Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Cine


Rodrigo Sorogoyen, As bestas, España, 2022.


El 19 de enero de 2010, el holandés Martin Verfondern, vecino de la aldea de Santoalla, en Orense, desapareció sin dejar rastro. Sus restos se localizaron cuatro años después en su coche, que se encontró quemado. Este truculento episodio, ocurrido en la Galicia rural, ha inspirado la última y brillante cinta de Rodrigo Sorogoyen, que recibió el premio del público a mejor película europea en el último Festival de San Sebastián, donde pudimos disfrutar de ella.

A ese galardón hace honores un filme tan europeo como que en él se hablan tres idiomas. El gallego lo emplean los habitantes originarios de la aldea –entre ellos, los hermanos Anta: unos inquietantes Luis Zahera y Diego Anido–; el francés, los últimos vecinos en llegar –los más que verosímiles y entrañables Denis Ménochet y Marina Foïs–, así como su hija, la luminosa Marie Colomb, mientras que el castellano es la lengua franca con que se comunican unos con otros.

El carácter trilingüe de la película es conducido con mano maestra por Sorogoyen, en esa internacionalización cada vez más evidente de los realizadores españoles. Ahí están Almodóvar y Amenábar desde The Others (2001), pero sobre todo Bayona (The Impossible, Jurassic World: Fallen Kingdom más los dos primeros episodios de The Lord of the Rings: The Rings of Power), o profesionales como Paco Cabezas, que no deja de dirigir capítulos de series en Estados Unidos, tras dos filmes rodados allí (Tokarev y Mr. Right).

De momento, Rodrigo Sorogoyen solo ha trabajado en el ámbito español, pero lo ha hecho con notable solvencia, sobre todo a partir de una película con un guiño a lo internacional desde el título: Stockholm (2013). Codirigida junto a Borja Soler, la cinta marca un punto de inflexión en la trayectoria del que hasta entonces se había especializado en realizar capítulos para series de televisión, que a veces firmaba como Ruy Sorogoyen. Pero si hay un elemento que seguramente esté detrás de ese cambio, es que se trata de su primera colaboración en un largometraje –antes habían coincidido en la serie Impares– con la que se ha convertido en su (casi) inseparable guionista: Isabel Peña.

Tres años después, Rodrigo daría su siguiente paso en firme en el mundo audiovisual con Que Dios nos perdone (2016), en la que supuso la primera aparición de Luis Zahera en la filmografía del director. Algunas de las carreras por las calles de Madrid que incluye esta película probablemente estén entre las escenas más notables del cine español de acción de los últimos años, y podrían ser el contrapunto urbano de diversos momentos de As bestas.

Sus dos largometrajes posteriores fueron El reino (2018) y Madre (2019). Este último partía de un exitoso cortometraje y, para hacer crecer la historia, Sorogoyen volvió a contar con su guionista de cabecera. Como excepción en su trabajo a cuatro manos, mientras que en formato breve –con dirección y escritura solo del realizador– la historia había cuajado en términos de ritmo, de tensión, al extenderla no funcionó igual de bien. El reino, en cambio, era su cinta más premiada hasta As bestas, y méritos no le faltan. Sin apuntar con el dedo a ningún partido pero evocando casos que se han vivido en este país en los últimos años, se trata de una ácida crítica a la corrupción en el sistema político español y, rara avis, es una de las pocas películas sobre política, y específicamente, sobre política actual en España.

En este momento, que ha devuelto a Sorogoyen a la pequeña pantalla pero en modo plataforma y desde otro lugar, ha llegado a los cines As bestas. Como apuntábamos, la premisa es el enfrentamiento que se produjo entre los vecinos de una pequeña aldea gallega: una pareja de holandeses que se había instalado allí a finales de los 90, los Verfondern, y una familia originaria del lugar, los Rodríguez. Como en la película, la familia nativa estaba compuesta por dos hermanos, Julio y Carlos en la vida real, el menor de ellos con una discapacidad mental; su madre, Jovita, y el padre, que en la ficción no aparece.

Para trasladarla a lo cinematográfico, Sorogoyen y Peña convierten a los neerlandeses en franceses, situándolos en un territorio que les es más conocido tras su incursión en ese país con Madre. Por otro lado, resultan curiosos los nombres que se ha dado a unos y otros: en As bestas, el holandés Martin se transforma en Antoine, y los hermanos Rodríguez en los Anta. Son denominaciones que guardan cierto parecido, como si se tratara de las dos caras de una misma moneda.

Las otras dos patas en que se sustenta el filme son la tradición conocida como a rapa das bestas, y la razón que provoca la discrepancia entre foráneos y lugareños: la venta de sus tierras para la construcción de unos molinos de energía eólica. Y si en la elección de la historia original a los autores les guía el buen olfato, en estos otros dos elementos el mérito es suyo prácticamente en exclusiva.

