Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Sally Rooney, Beautiful World, Where are you, Farrar, Straus and Giroux, Nueva York, 2021, 356 pp.


“When I write something I usually think it is very important and that I am a very fine writer. I think this happens to everyone”, inicia el epígrafe de Beautiful World, Where Are You, citando a la escritora italiana Natalia Ginzburg. “But there is one corner of my mind in which I know very well what I am, which is a small, a very small writer. I swear I know it. But that doesn’t matter much to me.” Tal vez esta cita sea la mejor manera de encapsular la tercera novela de Sally Rooney (Irlanda, 1991). En Beautiful World, Where Are You, Rooney no solo alude a una de las banalidades del escritor o artista, de desear que su trabajo conduzca a algo más allá de sus posibilidades, sino que acepta la insignificancia humana y, a su vez, defiende el hecho de que tal insignificancia es todo lo que tenemos. En una entrevista, Rooney dice, refiriéndose a Normal People, que no tenía otra vida de la que escribir, que siempre le ha parecido difícil escribir de mundos que no son suyos. Es así como la vida de dos mujeres a punto de cumplir 30, y de las personas que aman –o comienzan a amar–, se vuelven el centro de su universo.

La protagonista, Alice, es una escritora internacionalmente reconocida que decidió mudarse a una casona a las afueras de Dublín después de ser hospitalizada por un ataque nervioso. Alice reconoce su posición, que el vivir de sus ideas es un privilegio. Sin embargo, se cuestiona por qué ella tiene ese puesto sobre otros, se burla de las trivialidades del mundo literario, de la noción de que la buena literatura es aquella que rechaza lo que está frente a nuestros ojos. Alice no conoce a nadie, hasta que va a un bar con una cita de Tinder, Felix. Durante su encuentro, ambos reconocen internamente que la cita ha sido un fracaso. No saben exactamente por qué, no hay palabra o acción a la que puedan apuntar y decir: “fue aquí, aquí murió todo antes de comenzar”. Simplemente está la certeza persistente de que algo no había funcionado, que los deja desconcertados y casi apenados. A modo de diario, de necesidad de contacto o liberación, Alice escribe un correo a su mejor amiga de la universidad, Eileen. Termina ese primer correo citado el final de un poema de Rilke: “Who is now alone, will long remain so, / will wake, read, write long letters / and wander restlessly here and there / along the avenues, as the leaves are drifting”. Es aquí donde comienza la premisa del libro, donde las “cartas largas” y las vivencias del día a día de Alice y Eileen se entrelazan. Ambas se cuestionan sobre la humanidad, la economía, la desigualdad –todo lo que hace al mundo el lugar más abominable– e incluso su propia salud mental. Y así, entre destellos de pesimismo y desolación, de añoranza por un pasado que no es suyo y de terror por un futuro tambaleante, intentan encontrar la respuesta a cómo deberían vivir su vida, si es que vale la pena.

Contrario a Alice, Eileen trabaja en un escritorio, editando los puntos y comas de una revista literaria que, admite, nadie lee, con un sueldo que apenas cubre el alquiler de un departamento que comparte con una pareja, al cual llegó después de un doloroso rompimiento de una relación de años. De muchas maneras, le es imposible separar su existencia de lo que sea que signifique el tener una relación fallida: “I know that what happened between us was just an event and not a symbol –just something that happened, or something he did, and not an inevitable manifestation of my failure in life generally”. Eileen siente que su vida ha sido un fracaso, que el miedo la enfrascó en un ciclo de sabotaje tras sabotaje. Se cuestiona si ella ha causado su propia infelicidad o si hay algo –o alguien– fuera de sí misma que ha dictado tal camino. Entre revisar las redes sociales de su ex novio más por inercia que por interés, Eileen no logra entender del todo su estado. Está consumida por el hecho de que las cosas que le son importantes terminan por no ser nada y que las personas que deberían amarla no lo hacen: “I think I would feel superficially sadder, but less fundamentally broken as a person, if I could just be sad about one break-up, rather than sad about my lifelong inability to sustain a meaningful relationship”. Muy contra su sentido de lógica, reconoce que se siente como el tipo de persona del que su compañero de vida se desenamora después de muchos años: “Maybe certain kinds of pain at certain formative stages in life, just impress themselves into a person’s sense of self permanently”. Aunado a Eileen se encuentra Simon, su primer amigo en la vida y también amigo de Alice. A pesar de que Simon es la más grande presencia de confort y calma en la vida de Eileen, su admiración mutua es innegable; sin embargo, no impide que su relación a lo largo de los años sea tumultuosa, plagada de momentos de cercanía e intimidad y siempre deteniéndose al instante en que parece materializarse en una relación.

A modo de azar o de destino, Alice tiene un nuevo encuentro con Felix en el supermercado. Es incómodo, extraño, pero a la vez ambos actúan un poco más como ellos, lo que sea que eso signifique. Después de ese reencuentro, sus interacciones se vuelven constantes, aunque la mayoría de las veces el lector, y los personajes mismos, reconocen que tal vez no deberían estar ocurriendo. Felix y Alice son seres opuestos, que chocan y se alejan solo para añorarse de nuevo. A su vez, sus estilos de vida se yuxtaponen. Por un lado, Rooney describe a Alice escribiendo desde su casa, una taza de té en la mano, mientras Felix pasa jornadas físicamente extenuantes en un almacén donde el frío entumece sus manos y, de muchas maneras, su espíritu. Felix es un ser plagado de errores de su pasado, que a su vez reconoce que cometerá errores en su futuro, lo quiera o no. Desde un principio, Alice admite sentirse irremediablemente atraída hacia él, a pesar de saber que él no busca una relación seria. Mientras Alice cae en un estado de estupor, casi idiota, cuando Felix le muestra afecto, él lleva sus interacciones con más cautela. En una de sus cartas a Eileen, Alice confiesa que su mayor miedo no es el dolor que conlleva el ser herida, sino el haberse abierto a dicha posibilidad: “I feel so frightened of being hurt –not of the suffering, which I know I can handle, but the indignity of suffering, the indignity of being open to it”.

