que deberían estar predispuestos al choque y el antagonismo: ganador del premio “Álvaro de Tarfe” con “Geometría y compasión” (2020), pero ferviente participante de innumerables recitales y encuentros de poesía clandestina, callejera y cotidiana. Es en este discurrir entre lo académico, lo elevado y lo mundano donde García se mueve como un madrileño habituado a la Gran Vía en hora punta: no renuncia a lo castizo de su esencia a pesar de ahogarla en mezcal y paseos nocturnos por la Ciudad de México.

Sin embargo, como decíamos antes, ni siquiera en estos paseos por una ciudad que en realidad son dos que en realidad es Ítaca que en realidad son todas “podrá atravesar toda aquella mitología / contemporánea en un vuelo interno” ni “atracará en Ítaca, lejana y sola, / por muchos white angels que se beba” porque él ya no es él, sino lo que decidió que debía ser cuando se sentó a escribir. De hecho, probablemente ya nunca será él del todo, sino que tendrá que convivir con el doble id de albergar a un poeta periférico que, sin haber salido nunca de su barrio, supo conocer a alguien del mundo real.

De las dieciséis voces que una vez resonaron por las paredes de esas calles que no están en ningún mapa y tampoco lo necesitan, quizá una de las más interesantes sea la que bebe de la influencia del modernismo y el surrealismo. Albino Mistrorigo fue italiano de nacimiento, periférico adoptivo, estuvo confinado en vida a las páginas del libro y fue liberado a su muerte al lugar donde van a parar todas aquellas cosas que alguna vez formaron parte de nuestra vida. En sus dos poemas aquí presentes, dos fotografías de su época, se alternan “cien futuras pirámides invertidas” con “aeroplanos pilotados por patos” y un “pájaro que anida en una lámpara”. Su tono tiene esa dulzura y ese abandono de la gramática convencional que permiten alzar la voz por encima de las décadas más convulsas del siglo pasado, la capacidad de hacernos ver los mundos infinitos que viven dentro de nuestra nevera, en nuestros pasillos y al otro lado de nuestros parques. Aunque “Ya no hay torres / ya no hay furia / porque han sucumbido al mar / los andenes de los caminos”, de la calma tras la tormenta parten los trenes que de verdad merece la pena esperar.

Teniendo en cuenta que toda poesía es mentira, escribir una antología inventada plantea dos desafíos: hacer que los poemas sean tan reales como para serlo, y hacer que suenen tan distantes como para ser poesía. El equilibrio no es imposible, como diría Ferreiro, pero sí requiere de una precisión y un dominio de la voz poética que no es posible aprender. Tan solo el hecho de intentarlo es de una valentía pasmosa: visitar Periferia, en vez de Parla, Gràcia o Triana, es un acto de rebeldía ante lo cotidiano, ante el café solo sin azúcar, ante el buenos días qué le pongo, ante el autobús que llega tarde y la primera bala que cruzó los campos de Verdún.

En la voz de Sesi, que no es su voz sino muchas, que renuncia a un estilo para ser varios, que no nos habla pero siempre está, está presente esa rebeldía también a nivel tonal. “Ahora puedo escribirlo todo pero me faltan versos, / aquellos que me quitaron las pintadas del CDR en los muros, / aquellos que me arrebataron con insultos y saliva envenenada”: Cuba es tan Periferia como Madrid, y en ese eje revolucionario es posible ver el hilo conductor de una voz que, voluntariamente, renuncia a ser una para ser todas, a ser privada para ser pública, a ser recordada para ser querida.

Tras descubrir la poesía periférica y pasar el rato con todo un siglo de voces compactadas en unas pocas páginas de árboles y tiempo, apenas queda claro nada. Que la poesía era mentira ya lo sabíamos antes de empezar: ahora ni siquiera sabemos si mentir está mal. Lo que sí parece claro es lo siguiente: el día que alguien decida escribir una antología e incluir a Sesi tendrá que buscar por las calles de Periferia cuál de todas sus voces es la más cierta.

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