Porque hay que reconocer que la inmovilización inicial de los caballos salvajes por parte de esos mozos fornidos, los aloitadores, no solo es el preludio de lo que sucederá después, sino una excelente metáfora del sustrato sobre el que se levanta la película. Y porque en gallego, como en castellano, la polisemia de la palabra besta, bestia, nos remite a las dos caras de la moneda: “animal salvaxe, especialmente cuadrúpede e perigoso” y, en sentido figurado, “persoa ignorante e bruta para a que só conta a forza física”, según el Diccionario de la Real Academia Galega. Por eso, el hocico de uno de los caballos dominados, respirando rabioso e impotente al final de esa secuencia de arranque, funciona en una sola imagen como síntesis premonitoria.

En cuanto al nudo gordiano que produce el enfrentamiento entre Antoine y los Anta: la voluntad o no de vender sus tierras a la compañía que quiere situar sus molinos en el lugar, es en parte idea original de los guionistas. El conflicto real consistió en que la familia holandesa reclamaba su derecho a cobrar por la explotación del monte comunal en el que, y ahí está la coincidencia con el filme, se iba a establecer un proyecto de energía eólica.

El enfoque propuesto en la ficción –que los habitantes originarios quieran vender las tierras y los nuevos pobladores, no– nos sitúa ante una serie de disyuntivas muy interesantes. Por ejemplo, ¿quién defiende con más ahínco el suelo que pisan: sus habitantes originarios o los nuevos pobladores? Cuando, en una de las discusiones en el bar, le reclaman que no haya firmado por la venta de sus tierras, el francés lo tiene claro: “No podría, porque esta es mi casa”. Y no se trata de una frase hecha, sino que lo demuestra con sus actos: Antoine es o se ha convertido en hombre de campo, que pasea por el monte con su perro, su bastón y el morral al hombro.

Es un hombre que cuida con esmero los terrenos que trabaja y que a su amigo Pepiño, cuando le dice que desperdicia el huerto porque a veces lo deja descansar, le responde que “es la ciencia de la tierra”. En otra conversación, esta vez con Breixo, el pastor que lamenta que la gente se esté marchando, Antoine afirma que, si habilitan las casas, la gente volverá al pueblo. Y realmente, él se esfuerza en ese sentido: desde el principio le vemos restaurando viviendas, de las que luego sabremos que quiere hacer casas ecológicas para repoblar la aldea. En el contexto de un país donde cada vez hay más zonas rurales deshabitadas, en el que se habla de la España vacía o vaciada, resulta irónico que los nativos –o al menos algunos de ellos– estén deseando irse del pueblo, mientras que el venido de fuera luche por mantenerlo vivo. O quizá no sea tan irónico.

Otro dilema que se nos plantea es si las energías renovables o, mejor, las fuentes que las generan son beneficiosas per se allí donde se instalen, o hay otros factores a considerar. As bestas nos lleva a esa reflexión y, siguiendo los razonamientos de Antoine, en el caso de los aerogeneradores habría que valorar como mínimo qué lugar ocuparán: si van a destruir el hábitat natural en que se instalan; a alterar la forma de vida de sus gentes; a ocupar el lugar de sus huertos, o incluso a hacer saltar por los aires aldeas enteras. A los Anta, por más que estos tengan otros intereses, el francés les expone que les vienen a poner molinos desde una empresa nórdica, porque ellos no los quieren en sus tierras.

Frente a todo lo anterior, está la disyuntiva de si esas gentes humildes, que se han matado a trabajar toda su vida, no tienen derecho a un futuro mejor cuando se les presenta una ocasión única, que se ve truncada por los deseos de los últimos en llegar. Es algo que también queda claramente expresado en esa discusión que se convierte en el epicentro de la primera parte de la película, y en que ambas partes ponen las cartas sobre la mesa. Xan, el personaje interpretado magistralmente por Luis Zahera, defiende la de las eólicas como su oportunidad para salir de ahí, y lo hace con fundamento: para poner “un taxi en Orense” y tener una mujer él y otra su hermano, porque “olemos a mierda aquí”, dice sin tapujos. Y como él, su hermano y su madre llevan toda la vida ahí, no cree que el voto del francés deba valer tanto como el suyo.

Xan pone en palabras sus motivaciones para comportarse con Antoine como lo hacen, por más que desde fuera podamos juzgar sus actos como deleznables: que cada día cuando se levanta “a las cinco de la mañana, con una resaca de la hostia y un dolor de espalda insoportable, se acuerda de él y ahí empieza otro bonito día”. Cuando además sentencia: “Ojalá te hubieras despertado en otra aldea”, el personaje que incorpora Dénis Menochet lanza una pregunta que queda sin repuesta, pese a repetirla varias veces: “¿Qué vas a hacer?” La interrogante no tardará en resolverse, pero será con acciones.

