Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Pablo Sol Mora, Bésame con el beso de tu boca: el beso erótico en los Siglos de Oro, Visor / UV, Madrid, 2021, 180 pp.


“¿Es el beso un tema relevante, digno de estudio?”, se pregunta Pablo Sol Mora en el prólogo a este libro. Frente al panorama actual de la llamada “crisis de las humanidades” –para utilizar la apta formulación de Martha Nussbaum– la pregunta no es retórica sino requerida. En un contexto en el que las carreras humanísticas se han visto desplazadas por aquellas de mayor pragmatismo, y en el que la productividad dicta la valía que se otorga al conocimiento, escribir (y valga, leer) un libro sobre como el que nos ocupa no es sino una defensa abierta del valor y la relevancia de las humanidades en general, y de la filología en específico. De entre las disciplinas humanísticas, ya de por sí en la cuerda floja de muchas de nuestras instituciones públicas y privadas, la filología es quizá una de las que más se acercan, al menos en apariencia, a la extinción. Sea por su reputación histórica de ser un gremio mayoritariamente masculino, o por la cada vez más extendida presencia de las aproximaciones teóricas anglosajonas, pareciera que quien ejerce la filología debe primero defenderla.

La pregunta de Sol Mora no nace de la vacilación, y mucho menos de un intento de resguardar una tradición intelectual por mera nostalgia. Al contrario, surge de la plena convicción de que la lectura lenta –como entendía Nietzsche la filología– posee la potencialidad de revelar e iluminar aquello que nos hace humanos. En palabras de Sol Mora, este ensayo “no es un mero pasatiempo intelectual, sino una investigación que puede revelarnos aspectos esenciales de lo que hemos pensado de nosotros mismos”. Por otro lado, este libro constituye una defensa de la tradición crítica hispánica que, al menos en cierta medida, se ha visto opacada por el fulgor deslumbrante de otras, más seductoras, agendas académicas. De ahí, por ejemplo, que el título inevitablemente evoque el estudio de uno de los filólogos más grandes de las letras hispánicas. Me refiero a El sueño erótico en la poesía de los Siglos de Oro de Antonio Alatorre. El gesto va más allá del homenaje y el guiño, pues, tal como verá el lector de estas páginas, Alatorre se deja sentir como uno de los modelos intelectuales seguido por Sol Mora. Riguroso, erudito, copioso, a la vez que accesible, claro, y francamente entretenido, Bésame con el beso de tu boca evidencia la capacidad de la filología para entender el sentido profundo de gestos como el beso erótico –aquellos que por parecernos tan naturales suponemos faltos de historicidad–. Como apunta el autor: “Tan familiarizados estamos con el beso erótico […] que nos parece inconcebible pensar en un tiempo o sitio en el que no existiera”. Detrás de su aparente transparencia se encuentra una compleja red de significados culturales que cualquiera que haya besado hallará fascinante.

El ensayo se divide en cinco capítulos. En el primero, fiel al impulso filológico por la búsqueda del origen, el autor realiza un exhaustivo pero necesario recuento del beso en la Antigüedad Clásica y el Renacimiento. En particular, introduce la idea del pneuma, que será fundamental para comprender la futura evolución de ideas en torno al beso. El pneuma (“aliento”, “soplo” en griego), cuyo origen se localiza en el pensamiento del filósofo Anaxímenes, es una compleja noción cuyo significado es imposible de fijar por completo. Pese al laberinto conceptual, Sol Mora acompaña al lector en un minucioso pero claro repaso por el entendimiento del pneuma en los contextos del pensamiento platónico, aristotélico, hipocrático y estoico. En términos sucintos, el pneuma inicialmente se habría referido al aire o aliento que se respira y circula por el cuerpo. “Sutilísimo pero a fin de cuentas corpóreo”, por estar a caballo entre lo material y lo inmaterial, el pneuma se convertiría más tarde en el vehículo ideal para concebir el intercambio del alma a través del beso. Es en este sentido que el pneuma es clave para el posterior entendimiento del beso. Gradualmente, la noción de pneuma se irá espiritualizando más y más –sobre todo en manos de los Padres de la Iglesia, quienes verían en él un “soplo divino”–, dando pie a la idea de la unión de las almas a través del aliento.

También en este primer apartado, en estrecha relación con el pneuma, se introduce otro elemento que será clave para la obra de los poetas españoles: el pensamiento neoplatónico. En el siglo XV, el sacerdote florentino Marsilio Ficino traduciría y comentaría la obra de Platón, suscitando un renovado interés por su filosofía. Las ideas neoplatónicas tendrían un impacto enorme en el entendimiento del amor y en la producción literaria en torno al tema (a saber, los numerosos tratatti d’amore). Aunque, por supuesto, el énfasis está puesto en el beso erótico, en realidad las lecturas de los textos –León Hebreo, Pico della Mirandola, Pietro Bembo, Baldassare Castiglione, entre otros– trazan el panorama más amplio de los tópicos amorosos del neoplatonismo: el rechazo y condena del amor físico, la supremacía del alma sobre el cuerpo, la jerarquía de los sentidos. Si la filosofía neoplatónica es en ocasiones árida y abstracta, el lente de un gesto tan familiar como el beso permite un acercamiento concreto a estas ideas, una suerte de puesta en práctica de las disquisiciones de sus autores.