Tanto Alice como Eileen se perciben a sí mismas como seres dañados, con un destino infeliz y viviendo en un mundo maldito que les fue impuesto. Se encuentran en un momento de sus vidas en las que el tiempo parece ser una línea discontinua y desmaterializada. Alice soporta las críticas de Felix sobre su personalidad en las que le dice, entre otras cosas, que probablemente sería una persona más feliz si fuera más estúpida, o le dice que no la odia pero tampoco la ama. De forma paralela, Eileen se niega a comenzar una relación con Simon –de quien ha estado enamorada prácticamente toda su vida– por el miedo paralizante de que no funcione. Al contrario, cree que casi nada en el mundo impediría su amistad. Se podría decir que muchas de las actitudes autodestructivas de Alice y Eileen parten de la creencia en un futuro oscuro, como si buscaran la confirmación de lo que llevan imaginando por tantos años. Pero entre sus discusiones sobre los daños de una sociedad que iguala progreso a inventos tecnológicos y el sufrimiento de las masas, el amor entre ellas las mantiene a flote: “I never know what to think until I talk to you”, Alice confiesa. Y es tal su conexión y admiración que el simple hecho de saberse amadas la una por la otra les hace caer en la cuenta de que no pueden ser seres tan terribles como ellas se creen.

Tal vez uno de los argumentos más agudos florece de la discusión sobre el mundo literario. Alice critica las patéticas actitudes de la sociedad ante los autores famosos y sus obras. Para ella, gran parte del discurso literario muere ante la obsesión pública por escudriñar sus vidas y sus idiosincrasias, y creerse conocedores: “I keep encountering this person, who is myself, and I hate her with all my energy. I hate her ways of expressing herself, I hate her appearance, and I hate her opinions about everything. And yet when other people read about her, they believe that she is me”. De forma paralela, Alice y Eileen rumian sobre las novelas contemporáneas y su casi absurda naturaleza. En cuanto a muchos de sus colegas, Alice denuncia cómo la mayoría escribe de cosas que no les pertenecen ni les obsesionan, alienados de la vida ordinaria pero creyendo que responden a lo que debe ser la literatura: “Why do they pretend to be obsessed with death and grief and fascism when in reality they’re obsessed with whether their book will be reviewed in The New York Times?“ A su vez, Alice reconoce que solamente nos pueden importar los hechos banales, como si ciertos personajes terminan o se quedan juntos, si nos olvidamos de las cosas que importan, es decir, todo lo demás. “So the novel works by suppressing the truth of the world –packing it tightly down underneath the glittering surface of the text”. Y es justamente este mismo fenómeno el que sucede en la vida real. Es por eso que muchas de las conversaciones de Alice y Eileen terminan siendo sobre el sexo y la amistad, incluso sabiendo que hay miles de problemas más urgentes.

Poco a poco, la conexión de Alice y Felix se vuelve más tangible, ambos observando y abrazando los defectos del otro. Rooney abre una ventana hacia nuestros propios prejuicios, a lo mucho que odiamos a la gente por cometer errores y lo poco que los amamos por hacer el bien. “It’s still better to love something than nothing, better to love someone than no one, and I’m here, living in the world, not wishing for a moment that I wasn’t”. Entre uno de los tantos correos electrónicos, Eileen recuerda una conversación de la universidad: “Alice, she said, am I going to have to live in the real world one day? Without looking up, Alice snorted and said: Jesus no, absolutely not, who told you that?” Es así como, poco a poco, ambas comienzan a reclamar ese derecho –o tal vez deber– de empaparse de todo lo que nos hace humanos, de lo mucho que amamos, de nuestros matices, de las conversaciones que decidimos evitar, de nuestra incesante búsqueda por algo de significado. Tanto Alice como Eileen recuperan cierta esperanza por el mundo, esperanza que les era fácil hace muchos años y que ahora les parece casi imposible. Reconocen que toda la vida se puede reunir dentro de las cuatro paredes de una habitación, cenando con la persona que amas, y que el mundo es hermoso solo porque lo habitan y existen junto a otros: “Maybe we’re just born to love and worry about the people we know, and to go on loving and worrying even when there are more important things we should be doing”.

La importancia que Rooney otorga a la vida ordinaria es, tal vez, una de sus mejores cualidades. Rooney crea personajes casi ridículamente reales, sabiendo que si la imperfección los define, entonces también lo hace la capacidad de cambio y redención. Beautiful World, Where Are You no tiene –ni pretende tener– la trama más innovadora. Su propósito radica en eso, en mostrarnos un espejo hacia un mundo ordinario, en vernos en los errores y las manías de personas normales y entender que no estamos solos en nuestra soledad o desesperación. A modo de reflexión, Rooney muestra al lector que está bien cuestionar el estado del mundo y, a su vez, negarse a ser parte de su colapso. Hacia el final de la novela, tanto Alice como Eileen renuncian a ser meras espectadoras: “And life is more changeable than I thought. I mean a life can be miserable for a long time and then later happy”.

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