La complejidad de la cinta consiste justamente en eso: en mostrar que cada parte tiene sus argumentos y, aunque nos induce a simpatizar más con unos que con otros –empezando por el punto de vista–, se pueden entender las razones, si se quiere viscerales, pero al fin y al cabo razones, de los que no nos caen tan bien. Otra cosa es cómo las manifiestan y cómo las llevan hasta sus últimas consecuencias, pero en cuanto a las motivaciones, haberlas haylas.

Un debate más local es el que pueda haberse suscitado sobre cómo se retrata a los originarios de Galicia, y respecto a lo que el propio Sorogoyen ha reflexionado: “Puedo entender que algunos gallegos se sientan un poco incómodos al ver As bestas. Pero lo cierto es que los hermanos Anta, Xan y Loren, no son los únicos gallegos que aparecen en el filme. Antoine y su mujer Olga tienen amigos como Pepiño y su esposa, una buena relación con Breixo, clientela que les compra las verduras y con la que se observa buen trato… En definitiva, más que un conflicto identitario, como podría deducirse de algunas puyas de Xan a Antoine, se trata del enfrentamiento de dos familias por intereses opuestos.

Para la narración de ese enfrentamiento, la historia se organiza en dos partes, definidas por la desaparición de Antoine. La primera, que ocupa dos tercios del metraje aproximadamente, es la película de los hombres, mientras que la segunda es la de las mujeres. Definitivamente no son puras y hay elementos de la una en la otra, pero el primer bloque está marcado por las disputas entre Antoine y los Anta, es más de acción y, de hecho, casi no da respiro –como si as bestas nunca descansaran–; mientras que el segundo gira alrededor de las consecuencias de la lucha, es más sosegado, pero con las emociones a flor de piel, y vemos cómo estas pueden estallar en cualquier momento.

En esto último juega un papel fundamental el personaje de Marie, la hija de Antoine y Olga. Primero explota con su madre, a quien reclama que regrese con ella y con su nieto a Francia; cuando en repetidas ocasiones Olga se niega y le dice que no se meta en su vida, porque ellos nunca opinaron de la suya, Marie llega a mandarla “a la mierda”. Luego la joven se indigna con unos agentes de la Guardia Civil, a quienes reclama que no estén buscando a su padre, aunque ellos no se enteran bien porque Olga decide no traducirla. Por último, cuando acompaña a su madre a recoger unas ovejas que esta había comprado, Marie vivirá un episodio de ansiedad en que termina hiperventilando, después de que se crucen con los hermanos Anta y Loren hable con ella. Cuando desde la camioneta Marie vea a Olga cargando una nueva oveja, entenderá que su madre sigue ahí como un gesto de amor a su padre. Poco después Marie se va, y el abrazo entre lágrimas de madre e hija muestra la reconciliación entre ambas.

Otro rasgo que distingue la segunda parte de la cinta de la primera es la evolución del personaje de Olga, a cargo de Marina Foïs. Mientras que, cuando su marido y ella son acechados y amenazados por los Anta, expresa su inquietud y le dice a su marido que no merece la pena seguir viviendo así, en el momento en que él ya no está, su determinación para no dejar el pueblo es inamovible. Su objetivo es encontrar el cuerpo de Antoine y seguir con la vida que ambos tenían, en una especie de demostración de amor, que incluye la compra de unas ovejas, cumpliendo un deseo que él había manifestado. Por otro lado, se convierte en parte activa de un entendimiento que ya solo puede darse entre mujeres, la madre de los Anta, victimarios de su esposo, y ella misma.

La puerta abierta a la reconciliación, junto con la visita de su hija y la compañía esporádica de Pepiño puntean la soledad en que se queda Olga al final de la cinta, y que es, sin paliativos, la de Margo Pool, la mujer de carne y hueso que inspiró su personaje, y que a día de hoy vive sola en Santoalla. Como ha quedado dicho al principio, su marido fue asesinado en 2010 y su cuerpo no se encontró hasta 2014. El menor de los hermanos Rodríguez fue encarcelado y el mayor, puesto en libertad con una orden de alejamiento; los padres dejaron la aldea y Margo se quedó como única habitante. Su historia se cuenta en el documental Santoalla (2017). Rodrigo Sorogoyen ha declarado que lo vio “una vez, cuando estaba rodando”, que no quiso verlo antes, probablemente para que no le influyera. Cuando tenía terminada su película, se puso en contacto con Margo y, junto a Isabel Peña, fue a mostrársela.

A esa mujer, Margo, está dedicada As bestas, que se ha coronado como la película más laureada en los últimos premios Goya, entre ellos los de mejor película, dirección, guion original, actor protagonista (Denis Ménochet) y de reparto (Luis Zahera). En los agradecimientos durante la gala, Ménochet dijo que era “un honor” haber participado en un proyecto que es “un homenaje a la fuerza y el amor de las mujeres frente a la locura de los hombres”.

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