De manera similar, el segundo capítulo ahonda en un beso que ocupó a numerosos exégetas y escritores áureos: el beso bíblico del Cantar de los Cantares (1,2).

Béseme él con el beso de su boca,

porque mejores son tus amores que el vino  

Por su abierta expresión de los placeres eróticos e imágenes poéticas de manifiesta sensualidad, el Cantar hizo que más de un autor se rascara la cabeza para compaginar su sentido con la ortodoxia cristiana. De nuevo, el ensayo repasará las lecturas más importantes de dicho beso, identificando primero la tradición exegética precedente (Orígenes, Hipólito, Ambrosio de Milán, Gregorio de Nisa, Teodoro de Mopsuestia, Gregorio Magno), para después enfocarse en los comentaristas españoles. Sin duda, si algo sobresale tanto en este apartado como en el anterior es el rigor y la erudición con que el autor navega tradiciones textuales que le son, en cierta medida, ajenas. Sol Mora se aproxima a los exponentes de la literatura italiana y patrística con la misma naturalidad con la que leerá a los españoles en las páginas siguientes.

Establecida, pues, la historia intelectual, Sol Mora se adentra en la tradición hispánica. El poema se leerá sobre todo en clave alegórica; al Esposo se le identifica con Dios, y, a la Esposa, primero con la Iglesia y posteriormente con el alma. Sol Mora apunta con agudeza que “la historia de la lectura e interpretación del Cantar en la España del siglo XVI es una historia de alumnos y maestros”. Esta cadena de reconfiguraciones de sentido comienza con Dionisio Vázquez, pasa por Cipriano de la Huerga, y termina con Arias Montano y fray Luis de León. Pareciera que el autor sigue, como los objetos mismos de su análisis, la lógica profesoral en su ejercicio crítico. En efecto, la prosa de Sol Mora se lee casi como la transcripción de una cátedra, al mismo tiempo instruida y amena. Ya Alatorre escribió que “el buen crítico no estorba, sino ayuda, y su misión, entre otras cosas, es de índole pedagógica, pues guía a los demás lectores”. En casos espinosos como este, en los que se entretejen tan estrechamente la exégesis bíblica y los tratados filosóficos con la literatura, la labor del crítico es aún más importante. En el caso particular de la literatura de los Siglos de Oro, que se nos antoja (por cierto, injustificadamente) cada vez más lejana de nuestra sensibilidad moderna, el crítico sin vocación pedagógica está destinado a contribuir a su trágica relegación a los contextos especializados o, peor, al olvido.

De las lecturas en torno a los autores españoles destacan, quizá previsiblemente, las de fray Luis de León, Santa Teresa de Jesús y San Juan Bautista. El fraile agustino –“más filólogo que exégeta o teólogo”– buscaría desentrañar el sentido literal del Cantar, interpretando el beso del primer versículo en torno a la noción de pneuma. En Triple explanación, fray Luis formula una analogía entre el verso “Bésame con el beso de tu boca” y el juanino “hágase carne tu Verbo”, identificando así al beso erótico –en tanto manifestación de la carne– con la encarnación del verbo divino. En resumen, escribe Sol Mora, “un erotismo espiritualizado y un espiritualismo erotizado es la aportación de fray Luis a la lectura del Cantar”. Por su parte, santa Teresa de Ávila, con su característica retórica de la ignorancia (o femenina según Alison Weber), dio al beso un significado de señal de paz y una función didáctica para la formación de las mujeres bajo su tutela espiritual. Finalmente, el menos conocido san Juan Bautista, reformador de la Orden Trinitaria, interpretó al beso desde una sorprendente óptica que el autor llama “fisiológica y nutricia”. En su comentario al beso, san Juan propone una rendición que, de tan original y gráfica, desorienta incluso al lector moderno. Pide a Dios, por ejemplo, “que el amor grande que te tengo me derrita el corazón y lo trueque y vomite por la boca; hacedme, Señor, esa merced, que juntes tu boca con la mía para que yo te lo dé a beber”. El alimento, masticado por la boca de Cristo, será recibido por el niño que es el creyente.

Los tres últimos capítulos repasan los besos en tres autores fundamentales de las letras hispánicas: Francisco de Aldana, Miguel de Cervantes y Francisco de Quevedo. Aunque hay en la obra poética de Aldana numerosas parejas de amantes besándose, el principal foco de análisis es la de Damón y Filis, y en, particular, el soneto:

¿Cuál es la causa, mi Damón, que estando

en la lucha de amor juntos, trabados,

con lenguas, brazos, pies y encadenados

cual vid que entre el jazmín se va enredando,

y que el vital aliento ambos tomando

en nuestros labios, de chupar cansados,

en medio a tanto bien somos forzados

llorar y sospirar de cuando en cuando?’

‘Amor, mi Filis Bella, que allá dentro

nuestras almas juntó, quiere en su fragua

los cuerpos ajuntar también, tan fuerte

que no pudiendo, como esponja el agua,

pasar del alma al dulce amado centro,

llora el velo mortal su avara suerte.’

El lector tiene ya las herramientas suficientes para comprender a fondo el beso de Aldana. Las lecturas del Cantar, la noción de pneuma y los preceptos del neoplatonismo que tan cuidadosamente se han explorado en los primeros capítulos permean los versos de este poema. Sin embargo, a este repertorio textual e intelectual añade Sol Mora aun otra capa de significado: la de los tratados de amor tan populares en la época. La interpretación aquí delineada se agrega así a una larga fila de lecturas que han intentado establecer el sentido de este célebre poema. Más que para “demostrar que Aldana leyó con seguridad tal o cual tratado” –gesto que sería de una relevancia cuestionable, más allá de su valor historiográfico–, el objetivo aquí es vislumbrar cómo Aldana absorbió, reimaginó e hizo suya una compleja tradición a través de su poesía. El sofisticado análisis de este soneto –iluminado por los tratados de amor de León Hebreo, Benedetto Varchi, Mario Equicola, Sperone Speroni, Giusseppe Betussi y Tullia d’Aragona– desvela que, lo que superficialmente sugeriría una expresión alegre y franca del deseo, en realidad se trata de una crítica al cuerpo y una actitud ambivalente frente al sexo. En palabras de Sol Mora: “Aldana insiste en que solo la unión de las almas es posible, mientras que los cuerpos, por más que intenten, están condenados a estar separados”. Es en este sentido que la labor filológica deja entrever con claridad, al menos frente a los ojos escépticos, su sostenida relevancia. Nadie cuestiona que la belleza del soneto de Aldana pueda ser apreciada por cualquier lector. Para el placer de la lectura poco se necesita del crítico especializado. El asunto cambia, sin embargo, cuando intentamos penetrar en el sentido de un texto.

De los besos explorados probablemente sean los cervantinos los más entrañables (y lo más fáciles de digerir para el lector). Aunque no son numerosos ni mucho menos centrales en la obra de Cervantes, revelan un carácter casi metonímico. Para decirlo de otro modo, los besos evidencian cómo el microanálisis de un brevísimo pasaje tiene el potencial de iluminar la obra de un autor en su totalidad. Aquí, la pluma crítica del autor –que por erudita es casi cerebral– se distiende y adquiere un tono más personal, ciertamente derivado del vínculo palpable que tiene el crítico con la novela.

Quizá el más memorable de los besos cervantinos sea el de Sancho a su amado rucio en Don Quijote. Al besarlo, Sancho hace al asno merecedor de la misma dignidad, amor y respeto que se les confiere a los humanos, concibiéndolo como su compañero e igual. Leemos: “Por su sencillez, por su vida en íntimo contacto con la tierra y sus criaturas, por su bondad esencial, es lógico y justo que corresponda a él representar ese aspecto aparentemente secundario de la humanitas cervantina: el benévolo trato hacia los animales”. En total, el capítulo es casi una alabanza a la maravillosa dupla que son Don Quijote y Sancho y, de manera más general, a la particular fineza cervantina para entender la naturaleza humana.

Por último, están los besos de Quevedo, que Sol Mora califica de “fantasmas”. Ya desde el inicio del capítulo se nos advierte que el beso erótico “no parece ser un gran protagonista de la poesía amorosa de Quevedo”. ¿Por qué, entonces, dedicarle atención a un elemento que es tan aparentemente excéntrico? El “beso fantasma” es aquel que ocurre en la mente del amante, aquel que este anhela, sueña o imagina. Escurridizos y espectrales, nunca llegan a concretarse del todo en la boca de la voz poética. En cambio, son “rayos visuales” de los ojos que no son labios, “auras con fación de beso” o abrazos no dados con los labios. Pertenecen así a la esfera de los efímeros placeres terrenales, esos que para el barroco constituyen la vanitas humana. Justamente, el silencio del poeta en torno al beso erótico ilumina con mayor y más trágica potencia el característico desengaño quevediano.

Sería ingenuo asumir que la relevancia de este libro es evidente para todo lector. No cabe lugar a dudas de que es lo que algunos calificarían de “demasiado específico” –como si la especificidad fuera una visión ciegamente constreñida del entorno y no, más bien, perspicacia, método y verdadero compromiso con la comprensión del texto hasta el último detalle–. Pero Bésame con el beso de tu boca es más que solo un ensayo especializado. Es también una antología de textos que atestiguan las posibilidades generativas de la literatura; un modelo de análisis literario y argumentación; una defensa de la filología en tanto modo de lectura. Al final, este libro versa sobre la intimidad humana a través del cuerpo y el intento de dar sentido a las misteriosas formas que cobran el amor y el deseo. En ese sentido, cualquiera que haya besado, que realmente haya sentido el cuerpo electrizarse al contacto de otros labios y el tiempo suspenderse al encuentro húmedo de otra boca, encontrará en este libro el placer de cavilar largamente sobre esta expresión tan únicamente humana. De algún modo, entonces, este libro nos invita a comprender el beso no solo a través de nuestros cuerpos, sino también de vivirlo con el gozo que conlleva la lectura.

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